Javier Bozalongo: «El viaje nunca es un lujo, es un aprendizaje»
Javier Bozalongo (Tarragona, 1961) reside en Granada desde hace 30 años. Ha publicado los poemarios ‘Líquida nostalgia’ (2001), ‘Hasta llegar aquí’ (2005), ‘Viaje improbable’ (2008), por el que obtuvo el XI Premio Surcos de Poesía; y ‘La casa a oscuras’ (2009) al que le fue concedido un accésit del Premio Jaime Gil de Biedma de la Diputación de Segovia. Ha publicado antologías de su obra poética en Costa Rica, México, Ecuador y Argentina. También participa en las antologías ‘Todo es poesía en Granada’ (Esdrújula, 2015) y ‘Granada no se calla’ (Esdrújula, 2018), entre otras. En 2016 publicó su primer libro de relatos, ‘Todos estaban vivos’ (Esdrújula Ediciones) y en 2017 el libro de aforismos ‘Prismáticos’ (Trea Ediciones, 2017). El próximo martes 20 de noviembre estará presentando su último libro de poemas, ‘Todas las lluvias son la misma tormenta’ (Libros del Aire, 2018), con el que obtuvo el Premio Internacional de Poesía Blas de Otero, en la Sala Val del Omar de la Biblioteca de Andalucía de Granada (20.00 h.), el miércoles 21 en la Biblioteca Villaespesa de Almería (20.00 h.) y el viernes 23 en la Librería Alberti de Madrid (19.00 h.).
Javier Gilabert: ¿Es la poesía realmente «una tabla de salvación»?
Javier Bozalongo: Lo puede ser de manera individual. Un poema no va a cambiar el mundo, pero la compañía que proporciona un buen libro es, en muchos momentos, algo a lo que asirse para evadirte de una realidad que no siempre es la que deseamos.
Fernando Jaén: En tu magnífico libro ‘La casa a oscuras’ (Visor 2009), invitas al lector a entrar sin miedo y sin prisa en la poesía, a acompañarte, sin prejuicios, en un viaje sincero y humano. En uno de esos de poemas, ‘Carta a un lector’, el verso final dice ‘Sólo quiero contigo volver a andar lo andado’. ¿Necesita el poeta siempre la complicidad del lector? ¿Cómo consigues invitar al lector a transitar por un mundo que le puede resultar tan ajeno, como la poesía?
Javier Bozalongo: La poesía sin lectores no es nada. El poema vuelve a ser escrito cada vez que alguien se acerca a él, y si lo hace suyo, si se ve mínimamente reflejado en lo que lee, la invitación habrá tenido efecto, y el poema tendrá sentido.
«La poesía sin lectores no es nada»
J.G.: En ‘Prismáticos’ combinas con maestría los conceptos «prismático/a», «prisma» y «anteojos prismáticos», algo que podría parecer un contrasentido, pero que se explica perfectamente al leer el libro. ¿Hasta qué punto deberíamos mirar la realidad desde otro prisma? ¿Utilizas tú el del humor para observar lo que te rodea?
Javier Bozalongo: En este caso que mencionas, los aforismos son una forma diferente de mirar las cosas, de plantear al lector preguntas que no tienen una respuesta única, para que desde su punto de vista las contradiga, las formule de otra manera y las haga suyas. En cuanto al humor, creo que es necesario para romper la rigidez de cualquier planteamiento. La ironía bien utilizada me gusta mucho en los aforismos y en la poesía.
J.G.: En dicho libro citas a Lapido (compartimos los tres buen gusto, por lo que veo ;)); Edgar Oceransky convirtió en canción tu poema ‘La pérdida’… ¿Música y poesía han de ir de la mano?
Javier Bozalongo: Música y poesía siempre han ido de la mano y son muchos los ejemplos de grandes canciones cuyas letras son poemas. La música ha hecho mucho más conocidos a algunos poetas, acercando al público textos y autores.
F.J.: Has intervenido en el ciclo Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) junto con otros autores. ¿Eres más de lecturas íntimas o de lecturas multitudinarias de poesía?
Javier Bozalongo: En las lecturas de poesía suele producirse un silencio cómplice entre el público que acude dispuesto a escuchar al poeta, y éste debe agradecerlo y devolver esa complicidad a quien ha elegido acercarse a su recital entre otras muchas ofertas a su alcance. A veces ese auditorio puede ser de unas decenas de personas, y otras de varios cientos. Dependerá de la vanidad de cada uno el sentirse más cómodo en unas u otras.
«La poesía que se escribe ahora mismo en muchos países de Latinoamérica es de lo mejor del idioma»
J.G.: Eres buen conocedor y te conocen bien al otro lado del Charco. ¿Encuentras más diferencias o similitudes entre la poesía de allí y de acá? ¿Con qué te quedas de cada una?
Javier Bozalongo: Latinoamérica ha tenido y tiene grandes poetas, y es necesario acercarlos desde ambos lados para que esa obra se conozca. Un idioma común, con las particularidades de cada territorio, es lo que las une. La poesía que se escribe ahora mismo en muchos países de Latinoamérica es de lo mejor del idioma.
F.J.: Tu último libro, ‘Todas las lluvias son la misma tormenta’ (Libros del aire 2018), está dividido en dos partes. La primera disfruta de tu particular visión del mundo (observador pausado y contemporáneo, te define Alejandro Pedregosa en la gran reseña que hizo de este libro para ‘Los diablos azules’) y la segunda parte es una invitación a viajar. El poema ‘NYC’, dedicado a la ciudad de Nueva York, en esta parte me parece uno de los poemas centrales, con un discurso hermoso y lúcido. ¿Por qué querías dividir en estas dos partes el poemario? ¿Qué es para ti viajar, una necesidad o un lujo? ¿Proporciona el viaje la experiencia necesaria para que ‘No intentes olvidar lo que has perdido’?
Javier Bozalongo: La primera parte del libro está a escrita a modo de resumen de los últimos años (entre este libro y el anterior han pasado nueve), y la segunda parte es un recuento de ciudades y experiencias con una mirada esperanzada hacia el futuro, que en este caso se refleja en los países y ciudades que he tenido la suerte de visitar.
En cuanto al poema de Nueva York, me costó mucho encontrar la manera de hablar de esa ciudad fascinante de algún modo diferente al que ya había leído. Se ha dicho todo sobre ella, la hemos visto en innumerables películas y fotografías; hemos escuchado sus sonidos en miles de canciones… y ahí encontré la manera de acercarme, a través de las canciones que nos hablan de esa urbe única, mezclándolas con las propias imágenes de la ciudad y con mis propios recuerdos de las veces que la he visitado.
El viaje nunca es un lujo, es un aprendizaje. Salir de nuestro recorrido habitual, de nuestros pequeños y confortables lugares de siempre nos hace reconocernos en el otro, mezclarnos y volver a casa enriquecidos.
J.G.: Tantos años ‘en el negocio’ te han convertido, a buen seguro, en testigo de excepción. Habrás tenido la oportunidad de conocer a much@s autor@s y de seguir sus carreras literarias. ¿Se puede vivir de la escritura? ¿Qué consejo le darías a quien se plantee hacerlo en estos tiempos que corren?
Javier Bozalongo: Vivir de la escritura, y más de la poesía, siempre ha sido muy difícil, y no creo que ningún poeta escriba con intención de encontrar ahí un medio de vida, aunque es cierto que en los últimos años estamos asistiendo a un fenómeno de ventas de algunos autores que sí les permite vivir de la poesía, lo cual está muy bien. A quien empieza solo hay un consejo que darles: leer, leer y leer.
«La poesía está viviendo un auge inesperado hace algunos años: poetas que llenan auditorios y teatros y venden una cantidad inaudita de libros»
F.J.: ¿Crees que la apuesta de nuevas editoriales, jóvenes y más cercanas, han podido estar detrás de un aparente auge de la poesía, sobre todo de grandes poetas jóvenes?
Javier Bozalongo: Muchas editoriales pequeñas han apostado por nuevos poetas en quienes no se habían fijado las grandes editoriales. Con la enorme difusión que han tenido esos poetas, en muchos casos, en las redes sociales, la poesía está viviendo un auge inesperado hace algunos años: poetas que llenan auditorios y teatros y venden una cantidad inaudita de libros. Y las editoriales grandes han vuelto la vista hacia este movimiento y han empezado a publicar poesía (lo que no hacían hace tiempo).
F.J.: ¿Qué nuevos proyectos tiene Javier Bozalongo entre manos?
Javier Bozalongo: Los proyectos se irán concretando en los próximos meses, pero seguro girarán alrededor de los libros. De momento, lo inmediato es presentar la edición de ‘Todas las lluvias son la misma tormenta’ que ha hecho Libros del Aire.
J.G.: Momento ‘carta blanca’. Te invitamos a finalizar la entrevista a tu manera.
Javier Bozalongo: Después de tanta lluvia merece la pena, siempre, recordar que volverá a salir el sol. Lo dejó escrito J.L. Borges:
«Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado»
Poemas de Javier Bozalongo
Carta a una desconocida
Pusiste tanto empeño en que cambiara,
que ni me reconozco ni recuerdo
a quién quise escribir estas palabras.
Quien lo probó lo sabe
De mis pasos nocturnos dará cuenta el olvido.
De la fugacidad de algunos cuerpos
apenas quedan huellas
que el agua desdibuja unas horas después.
De nombres susurrados en lo oscuro
sólo se oye un rumor
alfabéticamente derrotado
en las páginas tristes de una agenda.
De todo lo que fuimos
–tal vez sólo un instante
con vocación de eternidad–
son testigos ahora
unos cuantos relojes detenidos.
Del hombre que seré
aún no tiene recuerdos el futuro.
Primer café
Descansan cada día
–en la mitad vacía de mi cama–
libros que ya leí,
versos de algún poema que será.
Al abrir la ventana se evaporan
recuerdos y esperanzas de la noche anterior.
Doblo con disciplina el pijama y los sueños.
En la calle me observa la ciudad
mientras un camarero
trae mi primer café de la mañana,
la primera mañana del resto de mi vida.
NYC
Escribo este poema en Nueva York,
donde apenas hay niños jugando por los parques
y las palomas huyen de los hombres con prisa.
Las ideas se escapan del asfalto caliente
y puedes atraparlas cuando suben,
tan alto que la lluvia
deja de serlo entre el cielo y el suelo:
We were born to touch the sky.
Trabajos que dejé sin terminar
y deudas contraídas con el tiempo
me obligarán mañana a abandonar Manhattan
igual que se abandona en la puerta del cine
a quien pudiera ser el amor de tu vida.
Unas veces un barco y otras un avión
confunden tu destino igual que en la maleta
se pelean las ganas de quedarte
y el billete de vuelta.
Hay ciudades que expulsan a quienes las visitan,
hay ciudades de pago como amores efímeros,
ciudad escaparate y hasta ciudades trampa,
hay ciudades serpiente y ciudades carnívoras,
ciudades monumento que aplastan con sus piedras,
hay ciudades refugio y ciudades Babel.
Ya sé cuál es la mía si alguna vez escapo
de los cuervos que antaño recibieron mi aplauso.
Tal vez llegue cantando
First we take Manhattan…
mientras suena un redoble y en formación saludan
las alegres ardillas que he visto en Central Park.
Arrastro en mi equipaje tantas contradicciones
que estoy acostumbrado a pagar sobrepeso
y a soportar preguntas que nadie nos haría
en un mundo improbable
en el que no existieran las fronteras.
¿Lleva algo que no le pertenezca?
Por supuesto que sí,
conmigo va también lo ajeno,
lo visto, lo aprendido, lo soñado,
lo que espero vivir en mi destino
y aquello que se queda para siempre
en una habitación de hotel.
¿Ha revisado usted el contenido?
Cualquier maleta esconde un doble fondo
en el que estás tú mismo desdoblado
y al abrirlo descubres, por ejemplo,
que sólo media hora de oír Gospel en Harlem
podría convertirte de por vida
y quisieras ser negro, bailar, llevar sombrero,
amar a todo el mundo, ¡Halleluja!
para salir huyendo al momento siguiente
antes de consumar un crimen múltiple
o quemar una iglesia, ¡Halleluja!
cuando el canto se vuelva insoportable
y el trance se parezca a una misa de doce.
Estabas avisado,
como avisan las nubes cerca de Hudson River
de que lo próximo será la lluvia
cuando en Bleecker Street persigas algún mito
mundano, pasajero, un mito inconsistente
que te engorda pero no te alimenta
como el cupcake que engulles con ansia adolescente
frente al escaparate de Magnolia Bakery.
¡Adiós papá, adiós mamá!
Si tratáis de encontrarme debéis estar atentos:
soy el equilibrista que camina
por el cable tendido entre dos torres,
soy el patinador de Rockefeller Center,
el ciclista que cruza Brooklyn Bridge,
soy yo quien toca el piano en tu club preferido,
conduzco limusinas y autobuses,
vivo en el Bronx y cuido a los ancianos
en sus apartamentos de Park Avenue,
limpio cristales en el Empire State,
vendo relojes falsos
en una esquina de Canal Street,
me hice rico en la Bolsa y acabé suicidándome
saltando desde el ferry que va hasta Staten Island.
Ahora soy una placa de homenaje
sujeta con tornillos al respaldo de un banco
a la sombra de un árbol en Washington Square:
In appreciation of many happy hours in the park
y veo a los turistas acercarse
a comer hamburguesas en Shake Shack,
hacer cola frente a la ventanilla
tal como si esperaran a las puertas del cielo
knock, knock, knocking on heaven’s door
mientras una cansada camarera latina
lucha contra el idioma y sueña en español
con abandonar Queens
de la mano de un príncipe moreno
libre de culpa y sin antecedentes.
Procuro no mirarme en sus ojazos negros.
Tan sólo soy un hombre. Tan sólo seré un nombre
cuando por fin me vaya y la ciudad me olvide
New York is a woman, she’ll make you cry
and to her you’re just another guy.
No intentes olvidar lo que has perdido.
If I can make it there,
I’ll make it anywhere.
It’s up to you
New York, New York…
Sabía de antemano que esto iba a pasar,
pero el sabor amargo de todos los finales
no siempre estuvo escrito.
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