Salvador Perpiñá: «Un guion es solo un mapa de posibilidades, un proyecto sin terminar»
Salvador Perpiñá (Granada, 1963) soñó en su juventud con una existencia fabulosa, de leyenda. Tras una trayectoria universitaria que solo cabe calificar de errática y haber desempeñado trabajos tan dispares como el de montador o encargado del aplausómetro en un programa concurso, encontró finalmente un lugar bajo el sol escribiendo guiones de ficción.
Intempestivo incurable, inasequible al éxito, ha permanecido toda su vida -entre la arrogancia y el despiste- al margen de cuantos movimientos y generaciones se hayan sucedido en su ciudad. Convencido de que el mundo necesita todavía otro escritor más, ha publicado ‘Prácticas de tiro’ y ‘Contradiós’. En la actualidad prepara un tercer libro de relatos y se siente feliz siendo un autor raro, escaso y con encanto. Lleva un blog, Desesperación y Risa. Ha dejado de fumar y sus amigos aún esperan grandes cosas de él.
Entrevistar a un guionista como Salvador Perpiñá invita en cierto modo a «salirse del guion». Nunca habíamos entre2vistado a nadie con este perfil -además es escritor- así que nos apetecía mucho estrenarnos con él. Tenemos amigos comunes y en alguna ocasión hemos coincidido en distintos actos culturales (o de índole algo más lúdico-festiva), pero sin que la cosa fuera mucho más allá del mero saludo. Por eso hemos decidido asaltarlo «virtualmente» en pleno confinamiento. Casualmente, le pillamos en casa…
Fernando Jaén: Te consideras experto en nada y apasionado por todo, melómano empedernido, amante del arte, de la pintura, eres escritor, guionista y director de cortos… ¿Te permite esta sinergia darle un enfoque más completo a tus relatos o es sólo una forma de apreciar mejor la vida que te rodea? ¿Sigues sintiéndote a estas alturas –risas- como un aprendiz?
Salvador Perpiñá: Retiraría lo de director de cortos, fue hace demasiado tiempo y no estoy contento con ellos. El resto son meras aficiones, salvo escribir, que es mi oficio. Imagino que el trato frecuente con la música y el arte te educa el gusto, te afina la percepción. Y me ha dado mucha felicidad en esta vida, claro.
Siempre conviene considerarse un aprendiz. No es falsa humildad, nunca dejas de darte cuenta de que hay algo que podrías haber hecho mejor. Cuando pierdes esa inseguridad del principiante, cuando empiezas a recurrir a los resortes del profesional, a tirar de fondo de armario, mal asunto.
Javier Gilabert: Tengo mucha curiosidad por saber cómo es el día a día de un guionista. ¿Cómo se hace uno del oficio? ¿Se puede vivir de eso hoy en día (risas)?
Salvador Perpiñá: El del guionista metódico imagino que tendrá algo de los plácidos encantos del trabajo de oficina; el del guionista un poco desordenado (como lo soy yo) tiende a lo dantesco, alternando el pánico, el remordimiento y el éxtasis, como bien lo contaron los hermanos Coen en aquella inolvidable ‘Barton Fink’.
El trabajo en soledad y en casa se alterna con el trabajo en equipo, que es una de las características específicas de la profesión. En cada serie conoces a nuevos guionistas con los que compartes horas de encierro e intercambio de ideas. Como las debilidades humanas son el material de nuestro oficio, se cuentan historias muy personales, se llega a un conocimiento muy íntimo en un breve espacio de tiempo. Si además no vives en Madrid viajas mucho, con lo que te ves a cierta edad en dinámicas de viaje de estudios. Me encanta esta última parte.
No hay vías de acceso normalizadas, imagino que uno se hace guionista como otros se hacen escritores, una mezcla de suerte y competencia. Yo tuve mucha suerte porque creo que no serviría para otra cosa. Cuando hay trabajo se puede vivir. Y muy bien, en ese sentido no me puedo quejar.
«El trato frecuente con la música y el arte te educa el gusto, te afina la percepción»
J.G.: Has participado, entre otras, en series tan conocidas y distintas entre sí como ‘Plaza Alta’, ‘Arrayán’, ‘Isabel’, ‘Periodistas’, ‘Los Serrano’ o ‘La peste’. ¿De cuál de tus trabajos te sientes más orgulloso? ¿Qué ingredientes debe tener una serie para gustarle a Salvador Perpiñá?
Salvador Perpiñá: Siempre del que en el momento me traiga entre manos. Del pasado estoy especialmente satisfecho de mi paso por la serie ‘Pelotas’, de José Corbacho y Juan Cruz, y de un par de capítulos que escribí para la tercera temporada de la serie ‘La peste’, de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos. Tercera temporada que probablemente nunca se producirá por la aparición de una epidemia real, lo que es una curiosa ironía.
Como guionista aprecio el oficio, me gusta ver cómo el consumado profesional despliega sus recursos, pero me gusta más el arte de hilar un relato que me seduzca y por un momento suspenda mi juicio crítico, de manera que no sea capaz de ver las costuras y me dejé arrastrar. Hay un tercer factor, difícil de explicar, una mezcla de hondura psicológica y una mirada que de pequeños detalles haga una epifanía, algo difícil de expresar que a falta de otra palabra más precisa yo llamo grandeza. No es frecuente.
J.G.: ¿Hasta qué punto la proliferación de plataformas digitales ha influido en tu trabajo? ¿Puede competir el producto nacional con las producciones anglosajonas?
Salvador Perpiñá: La aparición de las plataformas ha cambiado por completo todo. Las televisiones generalistas de antaño buscaban productos capaces de complacer a todo el mundo, lo que redundaba en series híbridas, complacientes, sin carácter. Ahora se es bastante más libre y en ocasiones hasta se llega a la extravagancia de buscar que las series tengan personalidad.
Claro que puede competir y de hecho lo está haciendo con éxito. Todavía quedan restos de una especie de banalidad Malasaña, una sensibilidad de suplemento dominical de El País, pero sin duda cabe esperar grandes cosas.
J.G.: Afirmas haber permanecido siempre al margen de los movimientos y generaciones que se han sucedido en Granada. Sin embargo, has sido testigo de excepción de unos y de otras. ¿Da la vida cultural de Granada para una película?
Salvador Perpiñá: No he sido testigo de excepción, ¡me lo perdí todo! Aun hoy me lío a veces con los nombres de figuras capitales de esas generaciones. He sido un desclasado cultural, mis años de formación no los he pasado con artistas. No es un drama, los artistas no son personas especiales, simplemente tienen un don, una habilidad específica, algunos una obsesión. Eso no hace su opinión más valiosa o informada que la de un odontólogo, sin embargo los odontólogos no firman manifiestos. Ese sentido de autoimportancia, ¡hasta nos llamamos creadores! Somos demasiado vanidosos, vanidad que no es incompatible con la necesidad de agruparnos en movimientos y banderías, porque fuera hace mucho frío.
En el ámbito de la vida cultural hay personas divertidísimas y perfectos majaderos, gente íntegra y personas que no son de fiar. No idealizo el mundo cultural, como tampoco comparto cierta mitificación de Granada. Me gusta mi ciudad, me gusta hasta el punto de que pudiendo haberme construido una carrera en capitales más favorables, decidí regresar a ella para bien y para mal. Es bonita y tiene una variedad cosmopolita, es más habitable que Palencia o Logroño, no se puede negar. Pero descreo de ese discurso, esa mística morentianovaldelomarosa (de la que ninguno de ambos maestros tiene la culpa) según la cual viviríamos en un vórtice de fuerzas creativas subterráneas bendecido por los astros. O que el genio lo da el agua. No nos flipemos. La vida cultural de Granada, como la de cualquier otro sitio, desde NYC hasta Ponferrada, daría para una tragicomedia, con sus santos y sus mártires, sus cumbres borrascosas, su feria de las vanidades y su conjura de los necios. Pues mira, sí, ahí hay tema.
«Los artistas no son personas especiales, simplemente tienen un don, una habilidad específica, algunos una obsesión»
J.G.: ¿Es muy diferente escribir para el ámbito audiovisual que para el literario? ¿Con qué te quedas de ambos mundos?
Salvador Perpiñá: Un texto literario, aunque no llegue a publicarse, ya es algo acabado. Un guion es solo un mapa de posibilidades, un proyecto sin terminar. Los cajones de todo guionista están llenos de guiones que jamás se hicieron, de personajes cuya existencia es meramente fantasmal.
La experiencia como guionista me ha dado cierta seguridad a la hora de manejar la estructura del relato. Te enseña economía narrativa, te previene contra las digresiones y lo superfluo. A la inversa, el trato con la literatura te da como guionista una mirada más compleja sobre las cosas.
J.G.: Alfonso Salazar afirmó en una ocasión que tu voz se reconoce por dos aspectos: «Una madurez solemne y una ironía finísima». En estos dos años, ¿ha cambiado tu voz? ¿Son la ironía y el humor los mejores ingredientes a la hora de escribir?
Salvador Perpiñá: Es muy amable por parte de Alfonso Salazar, un tío cabal y un excelente escritor sin vanidad, que ha creado un personaje ferozmente humano (Matías Verdón, el detective del Zaidín) al que algún día le deberían hacer una estatua en una plaza pública. Eso sí, me da un poco de miedo lo de solemne porque acabo de recordar que a veces se habla «tontos solemnes».
Imagino, quiero imaginar, que he ido afinando un poco mis recursos, pero fatalmente me sigo pareciendo a mí mismo hasta alcanzar esa contumacia en tus errores que se llama personalidad.
Sin duda es esencial la ironía. El otro día le comentaba a un amigo que a un artista del calibre de Tarkovski le falta la ironía y eso me lo hace incompleto. Cuando me tomo las cosas demasiado en serio me entra una vergüenza preventiva y se me disparan las alarmas, lo que me ha librado bastantes veces, de hacer el ridículo. No todas, desgraciadamente.
«Me sigo pareciendo a mí mismo hasta alcanzar esa contumacia en tus errores que se llama personalidad»
J.G.: ¿Es cierto que tienes una vaca que ríe –más bien se descojona- los martes?
Salvador Perpiñá: Sí, una vaca nihilista que cada martes decía en las redes sociales una verdad terrible y amarga. Inexplicablemente, gustaba horrores. A veces publicaba una de sus entradas pensando «esto no me lo van a perdonar» y qué va, sus seguidores querían más y más. Desde que empezó todo este espanto la retiré de la circulación, no procedía. Además, llega un momento en que no me gusta ejercer de calumniador del mundo.

J.G.: Cuentas en tu haber con dos libros de relatos publicados hasta la fecha. ¿Es el cuento el género en el que te sientes más cómodo? ¿Para cuándo la novela —me he recordado a la típica señora que le pregunta al recién estrenado matrimonio por la descendencia—?
Salvador Perpiñá: Muy buena comparación. Sí, de momento me siento muy cómodo en los cuentos. ¡Hay tantas novelas! ¿Para qué añadir una más al mundo? El día que dé con una historia merecedora de quinientas páginas, el día que sienta que estoy capacitado no para alcanzar a los grandes maestros (gracia que no merezco) pero sí para no sentir vergüenza ante ellos, ese día, si es que llega, habrá una novela.
F. J.: Tus personajes sobreviven en situaciones límite, muchos de ellos con la soledad como telón de fondo. ¿Crees que la soledad es temida por todo lo que, bueno y malo, nos puede enseñar? ¿Es la mejor aliada para un escritor?
Salvador Perpiñá: La soledad es necesaria, es inevitable y es un asco.
J.G.: Tus relatos se mueven en el ámbito de lo cotidiano. ¿Va a ser cierto eso de que la realidad supera a la ficción? Y puestos a ficcionar la realidad, ¿tienes ya ofertas para alguna producción «viral»?
Salvador Perpiñá: Creo que era Joseph Conrad el que rechazaba en sus obras lo sobrenatural porque supondría negar que lo cotidiano fuera maravilloso. Yo desde niño tengo una especial afinidad con lo fantástico y he tenido que vivir mucho para darme cuenta de hasta qué punto lo real es una fuente mayor de inspiración y asombro. Como sigo manteniendo al niño en mí, de vez en cuando escribo algún relato o guion con elementos fantásticos, pero en ellos lo fantástico siempre es una mutación de lo real. El fantástico puro no me interesa, de ahí mi indiferencia ante Tolkien o la saga ‘Star Wars’.
J.G.: Y puestos a ficcionar la realidad, ¿tienes ya ofertas para alguna producción «viral»?
Salvador Perpiñá: No y, además, cuando todo esto acabe no creo que a la gente le interese ver una reproducción desvaída de lo que ha vivido en primera persona. Salvo los caídos y los que han combatido en primera línea, ha sido un sufrimiento sin brillo, banal, monótono… Habrá que esperar algún tiempo. He de añadir que soy un pésimo profeta.
«Cuando todo esto acabe no creo que a la gente le interese ver una reproducción desvaída de lo que ha vivido en primera persona»
F.J.: He leído que consideras ‘Star Wars’ (la primera trilogía) un dogma sentimental que forma parte de un imaginario colectivo, al menos para una generación. ¿Qué opinas de la última trilogía? ¿Es justificable que se diluya la esencia de un proyecto tan sólido en una aventura espacial con demasiados efectos especiales?
Salvador Perpiñá: Siento una cordial antipatía hacia ‘Star Wars’. Un refrito californiano y ciertamente hábil de space opera y los estudios mitológicos de Joseph Campbell, que estalla por sorpresa justo en el momento en que el cine americano se estaba poniendo interesantísimo y se adentraba en terrenos de ambigüedad moral más propios del cine europeo. Creó un cambio de sensibilidad hostil a las miradas adultas, hizo del que era un segmento marginal (cine escapista para niños) el mainstream de la industria y desplazó del imaginario popular las grandes mitologías clásicas y bíblicas, sustituidas por relatos que, no importa cuán sofisticados sean, no dejan de ser productos, artefactos. Lamento mi condición de ceñudo aguafiestas.
F.J.: Has dirigido cortos y con Tacho González (batería de 091 y Mama Baker) has colaborado en la realización de algunos guiones. ¿Cómo es trabajar con él? ¿Tenéis algún proyecto entre manos?
Salvador Perpiñá: ¡Somos pareja artística! Es un magnífico guionista, con un talento poco común para dar con ideas originales y salir de atolladeros. Tiene además una capacidad de concentración inmensa que un atolondrado como yo envidia. Tenemos varios proyectos entre manos, aunque estamos especialmente ilusionados con un contrato de opción sobre un largometraje que hemos firmado con una productora americana. Y hasta aquí puedo hablar.
J.G.: Durante la cuarentena, mucha gente ha aprovechado para escribir, esperemos que para bien (muchas risas). ¿Es tu caso? ¿Qué proyectos tienes en mente?
Salvador Perpiñá: Ahora mismo estoy terminando un tercer libro de relatos. ‘El libro de los muertos’ es su título provisional. Creo que voy mejorando.
F.J.: ¿Si te dieran la oportunidad de dirigir una gran producción, la harías?
Salvador Perpiñá: Eso nunca pasará pero, ¡dios mío, no!, qué responsabilidad. Es como lo de escribir una novela, ¡aún tengo mucho que aprender!
J.G.: Siempre cerramos nuestras entre2vistas con el ‘momento Carta Blanca’. Y mira, es la primera vez que lo hará un guionista. Todo tuyo…
Salvador Perpiñá: Lógicamente agradeceros que me hayáis permitido desbarrar, felicitaros por vuestra labor y añadir un consejo desinteresado a los que se dedican a escribir y a los ciudadanos en general: medid los adjetivos. La hipérbole trae consigo mala literatura y guerras civiles. El clima político en España es irrespirable porque se adjetiva mal.
Un relato de Salvador Perpiñá
Hoteles
La sustancia siniestra de los hoteles es una construcción mítica profundamente arraigada en el imaginario colectivo. Puede que un puñado de películas hayan condicionado nuestra manera de percibirlos, pero es que hay tanto en ellos que nos recuerda la idea del infierno.
Extrañeza y repetición. El que se aloja en un hotel -especialmente si se aloja solo- está de paso en otra ciudad, separado de su mundo, del tejido de costumbres y afectos que mantiene a raya los peligros que acechan dentro de nosotros.
Todas las habitaciones se parecen entre sí, con ligeras e inquietantes variaciones. En los casos más afortunados se intenta conjurar los plácidos goces del hogar, pero nunca con éxito. Los objetos revelan fatalmente su procedencia de compras masivas. Todo tiene esa existencia precaria del atrezzo. A veces descorres una espesa cortina y descubres el espanto de un patio angosto de plomo, también está el agua de sus grifos que sabe a ceguera. Cuando alguien ocupa un decorado es porque está siendo observado.
Largos pasillos idénticos a sí mismos en cada planta. En cada uno hileras de puertas casi siempre cerradas. Detrás de ellas, aislados, hombres, mujeres, familias. Se visten, se miran al espejo, se quitan la ropa, se aman, practican abluciones, se acicalan, defecan. Cada uno de ellos arrastra al pequeño espacio que ocupa sus vicios incurables de carácter, los errores cometidos, lo ya irremediable, sus dramas domésticos y sus íntimas felicidades. A veces les llegan por paredes y cañerías evidencias deformadas de la actividad de los otros. Cada puerta lleva escrito un número.
A ciertas horas un hotel es un vasto lugar en silencio ocupado por durmientes, una colmena de sueños.
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