[Rafael Guillén falleció el jueves 4 de mayo, en Granada, una semana después de cumplir 90 años y de que, por este motivo, en secretOlivo le rindiéramos homenaje con esta celebración colectiva de poetas andaluces en torno a su obra y figura. Se va un grande.]
Celebramos el 90 cumpleaños de Rafael Guillén
Medio centenar de poetas pasan por secretOlivo para contarnos qué han supuesto la figura y la obra de Rafael en su poesía y en su vida.
Nuestra amistad con Rafael se remonta a 2019 cuando, precisamente en entre2vistas, tuvimos la grandísima fortuna de poder entrevistarlo. Como solemos hacer, en aquella ocasión también utilizamos el correo electrónico para intercambiar cuestionario y respuestas, pero cuál no fue nuestra sorpresa cuando, tras responderla por escrito, nos citó en su casa porque quería comentar con nosotros algunas cuestiones relativas a la entrevista.
Fue aquella la primera de muchas visitas que, a lo largo de estos cuatro años, se han ido sucediendo con cierta regularidad y nos han permitido forjar una amistad que, para estos dos poetas y eventuales entrevistadores, ha supuesto un antes y un después en lo que a la poesía se refiere.
La generosidad de Guillén para con nosotros no conoce límites. Desde ese primer encuentro nos ha permitido conocer sus experiencias en el ámbito de la literatura y de la Cultura, y cada vez que lo visitamos tenemos la sensación —la seguridad más bien— de que asistimos a la historia viva de la poesía en español. Además, durante este tiempo ha leído nuestras creaciones y nos ha comentado con cariño y en plano de igualdad qué le han parecido, regalándonos buenos consejos, ratos inolvidables y su amistad y la de Nina, su compañera de vida.
Intentando corresponderle, y porque estamos convencidos de que merece el reconocimiento y el respeto de todos cuantos leen y escriben poemas, promovimos la publicación de Para decir amor, sencillamente, un homenaje que en forma de antología le regalaron un centenar de poetas españoles de toda edad y tendencia, desde sus compañeros de generación hasta los y las más jóvenes.
Aquella fue la primera ocasión en la que pudimos constatar hasta qué punto y cuántos poetas respetan profundamente tanto su persona como su poesía. Qué difícil fue acotar ese centenar de voces que le mostraran su cariño y su respeto. Podrían haber sido fácilmente varios cientos más.
Recientemente vendría el homenaje el cual, gracias a la colaboración de Jesús Ortega y su equipo de Granada Ciudad de Literatura UNESCO, se llevó a cabo el pasado 21 de marzo, día Mundial de la Poesía, a Versos al Aire Libre, el grupo creado por Guillén junto poetas de la talla de Elena Martín Vivaldi, Julio Alfredo Egea, José G. Ladrón de Guevara o José Carlos Gallardo, entre otros, en el 70 aniversario de su creación.
Justamente hoy, cuando Rafael cumple 90 años, medio centenar de poetas de todos los puntos de la geografía española, de todas las corrientes y sensibilidades, desde sus coetáneos hasta los nacidos con el nuevo siglo, se suman a nosotros para, junto con su felicitación más sincera, regalarle unas palabras desde el cariño, el respeto y la admiración y compartir con todos vosotros qué ha supuesto para ellos la figura y la obra de, como se cita en Rafael Guillén. Del conocimiento al asombro, su biografía magníficamente narrada por Pepa Merlo, nuestro «clásico vivo», el poeta Rafael Guillén.
Va, pues, junto con las suyas, nuestra más sincera felicitación de cumpleaños. ¡Cent’anni, querido Rafael!
índice
Rosaura Álvarez · Jesús Amaya · María Victoria Atencia · Francisco Acuyo Donaire · Miguel Ángel Barrera Maturana · Sabina Bengoechea · Marga Blanco · Javier Bozalongo · Antonio J. Caballero · Carmen Canet · Virgilio Cara · Jesús Cárdenas · Julen Carreño · Juan José Castro Martín · Alejandro Céspedes · Miguel Ángel Contreras · José Mª Cotarelo Asturias · Nieves Chillón · Alicia Choin · Francisco Domene · Mónica Doña · Miguel d’Ors · Ginés Emile · Antonio Enrique · Pedro Enríquez · Pura Fernández Segura · José Fernández de la Sota · Juan Carlos Friebe · Trinidad Gan · Jairo García Jaramillo · Teresa Gómez · José Miguel Gómez Acosta · José Gutiérrez · Tomás Hernández · Julio César Jiménez · José Luis López Bretones · Sandro Luna · Juan E. Martín · Rubén Martín · Ramón Martínez · Ángeles Mora · José Luis Morante · Eugenio Navarro · Andrés París · Antonio Praena · Manuel Francisco Reina · Xavier Rodríguez Ruera · Gerardo Rodríguez Salas · José Carlos Rosales · Francisco Ruiz Noguera · Álvaro Salvador · Jenaro Talens · Marina Tapia · Manuel Ángel Vázquez Medel · Gerardo Venteo
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Todas las personas que participan en este artículo responden a una única pregunta:
«¿De qué manera han influido la figura y la poesía de Guillén en tu obra?»
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Rosaura Álvarez
Mi querido amigo, mi admirado poeta: ¡Qué hermosos tus 90 años! ¡Cuánta luz han regalado! En el puzle de mi vida has sido pieza fundamental, sin la cual no puedo ver mi perfil poético, entender la cultura y el arte de Granada.
¡Si supieras todo lo bueno que te deseo! Hoy, para ti mi más profundo y cordial abrazo, mi derramada gratitud.
Jesús Amaya
¿Cómo expresar la influencia de la poesía de Rafael Guillén, poeta verdadero, constante, inmenso, plenamente humano, en una obra poética como la mía, tan escasa y desconocida?
“Escribes poemas porque necesitas un lugar en donde sea lo que no es”, escribió Alejandra Pizarnik, y desde este atrio me atrevo a manifestar lo siguiente: para mí, un lector apasionado de poesía, un ser humano tan necesitado de redención, desde mi nada, y descubierta la nada del mundo, y habiéndome atrevido a poner una palabra detrás de otra y escribir algunos versos en los que he tratado de estar presente, puedo expresar que la poesía de Rafael Guillén ha sido el puente mágico que me ha permitido indagar de modo constante en la existencia, en la transcendencia de la vida y en el tiempo.
La poesía de Rafael Guillén, ha humanizado mi vida cotidiana, permitiéndome encontrar una emoción genuina del hecho de vivir, así como el deslumbramiento, ante la realidad humana, del tiempo, la memoria y… ¡los espacios, en los que estuve o pude haber estado, es decir, mi historicidad!
Con la presencia constante del Adagio para cuerdas de Samuel Barber como eje sonoro de mi vida, puedo afirmar que gracias a la voz de Rafael Guillén he aprendido la meditación sobre la realidad y la presencia humana en la existencia; me ha permitido conocerme y tratar de responder a las preguntas: ¿Quién soy? ¿Quién ya no seré para siempre?
María Victoria Atencia
Él es un gran poeta al que admiro y felicito de corazón en su noventa cumpleaños.
Francisco Acuyo Donaire
Muy breve y resumidamente diré que Rafael Guillén ha influido de varias maneras en mi vida personal y literaria, no obstante, debe tenerse en cuenta que, para mí, es imposible desvincular su personalidad y su obra poética en este anunciado influjo. Así pues, ha sido a través de ese trato personal y su manifiesta actitud humana (expuesta siempre en su característica y amable y cordialísima comunicación) lo que ha hecho de mí su amigo incondicional, además de devoto creyente del valor de la amistad como algo primordial en nuestro incierto tránsito por este controvertido mundo.
Por otro lado, en relación con su obra, hubo de interesarme su singular acercamiento a la literatura y al fenómeno poético, que Rafael Guillén vinculó de manera muy personal mediante temáticas, materias y contenidos de interés común, a saber: la poesía como forma no solo de expresión estética artístico literaria, también como vía muy particular de conocimiento, y la ciencia como plataforma de sugerencias inspiradoras para articular un discurso literario y poético diferente.
Miguel Ángel Barrera Maturana
La figura y la poesía de Rafael Guillén han influido no sólo en mi obra, sino en mí. Lo primero que me llegó de Rafael fue un cuadernillo que andaba por el local de la Asociación de Vecinos del Albaicín, de la que fui vocal a principios de los 80. Pasado el tiempo, puse más en valor aquellas «Azoteas en cal», uno de «Los Papeles del Carro de San Pedro», y una delicia. Sin embargo, en aquella época mis gustos se acercaban a la llamada ‘Poesía de la experiencia’. Después, ya en Málaga, en una comida con el maestro Manuel Alcántara, a quien debo en parte mis primeras publicaciones, surgió con fuerza el nombre de Rafael Guillén, de cuya lectura me sentía aún deudor. Sentí vergüenza por no haberle prestado la atención debida a Guillén. Pero ocurrió que, también por entonces, le concedieron el Nacional de Literatura, así que no lo aplacé más, leí Los estados transparentes y todo lo que pude de él. A partir de ahí, a través de la lectura de obras como la de Rafael Guillén, abandoné ciertos prejuicios y hoy puedo decir, con orgullo, que solo me interesa un tipo de poesía: la que me conmueve. Gracias, Rafael.
Sabina Bengoechea
Acercarme a la poesía de Rafael Guillén es recordar mis comienzos en la literatura. Mi adolescencia estuvo llena de libros y Guillén se encontraba entre los poetas que más leía y releía. Me asombraba la forma en la que siempre lograba encontrar la palabra exacta, crear un ritmo envolvente en sus poemas, cómo moldeaba el erotismo en sus versos o la manera en la que se detenía ante los momentos, en un diálogo con el pasado y el presente. Un libro que me acompañó especialmente fue Pronuncio amor; incluso llegué a tener algunos poemas de ese libro colgados en la pared de mi habitación.
La obra de Rafael Guillén estuvo presente en mis primeras hazañas como escritora y supuso también el descubrimiento de otros poetas de su generación. A día de hoy, cuando escribo frente a la pantalla del ordenador y estoy inmersa en el conteo de sílabas, en la búsqueda de los interrogantes, recuerdo con frecuencia dos versos del poeta: “Sólo acierta en amor quien se equivoca / y entrega mucho más de lo que entrega”.
Marga Blanco
Esta pregunta para mí es muy difícil de contestar. Descubrí a Rafael Guillén recién acabada la carrera, cuando me preparaba las oposiciones. Estudiaba a fondo los temas de literatura que eran lo que más me gustaban y decidí leerme o releerme las obras de aquellos autores que aparecían en el temario. Con los poetas recurría a poemas sueltos de diferentes libros, versos que se quedaron de una forma u otra en mi memoria. Así me acerqué a la obra de Rafael Guillén, uno de los autores más importantes de los 50; y así supe que los tesoros a veces pueden aparecer ocultos en un arduo temario de oposiciones.
Hace poco, en el recital que se hizo en la Feria del Libro de homenaje al poeta, elegí un texto maravilloso, “Ella vendrá, saladamente húmeda”. El pulso del poema es vitalista a pesar de cierto tono elegíaco, casi imperceptible como el ruido de unos pasos por el techo. Comenté que estaba dentro de la mejor tradición amorosa de la poesía española del S.XX, y una de sus hijas, presente en el recital, me dijo que le había sorprendido mi interpretación del poema porque estaba dedicado a la muerte. Quizá era la otra cara de la misma moneda, la pulsión de Eros y Thanatos ejerciendo su fuerza. Pensé que sólo quien ha amado de verdad sabe vislumbrar la muerte. Y esa creo que es una de las grandes señas de identidad de su obra.
No sé en qué ha podido influir Rafael Guillén en mi poesía. Solo puedo citar los poetas que me emocionan y de los que puedo releer sus poemas sin cansarme porque siempre me dicen algo de manera distinta. Pero sé como un anhelo, que ojalá me haya influido la poesía de Rafael Guillén. Yo también creo en la otra mitad de lo visible.
Javier Bozalongo
¿Qué es más importante: querer a quien admiras o admirar a quien quieres?
En el caso de Rafael Guillén, muchos poetas y lectores de Granada, y yo mismo, hemos tenido la suerte de admirarlo cuando hemos leído su obra, y quererlo en cuanto lo hemos conocido.
Como editor, tuve la suerte de colaborar con él en la publicación de una extensa antología que él mismo seleccionó, dándonos lo mejor de su producción poética hasta el momento y haciéndonos disfrutar de largas conversaciones en su casa de Poeta Manuel de Góngora, rodeados de su inmensa biblioteca que alguien catalogaba con mimo para que en el futuro pueda ser disfrutada por todos.
Su acercamiento a la ciencia a través de la poesía y la huella de sus viajes alrededor del mundo son quizá las dos características de su obra que más me han interesado como lector y como poeta. Y su amistad, por supuesto, pues después de tratarlo sí puedo afirmar que quiero a quien ya admiraba.
Antonio J. Caballero
Para Rafael Guillén, la poesía del tiempo oportuno.
Aquel invierno llegaron a mi vida varios nombres de poetas que no había leído. Entre ellos estaban Luis Rosales, José Manuel Caballero Bonald y Rafael Guillén. De cada uno compré un libro para acercarme a su poesía. Llovía por la tarde en mis veinte años y volví al piso de estudiantes con tres libros abrigados dentro de mi gabardina. Guillén, su nombre, lo escuchaba en la Facultad de Letras, también en recitales de poesía y en conferencias. Lo primero que aprendí es que el año de su nacimiento era el mismo que el de mi padre.
De Rafael Guillén había adquirido Cancionero-guía para andar por el aire de Granada. En estos años, de un modo más o menos constante, he estado cerca de su obra. De ella destaco su reflexión poética acerca del espacio, su singular modo de acercarse a contar, con una belleza que tantas veces duele, lo que sucede en las fuerzas mínimas e invisibles que están bajo lo que nos contamos que sucede en superficie, y, especialmente, el asombroso proceder con que trata el tiempo en su poesía.
Me conmueve hoy, cuando dejo por escrito mi agradecimiento a su obra, volver a leer, entre otros, el poema “Instantánea” del libro Los dominios del cóndor. En este poema, el tiempo, que una vez quiso ser detenido en las fotografías, —quizá, las fotografías, tanto la técnica que da lugar al objeto, como las que quedan en nuestra memoria—, va yéndose al lugar del olvido y queda “varado en la orilla”. De este inexorable devenir de la dura hoz del tiempo cronológico solo se salva el gesto protagonista que se resiste al devenir y al abandono. Aunque la conmoción sencilla viene dada por la mirada que encuentra la ventana, —¡cómo he deseado decir con el permiso de Luis Rosales, «la ventana encendida»— e «… ilumina / la escena, caminando / despacio, y ver de cerca el fondo/ irrelevante y algo desvaído/ de la fotografía». Ahora bien, la impermanencia de las cosas y de la vida, el atravesar difícil del vacío que deja, posibilita que el otro aparezca en la escena para el acontecimiento inesperado de ver la propia «casa abandonada»: quizá, la instantánea donde reiniciar el tiempo oportuno.
Carmen Canet
Mi acercamiento a la obra del poeta Rafael Guillén fue en 1988 con la antología Los alrededores del tiempo (1956-1988) (Ediciones Antonio Ubago), Granada, 1988, una poesía con la estela de Antonio Machado, Miguel Hernández y Vicente Aleixandre entre otros, la cual me llevó a ver en él a un poeta clásico y cercano que trata de comprender el mundo, que se detiene en las pequeñas cosas, y da mucha importancia a los instantes. A partir de aquí fue un descubrimiento importante para mí. Fui siguiendo su poesía que, también, introduje desde el principio en mis clases. Así que su escritura tanto en lo personal como en lo profesional ha sido importante. Las ocasiones que lo he llamado para celebrar encuentros literarios con mi alumnado siempre ha acudido gustoso. En ellos percibía un mutuo asombro: el del poeta, el de los jóvenes y el mío mismo, creándose un ambiente repleto de afectos.
Entre muchos recuerdos con el poeta quiero destacar la presentación que le hice a su antología, Esta pequeña eternidad. Selección de poemas (1957-2014), publicada por Valparaíso Ediciones, que él mismo seleccionó. Fue en la Feria del Libro de Peligros en 2014, que le dedicaba ese año un homenaje. También en ese mismo acto, tras la presentación, hubo un recital poético que preparé, en donde mis alumnos recitaron e hicieron un recorrido por los versos que espigué de su obra. El poeta estaba feliz escuchándolos y todos los asistentes emocionados. Más tarde quedamos un día y me regaló su libro Versos para los momentos perdidos, publicado por la Fundación Lara en la Colección Vandalia (2011). No es un libro de poemas al uso, sino una selección de versos memorables y memorizables del poeta que como me dijo, me habría facilitado el recital que le hicimos. Esta lectura-homenaje fue inolvidable para nosotros y para nuestro querido e inmenso poeta: Rafael Guillén.
Virgilio Cara
No recuerdo con exactitud cuándo comencé a leer la poesía de Rafael Guillén pero debió de ser alrededor de 1984 cuando compré, tampoco recuerdo dónde, un ejemplar de Vasto poema de la resistencia, editado en la Diputación Provincial de Granada que, a mis veinte años, me resultó, cuanto menos, revelador. A este lo siguió después la lectura en la Biblioteca Pública del Salón de una edición de Pronuncio Amor cuyos sonetos probablemente me empujaron a escribir los que más adelante aparecerían en mi primer libro. Pero sospecho que fue la publicación de Los estados transparentes, libro con el que siempre me he identificado en tono y forma y la concesión a Guillén del Premio Nacional de Poesía la que me llevó entonces a una búsqueda insistente en librerías de viejo (cuando se recibían sus hermosos catálogos por correo postal) del resto de su obra ya publicada; y así, fui engrosando las estanterías de mi biblioteca con la preciosa primera edición de Antes de la esperanza y pude recuperar el Cancionero – guía para andar por el aire de Granada, Hombre en paz de la Editora Nacional, Tercer gesto de la Colección “Leopoldo Panero” de Ediciones Cultura Hispánica, Moheda, editado en la Revista Litoral, Límites de El Bardo Poesía, Mis amados odres viejos en Adonáis e, incluso, la Poesía Completa en dos volúmenes que apareció en Ediciones Antonio Ubago en 1988. Después, seguí atento a la aparición de sus nuevos títulos, Las edades del frío, Los dominios del cóndor y la antología El otro lado de la niebla que se incorporaron al resto ocupando escrupulosamente su lugar en orden cronológico.
Y fue unos años más tarde, en 2013, cuando a Manuel García y a mí, que habíamos comenzado un año antes a coordinar la colección de poesía, O Gato que ri, en Entorno Gráfico, se nos ocurrió pedir a Rafael Guillén una antología de sus poemas, realizada y justificada por él mismo como segunda entrega de la colección. Unos meses después, el resultado de su generoso consentimiento fue El Centro del Silencio, donde se articulaban 51 poemas seleccionados de su obra anterior y diez inéditos de su siguiente libro, Balada en tres tiempos, además de una Introducción en la que el poeta reflexionaba sobre su propio impulso creador, tantas veces oculto detrás de la incertidumbre.
De Balada en tres tiempos, publicado finalmente en Visor y de su Últimos poemas (Lo que nunca sabré decirte) también hay ejemplares en casa.
Si se dice que a cada lector se le puede definir por los libros que hay en su biblioteca y aun sabiendo que todavía me faltan algunos títulos de su extensa bibliografía, creo que la presencia de la poesía de Rafael Guillén en la mía puede justificar cuanto de lo que he leído de él he podido asumir, como poeta, en lo que he escrito.
Jesús Cárdenas
Prolongación de la línea becqueriana
La obra que más uso de Rafael Guillén, por la que siento una mayor predilección como lector-creador es Signos en el polvo: Antología poética 1956-2004 (Alhulia, 2005); el mejor lugar para comprobar su construcción del paso del tiempo, la conformación de la materia y la expresión contenida del amor en la línea de Bécquer.
Reconozco haber leído muy de cerca algunos de los libros del poeta granadino, y dos muy especialmente, Los estados transparentes (1993) y Las edades del frío (2002). Me atrajo la estructura circular ideada de uno de los poemas más celebrados del libro para referirse a un tiempo evocado: “Vieja / fotografía en sepia, apuntalando / lo que queda de luz, lo no queda, / cuanto el tiempo, muchacha endomingada, / vuelve la esquina, apenas / penumbra ya, y nos mira desvalido. / Y nos sigue mirando, mientras todo / se desvanece”.
Pienso que mi escritura poética encontró otro recoveco en la expresión del tiempo al hilo de mi lecturas entre 2005 y 2006, fecha por cierto, de mi primer conjunto de versos entregado a un concurso local, Algunos arraigos me vienen. Sería a raíz de mis recuerdos en la estancia en la ciudad de Granada, con motivo de mi primer destino docente, y aliados a algunos de los versos de los poemas, que conservo subrayados, es cuando terminaría por cerrar el que sería mi primer libro en solitario con el título singular de La luz de entre los cipreses (Ediciones en Huida, 2012). Pienso, al ver el comienzo de mi poema “La tarde” (uno de los poemas, por cierto, que más leí en mis presentaciones) hasta qué punto no estaría condicionada la elección por el uso de los alejandrinos cuando tenía subrayados los versos de “Humo bajo las aguas” (correspondiente a Límites). Dice así: “Algo extraño me dice que la tarde no avanza, / una lenta granada, sin prisa arde el crepúsculo”.
El tono elegiaco, la contención expresiva, la forma de buscar el verso con la intuición que tiene el maestro Guillén junto a la calidad de desenvolver antítesis y paradojas estuvieron presentes en mis inicios, aún hoy no la sigo abandonando en mis versos. Hallazgos, fogonazos que despertaron mi creatividad latente. Entonces no consideré que podría tratarse de una línea de expresión de la intimidad que venía de Bécquer, continuaría en Juan Ramón, Antonio Machado, Cernuda… Hasta que Rafael Guillén prolongase la línea de la emoción del verso rescatando la vertiente posromántica según un modo renovado y sugerente, desde supuestos versales y retóricos exigentes. Estos eran algunos de los versos subrayados: “un cerco que no es nada, ni tan sólo silencio / porque por el silencio pasa en tropel la vida; / que no es nada y nos acerca, aunque no estemos solos”.
Pienso que hay libros que los escogen a uno, y los poemas de esta antología de Rafael Guillén considero que me vienen deslumbrando desde que la adquiriese hace más de quince años.
Julen Carreño
Junto con Ángel González, Antonio Gamoneda y Jaime Gil de Biedma, es un poeta de la generación del 50 cuya temática me influyó desde la primera juventud, la de esos primeros ensayos puramente miméticos. El tiempo, el amor y ese especial tratamiento que el maestro les dedica desde una métrica en la que aprendí los ritmos del endecasílabo y el encabalgamiento son mis impagables deudas con Guillén. Recuerdo haber hallado en sus poemas, cuando los descubrí siendo un adolescente, la música de Miguel Hernández y un compromiso social inspirador.
Juan José Castro Martín
Para mí Guillén representa la constancia, la conquista ininterrumpida de territorios al silencio con la aprehensión y la exploración personal de continuas y renovadas formas de expresión, libro a libro. La forma en que Guillén hace poético la expresión más usual sin que parezca algo forzado o artificial es un logro al alcance de muy pocos en la poesía española. Su consejo —que yo he procurado seguir—, tratar de ponerse cotas que ir alcanzando, ha sido una máxima que he incorporado a mi propia creación y en la elaboración cuidadosa de mi obra. Guillén es un ejemplo de sabiduría que mana de la humildad y de la sencillez.
Alejandro Céspedes
Rafael Guillén fue un poeta que leí cuando empecé, muy joven, a principios de los años 70, cuando devoraba todo lo que caía en mis manos y lo que buscaba con ahínco. Tuve la mala suerte —para mí— de encontrar sus primeras publicaciones, muy escoradas hacia las formas clásicas, sobre todo sonetos, muy formales, y yo no estaba entonces para eso. Los sonetos los veía en aquel tiempo como algo más propio de los siglos XVI y XVII, y para eso ya estaba el Siglo de Oro, pensaba. Yo leía a Vallejo, a Cernuda, a Baudelaire, a todo el 27, a Eliot, a Pound, aunque a estos dos últimos ni siquiera los entendiera en aquel tiempo. Y aunque empecé también con toda la Generación del 50, dejé un poco de lado la primera poesía de Guillén. No me influyó entonces porque me fijé mucho más en otros poetas de su generación. Pero recuerdo perfectamente que anoté uno de sus versos —de aquellos primeros libros— para una cita que fue pasando de libreta en libreta hasta la aparición de los ordenadores. Curiosamente esa cita abre hoy un libro mío que se publicará próximamente: «Solo acierta en amor quien se equivoca». Hace unos treinta años yo estaba en efervescencia, acababa de ganar el Premio Hiperión y a Guillén le concedían el Nacional de Poesía. Volví a él. Leí Los estados transparentes y me reconcilié plenamente con su poesía. A partir de ese momento descubrí —con mucho retraso— al gran poeta que es y que ya era. Era yo el que no estaba maduro.
Miguel Ángel Contreras
Tuve la suerte de descubrir en mi juventud la obra poética de Rafael Guillén gracias a distintas publicaciones y antologías que por aquellos entonces cayeron en mis manos. De esas primeras lecturas me impresionaron muy especialmente los poemas de su libro Límites hasta tal punto que me empujaron a asistir a un recital suyo en el palacio de los Condes de Gabia, donde el poeta no era un gran declamador de sus versos… pero qué versos. A los pocos días me presenté en su domicilio de la Placeta de las Descalzas, me abrió la puerta Nina y pasé a la biblioteca donde estaba Rafael. De esa charla recuerdo con nitidez la naturalidad y sencillez de Guillén hablando de poesía, su estilo directo carente de pose, su cercanía. A partir de ahí empezamos a quedar algunas tardes para subirnos dando un paseo desde la Plaza de Isabel la Católica, Plaza Nueva y Carrera del Darro hasta llegar a su carmen del Carro de San Pedro n.º 1, que era todo un museo por lo que encerraban las vitrinas que lo decoraban. Allí en la terraza del carmen frente a la Alhambra hablábamos de Los estados transparentes —libro imprescindible de la poesía española de la última década del siglo XX—, de la construcción y geometría de un cancionero, del poema, de la voz del poeta, de su compromiso, del desierto y la ciudad, de salir de Granada para luego volver, de los libros de los otros… de la poesía en suma como una forma de respirar. Considero a Rafael Guillén un maestro por todo lo que me ha dado a lo largo de estos años con su poesía, su generosidad y su presencia.
José Mª Cotarelo Asturias
Rafael Guillen, el poeta, el amigo, el maestro, tiene un halo de predicamento entre sus coetáneos y aún entre las nuevas generaciones. Es, cuanto menos, una influencia doble: de poeta y de palabras, pues ambos trascienden el papel impreso para hacerse pan de versos, ya que él es un sembrador: “Sembrar es una historia, si se siega”.
La influencia de su poesía en mi obra, en su amplitud, florece como la hermosa flor de la amistad que engalanan los generosos velos del sentimiento. Si tuviese que definirlo de una pincelada, diría que Rafael es la palabra poética escrita en las páginas del viento, del amor y del tiempo, a pesar de que, como se sabe “Sólo acierta en amor quien se equivoca”.
Nieves Chillón
“He venido hasta aquí, por ver si el polvo / de lo que tanto amé, / por ver si esto que queda, que no es nada, / de lo que tanto amé…” Me emociono al leer en voz alta estas palabras suyas. Porque nunca he olvidado la primera vez que lo escuché recitar en mi instituto de Huéscar cuando yo era una adolescente en los últimos años de los noventa. Había quedado segunda en el concurso literario con un poema de motivos lorquianos inspirado por la música de Jimmi Hendrix. Me acerqué a Rafael Guillén con el libro que me acababan de regalar que era Poeta en Nueva York para que me lo firmara. ¡Pero si es de Lorca! No importaba. Tan nítido permaneció en mi recuerdo ese “Gesto para el quinto aniversario de tu muerte”, regalo póstumo a su madre, como las anécdotas, los consejos, la cadencia de sus versos, y su dedicatoria (torpe de mí) en aquel libro que no era el suyo. Después llegarían a mi librería, y a mis propios poemas-aprendices, los ecos de tanta música, tanta poesía, tanta vida.
Alicia Choin
Para mí, la poesía de Rafael Guillén es la palabra hecha música, momento eterno. Como poeta, acudo a sus versos en busca de esa luz que guíe mis pasos por el sendero correcto, con la certeza de que encontraré el rigor que necesito, el ritmo, las palabras que muestran los sentimientos que no supe nombrar… En lo personal me aferro a sus poemas para buscar serenidad y no olvidar que las pequeñas cosas son las que hacen la vida grande y que hay lugar para el asombro en cada segundo de nuestro tiempo.
Francisco Domene
Talento y trabajo, Rafael. A espuertas. Luz sobre una luz que luce en otra luz. El mundo es mucho mejor contigo. Gracias por darnos tanto. Feliz cumpleaños. A por otros 90. Un abrazo grande.
Mónica Doña
Me impactaron mucho la incorrección lingüística y el fraseo musical perfecto y atrevido de los tiempos de Moheda. Fue una liberación, una catarsis poética. Me di cuenta que detrás de aquellos poemas había un trabajo descomunal. Supuso para mí, una lección magistral de autoexigencia, de ruptura de corsés, de ausencia de prejuicios. Y me lo apliqué.
Ejemplo: “Este soy yo (…) / este que ríe, ja, y ha de morirse.” (Rafael Guillén)
Miguel d’Ors
Como ya he contado en alguna ocasión, en el curso 1964-1965, viviendo mi familia ya en Pamplona, a donde nos habíamos trasladado en el verano de 1961, mis padres me adjudicaron, por primera vez en mi vida, un dormitorio para mí solo. En él había —además de dos camas, una mesilla de noche, un tocador y un armario— una gran estantería en la que se encontraban la “Biblioteca de Autores Españoles” —herencia de mi abuelo Eugenio— y algunas colecciones de revistas como Ateneo, Arbor y Punta Europa, que sus editores enviaban a mi padre. Fue en estas revistas donde, en noches fervorosas, descubrí algunos poetas vivos: Carlos Bousoño, José Hierro, Blas de Otero, Rafael Morales, José Manuel Caballero Bonald, Antonio y Carlos Murciano, Carlos Salomón, María Beneyto, Julio Maruri…, cuyos versos busqué y fui leyendo con avidez en la Biblioteca de Humanidades de la Universidad.
Un año o dos después, estando de vacaciones de verano en la finca familiar de Paraños (Carballedo, Cotobade, Pontevedra), y ya muy inficionado del microbio poético, me puse a curiosear entre los libros que mi padre se había llevado allí, y entre ellos encontré, juntos, tres de un poeta para mí enteramente desconocido entonces, llamado Rafael Guillén, que se habían editado en la colección granadina “Veleta al Sur”. Más que libros, eran folletos: pronuncio amor (escrito así, todo en minúsculas), que era de 1961 y el más corpulento, sin serlo mucho; Elegía, del mismo año, y Canto a la esposa, de 1963. Me llamó la atención el que los tres tuviesen en un rincón de su primera página la firma del poeta; firma muy elegante por cierto, pero que de no figurar en esos folletos jamás hubiera podido descifrar. Al lado estaban otros dos libros de la misma colección- La calle, de 1960, y piel de toro (en minúsculas también), de 1965, ambos de otro poeta para mí desconocido: Julio Alfredo Egea. Éstos no llevaban en su primera página solamente la firma del autor, sino una dedicatoria manuscrita. La de La calle, “A Don Álvaro D’ors/ con mi admiración/ y mi afecto/ Julio A. Egea/ Chirivel, 1961”. La de piel de toro, “A don Álvaro D’Ors Pérez-Peix/ con un saludo/ Julio A. Egea/ Chirivel/ 1966”. Junto a ellos había otro libro de Julio Alfredo Egea, éste editado en la colección “Alcaraván” de Arcos de la Frontera: Museo (1962). En este caso, la dedicatoria iba fechada en “Chirivel, 1963”. Esta vez Julio Alfredo manifestaba su “estimación intelectual” por mi padre.
Me he venido por estos cerros de Úbeda, o de Chirivel, primero porque me parece simpático que mi padre, con el alma de bibliotecario a la que en las universidades de Santiago y de Navarra pudo dar rienda suelta, hubiese decidido agrupar en la estantería de su despacho de vacaciones los libros de esos poetas granadinos —en las inmediaciones de otros de Leopoldo de Luis, José María Castroviejo y Ramón González Alegre—; segundo, porque estoy seguro de que esa contigüidad física de las obras de Julio Alfredo y Rafael, que viene a ser un símbolo de su cercanía en la amistad y en las empresas poéticas, a cada uno de ellos desde el mundo en que ahora vive, sin duda le complacerá; y tercero, por lo que enseguida se verá.
¿Cómo fueron a dar a manos de mi padre -—que, salvo durante su juventud, muy marcada por Keats, Wordsworth, Rupert Brooke y otros poetas ingleses, nunca fue lector de poesía— esos libros de Rafael (y de Julio Alfredo)? Sólo puedo responder con hipótesis: mi padre fue catedrático de Derecho Romano en la Universidad de Granada desde su toma de posesión el 2 de marzo de 1943 hasta que, terminado el curso 1943-1944, mediante permuta con Faustino Gutiérrez Alviz, se trasladó a la de Santiago de Compostela. Durante esa corta etapa granadina residió en el Colegio Mayor de San Bartolomé y Santiago, donde, lo recuerdo bien, decía haber pasado muchísimo calor en verano y muchísimo frío en invierno. Pobre. En aquel tiempo no pudo conocer a Rafael, que, con 10 u 11 años de edad, estaba estudiando en el Seminario de San Cecilio; pero Julio Alfredo Egea, que en 1943 cumplía ya 17, cursó la carrera de Derecho en la Universidad de Granada. ¿Pudo tener allí como profesor a mi padre? La verdad es que no dispongo de datos suficientes para contestar ni afirmativa ni negativamente, pero conjeturo que posiblemente asistió a al menos alguna de sus clases de Derecho Romano, y de esa asistencia —y de las calidades profesionales y personales de mi padre, claro— nacieron la “admiración”, el “afecto” y la “estimación intelectual” que a más de 15 años de distancia seguían vivas en el poeta y que las dedicatorias aludidas manifiestan en 1961, 1963 y 1966.
Sigo conjeturando —y éste es el tercer motivo que antes aduje para traer a colación aquí a Julio Alfredo—: dada la amistad existente entre él y Rafael, y la coincidencia de ambos en la aventura de “Veleta al Sur”, el poeta almeriense pudo animar a su amigo granadino, deseoso de dar a conocer su obra, para que enviara también sus libros a aquel catedrático tan gratamente recordado a distancia. Y supongo que por eso Rafael Guillén, que sólo conocía al profesor d’Ors a través de las referencias de Julio Alfredo, se limitó a poner su firma en los ejemplares de sus dos poemarios de 1961 y el de 1963 antes de enviarlos. A saber si viajaron los tres juntos en un mismo sobre o por separado en momentos distintos, y a saber también si en alguna ocasión compartieron un mismo envoltorio obras de los dos poetas de “Veleta al Sur”. Acaso la memoria de Rafael pudiera aclarar estas cosas.
Vuelvo ya a esos tres libros suyos (que, por cierto, me apropié sin más trámites y hoy guardo en mi biblioteca). Algunos versos de pronuncio amor, los alejandrinos conmovidos y conmovedores de Elegía, que nada tienen que envidiar a los endecasílabos de la tan famosa de Miguel Hernández, y muchos pasajes de Canto a la esposa me impresionaron profundamente y, grabados en mi memoria, han venido siempre conmigo, más perennes que el bronce: “Vengo de no saber de dónde vengo”, “Sólo acierta en amor quien se equivoca”, “Ya no me queda más con que quererte”, “Ya siempre será tarde para todas las cosas”, “y una palabra, madre, ya no tiene sentido”, etc. Pero es que hay más: aquellos versos de Canto a la esposa: “Esposa del amor y la cocina,/ de la sonrisa fácil y el pelo alborotado,/ de las mangas subidas y la sonrisa casta”, etc. creo que podrían estar de alguna forma en el origen de mi “Madrigal de diario” (1981), cuyo “prosaísmo insufrible” horrorizó a algún crítico; los que, un poco después, dicen “Esposa mía, tierra mía,/ vasta llanura para mis caballos” pudieron haberme movido a escribir en mi primerizo “Sin los ojos de entonces” (1966) aquello de “algunas veces sueltas por mi cuerpo/ los caballos salvajes del deseo/ y galopan, galopan y galopan/ sobre mi soledad”. Y, ya sin “podrían” ni “pudieron”, afirmo que de unos versos del primer poema de Elegía que dicen: “y el humo que me queda subirá a hacer señales/ para que no me puedan confundir con la nada” viene directamente lo que dije en uno mío de 1972 titulado “Y como sentenciados…”:
al viento confiamos
clandestinos mensajes, testimonios
de que pasamos, de que comprendimos
y tuvimos un breve señorío
para que nadie pueda
confundirnos mañana con la nada.
Nunca he sido muy entusiasta de la originalidad. Y la idea me parecía tan buena que en una “Posible arte poética” de 1979 me repetí en lo que ya era una repetición: “Acaso sólo escribo para que algún desconocido, en algún sitio, se haga cargo de alguna de estas cosas/ y tanta hermosura no se confunda con la nada cuando yo ya no esté aquí para decirla”.
Algunos años después de aquellas primeras lecturas, en la estupenda Antología poética que le editó en 1973 la Universidad de Sevilla me reencontré con muchas de aquella páginas, y en las para mí nuevas me deslumbré con el “Poema para la voz de Marilyn Monroe”, con “Ave o gesto sobrevolando New York” —que, amalgamado con “Para que yo me llame Ángel González”, está en la raíz de mi “Todo ocurrió para que tú nacieras” (1978)—, con “Donde sonó una risa”, que es el poema que mencionaría si se me pidiera indicar cuál el que prefiero entre todos los de Rafael, y con “Gesto final”. Al pie de un poema mío de 1974 publicado en Ciego en Granada que titulé “Por una muerte”, puse una nota que decía: “En este poema se nota la influencia de uno de Rafael Guillén, influido a su vez por otro de Jorge Luis Borges”. Me refería a “Gesto final” y “A un soldado de Lee”, respectivamente. Por la presencia en él de este homenaje me atreví a enviarle el libro a Rafael, que en octubre de 1976 me correspondió con un ejemplar de aquella misma antología sevillana en el que puso una dedicatoria tan generosa para con mis versos que me da cosa reproducirla aquí.
En el verano de 1979 llegué a Granada como profesor adjunto de Literatura Española en la Facultad de Filosofía y Letras. Enseguida tuve la oportunidad —propiciada, creo recordar, por mi querido y añorado Vicente Sabido— de conocer personalmente a Rafael, al que a aquellas alturas había nombrado ya varias veces como uno de mis poetas actuales más admirados. Contra lo que sucede, lastimosamente, en no pocos casos, en él la persona no era inferior a la obra. Nunca podré olvidar la cordialidad con que me recibió, en medio de las estrecheces de la vida literaria granadina de los años 80 y 90 del siglo pasado. Su grandeza de corazón, su generosidad y su independencia de criterio valían y siguen valiendo tanto como su extraordinaria poesía.
Ginés Emile
Lo conocí una tarde de 1978, o 1979. Me lo presentó Francisco León. Yo ya había leído algunos versos suyos. Y volví a leer, o releer aquellos versos. Parte de su poesía habita en mis recuerdos de Granada, como sucede con la poesía de Javier Egea. Releer su poesía es como respirar por las calles del Albaicín, perdiéndome en ellas, despertando a las emociones de mi primera juventud.
Antonio Enrique
Rafael, nonagenario.
La última vez que vi a Rafael fue en el Paseo de la Bomba, en Las Titas, tan diferente ahora de aquella Granada de fin de siglo. Avanzaba despacio y reconcentrado, ayudándose del andador. Siempre ha sido amable y atentísimo, pero, con los años, este agrado es aún más patente. Pensé que era el lugar idóneo para un poeta como él, que siempre ha sido reflexivo y singularmente lírico: esa nieve a lo lejos y el río, con su música pequeña y cantarina. Entonces, su perfil risueño parece acuñarse en ese friso reverberante y sonoro del paisaje granadino. Se acercó a la mesa compartida y habló como siempre habla, dejando hablar primero. Su salud, sus libros recientes, los amigos. Aquella Granada nuestra y de todos, la Granada de Paco Izquierdo, Pepe Ladrón de Guevara, Elena Martín Vivaldi, Carlos Muñiz Romero, Miguel Ruiz del Castillo, Trina Mercader, José Fernández Castro, Juan Gutiérrez Padial, Mariluz Escribano, Enrique Molina Campos, Carlos Villareal, y tantísimos otros que tuvieron que ver con él en el plano literario, pero sobre todo vital. Cientos de anécdotas que desprenden nostalgia, el humo de los días que a los entonces jóvenes nos sirvió de aliento y de enseñanza. Así que, si ahora miro mi pasado, no puedo desvincularlo de su genio y figura, desde que volvió de Argentina hasta la fecha y en sus sucesivas casas —Nina siempre presente— de Avenida Cervantes, Carro de San Pedro y Poeta Manuel de Góngora. Aquella Granada de Patria e Ideal, lecturas constantes en colegios mayores, tabernas, excursiones por la provincia. Rafael siempre nos acogió.
Su obra es gigantesca. Punto de arranque fue el asombro, del que cabe inferir el deseo de conocimiento, y de ahí al culto por la palabra en tanto éstas deslindan los límites de todo lo existente. La poesía, así, se convierte en un “estado” (un “estar” sustentado por una manera inevitable de “ser”). Y el alma de todo ello es el tiempo. El tiempo, que todo lo derrumba, es el ámbito donde Rafael ha desarrollado la entraña de su inmensa conjetura: la esperanza, la salvación por la belleza y la bondad.
Rafael, allá donde vayas, de alguna manera estaremos también tus lectores y discípulos. Estaremos en tus versos, pero, sobre todo, en la memoria de haberte conocido y admirado.
Pedro Enríquez
Calle Carro de San Pedro número 1, Albaicín. En mis manos el libro de poemas Vigilante de Niebla. Año 1987. Estoy junto a la casa del poeta Rafael Guillén. Cuando la puerta de madera gira, la luz de una sonrisa ocupa todo el universo, dentro y lejano. Nina, la compañera de Rafael, vibra en la luminosidad de un país de generosa entrega a los demás, sobre todo, como una bendición, a su Rafael, el ayer y hoy eterno.
Subimos a la última planta; Rafael, sentado en su mesa de despacho, ordena fichas de libros, ajeno, en ese momento, al lenguaje informático.
Me deslumbra la energía de claridad humana y poética. Me reciben, sin conocernos antes, como el mejor de los amigos. Bebemos cerveza y Nina coloca en la mesa de la terraza unos frutos secos, propicios para el momento. La Alhambra, tan cercana, el día claro como un río de sol humedeciendo la Torre de Comares.
Hablamos los tres, mejor expresado y con más exactitud, escucho el conocimiento y humor elegante de Rafael, la vitalidad expresiva de Nina.
De aquella tarde quedaron reflexiones que han influido en mi vida: Rafael comenta que los poetas son como los pollos; hay pollos de granja, presos en su destino sin espacio, y pollos de corral que se mueven libremente en el campo y se alimentan de todo lo digerible, y termina diciendo: «Yo soy como un pollo de corral». Hasta hoy, esta reflexión ha quedado en el registro de mi memoria a la hora de distinguir a unos poetas de otros.
El sol del atardecer daba pinceladas en las Torres de la Alhambra. Descendí a la ciudad. Rafael había dedicado su tiempo y su palabra a un joven poeta, ahora testigo privilegiado de una actitud de conocimiento y sabiduría.
Rafael y Nina se encuentran hoy entre mis amigos más cercanos y cada momento de encuentro es un aprendizaje de vida y poesía. Seguimos compartiendo dudas informáticas, viajes, humor, libros y amigos, pero esto queda para otra historia.
Pura Fernández Segura
«Mi aspiración como hombre es continuar respirando el mayor tiempo posible». Rafael Guillén
“Más que lo que escribimos, somos lo que leemos” venía a decir J.L, Borges. Si convenimos en que tal afirmación es cierta, y yo así lo creo, la poesía de Rafael Guillén ha debido influirme de alguna manera. Pues la he leído con atención y por supuesto disfrutado.
Si hubiera de señalar sucintamente los aspectos de su poética que han ido apuntalando mi universo creativo, destacaría: la clarividencia, emoción y armonía que impregna su escritura. El exquisito uso de la palabra que desprende fulgor y una verdad que nos perturba, la musicalidad de los versos. La esencialidad con que trata los temas que han ido jalonando su obra, tales como la realidad más cotidiana, el amor, el tiempo, la injusticia, el dolor o la duda entre otros. Y ello sin grandes estridencias, hasta llegar a ese verso de alto voltaje, que de pronto te noquea o zahiere como un latigazo, para después reanudar a la ternura, la reflexión o la crítica… La sutil ironía con que mira la existencia o la naturalidad trascendente de quien asume la belleza a la vez que fragilidad de su condición de hombre. Son estos atributos, junto a la singularidad de la poesía de Guillén, los que he intentado asimilar en mi poesía, aunque no sé si con mucha o poca fortuna. Y es que en relación a las influencias, no puedo estar más de acuerdo con lo que escribió el filósofo y ensayista N. Hartmann: “copiará fatalmente quien no sepa heredar”, yo espero haber sabido heredar de D. Rafael.
El primer contacto que tuve con la poesía de R. Guillén fue en el curso 76-77, año en que estudiaba COU. En clase de literatura se nos habló muy someramente de la generación del 50 y entre sus componentes, el profesor refirió el nombre de Rafael Guillén. En aquella época pretérita ya bullía en mí la pasión lectora y el desasosiego por la escritura. En la biblioteca familiar fui a dar con una Antología Poética de R.G. publicada en 1973 por el Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla y prologada por Carlos Muñiz Romero. Leer a Guillén en esta temprana etapa de mi vida me dio la certeza de estar ante un poeta auténtico, un poeta que me interesaba, alguien del que se podía aprender mucho y al que secretamente me gustaría parecerme.
Después he seguido y leído su obra y asistido a recitales y conferencias en los que Rafael participaba. De aquellos actos, siempre desde la distancia y la admiración, salía con más ganas de seguir escribiendo y continuar leyendo su obra, que como vengo refiriendo han sido abundante caudal para la inspiración y el aprendizaje.
Pero como en esta ocasión se trata principalmente de felicitarnos y felicitar al maestro por sus 90 años de vida. Me gustaría resaltar algunas cualidades que según mi parecer lo definen y enaltecen no sólo como poeta sino como ser humano: su bonhomía, sencillez y generosidad.
Es sabido que la excelencia de la obra de un autor no tiene por qué coincidir con la bondad de su corazón. En don Rafael sí se da esa extraña confluencia. Y lo afirmo refiriendo una pequeña anécdota, de las muchas y jugosas que el poeta habrá tenido lo largo de su vida. Y es que cuando publiqué mi primer libro le hice llegar el poemario, la verdad con poca fe de que lo leyera, no por nada en particular, sino porque yo era una completa desconocida y él ya un poeta muy reconocido y galardonado, con múltiples compromisos y actividades… Para mi sorpresa, no tardé en recibir una carta de su puño y letra, una carta entrañable, en la que me daba sus impresiones, algunas sugerencias, el aliento y la confianza para seguir escribiendo.
Es todo. Muchas gracias, D. Rafael. ¡Feliz Cumpleaños!
José Fernández de la Sota
Siempre ha habido intereses (creados) en el acercamiento a la poesía y a los poetas. Quizás hoy más que nunca. Pero en el caso de Rafael Guillén nuestro interés ha sido desde siempre desinteresado, es decir, puro interés cordial. Porque la poesía de este espléndido y puro poeta nos ha ido, a través de los años, llegando al corazón de la mejor manera. Sus poemas nos han sabido emocionar sin trampa, sin falacias patéticas ni visiones más o menos lisérgicas. En ellos, desde el principio, estaba la intransferible voluntad de ser. La voz propia que el poeta no busca en el ajeno reconocimiento, sino que da con ella de modo natural. Esa voz verdadera y no impostada de Rafael Guillén: “Vengo de no saber de dónde vengo / para decir amor, sencillamente.” La precisa emoción que solo un gran poeta puede darnos. La sencillez que vale lo que puede valer la exactitud, aunque a veces el poeta tenga visos barrocos. Pero el barroco de Guillén es un barroco limpio y un barroco preciso. Su aspiración hacia lo claro es nítida. También por eso el poeta consigue revelarnos aquello mismo que nos hace humanos. La sustancia que nos forja como hombres y mujeres en el tiempo que nos toca vivir. En su poesía uno encuentra la versión poética de la existencia humana y el sentido moral de la misma. Porque la poesía así entendida se realiza como un acto moral y no solo como un gesto estético. Buero Vallejo lo supo apreciar cuando habló de un “estremecimiento sin retórica” en la poesía de Rafael Guillén. La emoción que producen sus poemas es, además de una emoción estética, una emoción moral: “Mil años esperé frente a mi puerta / y yo, que estaba dentro, no me abría.” Nuestro poeta es el hombre que espera una llamada (ser poeta es saber esperar). Rafael Guillén, desde hace tanto tiempo, viene entregándonos generosamente versos emocionantes y certeros como éstos: “Sólo acierta en amor quien se equivoca / y entrega mucho más de lo que entrega.”
Juan Carlos Friebe
Su obra atraviesa la mía de parte a parte. En la voz poética de Rafael Guillén cada palabra significa, tiembla y nos hace temblar casi como si nunca hubiera sido pronunciada todavía o como si, reconocida, nos descubriera resonancias nuevas. Pienso en su altura de vuelo y en su profundidad. Siento en la contundencia de sus versos y en su delicadeza una forma sutil de pietas, como lealtad al ser humano y como virtud esencial del poeta.
Trinidad Gan
Rafael Guillén es uno de mis poetas imprescindibles y, entre los de Granada, uno de los que más amo y me acompaña. Nunca olvido su cercanía y generosidad cuando compartimos en 2018 espacio en la caseta de firmas de la Feria del Libro de Granada y tampoco sus comentarios llenos de aprecio hacia alguno de mis poemas en las ocasiones en que hemos coincidido en lecturas poéticas.
En su lectura encuentro siempre la inspiración más fértil. No sólo admiro su maestría en la técnica, pues es la suya una escritura que se despliega aunando los mejores ecos de nuestra tradición con el destello de las vanguardias y que me ofrece una gran riqueza musical tanto en el uso de la estrofa de verso corto como en aquellos poemas más extensos donde mantiene siempre la precisa respiración y ritmo líricos.
Me fascina también la caleidoscópica apertura de su mirada, su manera de contemplar el mundo desde lo poético, lo más humano y con una enorme lucidez: con su palabra siento que me ilumina, sabiamente, desde los temas clásicos de la poesía (amor, soledad, tiempo, muerte, memoria…) hasta aquellos nuevos caminos que hoy conforman nuestro presente, temas de absoluta actualidad como son la naturaleza, los viajes, la música, la tecnología o la ciencia.
Por eso siempre su palabra me inspira y lo hace con esa hondura, con esa calidez, con esa sinceridad perpleja y herida en la que oímos resonar también gran parte de nuestro pasado, el escenario hermoso de las calles de la ciudad de Granada o la extraña belleza de los paisajes y países recorridos, el aliento de incertidumbres y pequeñas certezas del gran ser humano que es Rafael. Todo se vuelve voz viva que vibra en el aire del poema, que vibra y nos alcanza, como si él nos lanzara a cada uno de nosotros una flecha que acaba haciendo diana en nuestro corazón, en el centro mismo de nuestro futuro.
Jairo García Jaramillo
La lectura de Rafael Guillén es jugosa e iluminadora. Entre sus libros, el que yo prefiero es Los estados transparentes, en su segunda edición ampliada de 72 poemas. No pude leerlo cuando fue publicado porque yo tenía 12 años, pero desde los veintidós o veintitrés en que lo descubrí, he estado a solas con sus poemas muchas horas, disfrutando, interrogándome y aprendiendo de su técnica poética muy profundamente. No hay premio suficiente para este libro. Destacaría en él el lenguaje preciso, depurado, al mismo tiempo sencillo (esa difícil sencillez) que rico en matices, contenido, nada ampuloso, que trata de buscar, y sin duda encuentra, la palabra exacta, esencial, vadeando las modas pasajeras en favor del estilo que permanece. Por supuesto no tengo elogios suficientes para su dominio del verso y el acierto de sus imágenes, que resultan originales y deslumbrantes, ni para la elección de temas, esa manera suya de aprehender la materia y volcar sobre el papel el paso del tiempo y el peso del recuerdo, con una profunda hondura que es humanísima y enormemente sabia. A quien no lo haya leído aún, le recomiendo que abandone todas las novedades y lo busque, por ejemplo, en el volumen El otro lado de la niebla de 2013. Recomiendo textos como «Gris de lluvia», «El espejo deformado» u «Otoño en llamas», que pueden darle una idea global del libro y no van a defraudarle. Y a partir de ahí, que su instinto le guíe hacia otros poemas del autor. Y si quiere escribir, que se mire en Guillén como en un espejo y trate de comprender qué es la poesía en sus versos.
Gracias por regalarnos tus libros, Rafael. Y feliz cumpleaños.
Teresa Gómez
Recuerdo que a principios de los 80, cuando el destino propició mi feliz encuentro con Ángeles Mora, ésta hacía tiempo que había descubierto a Rafael Guillén, pero aún recitaba, con emoción, los sonetos de Pronunció amor de memoria. Así fue mi extraordinaria puerta de entrada a la obra de Rafael y, desde entonces, no he dejado de seguirlo y admirarlo. Por tanto, aunque no sabría señalar de qué modo y en qué aspectos ha influido en mi poesía, lo que sí es seguro es que, bajo mis versos, sutil, delicadamente, perviven agazapados algunos de sus ecos, ritmos, imágenes y música que una observación cuidadosa podría desvelar.
José Miguel Gómez Acosta
Hay un poema, «Alicatado para una tarde de verano», que resume la esencia de una mirada que me interesa y emociona. Por una parte, la exposición pausada, descriptiva, sincera y sencilla de una realidad material, física, arquitectónica casi. Por otra, la trascendencia de ese espacio, de sus detalles cercanos, o, si se quiere, la aparición del sentido de un lugar.
El espacio y su carácter como registro de las vivencias humanas. El espacio como registro del tiempo.
Cada vez que recorro el jardín de verano de Guillén, recorro todos los jardines y veranos que resuenan infinitos, como un juego de espejos que acaba por abolir los límites del tiempo, las fisuras del espacio.
José Gutiérrez
A mediados de los años 70, cuando empecé a escribir mis primeros poemas, los referentes más cercanos de la mejor poesía granadina eran Elena Martín Vivaldi y Rafael Guillén. Desde muy pronto, el magisterio poético y la generosidad personal de los dos constituyeron un estímulo creador para los poetas granadinos de mi generación. De Rafael Guillén el primer libro que leí, muy joven, fue Los vientos (1970), cuyos inolvidables poemas de amor deslumbraron mi asombro adolescente. Pero quizás el libro de Rafael que me ganó definitivamente como lector rendido de su obra fue la Antología poética que le publicó la Universidad de Sevilla en 1973. Esa antología me descubrió la riqueza léxica, la perfección formal y la variedad de registros de su poesía. Desde entonces han transcurrido 50 años, que han venido a confirmar y consolidar una de las aventuras poéticas más extraordinarias, conmovedoras y decisivas de la poesía española contemporánea.
Tomás Hernández
En cuanto a la figura (persona), he de decir que fue el primer poeta, en carne y hueso, que conocí en mi vida.
Su obra, parte de ella, la leí después, y me pareció un poeta original, fuera de modas y modismos, a la manera de Juan Gil Albert, Paco Brines y de mi maestro César Simón.
Julio César Jiménez
No me andaré con rodeos: nunca me interesó escribir tanto como enamorarme. Con dieciocho años, mi razonamiento juvenil estaba dirigido por sencillas maquinarias dulces, y la poesía solo significaba instrumento. A aquel congreso de la Granada literaria de 1995 llevaba un discurso sobre Antonio Hernández y los ojos cargados de aventura. Jennifer Wilson, la hispanista norteamericana-objeto-de-deseo de todos los poetas maduros que habían dejado a sus esposas en casa, significó, por sorpresa y durante toda la primavera, la epifanía de otra clase de literatura: una que, a través de la lectura conjunta de los versos de Rafael Guillén —el gran poeta granadino de la generación del cincuenta— me mostraba la poesía como fin en sí mismo. Observar los honestos y vivaces ojos de Rafael en la quietud de su terraza frente a la Alhambra era, de alguna manera mística pero a la vez didáctica, el ineludible reconocimiento de mi propio fraude ontológico y el futuro abandono de mí mismo. La integridad y la pureza contenida en sus versos representaron entonces —y aún ahora— la gravedad moral de dedicarme a esto, aunque por la vida fuese ciego de amor.
José Luis López Bretones
Es complicado determinar cuáles han sido las influencias de uno sin caer en una mera expresión voluntariosa de deseos e intenciones. No obstante, me gustaría acogerme al título de un lejano artículo de Antonio Enrique aparecido en el periódico Ideal que hablaba de Rafael Guillén como “un poeta que mira al mundo con piedad”. En este momento me gustaría que ese tipo de mirada fuese también la mía al repasar el aspecto de nuestro mundo y tratar de trasladarlo a la escritura. Ayudarían también otras características que el viejo poeta granadino posee en abundancia: la riqueza y fluidez de su palabra, la difícil sencillez de su expresión, la sabiduría a la hora de construir el poema y, en suma, la notable capacidad cordial que hay en todo lo suyo. Y ello a pesar de que a veces nos venza la sensación de que “ser hombre es ser testigo de lo absurdo”.
Sandro Luna
Considero que si uno escribe poesía – o cuando menos, lo intenta– es porque lee poesía. No puede darse lo uno sin lo otro. Ocurre entonces que hay poetas como Rafael Guillén que son maestros porque nos raptan, primero, el corazón y después nos tienden un puente para recuperarlo. Esos poetas entre los que cuento a Guillén son los que más me interesan porque sus versos mantienen siempre vivo el fuego de las palabras.
Juan E. Martín
Yo que siempre había pensado que la poesía debería herir, comprendí gracias a Rafael que también había una poesía que sanaba.
Rafael Guillén es para mí un ejemplo de perseverancia y fidelidad a la propia concepción de la creación artística, al margen de modas y agitaciones. En un panorama a veces tan conflictivo como el de la poesía granadina, sería difícil encontrar otra figura que haya ganado un respeto, admiración y afecto tan constantes por parte de autores de tradiciones muy dispares e incluso opuestas.
El rigor formal y el eclecticismo de su obra es una excelente manera de aprendizaje para un poeta que está comenzando; esa fue mi propia experiencia durante la composición de mi primer libro ‘Radiografía del temblor’, donde puede haber ecos del Guillén más existencialista y rilkiano. Mi poema favorito de él es “Ella vendrá”, pues yo también “creo / en la otra mitad de lo visible” y soy consciente de cometer “un pecado de lesa desmesura” cuando escribo. Mis mejores deseos y felicidades para tan querido poeta.
Rubén Martín
Rafael Guillén es para mí un ejemplo de perseverancia y fidelidad a la propia concepción de la creación artística, al margen de modas y agitaciones. En un panorama a veces tan conflictivo como el de la poesía granadina, sería difícil encontrar otra figura que haya ganado un respeto, admiración y afecto tan constantes por parte de autores de tradiciones muy dispares e incluso opuestas.
El rigor formal y el eclecticismo de su obra es una excelente manera de aprendizaje para un poeta que está comenzando; esa fue mi propia experiencia durante la composición de mi primer libro ‘Radiografía del temblor’, donde puede haber ecos del Guillén más existencialista y rilkiano. Mi poema favorito de él es “Ella vendrá”, pues yo también “creo / en la otra mitad de lo visible” y soy consciente de cometer “un pecado de lesa desmesura” cuando escribo. Mis mejores deseos y felicidades para tan querido poeta.
Ramón Martínez
Para mí hay dos ideas básicas que constituyen la poética de Guillén y con las cuales siempre me he identificado. La primera es la concepción de la tristeza de la belleza mientras exista el tiempo. La segunda, y no menos importante, es el hecho de que la poesía es un modo de respirar, algo así como una suerte de manual de supervivencia, haciendo alusión a la conexión de Guillén con mi último poemario.
Ángeles Mora
Yo comencé a leer a Rafael Guillén desde que era bastante joven: Pronuncio amor y Elegía, sus dos primeras publicaciones, llegaron muy pronto a mis manos: un amigo me hizo ese regalo y aquellos libros me acompañaron mucho durante un tiempo. Algunos de sus sonetos todavía viven en mi memoria. Desde entonces he seguido su obra con interés y gusto y entre otras muchas cosas que me han llamado la atención vuelvo a destacar, como ya hice en otra ocasión, esa especie de existencialismo singular que la caracteriza: no el que no le ve sentido a la existencia sino el que lo encuentra en la luz del instante, viviendo con pasión el momento revelador. Creo que esa idea ha acompañado mi pensar poético a lo largo del tiempo. Sin duda, junto a otras muchas, porque su extensa e intensa obra que ha sabido aunar pensamiento, lirismo y emoción me ha acompañado desde siempre y me sigue acompañando todavía.
José Luis Morante
Una voz dentro
La copiosa arteria de las influencias fluye gozosa e inadvertida en el cuerpo literario, sin precisar razones de su paso. Rafael Guillén es una voz que suena dentro de la epidermis. Fue la poeta Julia Uceda quien me hizo llegar La configuración de lo perdido (Antología 1957-1995), una compilación editada con sobriedad en la colección Esquío de poesía en 1995, muy pocos meses después de que el poeta de Granada consiguiera el Premio Nacional de Literatura por su entrega Los estados transparentes (El Bardo, 1993).
He regresado con frecuencia al caminar poético de aquella antología y siempre he percibido en la poesía de Rafael Guillén sus vértices intactos: el sombrío transitar del tiempo y el afán del poema por buscar lugares de acogida a lo transitorio. También la percepción del ser humano como molde de experiencias íntimas, anclado en la memoria, hecho estela emotiva de un proceso que requiere una reflexión moral sobre un entorno cambiante y perecedero donde “Es posible que nada / muera o desaparezca, que tan sólo / se torne transparente”.
Anda Rafael Guillén en la tarea apacible de cumplir noventa años y yo dejo aquí mi admiración y gratitud por su legado, por el irreductible compromiso que nunca dejó al margen la poesía.
Eugenio Navarro
Si la belleza es una de las características más distintivas por definición, de la poesía, Rafael Guillén se puede considerar sin género de dudas un verdadero hacedor de belleza porque, quién lo probó lo sabe, la belleza puede estar en cualquier lado, pero no ante todos se muestra como tal. Hay que saber relacionarse con ella como lo hace el poeta: su vínculo con ella va más allá de las formas, más allá del contenido, incluso de la idea. Guillén se adentra en la profundidad de la naturaleza para capturar mágicamente el detalle y mostrárselo al mundo llevándonos no sólo a conocer, sino a sentir una realidad más auténtica, emocionante y me atrevo a decir que limpia. Su grandeza es traernos esa belleza de su más allá particular a este mundo que de todos es. “De la rosa surgen suspensores, trapos sucios, utensilios. / La rosa se alza limpia como una llama.”
Andrés París
Como el tiempo es una cuestión de perspectiva y mi desconocimiento un hecho imperdonable, me voy a tomar la libertad —por extraño que parezca— de contestar una pregunta ligeramente diferente: “¿de qué manera influirá la figura y la poesía de Guillén en mi obra futura?”
Rafael Guillén me mostrará la insignificancia azul de nuestro mundo en un Cosmos indeciblemente grande, me dirá que “amor” es la respuesta a la pregunta, que el tiempo embellece los ojos que verdaderamente miran cuando escriben poemas. Entonces volveré a los clásicos de los clásicos hasta quizá topar mi razón con Aristóteles; y entonces “amar” —“o compartir un espíritu entre dos cuerpos”— será la verdad más poderosa que albergamos.
La ciencia que creía única en mi vida será humildemente depositada, como los granos de arena dentro de un reloj —tierna e incesantemente en su lugar natural—: la sombra que mira ensimismada la luz primorosa de los maestros. Exclamaré entonces: “cómo no conocía esta materia, este tiempo que se dobla y funde y nace dentro del huevo del universo como una flor transparente”. Buscaré entonces más y más poemas de ciencia, y más y más veces quedaré prendado de uno de los talentos más hondos de nuestra literatura; y más y más diminuto me haré felizmente junto a Las edades del frío como un átomo de polvo sólo visible en los tragaluces del invierno. Así predicaré su palabra, la íntima conexión que un bioquímico como yo quizá nunca sepa apreciar del todo, para que ésta siga horadando las tierras de mis amigos y familiares y poetas; para que los nuevos aspirantes se desvanezcan orgullosamente como azúcar en el mar de su verbo y no nos sintamos tan solos, y algún pez o cita brote para encabezar la leyenda del porvenir.
No puedo esperar, en suma, a que Rafael Guillén entre definitivamente en mi memoria, su casa siempre abierta desde este momento.
Antonio Praena
La poesía de Rafael Guillén me mostró claramente que no hay que tener miedo a la a propia realidad. Cuando comencé a leerlo más en serio, a través de Los Estados transparentes, andaba yo en conflicto con una poesía que dejara ver menos o más mi realidad como sacerdote. En él constaté que sólo lo que está vivo de verdad tiene vibración, permanece y se comunica como poema más allá de su autor. Y que un buen lector agradece y reconoce la verdad y sabe vislumbrar más allá de las circunstancias y de los prejuicios.
Recuerdo, además, que, sobre 2007 o 2008, le envié un ejemplar recién salido de Poemas para mi hermana. Nina y él me recibieron semanas después en su casa y los comentarios que me hizo Rafael eran buenos, pero iban acompañados de moderación, prudencia…, como diciendo «pero ten cuidado no te vayas a creer que lo haces bien. Hay que estar siempre empezando y aprendiendo. Hay cosas que mejorar…» Yo me di cuenta de que se lo había tomado en serio y estaba preparándome ante lo peor que le puede pasar a un poeta: creer que es bueno y subirse a la parra. Nina, al salir me dijo «me ha gustado mucho, de verdad».
Resumiendo: Rafael me enseñó que el camino es la humildad y que salirse de ahí, en cualquier momento, supondría desbarrar.
Manuel Francisco Reina
Como la mayoría de los poetas de la Generación del 50, Rafael Guillén manifiesta en toda su obra un evidente compromiso con la palabra poética. Herederos en este sentido de los maestros del 27, su obsesión por la belleza como compromiso y respuesta frente a un mundo devastado tras las Guerras Mundiales y el preámbulo de la Guerra civil española, hace que la estética se convierta en ética de su autor. Todo el mundo sabe de mi relación, y la de mi propia obra con los maestros del 50, con especial amistad con figuras como Pilar Paz Pasamar, Francisca Aguirre o Claudio Rodríguez. La poesía de estos autores, que fueron familia y mentores en mis primeros pasos poéticos, tiene el mismo latido que la obra de Rafael Guillén. De él me interesa y me ha influido, especialmente, el contrapunto de la belleza frente al tiempo. “Todo lo bello es triste/ mientras exista el tiempo”, escribe Guillén, y sin embargo sigue siendo la belleza su arma y escudo frente al mundo.
Xavier Rodríguez Ruera
Llegué a la poesía de Guillén a través de mi querida amiga barcelonesa/granadina Marta Badia, que me lo recomendó, como hiciera con Javier Egea, cuando le preguntaba por la buena poesía granadina. Una tarde, hace unos años, encontré, al fondo de una librería de ocasión del barrio de Gracia, en Barcelona, una antigua edición de Pre-Textos de Los estados transparentes, que leí y releí las semanas siguientes, y al hacerlo me sucedió aquello que ocurre con bien pocos poetas y poemarios: detener la lectura diciendo «estos son los poemas que querría escribir algún día si pudiera o supiera». Alma y materia, vuelo y tierra, reflexión moral y correlato sensitivo, exotismo y cotidianidad. Todo aquello que convierte a un poeta en clásico indiscutible de nuestra poesía, en ejemplo y motivo de admiración y agradecimiento.
Gerardo Rodríguez Salas
De Rafael Guillén me llega con más fuerza su tono elegíaco, el tempus fugit y la ausencia desde la sencillez y la contención, desde una cotidianeidad aparentemente sin filtro, pero que no deja de ser parte del truco poético que el maestro domina a la perfección. “Todo lo bello deja un hueco / en el lugar en donde estuvo”, nos dice. Y así, deja la huella del cuadro una marca en la pared que no precisa más explicación. Como decía otro maestro, el ruso Chéjov, Guillén nos muestra la luz de la luna en los cristales rotos y su huella habla en silencio en las paredes de nuestros poemas, tan luminosa como el cuadro ausente que nos abre la ventana de la vida.
José Carlos Rosales
Conocí a Rafael Guillén en las lecturas poéticas que, a finales de los años 60, tenían lugar en las salas de la Casa de América, en la plaza de los Campos. Siempre me impresionó su voz segura y suave, su sencillez formal, la serenidad de su expresión. Más tarde compartimos palabras y cervezas en la taberna del Elefante (Casa Enrique), en Puerta Real, o en otros bares de la calle Puentezuelas. Su fluidez comunicativa y su profunda humanidad hicieron posible que Justo Navarro y yo le propusiéramos, en septiembre de 1974, que se integrara en la Junta Democrática de Artistas e Intelectuales de Granada, invitación que aceptó sin reservas y a cuyas reuniones clandestinas asistió más de una vez; firmó también algunos manifiestos en los que se reclamaba libertad y amnistía y fue miembro de la comisión que, en junio de 1976, organizó el homenaje a García Lorca conocido como El 5 a las 5. Aquellas experiencias nos acercaron aún más. Su capacidad de escucha y su atención poética a las cosas pequeñas son para mí un ejemplo. Y su expresión precisa y austera, todo un modelo a seguir.
Francisco Ruiz Noguera
Considero a Rafael como un ejemplo de honestidad, en lo personal y en poético. En relación con lo segundo, la altura de su obra está cimentada en potentes pilares: los que se asientan en una sólida conciencia del lenguaje, materia sustantiva del poema (que nada tiene que ver con la palabrería). Un ejemplo.
Álvaro Salvador
Conocí a Rafael Guillén gracias, paradójicamente, a un poeta de Vélez-Málaga, Joaquín Lobato, que me introdujo en las actividades que junto a José Ladrón de Guevara llevaban adelante en la Casa de América de Granada. Desde el primer momento, Rafael estuvo dispuesto a animarnos y ayudarnos a los jóvenes poetas, con su compañía, sus consejos, su biblioteca… A pesar de que nosotros éramos unos imberbes iconoclastas que queríamos revolucionar el discurso poético, a pesar de los desacuerdos generacionales propios de la diferencia de edad, Rafael siempre estuvo dispuesto a participar en cuanta iniciativa poética o social le planteamos los más jóvenes. Le estaré agradecido mientras viva por su comprensión, su colaboración y su ayuda.
En cuanto a su poesía, me maravilló desde el primer momento su dominio del verso, Pronuncio amor fue un libro que me cautivó desde su primera lectura, y más tarde su inteligencia poética, es decir, la habilidad para estructurar un poemas y para dotarlo de atmósfera.
Además, Rafael nunca se quedó a disfrutar de un modo acomodaticio de sus logros, sino que siempre estuvo lanzándose nuevos retos hasta lograr una obra de madurez sorprendentemente joven y adecuada a su tiempo. Los últimos libros de Rafael, después de que su poesía haya recorrido varios mundos poéticos posibles, cierran el círculo de su obra regresando a sus orígenes juveniles, pero con una maestría y profundidad difícil de lograr sin un recorrido tan fértil.
Rafael, tanto por su actitud vital como por su extraordinaria obra, ha sido y sigue siendo un referente ineludible para varias generaciones de poetas.
Jenaro Talens
Rafael Guillén fue en una época tan determinante como la adolescencia un punto de referencia ineludible para mí, no sólo como poeta (aprendí a hacer sonetos leyendo los suyos hasta aprendérmelos de memoria), sino fundamentalmente como la persona generosa y sabia que siempre fue. Nunca le agradeceré bastante que leyese mis primeros balbuceos poéticos con una seriedad y un rigor dignos de mejor causa. Sin su apoyo y su aliento en momentos tan críticos como los que vivía un joven desorientado en la Granada de entonces, quizá no habría decidido dedicarme a este oficio tan extraño de escribir versos. Que esta primavera ingrese en la orden de los nonagenarios es una magnífica noticia (sólo por eso podemos contradecir a Eliot: abril ya no es el mes más cruel) y deseo poder seguir felicitándole muchos cumpleaños más.
Marina Tapia
La obra poética de Rafael Guillén es muy importante para mí. Cuando llegué a Granada, Ángel Olgoso me recomendó leerlo y me regaló una antología de su obra; pudiendo disfrutar, además, su volumen de sonetos Pronuncio amor que obsequió la Feria del Libro en el 2014. Quedé maravillada desde entonces con su riqueza lingüística, con su musicalidad, con su viveza a la hora de cantar al Albaicín y a otros enclaves de Granada. Comulgo con muchos de sus enfoques y con su visión creativa, también con su acercamiento lúdico y experimental a las palabras, como es el caso de Moheda. Busco, como él, reflejar las texturas de la materia y de su degradación, rescatar términos con el sabor particular de un territorio, es decir, alumbrar poemas sensoriales que retornen a las esencias. En mi libro Jardín imposible tensé esa cuerda del lenguaje e introduje vocablos con acento granadino como “albercas”, “cauchiles”, “atanores” o “buhonera”. Y, como él, soy de las que creen que la poesía nace del conocimiento y del asombro, o sea, de la lectura, el trabajo y la curiosidad. Ambos participamos de la concepción del viaje como asimilación y aprendizaje, y compartimos esa condición de viajeros (él estuvo en Chile, mi tierra natal, y me contó con su peculiar gracia los recuerdos de tal experiencia). En mi caso, destilé esta pulsión viajera en Marjales de interior y, sobre todo, en Islario.
Me siento honrada de haberlo conocido y de vivir en el mismo pueblo donde el poeta pasó parte de su infancia, esta tierra de la que Rafael contó: “Mi infancia fue la guerra civil […] y el miedo nos llevó a vivir a La Zubia”. Soy afortunada de dar un taller de poesía en la biblioteca donde este gran creador tiene una cerámica conmemorativa, que reproduce parte del poema dedicado a La Zubia.
Manuel Ángel Vázquez Medel
Rafael Guillén y la búsqueda del sentido
Nací el año en que Rafael Guillén publicó su primer libro de poemas, Antes de la esperanza (1956), y cuando tuve la suerte inmensa de conocerlo personalmente en su casa de Granada en 1979, por mediación de nuestro común amigo Paco Izquierdo, entendí que su poesía iba a nutrir de impulsos, inquietudes y convergencias mi propia creación poética.
Procuré, como Coordinador general de redacción, que tuviera un buen artículo en la Gran Enciclopedia de Andalucía, que incluía la relación completa de sus libros publicados hasta Moheda (Málaga, Litoral, 1979). Incluso elegí una muestra de su creación para que figurara en un recuadro: el poema «Signos en el polvo», al que he vuelto muchas veces, y que tuve la ocasión de comentar en el Homenaje que le dedicó Extramuros en 2018.
He procurado seguir toda su trayectoria poética desde entonces, y creo que, de algún modo, el poema «Mientras exista el tiempo», que le dediqué en el Homenaje Para decir amor sencillamente, expresa sintéticamente muchas claves de mis lecturas de su poesía y, por tanto, de sus siempre fecundas influencias: «Buscador incesante, en música y palabras,/de las huellas que el tiempo deja en nuestro camino» eran los primeros versos, que reconocían esa constante y dinámica búsqueda del sentido de la existencia, la importancia de la temporalidad y también de una conexión esencial en la poesía de Guillén (creo que también en mi propia creación poética) entre música y palabra. Los versos finales agradecían todo cuanto he encontrado como estímulo vivo en su poesía: «Gracias te las doy siempre, amigo Rafael,/ porque tu voz se eleva sobre la incertidumbre,/ pone su vivo acento para sobrellevar la soledad,/ cobija y da calor/ en las terribles edades del frío,/ nos permite palpar/ el otro lado de la niebla». También en este aspecto, creo, coincido plenamente con él en su visión cernudiana de la poesía, como un «tanteo en las tinieblas» de la vida.
Aunque nuestros encuentros personales han sido menos de los que yo hubiera deseado en tantas décadas, siempre percibí en ellos una profunda conexión cordial, que para mí tuvo especial importancia cuando en 2008 me acompañó en mi ingreso como correspondiente en la Academia de Buenas Letras de Granada, y en varias ocasiones posteriores.
Mantengo un especial vínculo con dos poetas de su ámbito generacional, Julia Uceda y Rafael Guillén, que tuvieron que esperar tanto hasta que sus respectivas obras han sido conocidas, reconocidas y apreciadas como parte de las mejores creaciones poéticas del tiempo de sus existencias. También son todo un ejemplo en este empeño de crear, como dijo Goethe y Juan Ramón asumió como lema, «como el astro, sin precipitación y sin descanso». También en ese aspecto (la importancia de la ciencia, del universo y lo telúrico) creo encontrar importantes conexiones y deudas con la poesía de Guillén.
Gerardo Venteo
El universo caleidoscópico Rafael Guillén se plasma a través de una obra construida desde el rigor, la emoción y el pensamiento. Una voz personal que destila una sensualidad misteriosa que trasciende al lector al que invita, de manera cómplice, a sumarse a esa propuesta íntima a través de la poesía. La suya es una voz sosegada, alumbrada desde la curiosidad por el mundo que le rodea (el más próximo y el que habita en los lugares lejanos). Amor, naturaleza y una reflexión sostenida sobre el paso del tiempo son los ejes principales alrededor de los cuales gira la obra de Guillen a los que hay que sumar, en incontables ocasiones, la ciudad como contexto. La obra de Rafael contiene el pulso de la vida de la que participa como actor que mira y piensa y se conmueve.
Podría decirse que la poesía de Rafael Guillen es el licor delicioso, pulido y destilado desde la plena consciencia de un trabajo meticuloso. El lector conoce el acabado, el final de la propuesta que el poeta le propone pero, ¿cómo es el proceso de construcción del poema, de dónde bebe, por dónde transita hasta que llega finalmente a habitarse’? ¿Cómo es el momento en el que el poema se construye hasta fraguarse y hacerse carne, cómo se alambica?
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