Álvaro Salvador: «La poesía, hasta la más realista o la más combativa, es siempre sensual»
Álvaro Salvador (Granada, 1950) actualmente trabaja como profesor de Literatura Hispanoamericana y Española. Ha publicado trece libros de poemas entre los que podemos destacar Las Cortezas del Fruto (Madrid, l980), El agua de noviembre (Granada, l985), La condición del personaje (Granada, l992), Ahora, todavía (Sevilla, Renacimiento, 2001), La canción del outsider (Madrid, Visor, 2009), por el que obtuvo el Premio Generación del 27, Diario de Firenze (Granada, 2017), Un cielo sin salida (Sevilla, 2020) y los volúmenes antológicos Suena una música (Valencia, Pre-Textos, 1996 y Sevilla, Renacimiento, 2008), POPoemas (Granada, 2014) y Caras B (Granada, 2019).
Junto a Luis García Montero y Javier Egea promocionó a comienzos de los ochenta la tendencia poética bautizada como otra sentimentalidad, germen de la posterior poesía de la experiencia. Ha publicado además dos novelas, algunos libros de ensayo, varias obras de teatro y dos libros de aforismos, Después de la poesía (Almería, 2006) y La vida no te espera (Sevilla, 2014).
Fernando Jaén: Su trayectoria poética es sólida y madura, pero en sus comienzos reconoce el apoyo y consejo de Elena Martín Vivaldi y Rafael Guillén, estando muy cercano a proyectos míticos de esta ciudad (Granada) como ‘Poesía 70’, que impulsara Juan de Loxa. ¿Qué recuerda de aquellos inicios de su andadura poética?
Álvaro Salvador: Entré en la Facultad de Filosofía y Letras en el curso 1967/68. Yo sabía que quería escribir desde el bachillerato, pero no conocía a nadie del mundo literario granadino. En la facultad hice piña con compañeros del instituto como Manuel Álvar Ezquerra o Antonio García Rodríguez y fundamos el grupo Tragaluz, al que se unieron otros letraheridos como Domingo F. Failde o Joaquín Lobato. Este último, que era un poco mayor que nosotros, me introdujo en la Casa de América, que estaba regentada por el grupo de Guillén, y me presentó a Juan de Loxa. Con Juan tuve una relación muy estrecha durante bastantes años que después se fue enfriando por incomprensiones ajenas, en su mayoría, a lo literario, pero siempre nos tuvimos mucho cariño. Colaboré con él, incluso como locutor del programa de radio, y además Juan me enseñó muchísimo y me introdujo en movimientos y tendencias de los que yo no tenía ni idea como la Beat Generation o el Gay Power de David Bowie.
Guillén, Elena y Ladrón de Guevara siempre tuvieron las puertas abiertas de sus casas de sus bibliotecas, de su influencia en la prensa, de sus tertulias, para nosotros los jóvenes de entonces.
F.J.: Su nombre está ligado al que fue su gran amigo, Javier Egea, y al de Luis García Montero, en el movimiento conocido como La Otra Sentimentalidad, en el que sin duda influyó el marxismo estructuralista del profesor Juan Carlos Rodríguez. ¿Qué querían aportar en aquellos años ochenta? ¿Subsiste algo de aquel movimiento? ¿Qué recuerdo le queda de Javier y de Juan Carlos Rodríguez, a quien dedica ‘Los molinos de tu espíritu’ en su último poemario?
Álvaro Salvador: Fundamentalmente, el recuerdo de Javier, de Juan Carlos y, por supuesto, el de Luis, aunque últimamente nos hayamos distanciado, es el recuerdo de una hermosa amistad que nos unió en una atrevida y también hermosa aventura: nada más y nada menos que el intento por cambiar los rumbos de la poesía española. Creo que lo conseguimos en parte, ayudados por supuesto por otros grupos y personas que aparecieron en Sevilla, Valencia, Cádiz, Cataluña… Cada uno de nosotros y nosotras (no hay que olvidar a Ángeles Mora, ni a Teresa Gómez, ni a Inmaculada Mengíbar) tenía una idea de hasta dónde quería llegar en esa renovación o revolución, y esas distintas metas nos fueron diluyendo. Pero creo que los fundamentos, los cimientos de nuestras poéticas siguen siendo los mismos, cosa que no ocurre con algunos otros compañeros de viaje.
«El poeta es y debe ser un outsider. Para no contaminarse, para no verse determinado por situaciones externas, para ser honesto consigo mismo y con la poesía»
F.J.: En 2008 ganó el prestigioso Premio Generación del 27 con ‘La canción del outsider’, un poemario que supuso cierta ruptura con su obra anterior, que tenía, si me lo permite, un tono algo más elegíaco. En este libro se perciben distintas figuras poéticas, una mirada algo distante de lo real, situada en «las afueras», y una cierta prosa llena de ironía. Afloran imágenes de la cultura norteamericana sin renunciar a influencias poéticas más cercanas. ¿Cómo concibió este libro? ¿Debe el poeta ser un outsider?
Álvaro Salvador: Bueno, yo creo que la inflexión en mi trayectoria se va produciendo en mi libro anterior, Ahora, todavía, que no tuvo mucho éxito en los premios, pero que pienso que es uno de mis mejores libros. Ahí, ya mostraba un cierto descreimiento de la deriva que habían tomado nuestras poéticas en ese totum revolutum que se llamó “poesía de la experiencia”. El libro era el resultado de una crisis que había durado casi diez años, desde 1991 a 2001. En La canción del ousider la ruptura ya se había producido y, sin abandonar el tronco fundador, yo buscaba otros caminos, incluso los neovanguardistas que había abandonado antes por confusión y por lealtad, pero cuyas posibilidades siempre me habían atraído. La alusión al “fuera de juego” tenía que ver con mi posición de esos años, pero sí, pienso que el poeta es y debe ser un outsider. Para no contaminarse, para no verse determinado por situaciones externas, para ser honesto consigo mismo y con la poesía.
F.J.: Han pasado once años entre la publicación de ‘La canción del outsider’ y la de este nuevo poemario, que comienza con nuevas canciones del outsider sin renunciar a su estilo nítido e irónico. ¿Se considera aún un outsider, un rebelde incesante? ¿Qué nuevos motivos tiene este outsider para cantar?
Álvaro Salvador: Creo que he contestado ya a la primera parte de la pregunta. En cuanto a la segunda parte, me parece evidente: a medida que uno cumple años se hace inevitablemente más libre porque tiene mucho menos que perder y mucho menos que ganar. Creo que no puedo ser de otra manera, me gusta defender lo que creo justo y no me gusta ligarme a ningún compromiso en el que no crea. No hay más que proyectar la mirada a nuestro alrededor para darnos cuenta de lo necesario que es cantar con notas críticas, irónicas e independientes.
F.J.: ‘Un cielo sin salida’ me ha parecido un elogio a la vida vivida, una afirmación de lo pasado con un discurso prosaico y clarividente. «El tiempo quizá sea una hermosa mentira», nos dice en su poema ‘Tristeza cuántica’. ¿Es el tiempo la percha, como afirma Rafael Guillén, donde colgamos nuestra vida, o es algo más? ¿Con qué armas contamos para combatir esta tristeza cuántica?
Álvaro Salvador: Yo no me siento viejo y, sin embargo, acabo de cumplir 70 años. Es decir, soy viejo, pero ni en sueños me leo como viejo. El tiempo, por lo tanto, es un sentimiento. La naturaleza marca unos ciclos inexorables, pero si lo pensamos bien esos ciclos son imprescindibles para la vida. Creo que lo que hay que hacer es dejarse llevar… Algo que, con otras intenciones, me repetía constantemente en los años sesenta mi amigo el poeta Pablo del Águila. Yo entonces no entendía nada y le replicaba que había que ser fuerte, que había que resistir. Quizá entonces yo tenía más razón que él, pero ahora se la concedo completamente. El poema se llama ‘Tristeza cuántica’ porque alude a la contradicción entre la relatividad del tiempo y la presencia de la muerte. Hay que dejarse llevar…
«Si la poesía tiene alguna utilidad, esta es principalmente espiritual»
Javier Gilabert: “¿La poesía nos salva?”, se cuestiona en el poema que da nombre a su último libro. ¿Cuál es la respuesta a esa pregunta? ¿Qué es para usted la poesía?
Álvaro Salvador: La poesía para mí es una necesidad, como lo es para el músico la música, para el pintor, la pintura, para el actor, la actuación, etc., etc. La naturaleza me ha dado una cierta facilidad de relación con el lenguaje en esta modalidad musical de las palabras. Y esto es como un vicio, como una adicción, cuando lo haces unas cuantas veces no puedes dejarlo. Además, cuando lo intentas, Ella viene y te busca. En el poema al que te refieres yo quería aludir a esa continúa polémica sobre la utilidad de la poesía. Creo que si la poesía tiene alguna utilidad, ésta es principalmente espiritual. La poesía nos consuela, hace que nos reconozcamos en los demás y el carácter simbólico de las palabras provoca en nosotros que el grifo de las emociones se derrame al descubrir, expresado por otro, algo que nosotros sentíamos profundamente y no sabíamos expresar.
Lo cual no quiere decir que no pueda lanzar mensajes más directos de denuncia, alabanza o adoración.
J.G.: ¿Qué hay de nuevo y de viejo en este último poemario? ¿Reconocerá el posible lector su voz entre sus páginas, o ha cambiado sustancialmente en esta última década?
Álvaro Salvador: Bueno, te repito algo de lo que he dicho a Fernando: es un libro de un viejo que se siente joven, lo cual no quiere decir que no sea consciente de que es viejo. Con el estilo ocurre algo parecido, creo que hay poemas muy sentenciosos, otros muy atrevidos formalmente y algunos que no solo hablan de mis 19 años, sino que están escritos de una manera muy parecida a cómo yo escribía con 19 años.
«Mientras tenga uso de razón seguiré escribiendo»
J.G.: En el poema ‘Salir del corazón’ realiza un recorrido por las distintas etapas de su vida. ¿En qué momento se encuentra ahora Álvaro Salvador? ¿Qué le queda por escribir?
Álvaro Salvador: Mi epitafio —risas—. No, es broma, ya escribí lo que quiero que sea mi epitafio y lo publiqué en La canción del outsider (“Si alguna vez la fama le faltó/ a cambio siempre tuvo felicidad de sobra”). No sé, la poesía se impone, lo mismo que la vida. Sin embargo, sí sé —en algunos momentos de mi vida lo dudé— que mientras tenga uso de razón seguiré escribiendo. Y escribiré de lo mismo básicamente que he escrito hasta ahora. Además la vida ofrece sorpresas continuas, la pandemia, el acabamiento del mundo va a coincidir con mi propio acabamiento. ¡Menudo tema!
J.G.: ¿Sensualidad y poesía son una buena combinación?
Álvaro Salvador: La poesía, hasta la más realista o la más combativa, es siempre sensual. Porque una combinación musical de palabras que apela a las emociones del lector es siempre sensual. Y si te refieres a los temas, desde el mismo comienzo de la historia de la poesía los temas sensuales y sexuales han constituido una rica tradición, precisamente por lo que te decía antes.
J.G.: Cuenta en su haber con dos novelas, ‘Un hombre suave’ y ‘El prisionero a muerte’. También es autor de varios ensayos, como el premiado ‘El impuro amor de las ciudades’ ¿Se encuentra más cómodo escribiendo prosa o poesía?
Álvaro Salvador: Me encuentro más cómodo escribiendo poesía. Soy por naturaleza vago y desordenado, y la poesía se presta más a esos defectos o virtudes. La novela o el ensayo necesitan un trabajo espartano, de horas en el tajo, sin distracciones, con la novela o el ensayo siempre en la cabeza. No es que la poesía no necesite trabajo, pero es de otra manera, es más libre, más espontáneo, menos exigente en cuanto a concentración, lugar o tiempo. De todos modos, para lo vago que soy he escrito dos novelas, tres o cuatro obras de teatro y una veintena de ensayos, sin contar los artículos. Así que creo que he contrarrestado bien mi vagancia con mi voluntad.
J.G.: Háblenos de su faceta como docente. ¿Se parece la Universidad actual a la de sus inicios como profesor? ¿Y los alumnos, mantienen el interés por la literatura y la poesía que tenían los estudiantes de su generación?
Álvaro Salvador: Mi actividad como docente ha sido en general muy satisfactoria. Lo que más me ha dolido de esta pandemia es el no haber podido despedirme de mis alumnos en persona. He enseñado durante ¡46 años! y, excepto en un pequeño período en el que estuve algo deprimido después de un accidente grave, siempre he sido feliz enseñando. En parte, creo que esa es la razón por la que hoy me siento joven, porque siempre he estado rodeado de jóvenes. En cuanto a los alumnos de antes y los alumnos de ahora, yo creo que la diferencia es la de la España de antes y la de la España de ahora. Sigue habiendo alumnas y alumnos brillantísimos y muy preparados, pero el nivel general ha bajado bastante a consecuencia del bajón de la enseñanza primaria y secundaria.
«En Granada siempre ha habido poetas jóvenes brillantes y este momento no es la excepción»
J.G.: Las editoriales han encontrado un nicho de mercado en la juventud millenial. Los autores que (más) venden en poesía no destacan precisamente por su calidad. Fenómenos como el recientemente “fallado” Premio Espasa copan la actualidad literaria. ¿Qué opina de todo esto? ¿Encuentra autoras y autores interesantes en el panorama poético actual?
Álvaro Salvador: Creo que hay que distinguir entre el fenómeno de las redes, de los llamados “parapoetas” y los cantautores poetas, etc., que obedece únicamente a intereses económicos y que es resultado de la utilización perversa que se hace de la tecnología, y los chicos y chicas que quieren hacer poesía de un modo serio, leyendo, aprendiendo de nuestra gran tradición poética y de las foráneas, dejándose aconsejar y orientar por los poetas mayores. En Granada siempre ha habido poetas jóvenes brillantes y este momento no es la excepción: Rosa Berbel, Javier Calderón, José Ignacio Molina, etc.
J.G.: Finalizamos todas nuestras entre2vistas con el “momento Carta Blanca”, en el que nuestros invitados pueden cerrarlas como les apetezca. Es su turno…
Álvaro Salvador: A propósito de la pregunta anterior, en mi penúltimo libro, Fumando con mis muertos, incluí un poema que era una especie de homenaje a Ángel González, Imposible discurso a los jóvenes que en una de sus estrofas dice:
He visto tantos pavos reales
abatidos
por sus propios colores indiscretos,
tantos incontinentes loros
fascinados
por el hipnótico y falso parloteo
de sus egos inmensos.
He visto a alguno de los mejores poetas de mi generación
quemarse, diluirse, dispersarse,
fundirse en la palabrería inconsecuente
de su propio Narciso.
¡He visto tantos fuegos de artificio
deshacerse al momento en la pantalla líquida
del universo!
Poemas de Álvaro Salvador
EL DIOS DE LOS PECES
Si existe algún dios,
si hubo alguna vez un dios en tu corazón,
el dios que ahora te acoge y te consuela,
habrá de ser el dios de los pantanos,
el dios de los peces.
Te recuerdo estos días junto a la orilla
con el pañuelo al cuello y las gafas oscuras,
fijas en mí, pendientes de la caña
que quiero sostener con mis dos manos.
–¡Lanza el sedal con fuerza! ¡Lánzalo!
Lánzalo como si en ese esfuerzo
apostaras tu vida.
Y la apostábamos. Entonces
yo era casi un niño y tú
un hombre fuerte,
un hermano fuerte y poderoso
que intentaba enseñarme a pescar,
a robar tesoros en las profundidades del lago:
tesoros como animales perlados,
inquietantes y elásticos, imposibles
rayos de luz.
Aprender a pescar era tan grave
como saber vivir. Y yo intuía
en tu entusiasmo esa enseñanza:
el rito de iniciación que nos brindaban
las mañanas de domingo en el pantano.
Me recuerdo, yo mismo,
con saquito de lana y con pañuelo al cuello,
la cabeza muy alta, sosteniendo el sedal,
y un modo de mirar al horizonte
que fingía ser maduro.
Hermano
si existe algún dios,
si hubo alguna vez un dios en tu corazón,
el dios que ahora te acoge y te consuela,
habrá de ser el dios de los pantanos,
el dios de tus pantanos y mis peces.
(De La canción del outsider, 2009)
OCHO DE MARZO
Hace ahora la edad de una muchacha
que murió mi madre,
una muchacha adolescente, una muchacha rubia
como la nostalgia.
Hace una edad casi infantil,
una edad púber;
sin embargo, yo no soy ya como ese niño
que buscaba a su madre por entre las rocas.
Mi madre y yo nunca nos encontramos,
nunca nos pronunciamos palabras de amor,
nunca, hasta ahora, nos echamos de menos
como el agua y la tierra,
pero yo aún recuerdo a ese niño
que buscaba a su madre por entre las rocas,
y hace la edad de una muchacha,
una muchacha rubia, una muchacha adolescente,
una muchacha que nunca tuve,
que no nació de mi amor
y sin embargo hace ahora la edad
que se murió mi madre
y ella nunca existió.
(De Fumando con mis muertos, 2015)
JUBILEO
Para pedir la fuerza de poder vivir
sin belleza, sin fuerza y sin deseo.
(Jaime Gil de Biedma)
Una casa modesta
a la orilla del mar,
una ventana al sol
clemente del ocaso.
Un camino entre árboles,
un bar quizá, pequeño,
un cine de verano.
Un buen libro
–de otro–,
un vino gran reserva
y una buena mujer.
Y a esperar con paciencia
–y con paz–
que este sol tan templado y clemente
se despida una tarde sin viento
para no volver más.
(De Fumando con mis muertos, 2015)
MARCA ESPAÑA
El mar se ha desmayado sobre la arena
y el sol deslumbra, fuerte, la media tarde.
Yo contemplo desde el balcón a las muchachas,
medio desnudas, hermosas como diosas,
los cabellos rizados y las pieles brillantes,
tendidas indolentes en la arena,
retozando nerviosas junto a la orilla,
felices por el sol y por el agua.
De improviso, una grita y las demás la siguen
jubilosas, chapotean en la orilla,
se introducen despacio en nuestro mar eterno.
Después, como en un juego,
el agua sube suave hasta sus muslos,
hasta alcanzar caderas, pieles, pechos,
débilmente marcados en la menuda tela
que los cubre. Y ellas ríen gozosas.
Se salpican los rostros y los torsos,
arrojándose inquietas las lágrimas saladas
por el mar y una lechosa espuma
que flota entre sus cuerpos, las rodea
con un hedor de esclusa,
con un marrón de islas putrefactas
a la deriva.
El mar ha muerto ya sobre la arena
y el sol regala agónico su rayo.
Así es nuestro país, soleado y amargo:
un coro de muchachas ingenuas y felices
nadando entre la mierda.
(De Un cielo sin salida, 2020)
LOS MOLINOS DE TU ESPÍRITU
A Juan Carlos Rodríguez
And the world is like an apple
Whirling silently in space
Like the circles that you find
In the windmills of your mind
(“The windmills of your mind” de Michel Legrand interpretada por Noel Harrison y José Feliciano)
Esta mañana giran en mi cabeza,
revueltos con las lágrimas,
giran en un torbellino, sin cesar,
como ruedas que dan vueltas sobre ellas mismas
o como un tiovivo lleno de recuerdos,
giran y giran sin cesar
los molinos de tu espíritu.
Entre miedo y migraña se abre paso
la extraña voz de José Feliciano,
más cercana que Harrison,
más cerca del Steve McQueen que creímos ser,
más allá de tu Margarita y la mía,
la que nos traicionó en la mansión
de Beacon Hill en Boston.
Nunca te lo conté, pero años más tarde
estuve en la puerta de aquella misma casa,
cumpliendo un sueño modesto, acompañado
de otras margaritas,
y los molinos de nuestro espíritu
se apoderaron esa tarde de mí
como ahora se apoderan,
como las manecillas de un reloj que dejan atrás el tiempo,
como una bola de nieve que rodara por Charles Sreet
hasta caer al mar.
Nunca llegué a decirte cuánto fueron míos
los molinos de tu espíritu,
cómo te comprendí las tardes silenciosas
en la calle Silencio
y las tristezas del alcohol,
las impotencias del saber,
las angustias profundas del deseo.
¡Cómo las compartí!
La voz de Feliciano se repite en mi cerebro
y gira y gira sin cesar, esta mañana,
revuelta con las lágrimas
y los molinos de tu espíritu y el mío
que giran y giran sin cesar
como ruedas que dan vueltas sobre ellas mismas,
como un tiovivo lleno de recuerdos.
(De Un cielo sin salida, 2020)
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