Entrevistas

Sara Jaramillo:«Nada de lo que hemos construido en las grandes ciudades va a servirnos el día en que nos falte el agua»

Sara Jaramillo:«Nada de lo que hemos construido en las grandes ciudades va a servirnos el día en que nos falte el agua»

Sara Jaramillo: «Nada de lo que hemos construido en las grandes ciudades va a servirnos el día en que nos falte el agua»

Hay novelas que, a través de su historia, son ideas. No creo que esto rompa pacto alguno con la ficción. Hay escritores que se sienten especialmente incómodos con este asunto. Como si toda palabra no fuera eso. Una idea. Se puede escribir una historia de amor y plantear al lector una profunda reflexión sobre su sentido en el ahora. Distinto es convertir el amor en propaganda de uno mismo. El que una novela sea, o no, política ya es otro asunto.

En Escrito en la piel del jaguar’ (Lumen, 2023), de Sara Jaramillo, la colombiana ofrece el orden de un mundo que hace arder el nuestro. Un mundo, el de Puerto Arturo, habitado por la verdad que sólo se construye desde el instinto, por ello, la violencia, sus dinámicas y ejercicio, lo inunda todo. Temes que, tras cada página, el horror te atrape.

Jaramillo no busca ser complaciente, busca provocar el asombro, despertar la curiosidad que toda ficción encierra. Nuestra contemporaneidad se nutre, cada vez con mayor intensidad, de la complacencia del mediocre. La obsesión por convertir en ficción la vida propia – yo, yo, yo- reduce la literatura a acontecimiento y la deja sin ambición. Por ello, trayectorias como las de Sara Jaramillo resultan tan importantes. Busca volar alto, no reducir el mundo de las mujeres al de los afectos, y, construye, con su mirada audaz, una cartografía sobre los abusos de la condición humana cuando se instala en lo hegemónico.

Escrito en la piel del jaguar’ es un libro que hace arder el orden de un mundo, el nuestro, del que participamos. Lo primero que llama poderosamente la atención es esa gran edificación que haces en torno a la ficción en un tiempo de producción convulsiva de relatos. Ante la masificación de estos relatos, tu apuesta es contundente: reivindicar el poder transformador de la ficción narrativa.

Si no creyera en el poder transformador de la ficción narrativa no escribiría ni leería novelas. Propongo personajes marginales, a menudo al borde de sí mismos, precisamente para alejarme de la masificación y ofrecer la sensación de incomodidad que genera lo que no encaja en el molde. Como lectora me fascina sumergirme en experiencias incómodas que me obligan ver más allá de mis propias narices y como autora busco lectores que estén dispuestos a vivir esas experiencias, a leer sabiendo que no saldrán siendo los mismos, que no obtendrán respuestas ni historias concluyentes. El papel del novelista no es explicar, es mostrar y dejar que el lector saque sus conclusiones.

Tu novela nos invita a dos lecturas, la que nos contempla a través del lenguaje y la que debe encontrar el lector, la que subyace. ¿Cómo trabajaste esta intención durante el proceso de escritura?

La novela comenzó a gestarse cuando me enteré de un suceso impresionante que había ocurrido en un lugar recóndito y aislado al que suelo ir con frecuencia. Lo que ocurrió fue que empecé a escribir inspirada en ese suceso, pero en el camino me di cuenta de que, si bien el suceso era llamativo e inesperado, había muchos otros temas interesantes orbitándolo. Pensé mucho en cómo abarcarlos sin siquiera nombrarlos porque, la verdad, es que muchos de esos temas son innombrables en un país como Colombia. Una parte de la solución fue recurrir al simbolismo, a la metáfora y a los mitos. La otra fue darle voz a un personaje como Tilda para que contara la historia desde su punto de vista. Tilda es una niña que vive en Puerto Arturo y que les explica las cosas de una mirada imaginativa y mágica.

Al final, no dice ni una sola mentira. ¡Ni una! La curandera se está convirtiendo en elefante porque tiene elefantiasis, su hermano es Ángel y no tiene alas, en el bosque viven hombres de dos caras. ¡Todo eso es verdad! Es bien sabido que una historia cambia dependiendo de los ojos que la miren y la boca que la narre.

Sobre lo anterior, esa lectura que debe ser desvelada, convierte al lector en parte esencial de la novela ya que, en cierto modo, los distintos asombros y hallazgos de Lila y Miguel son los del lector. ¿Es esta dimensión la parte más política de la novela?

Sí. El lector no tiene otra opción que vivir la historia del lado de Lila y Miguel porque son los personajes que más se le parecen, que más los representan. El truco es hacerlos sentir justo como ellos: inútiles, flojos, desconectados de la naturaleza, incapaces de apartarse de conceptos como el dinero y el tiempo, incapaces de entender las dinámicas del entorno y de relacionarse con los nativos desde una posición de igualdad. Me interesaba mucho también señalar ese aspecto tan nuestro de cerrar los ojos ante las realidades que nos incomodan.

«El tiempo se mide con sucesos extraordinarios». El tiempo – la variable y su traducción material- ocupa un lugar axial en Puerto Arturo. El tiempo no responde a lógicas propias de la cultura del consumo, de lo cotidiano pensado según el hombre blanco. El tiempo sólo responde a la certeza del instinto.

Pasar largas temporadas en el lugar que inspiró la novela me hizo muy consciente de lo mucho que nosotros en la ciudad intelectualizamos el tiempo. Nos bañamos porque es hora de bañarse; desayunamos porque es hora de desayunar, vamos al trabajo porque es hora de ir al trabajo. Pareciera que hay una hora precisa para todo. En lugares como el de la novela los días son iguales y la lógica natural dictamina a qué horas se hacen las cosas. En Puerto Arturo la gente se baña cuando tiene calor, come cuando tiene hambre, duerme cuando es de noche y juega fútbol cuando cae el sol. ¿No es más lógico así? ¿No seremos nosotros los equivocados?

La naturaleza se presenta a través de su indocilidad y exuberancia, a través de su protagonismo en la vida de los personajes. Es un personaje central de la novela y, al mismo tiempo, es una pieza más de su arquitectura. ¿Quieres con esta doble intención despejar del terreno de juego toda tentación de que ‘Escrito en la piel del jaguar’ sea considerada como realismo mágico?

Desde que estaba escribiendo supe que iban a etiquetar la novela dentro del realismo mágico. Como no, si hay curanderas con pies de elefante, los peces comen ojos, hay un ángel sin alas, las heridas se curan con sangre de dragón, hay hombres de dos caras y una zahorí a medio camino entre mujer y jaguar. Sin embargo, cuando el lector llega al final, se le cae esa etiqueta porque se da cuenta de que todo, absolutamente todo eso que sonaba tan mágico al principio, tiene una explicación real. Es mi manera de decir que las etiquetas son una falacia y que es obligación leer más que la sinopsis, llegar hasta el final antes emitir un juicio de valor.

En realidad, ahora que lo pienso, con ese tratamiento que haces del paisaje, con una mirada tan cinematográfica, estás narrando lo inefable.

La vida misma es inefable. No hay palabras suficientes que la abarquen en su justa dimensión. Es paradójico porque el escritor pretende narrarla y la única arma que tiene para hacerlo son las palabras. Como siempre se quedan cortas, hay que recurrir a la sugerencia, al símbolo, a la metáfora. Dejar que el lector haga su parte, que use la imaginación para completar la historia.

Lila y Miguel son dos personas que proceden de la ciudad y que acaban en un lugar recóndito donde la ley del ser humano es distinta de la que ellos conocen. Introduces, así, dos aspectos fundamentales para abordar la complejidad de tu novela: reflexionar sobre la otredad, la relación que establecemos con el que consideramos el otro; y la pobreza como mecanismo de control y miedo.

Creo que la mejor forma de entender el lugar en el mundo que a cada uno le corresponde es desde la otredad. Cuando nos relacionamos con gente que piensa como nosotros, que disfruta con las mismas cosas, que va a los mismos lugares, que comulga con el mismo sistema de creencias, entonces no vamos a entender nunca nada. Nuestra riqueza como seres humanos son los demás. Y, sin embargo, nos empeñamos en no verlos, porque el reflejo que nos devuelven a veces nos incomoda.

La violencia lo atraviesa todo, empapa cada página. La violencia sobre la mujer, violencia económica, violencia sobre los animales. Un mundo violento que se construye desde dinámicas violentas.

La violencia es un tema que siempre ha atravesado mi obra, supongo, por el hecho de haber nacido en un país tan violento como Colombia y también porque la tragedia tocó a mi familia de cerca cuando yo tenía 11 años. Cuando uno crece así la violencia se normaliza.

Yo, por ejemplo, me demore casi treinta años en escribir sobre el asesinato de mi padre y la razón es que pensaba que era normal que a uno le mataran al papá. Cuando caí en cuenta de que algo así no era normal, escribí ‘Como maté a mi padre’, mi primera novela. Desde eso he estado empeñada en mostrar todas las formas de violencia, a nivel macro y micro, en mis novelas.

«Antigua era capaz de dormir en cualquier lugar que tuviera dos árboles con la distancia suficiente para colgar una hamaca. Dormir es un decir, pues las pocas horas en las que conciliaba el sueño la atormentaban las pesadillas. En ellas, siempre había alguien pegándole, insultándola, mirándola con desconfianza por encima del hombro. La historia de su niñez no la abandonaba ni cuando cerraba los ojos». La infancia y la violencia. Dos palabras que no deberían siquiera de rozarse. En tu historia, denuncias la violencia que se ejerce sobre las niñas.

La infancia está repleta de microviolencias, lo que pasa es que sólo vemos las grandes, aquellas que involucran sangre, muerte, agresión física. Pero creo que es igual de violento no mandar a una niña a la escuela para que cuide a sus hermanos o privarla de acceso a la educación sexual o destrozarle los sueños desde mucho antes de que pueda siquiera soñarlos.

Tilda no es solo un personaje, es todas las niñas que habitan las zonas olvidadas de Colombia. Me urgía darles visibilidad porque, como siempre digo, aquí somos expertos en no ver aquellas cosas de las cuales no queremos hacernos cargo.

«Perros, perros por todas partes. Perros sin dueño. Entraban y salían dejando la cabaña llena de arena que Lila no demoraba en barrer. En los lugares más insólitos parían cachorros que llegaban al mundo con el hambre tan grande y tan prolongada que no les alcanzaba la vida para saciarla.». Cumbia es la perra que encuentra Lila. Ella es símbolo de la cosificación que arrojamos sobre los animales.

Aún más, Cumbia representa la tensión entre lo salvaje y lo doméstico y también resalta el comportamiento deplorable de desechar las cosas que ya no nos sirven, las que dejamos de desear y de querer. Lila quiere a la perra mientras cumpla con sus expectativas, pero basta que se comporte de forma inaceptable para que deje de quererla. Funciona también como un espejo de lo que Miguel hizo con Tilda. La acogió, la entrenó, le prometió un futuro y luego la hizo a un lado porque ya no encajaba con sus planes.

‘Escrito en la piel del jaguar’ es, además, una reivindicación sobre las periferias, nos haces mirar hacia lugares de este mundo donde no llega la luz, ni el agua potable, ni internet. Pero sí hay vida, sí llega la vida. Parece que olvidamos esto. La vida está en todas partes, parece increíble que tengamos que hacer esfuerzos por recordarlo. Lo que ocurre es que los urbanitas creemos que todo lo importante ocurre en las ciudades, en las oficinas, en las reuniones y no… la vida es eso que pasa mientras estamos ocupados en tonterías. La vida es el mar, son los árboles que nos dan oxígeno, es la tierra que nos da alimento, la vida es el agua. Nada de lo que hemos construido en las grandes ciudades va a servirnos el día en que nos falte el agua. No es tan difícil de entender y, sin embargo, parece que no lo entendemos. Era otra de mis preocupaciones con la novela, dejar al lector preguntándose dónde está la vida, qué es lo verdaderamente importante.

Hablemos ahora de Antigua Padilla – y su péndulo- ¿Hay que saber muy bien lo que se busca para buscar?

Sí, siempre hay que tener claras las búsquedas, de la misma forma como hay que tener claro que rara vez se encuentra lo que se está buscando. El verdadero hallazgo es aquel inesperado que brinda aprendizajes que no sabías que necesitabas. El péndulo de Antigua Padilla es el símbolo de esos encuentros no buscados que terminan siendo determinantes para el entorno y para uno mismo.

Miguel, recordemos, la descubre en la televisión. Y es su ambición la que lo lleva a querer explotar una tierra que no le pertenece. Su obsesión por lo material y el dinero.

Yo me valí del personaje de Miguel para hacer una crítica al consumismo. A él siempre lo ha movido el dinero. Termina en Puerto Arturo porque le ofrecen una tierra que, según él, va a valorarse con los años. Sueña con apropiarse de más terreno para construir resorts y con tumbar el bosque para llenarlo de vacas. Sueña con que llegue la zahorí y encuentre agua para él poder venderla. En la camioneta lleva una bolsa llena de billetes que no tiene en qué gastar porque Puerto Arturo no hay donde comprar nada, pero él sigue queriendo más, siempre más. La vida le muestra, una y otra vez, que el dinero no es la respuesta pero él nunca se da cuenta. Y luego se pregunta por qué es tan infeliz.

«Antigua no era una mujer común y corriente, sino una leyenda». Generas toda una genealogía en torno a este personaje tan fascinante, un personaje que está cosido a su tierra, a la necesidad de crear mitos que hay en la tierra.

Es un personaje inspirado en los chamanes de la amazonia que tienen el don de transmutarse en jaguar. Para ellos es un animal sagrado, dueño del cielo, de la lluvia, de la tierra y de los demás animales. La existencia de Antigua siempre ha estado ligada a los jaguares porque desde niña la mandaban a cuidar pozos de agua y ella hacía huellas de jaguar sobre la tierra para alejar a los ladrones de agua. Aprendió a rugir y a construir su jaguaridad como un método de supervivencia. Antigua padilla es la muestra de que la leyenda puede ser más real que lo real. A través de ella se entrega el mensaje central de la novela: cada quien ve lo que quiere ver.

Cristina Consuegra
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