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Antonio Rivero Taravillo: “La poesía despierta la conciencia y cultiva una mirada distinta”

Antonio Rivero Taravillo. Foto de Teresa Merino
Antonio Rivero Taravillo. Foto de Teresa Merino

Antonio Rivero Taravillo: “La poesía despierta la conciencia y cultiva una mirada distinta”

Antonio Rivero Taravillo es un escritor español nacido en Melilla en 1963, aunque reside desde 1964 en Sevilla, ciudad donde ha desarrollado toda su carrera. Durante su etapa de estudiante de Filología Inglesa en la Universidad de Sevilla formó parte del Aula de Poesía de la Facultad de Filología y del Aula de Poesía y Pensamiento María Zambrano, cuya revista Claros del Bosque dirigió en 1986. 

Es autor de nueve poemarios, el último de los cuales es ‘Más tarde’ (Sloper, 2019). Su primer poemario fue ‘Bajo otra luz’, en 1989, al que siguieron ‘Farewell to Poesy’, ‘El árbol de la vida’, ‘Lejos’, ‘La lluvia’, ‘Lo que importa’, ‘El bosque sin regreso’ y ‘Svarabhakti’. Ha traducido libros de poetas como Pound, Tennyson, Graves, Shakespeare, Marlowe, Milton, Yeats, Hopkins o Keats (Premio Andaluz a la Traducción Literaria), así como antologías de poesía norteamericana, irlandesa y escocesa y libros de prosa de O’Brien, Donne, Drabble u O’Flaherty, entre otros. 

En prosa, su obra incluye las novelas ‘Los huesos olvidados’, ‘Los fantasmas de Yeats’ y ‘El Ausente’, los libros de viajes ‘Las ciudades del hombre’, ‘Viaje sentimental por Inglaterra’, ‘Macedonia de rutas’ y ‘Diario austral’; ensayos como ‘Los siglos de la luz’ y las colecciones de aforismos ‘Vilanos por el aire’, ‘Especulaciones ciegas’ y ‘Vida en común’.

‘¡Con otro acento. Divagaciones sobre el Cernuda “inglés”’ fue Premio Archivo Hispalense, y ‘Luis Cernuda. Años españoles (1902-1938)’, Premio Comillas de Biografía. En 2016 obtuvo el Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografía por ‘Cirlot. Ser y no ser de un poeta único’. Ha dirigido la Casa del Libro en Sevilla y las revistas ‘Mercurio’ y ‘El Libro Andaluz’, y coordinado el módulo de poesía del Máster en Creación Literaria de la Universidad de Sevilla.

Antonio Rivero es un trabajador incansable de las letras. Solo en 2019 ha publicado dos poemarios (‘Svarabhakti’ y ‘Más tarde’), un libro de viajes (‘Diario austral’) y ha traducido ‘El silencio y otros poemas’, de Poe. Sin contar su frenética actividad como docente, ponente, director de la prestigiosa revista ‘Estación poesía’, siempre en torno a la palabra. Las suyas, las de la persona, gracias a que nos ha hecho un hueco en su apretada agenda, quedan reflejadas en esta entre2vista.

Javier Gilabert: En 1986 recibes la beca para participar en el programa SUISS. ¿En qué medida cambió tu vida tu estancia en Edimburgo? ¿Qué fue lo que te llevó a estudiar irlandés y gaélico y qué huella han dejado esas lenguas en ti y en tu obra?

Antonio Rivero Taravillo: Yo en aquel momento estudiaba tercero de Filología Inglesa en la Universidad de Sevilla. Supe de la beca para estudiar literatura inglesa y escocesa en Edimburgo, y me presenté a la convocatoria. En la prueba que me hicieron argumenté que deseaba estudiar el esoterismo de Yeats, poeta que siempre me ha interesado y de quien acabe traduciendo la Poesía reunida en Pre-Textos. Pero en realidad, aproveché las excelentes bibliotecas de allí para trabajar en Dante Gabriel Rossetti, otras de mis devociones, y para empaparme de gaélico. Yo ya había comenzado por mi cuenta el estudio de la lengua irlandesa, y aquel verano me adentré en el del gaélico escocés, idioma distinto aunque emparentado. Hacía años que escuchaba música céltica: Alan Stivell, The Chieftains, Boys of the Lough, Battlefield Band… y el conocimiento de las lenguas me parecía la prolongación natural de esa devoción. No solo constituyen una llave para acceder al folklore sino también el modo de expresión de interesantes literaturas. He traducido de ambas lenguas (también del galés, que estudié igualmente por mi cuenta), y para mí ha sido un honor, además de una tarea titánica, haber puesto en español la lírica medieval irlandesa en la editorial Gredos o la única novela que escribió en irlandés Flann O’Brien, por no mencionar los cuentos de Liam O’Flaherty (ambos libros en Nórdica).

F.J.: Eres un viajero infatigable y tus reportajes dejan un transfundo de quién viaja para conocer distintas realidades. Los libros de viajes son un género en sí mismo, desde el ‘Viaje sentimental’ de Laurence Sterne, pasando por Michaux, Conrad, Saramago o Cela. ¿Cómo afrontas cada nuevo viaje? ¿Qué te impulsó a escribir tus libros de viaje? ¿Cuál es ese gran viaje te queda por hacer?

Antonio Rivero Taravillo: Me ha gustado viajar y dejar constancia de lo visto y lo vivido. Ayer mismo envié al suplemento El Viajero de El País, donde suelo colaborar, la crónica de un recorrido por los lugares relacionados con Juan Rulfo, una quest de su Comala y de los paisajes de El Llano en llamas. Cuando viajo, me gusta documentarme previamente, y de este modo aprecio mucho más cada paso. Dejar constancia de esos viajes es la manera que tengo de conservar un billete de vuelta, es decir, un segundo billete de ida. El gran viaje que queda por hacer es una sorpresa, no se sabe hasta que uno está ya embarcado en él. No suelo planificar.

J.G.: Tus trabajos de traducción pasan por autores como Whitman, Keats, Shakespeare, Pound, Poe, Wells, Milton… Eso sin contar la ingente cantidad de obras de autores escoceses e irlandeses. ¿Hasta qué punto traducir la obra de esos monstruos de la literatura influye en la producción propia? ¿Cuál ha sido la más difícil de traducir y de cuál estás más satisfecho?

Antonio Rivero Taravillo: Traducir ha sido fundamental para aprender a escribir mejor. Ambas labores están muy imbricadas. Aprendí a hacer endecasílabos peleándome con los pentámetros yámbicos de Shakespeare. Ahí, mi maestro ha sido Pound, que desde el principio cultivó las traducciones, y a veces versiones un tanto libres. Me resultó arduo traducir a Jamie O’Neill, cuya obra maestra, Nadan dos chicos, muy alabada por Guelbenzu, entre muchos otros, es además de extensa muy compleja. Me siento satisfecho de esa traducción, pero también de la de Keats y la de la Poesía Completa de Shakespeare, que une los poemas narrativos y algún otro a la edición de los Sonetos, una de las primeras cosas que traduje. 

“Traducir ha sido fundamental para aprender a escribir mejor”

J.G.: Cuatro libros de viaje, nueve poemarios, tres novelas, ensayos, artículos, biografías, traducciones, libros de viaje, un blog constantemente actualizado… ¿Te da tiempo a hacer cosas distintas de la escritura? ¿De cuál de tus obras te sientes más orgulloso?

Antonio Rivero Taravillo: Dedico toda mi vida a las letras, propias y ajenas. No podría vivir sin ellas. Aun así, me falta tiempo para todo lo que quiero leer, escribir, traducir. He de concentrarme más, para llevar a término varios proyectos que tengo entre las manos laboriosas de la imaginación. Me considero fundamentalmente poeta. Todo lo demás se supedita a ello, aunque en los últimos tiempos también estoy escribiendo narrativa. De hecho, ahora mismo estoy enfrascado en la composición de una novela.

J.G.: Entre tu producción encontramos una biografía en dos volúmenes de Cernuda. ¿Tiene su obra el reconocimiento que merece? ¿Qué crees que opinaría de la España actual? 

Antonio Rivero Taravillo: Cernuda está considerado desde hace tiempo el poeta más importante de su generación. Yo al menos así lo creo, porque no es fácil encontrar la misma altura en la poesía amorosa y en la elegíaca, además de una lengua tan acerada para denunciar los males de España, que él fustigó como pocos. Hoy sería muy crítico, como siempre lo fue. 

Fernando Jaén: ‘Svarabhakti’, esconde bajo su hermético título, un libro de filología, «de amor por la palabra, y de palabras de amor» según nos dices. ¿Cómo surge este poemario?, ¿Fue primero el amor o la palabra?

Antonio Rivero Taravillo: Para quien escribe, ambas son la misma cosa. El amor es uno de los grandes temas, también en mi caso. Pero como alguien que dedica tanta atención a la escritura, veo que ésta termina convirtiéndose también en un tema recurrente. Ese libro surge de la selección de bastantes poemas más escritos durante el mismo periodo, tratando de que los escogidos tuvieran un común denominador, presidido por ese binomio de amor por la palabra y por palabras de amor.

“La novela llega donde la biografía no puede penetrar”

F.J.: En tus novelas ‘Los huesos olvidados’ (2014) y ‘Los fantasmas de Yeats’ (2017), tomas como punto de partida la visita a la realidad española de principios del siglo XX de dos poetas, Octavio Paz en la primera y el premio Nobel irlandés en la segunda. ¿Cómo surgen ambas novelas? ¿Partir de la figura de dos poetas es quizá tu forma de decirnos que la poesía tiene algo que decir en las grandes batallas del mundo?

Antonio Rivero Taravillo: Empecé a escribir narrativa hace pocos años. Son novelas, como también El Ausente (2018), cuyo protagonista es un político muy novelesco con voluntad literaria, José Antonio Primo de Rivera, en las que se reconstruyen vidas o momentos de esas vidas con respeto de los datos conocidos, pero llenando los intersticios que dejan las fuentes documentales con lo que pudo haber sucedido y con las elucubraciones de los personajes. Me gusta investigar, y estas novelas constituyen un paso más allá de la biografía strictu sensu, de la que he dado dos muestras premiadas: la de Cernuda y la de Cirlot. He escrito una más en esa línea sobre un poeta inglés y, como ya apunté, tengo ahora en la retorta otra de las mismas características. La novela llega donde la biografía no puede penetrar, y para mí es muy gratificante escribir libremente sobre protagonistas que conozco bien pero que acabo interpretando mucho mejor gracias a esos libros que les dedico. 

F.J.: Tu libro de poemas ‘La lluvia’ (Renacimiento 2013) es un muy buen poemario, dividido en cuatro partes (acuarela, lluvia de oriente, aguafuertes y sed) en el que nos desvelas la realidad de las pequeñas cosas, tras la cortina borrosa del agua que siempre acompaña, nos muestras un mundo por descubrir, a veces espejo de lo que fue o será. ¿Cómo se llega a construir un libro de esta profundidad con un concepto un tanto idealizado y recurrente como la lluvia? ¿Es tu poesía una forma de aplacar tu sed, o de aumentarla? ¿Qué referencias podemos encontrar en tu obra poética?

Antonio Rivero Taravillo: Gracias por esa apreciación. La lluvia escarba en mí con su rastrillo lo que conservo aún de vegetal. Sé que suena extraño, pero ante la lluvia siento el alborozo de las plantas. Y sí, tengo sed de poesía. Para aplacarla, he escrito mucho. Irán saliendo y demostrarán que no es una boutade: son ya cuarenta los libros de poemas que cargo sobre mis espaldas, tres cuartas partes de ellos inéditos. Mi poesía se ha beneficiado del conocimiento de otras tradiciones: fundamentalmente, la anglosajona y la céltica. Entre los poetas españoles, pueden haberme influido Cernuda, Brines, Colinas. Entre los extranjeros, Eliot y Paz.

“Mi poesía se ha beneficiado del conocimiento de otras tradiciones”

J.G.: En la actualidad diriges la prestigiosa revista ‘Estación Poesía’. ¿Cuál es el papel -nunca mejor dicho- que tienen hoy este tipo de publicaciones, cuando lo digital, especie invasora, se adueña también del ecosistema cultural? ¿Tienen las revistas físicas los días contados?

Antonio Rivero Taravillo: Empiezo por el final: las revistas físicas tienen una larga vida por delante. Es cierto que la difusión por Internet es mucho más rápida, universal y barata, pero nos siguen cautivando las revistas impresas. Hace diez años se decía que el libro electrónico iba a devorar al de papel (el único que en realidad merece ese nombre), pero lo cierto es que ha sido más bien al contrario. El libro ha sufrido una importante crisis, pero ahí sigue. En cuanto a ‘Estación Poesía’, el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla (CICUS) acogió mi propuesta de crear la revista en 2003, en plena crisis económica, con la característica de que además de en papel la revista la revista se difundiera en PDF de libre acceso y descarga. No se trata de que un formato compita con el otro, sino de que el segundo llegue a donde no alcance el primero.

F.J.: Tu último libro de poesía, ‘Más tarde’, hace una clara referencia al paso del tiempo y a su impronta en nuestro tránsito por este mundo. En la segunda parte del libro (‘Nuevos poemas de Humberto Fabbro’) reaparece una voz heterónima que te ha acompañado en otra aventura, con la que surge un tono más confesional. ¿Cómo ves el paso del tiempo en tu obra? ¿Quién es Humberto Fabbro y qué nos enseña?

Antonio Rivero Taravillo: No diría que es estrictamente confesional: se trata de poder expresar sin las ataduras del yo cosas que a mí me costaría más trabajo escribir, por tema o tono. La heteronimia concede libertad. En cuanto al paso del tiempo, siempre me ha obsesionado aunque ahora, cumplidos los cincuenta y seis, adquiere un especial protagonismo. No es ninguna jeremiada, sino el pretexto para la reflexión. Me interesa la poesía que conmueve mediante la expresión rítmica del pensamiento a través del lenguaje figurado. Humberto Fabbro se muestra más pasional que yo mismo, que ya lo soy bastante, y no se sonroja al tratar el erotismo a veces de forma muy explícita. En aquel libro anterior en el que apareció por vez primera (Lo que importa, Renacimiento, 2015), abordaba también otros temas.

“Las revistas físicas tienen una larga vida por delante”

J.G.: Después de tres décadas escribiendo poesía, ¿qué consejo le darías ahora a aquel chaval que empezaba a publicar a finales de los 80? ¿Qué te gustaría ser de mayor?

Antonio Rivero Taravillo: Él me diría que arriesgara más. Yo a él, que sacara tiempo de donde fuera para leer más aun. De mayor me gustaría haber dejado dos o tres poemas que leyeran los jóvenes.

J.G.: En alguna entrevista he leído que llamas subprosa al fenómeno de la poesía de las redes sociales. Que pretenden darnos «gato por libro”. ¿Qué abunda más en esa“poesía del follow”, los gatos o los libros? ¿Está contaminada la poesía de la inmediatez de esta sociedad?

Antonio Rivero Taravillo: Llamo subprosa a lo que quiere pasar por poesía y solo tiene en común con esta los renglones cortados, que no versos. Es la que copa las listas de más vendidos del género en los periódicos que, ilusos, aún publican esas clasificaciones. Son desahogos de una forma de sentimentalidad blanda que poco tiene que ver con la poesía porque ignora que esta exige rigor y elaboración.

J.G.: Momento “Carta blanca”. Cierra esta entrevista como se te antoje.

Antonio Rivero Taravillo: La poesía despierta la conciencia y cultiva una mirada distinta que identifica las relaciones a menudo ocultas entre las cosas. Es un álgebra que no busca solucionar problemas ni despejar incógnitas, sino manifestar éstas.

Poemas de Antonio Rivero Taravillo

                                  Díptico de junio

                                                           I

                                   Recuerdo el sol inmenso en la azotea,

                                   en un vibrante brillo por tu pelo,

                                   en el morado encendido que, abajo,

                                   en la tapia entonaban, todas luz,

                                   las hermosas pequeñas buganvillas.

                                   Tú me hablabas con voz de mediodía;

                                   con ritmo perezoso que se para

                                   a coger una flor entre dos voces;

                                   con lenta ensoñación que se apodera

                                   de todas las palabras y las hace

                                   ser agua que resbala de una fuente,

                                   música que a la sed da nueva vida,

                                   ansia de amor, deseo de apagarse,

                                   de morir por nacer en otros brazos.

                                   Y un calor te ascendía por el oro

                                   de tu cuello fino, trémulo tallo

                                   que arriba me ofrecía a libaciones

                                   los labios destellando, vegetales.

                                   Aún recién abiertos, sorprendidos,

                                   ante esa luz más vívida en el beso:

                                   la roja oscuridad a que los ojos

                                   cerrados no pudieron sustraerse.

                                                           II

                                   Es de noche, otra vez en la azotea;

                                   una noche del más joven verano,

                                   una noche callada que discurre

                                   como un puente muy lento sobre el agua

                                   de dos días que, uniéndose en las sombras,

                                   copulan y hacen tiempo hasta la muerte.

                                   Tan sólo se ve en el cielo una estrella

                                   (las otras las mató tanta ciudad),

                                   pero una sola estrella no es bastante,

                                   no es nunca suficiente a la metáfora

                                   (cuando menos dos harían las veces

                                   de tus ojos en símil literario).

                                   Pero es así mejor, ojos desnudos,

                                   ojos que enfrente, más puros que el cielo,

                                   son sólo comparables a sí mismos.

                                   Dos ojos de mujer que sólo eclipsa

                                   —aún más bello que la noche— el beso.

(De Bajo otra luz, 1989)

                                   RECORRES el sendero que atraviesa los arces,

                                   la línea tortuosa que semeja tu vida,

                                   te cruzas con las huellas de bestias que no existen

                                   si no es en el cubil de tu pánico insomne.

                                   Y los árboles buscan trabarte entre sus ramas,

                                   cerrarte la salida de su bosque de muerte,

                                   lucir tus huesos blancos como exóticos brotes,

                                   como tallos fingidos de un otoño sin carne.

(De El árbol de la vida, 2004)

Temporal

Lluvia:

árbol genealógico de la vida,

empapadas dinastías

del recuerdo que vuelve;

ciclo y surco, perímetro mojado

del horizonte curvo de una gota,

atmósfera atravesada

de un rocío que regresa

jornada tras jornada

siguiendo ese rotar

como una noria.

Cangilones, paraguas

hoy vueltos del revés,

arrojando disparos

a cubos llenos

en el revolver o tiovivo

de cachas grises y caballos 

de crines húmedas

y relinchos de truenos,

detonaciones:

un ajuste de cuentas entre nubes

que se desangran grises.

(De La lluvia, 2013)

Un plato solo

Si tú no estás, 

una cuchara así, sin compañera,

solo está queriendo oxidarse.

En la olla se pudre

media comida,

antes aún de cocinarla.

Debajo de la hoja de laurel,

hay un caldo que, si no tu garganta,

recorrerá la cañería.

Igual da uno que ninguno,

el mantel que el mantillo, 

el plato que la fosa,

pues nadie vio jamás

qué comen los cadáveres,

ni alaba sus modales en la mesa.

(De Lo que importa, 2015)

Vida y poesía

Sé cómo hacer un poema

sobre lo que me pasa.

Lo que no sé es cambiar lo que me pasa

para que el poema sea distinto.

Las palabras están

donde deben estar, pero la vida,

siempre dislocada, retuerce

los versos, los sincopa,

aunque sean una balsa de aceite,

siempre a punto de arder por su cerilla.

Ojalá los días tuvieran

cada acento en su sitio, 

perfecta la medida y bien planchada

la raya de la vida, pero esta

está llena de hiatos y sinéresis

cuando no toca,

y arrugada la cara que refleja

el poema en la suya.

(De Svarabhakti, 2019)

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Javier Gilabert / Fernando Jaén
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