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Raúl Quinto: «La poesía no nos protege de nada»

Raúl Quinto - Foto de J. Antonio Montero
Raúl Quinto. Foto de J. Antonio Montero

Raúl Quinto: «La poesía no nos protege de nada»

Raúl Quinto (Cartagena, 1978) es licenciado en Historia del arte por la Universidad de Granada y actualmente vive y trabaja en Almería como profesor, donde coordina junto a Isabel Giménez Caro la Facultad de Poesía José Ángel Valente. Ha publicado los libros de poemas ‘Grietas’ (Dauro, 2002; reeditado junto a ‘Poemas del Cabo de Gata’, La Garúa, 2007), ‘La piel del vigilante’ (DVD, 2005), ‘La flor de la tortura’ (Renacimiento, 2008), ‘Ruido blanco’ (La Bella Varsovia, 2012) y ‘La lengua rota’ (La Bella Varsovia, 2019). También es autor de los libros en prosa híbrida ‘Idioteca’ (El Gaviero, 2010), ‘Yosotros’ (Caballo de Troya, 2015) e ‘Hijo’ (La Bella Varsovia, 2017). Ha cultivado la crítica de libros en publicaciones como ‘Quimera’ y explorado la modalidad del ‘spoken word’ con diferentes proyectos, entre los que destaca ‘Historia portátil de la poesía española’, junto al Colectivo Colombine.

Javier Gilabert: Afirmas en una reciente entrevista que la poesía no deja de perseguirte. ¿Cuándo comenzó esa persecución? ¿Recomendarías a todo el mundo que se deje perseguir por la lírica?

Raúl Quinto: La escritura me persigue desde el mismo momento en que aprendí a escribir. Desde muy pequeño he jugado con las palabras y ya de adolescente principalmente a hacer versos. La poesía no nos persigue, está ahí, impregna nuestra vida y sólo hay que prestarle unos ojos abiertos. Lo que recomiendo a todo el mundo es que pare un momento y mire el mundo, o a sí mismos, por dentro, y que piense aunque sea un instante, libre y salvaje, sobre eso que ve. Para eso sirve la poesía, eso es también la poesía como conciencia utópica del mundo, tanto en el sentido revolucionario como en la pura etimología de un lugar sin lugar. La poesía es la forma en que nombramos el mundo con tanta precisión como incertidumbre, y hacemos que el mundo pueda ser otra cosa distinta a lo que se empeñan en decirnos que es.  

Fernando Jaén: El 15 de julio de 1974, Christine Chubbuck (de 29 años), periodista y presentadora del programa Suncoast Digest, decide escribir su propio guion, mira a cámara y dice: «De acuerdo con la política de Canal 40, empeñado en ofrecerles a todo color lo último en sangre y entrañas, están ustedes a punto de presenciar una primicia: un intento de suicidio en directo». Acto seguido saca un revólver Smith & Wesson calibre 38 y se dispara detrás de la oreja. Este suicidio en directo ha dado pie a varias películas y Christine se convirtió en un personaje central de tu magnífico libro ‘Ruido blanco’. Exploras en él los excesos de información y la saturación de la mente aturdida frente al televisor. ¿Es la información uno de nuestros mayores males? ¿Puede la poesía romper de alguna manera el control que ejercen los medios de comunicación, o forma parte de ellos?

Raúl Quinto: Vivimos en una sociedad colapsada por la información, hay estudios que dicen que una persona del primer mundo recibe al día un mínimo de trescientos estímulos informativos distintos, entre publicidad, medios de comunicación, redes sociales… Hay una inmediatez y una sobredosis de datos que generan algo parecido al ruido blanco que surge cuando todas las frecuencias colapsan un mismo canal a la vez. No se oye más que ese ruido blanco que nos adormece. Aunque tengamos toda la información disponible, no sabemos nada, se yuxtaponen sin jerarquías las ficciones, las noticias manipuladas, la verdad, los bulos, la propaganda y los mensajes afectivos, y estamos más incomunicados los unos de los otros que nunca. Esto es un problema. La figura de Christine Chubbuck que ofreció esa imagen entre el espectáculo de ficción, la verdad descarnada y el espejo me resultó crucial para enhebrar el libro y para ejemplificar de qué manera los medios condicionan nuestra percepción del mundo y acaban convirtiendo la vida en ese simulacro que decía Baudrillard.

La poesía, como vengo diciendo, te obliga a detenerte y a reconstruir la mirada, rompiendo literalidades o verdades impuestas verticalmente desde los medios y los aparatos de propaganda. Tiene esa capacidad de agrietar los discursos y de enseñarnos las cicatrices de las que también está hecho nuestro mundo. La poesía puede señalar la herida, ensancharla y hacernos mirar desde su interior. Como cualquier actividad humana puede subvertir el sistema dado, o apuntalarlo. A mí me interesa más la que hace mella, como un óxido o un arañazo, en la impoluta mentira que nos rodea.

«La poesía no nos persigue, está ahí, impregna nuestra vida y sólo hay que prestarle unos ojos abiertos»

J.G.: En una ocasión comentaste que «la poesía es pensamiento rítmico». ¿Te vales de la métrica o del oído a la hora de escribir –o ambas cosas? ¿Qué necesita un buen poema para ser tal?

Raúl Quinto: Sin música no hay poema, y la música que ha demostrado funcionar durante más tiempo con las palabras es la métrica. Entiendo que hay que conocer los rudimentos de la métrica castellana, tomarlo como punto de partida aunque sea para subvertirlo después. Pero hay otras músicas posibles, absolutamente compatibles con la métrica, las anáforas, las aliteraciones, los contrapuntos de sonidos o incluso de ideas, la propia estructura del poema o del libro, son cosas que me gusta trabajar. El trabajo formal es muy importante, entre otras cosas porque en poesía continente y contenido son stricto sensu lo mismo. El significado del poema está vinculado a su sonido e incluso a su grafía, a cómo se disponen las palabras sobre el papel en blanco. Y sin embargo para que un texto sea un buen poema siempre hay algo que se escapa al control cerebral y a la técnica, es esa puerta abierta al misterio, incluso para el autor, que crea un temblor, que ensancha la herida que hay entre las palabras y el mundo que nombran. Eso es lo realmente adictivo de escribir y leer poemas. 

J.G.: Has participado en ‘Intensidades Poéticas’ y en ‘Vociferio’, actividades ambas relacionadas con la poesía, aunque con un formato innovador. ¿Podrías explicarnos brevemente en qué consisten estas iniciativas? ¿Qué es el formato ‘spoken word’ y qué acogida está teniendo entre el público?

Raúl Quinto: Lo de ‘spoken word’, aunque en puridad es una cosa muy definida y con mucha tradición, es una etiqueta un poco cajón de sastre que ahora mismo se usa para designar un tipo de recital de poesía cercano a lo performático, incluyendo una mayor dramatización del recitado y que puede incluir danza, audiovisuales y cualquier cosa que se te ocurra. Es un paso más allá de la típica lectura monocorde de mesa y vaso de agua. Es un formato que me interesa mucho, como complemento a mi propia escritura y sin perder de vista que si uno publica un libro, el libro debe funcionar, sobre todo, en la lectura íntima. Pero el ‘spoken word’ me permite experimentar y expandir incorporando nuevas texturas y capas semánticas a los poemas, provocar tanto en mí como en el público una experiencia inmersiva que convoque sensaciones nuevas, que cortocircuite la literalidad del mundo aún más o de manera distinta a como lo hacen los poemas sobre el papel. Junto al músico Ezequiel Giménez he creado un espectáculo alrededor de ‘La lengua rota’, con música electrónica, percusión en directo y un videocollage de mi propia factura, y eso fue lo que llevamos, por ejemplo, a la Casa de las Conchas de Salamanca o la terraza de La Guajira de Almería. Con ‘Ruido blanco’ planteé otro proyecto, mezclando samplers de ruidos con jazz y vídeo junto al músico Liborio López. He colaborado con otros músicos experimentales como Primo Gabbiano o Carlos Dal Verme, y es un terreno muy fértil y en el que creo que aún me queda recorrido.

El festival Vociferio de Valencia es uno de los proyectos que mejor está trabajando este tipo de contenidos y ya es toda una referencia, y tuve la suerte de llevar a escena el que quizás es el proyecto con el que más disfruto de todos los que llevo adelante: ‘Historia portátil de la poesía española’, junto con el Colectivo Colombine, donde repasamos poemas de la tradición castellana desde la Edad Media hasta el siglo XXI, desde San Juan de la Cruz a Chantal Maillard, Javier Egea, Quevedo o Bécquer, mezclando flamenco, rock, noise y spoken word. La adrenalina que liberamos en nuestras sesiones me dan la vida para varios meses, y es una forma de reactualizar los clásicos muy sugerente. La idea me surgió tras una conversación con el cantautor Paco Ibáñez y tuve la suerte de conectar con Ezequiel Giménez y Gabriel Morano, que son unos monstruos creativos con los que es muy sencillo trabajar porque son puro talento y descaro.

F.J.: En tu poemario ‘La flor de la tortura’, uno de sus versos afirma que «Existe un puente entre el dolor y la belleza…». ¿Es el dolor un estímulo para estar despiertos en este mundo? ¿Se puede revitalizar la belleza mediante la poesía, o ya es demasiado tarde? 

Raúl Quinto: En la naturaleza el dolor es un mecanismo de supervivencia, y en la vida humana es algo consustancial al hecho de vivir. Somos también ese dolor, de manera pasiva y de manera activa, como agentes del dolor, torturados y torturadores, la línea para estar a un lado o al otro de la alambrada, o del Mediterráneo es tan fina como absurda. A veces elegimos y a veces simplemente nos toca. Y ese horror también es poetizable. ‘La flor de la tortura’ tenía como leitmotiv aquello que decía Rilke de que la belleza no es sino el comienzo de lo terrible, que todo ángel es terrible, que efectivamente hay un puente entre la belleza y el dolor, entre la belleza y el horror, y que la poesía también puede transitar por ese delgado alambre y extraer belleza del dolor como hacían los accionistas vieneses de los años 60 o Marina Abramovic golpeándose el pecho con una calavera hasta sangrar. En ese libro hago poesía sobre genocidios o sobre obras de arte radicales como el poema de Gotfried Benn describiendo el pabellón de los cancerosos en ‘Morgue’ o Joseph Beuys hablándole a la liebre muerta. En ‘La flor de la tortura’ abrí una puerta que aún no he podido cerrar.

F.J.: En ese libro haces muchas referencias a distintos artistas y a sus obras. Tu editor hablaba de este libro como «una experiencia diferente del lenguaje, en la que la violencia de la vista artística es reflejo de una violencia mucho mayor: que la Historia ejerce sobre todos nosotros». Me ha recordado a la afirmación de Wallace Stevens, cuando escribe que la nobleza de la poesía «es una violencia interior que nos protege de la violencia exterior». ¿Qué opinas de esta interpretación de la poesía?

Raúl Quinto: La poesía no nos protege de nada, como mucho nos puede hacer mirar de manera distinta y a partir de ahí intentar vivir distinto o cambiar la vida, o hasta el mundo de base si ya nos ponemos estupendos. Y eso, mirar o vivir diferente, muchas veces significa intemperie e incomprensión, porque el mundo está construido para caminar por la línea sin plantearse que es sólo tiza o que alguien la ha pintado. Por eso la poesía que me interesa, y ahí sí coincido con Stevens, siempre es un ejercicio violento, porque te enfrenta a tu propia mirada, a la inestabilidad del mundo y a la posibilidad de lo otro.

«Todo proceso creativo es producto de una escisión»

F.J.: ‘Hijo’ es una suerte de literatura híbrida, presente ya en obras como ‘Idioteca’ y ‘Yosotros’, donde reflexionas sobre el nacimiento de tu hijo. ¿Qué supuso para ti y para tu obra el nacimiento de tu primer hijo? ¿Qué nos enseñan estas pequeñas personas preñadas de futuro?

Raúl Quinto: El nacimiento de mi primer hijo supuso el acontecimiento más impactante de mi vida, me resultó incomprensible cómo en el mismo momento de su alumbramiento, sin haber compartido ninguna experiencia con él, se me acumuló una marea de emociones tal, de amor, de miedo, y de entender que de repente todo encajaba, que el universo estaba ahí dispuesto desde el comienzo para ese parto, para esa criatura conmigo en brazos, el universo, mi vida, mi historia personal, la de mi familia, incluso la de la especie humana. El impacto y la incomprensión fueron tan grandes que la única manera que tuve de aflojar ese nudo fue escribiendo el libro. Allí reflexiono sobre estas cosas, intento recordar lo que pasó, me interrogo sobre el lenguaje y la memoria. Aquel parto fue especial por ser el primero y porque a los diez minutos de nacer se lo llevaron los médicos a la incubadora ya que respiraba mal y no tenían muy claro si tenía o no meningitis, y jamás en la vida había tenido tanto miedo, pues, aunque lo conocía sólo de diez minutos, era lo más importante que jamás había tenido. Un hijo te enseña a pisar el mundo sin tanta niebla, a sobrevivir por él, te reconecta con el niño que fuiste y vuelves a ver y a nombrar las cosas por primera vez, el mundo es nuevo otra vez y eso es impagable, te reconecta también con tus propios padres, empiezas a entenderlos y a quererlos más. Ya tengo dos hijos y son, aunque suene a tópico, lo mejor que he aportado a este mundo. Ni el mejor verso, ni la revolución a las puertas son mínimamente comparables.  

J.G.: ‘La lengua rota’ llega tras un periodo de ‘silencio poético’. ¿A qué se debió ese lapso entre tus dos últimos poemarios? ¿Cuánto de ti se rompe cuando escribes?

Raúl Quinto: Entre ‘Ruido blanco’ y ‘La lengua rota’ hay siete años de diferencia, en medio han pasado dos libros en prosa, ‘Yosotros’ (2015) e ‘Hijo’ (2017), tuve también dos hijos de carne y me involucré de manera activa en la construcción de lo que se vino en llamar el bloque político del cambio desde el 15M. Mucha tela que cortar y poco tiempo. Cuando doy el paso atrás en mi activismo político, mis dos motivaciones principales son la crianza de mi primer hijo y la recuperación de mi tiempo y mi palabra para la creación poética. Y con ello, ahora, practico la política por otras vías más sutiles pero puede que más efectivas.

Todo proceso creativo es producto de una escisión, yo es otro, que decía Rimbaud. Es ese misterio del que hablábamos antes. Quién escribe lo que uno escribe, de dónde viene la escritura en último término. Evidentemente que de uno mismo, pero es que eso que llamamos uno mismo tiene múltiples estratos que se contradicen, que nos resultan esquivos y que también hablan. Esa espina rizomática que nos constituye se manifiesta en la escritura y hace que florezca el misterio a pesar de todo el autocontrol que uno se pueda exigir. La musa es el inconsciente, podríamos decir. Pero a la musa hay que someterla, atarla al potro de tortura, escribir con bisturís sobre su piel. Escribir es fruto de esa dualidad, donde no están claras las fronteras. 

«Valente no es fruto de ninguna sociología de lo literario, es un autor con mayúsculas»

J.G.: Al igual que Valente hiciera, vives y escribes en Almería. ¿Qué tiene esta localidad que la hace tan especial? ¿Crees que la figura de Jose Ángel está lo suficientemente reconocida en el panorama poético español?

Raúl Quinto: Llevo viviendo en la provincia de Almería desde los seis años, salvo intervalos en Ávila, Granada o Sevilla, por lo que el accidente de ser almeriense se ha convertido en parte de mi identidad. Todas las ciudades tienen su aquel, y la mía es horizontal y africana en sus zonas más bellas, vivimos entre el desierto y el paisaje volcánico como de otro planeta del Cabo de Gata, tenemos esa luz que maravilló a Valente, y, a pesar del castigo a su patrimonio por parte de las instituciones, la ciudad mantiene un aire singular que hace la vida más fácil, es tan agradable vivir aquí que es muy sencillo acomodarte, volverte pasivo, dejarte arrastrar por la molicie y que apenas haya espíritu reivindicativo pese a que somos campeones de la desigualdad. Ese conservadurismo apático, salvo excepciones imprescindibles, es quizá el precio a pagar por vivir en un sitio así.

En cuanto a Valente, creo que es un autor ya canónico. Casi veinte años después de su muerte sigue siendo reeditado, leído y estudiado con pasión. Muchos autores vivos serán barridos por lo inane de su obra una vez la muerte les arrebate las prebendas que ahora reparten para sustentar su posición. Pero Valente no es fruto de ninguna sociología de lo literario, es un autor con mayúsculas, traducido y estudiado en medio mundo, donde hay  conciencia de que puede que sea el único poeta español de la segunda mitad del siglo XX que compita en la misma liga que los grandes de la literatura europea. 

J.G.: Y hablando de dicha Facultad de Poesía. ¿En qué consiste exactamente? ¿Qué proyectos estáis desarrollando o desarrollaréis a corto y medio plazo?

Raúl Quinto: Es un proyecto que coordino junto a la profesora Isabel Giménez Caro de la Universidad de Almería y que va ya por su cuarto año. Ambos nos sentimos huérfanos cuando murió nuestra amiga la editora de El Gaviero, Ana Santos, y decidimos montar algo en la ciudad que bebiera de su espíritu y, por añadidura, la del mismo Valente: traer a la periferia lo que sucede en el centro de la vanguardia poética de nuestro país, y convertir Almería en un centro de referencia para el rigor poético y las nuevas apuestas. Organizamos lecturas mensuales y por aquí han pasado autores y autoras como Chantal Maillard, Olvido García Valdés, Juan Carlos Mestre o Angelica Liddel; tratamos los nuevos formatos de poesía expandida o spoken word y hemos traído a Ángela Segovia o Lola Nieto, incluso al cuentista Eloy Tizón para dar una conferencia sobre la poesía en sus relatos; organizamos mesas redondas sobre diversos temas con especialistas, tenemos un premio de poesía cuyo libro ganador edita la Universidad de Almería; y acabamos todos los años con unas jornadas de corte académico donde se ha analizado la obra de Valente, la Generación del 50 aquí y en Hispanoamércia, y todo con el colofón de un concierto. Fue histórico el llenazo del aula magna de la Universidad con el de Paco Ibáñez hace un par de años. Lo que nos queda de este año es una lectura en octubre de la poeta granadina Erika Martínez y unas jornadas académicas en noviembre sobre la relación de Goytisolo y Valente con el mundo árabe. Lo que no está claro es la continuidad para el próximo año, pues depende de la aprobación de la partida para los Proyectos Atalaya de la Junta de Andalucía, y desde el cambio de Gobierno no hemos tenido noticia. Veremos.

J.G.: Ha llegado el momento ‘carta blanca’. Remata esta entre2vista como más te plazca.

Raúl Quinto: Sólo un consejo: leed poesía en defensa propia.

Poemas de Raúl Quinto

MALLARMÉ (DAGUERROTIPO EN LLAMAS)

Gira el tambor de la pistola
como una oscura órbita
en tus oídos.

El azar no decide.
Tejen tu cuerpo las agujas lentas
del sudor, anocheces,
y la única bala
construye su mirada entre tus ojos.
El azar no decide.

A través de la venda puedes ver
la silueta de unos dedos
apretando el gatillo.
Puedes ver el sonido del disparo
y la exacta grafía
de tu cerebro
sobre la pared blanca.

Puedes verte a ti mismo
escrito para siempre
en el silencio de este verso.

(de ‘La flor de la tortura’, 2008)

[fallos de raccord]

El alambre de espino simula la forma de una bailarina. Gira en la caja de música. Diminuto desgarro. Quedan prendidas las notas de un vals como jirones de ropa. De piel. El espejo empañado de vaho deja a la vista una palabra: al mirarlo sólo ves tu cuerpo dentro de los trazos de cada una de sus letras. Tu cuerpo mutilado en lenguaje. Gira. Ofrece posibilidades. 

Ángulos. Nexos.

En tránsito.

El cordón umbilical que une el deseo a la máquina. Alambre de espino. La décima de fiebre que da paso a la alucinación. Las piezas del ábaco rodando por la mesa. La suma. El recorrido. La pared del glacial desmoronándose, toneladas de hielo y nieve que desaparecen al contacto con el suelo. 

Fallos de raccord. 

Los agujeros del mapa de Cisjordania. Las minas de coltán. 

Ángulos ciegos. 

La bailarina de alambre de espino gira dentro del espejo. Dentro del vaho.  No hay nadie aquí y sin embargo. No queda nadie en ningún lugar y sin embargo. Gira. Ofrece imposibilidades. Cadenas rotas. Diminutos párpados. Nieve negra que cae.

TECTÓNICA

Fotografias de tu cuerpo, rotas
y recompuestas al azar. Fragmentos
de ti que ahora son un animal
vigilando tus ojos. Una grieta
dentro de las palabras. Una sima.

Podría congelar aquí la imagen,
y que cesara todo en un temblor.

(de ‘Ruido blanco’, 2012)

ANA ORANTES

Transita del azul
al ámbar el dibujo de la llama.
Un arcoíris derretido,
titilando sombra
en un pequeño charco
de gasolina. Quién está mirando.
Quién dice qué.

Alguien baila en el fondo
de la piscina
de la urbanización abandonada,
abraza a un maniquí
y le dice al oído: esta música
no existe, como tú la luz tampoco
tiene ojos ni boca,
pero mantiene en pie
todo aquello que vemos.

(de ‘La lengua rota’, 2019)

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Javier Gilabert / Fernando Jaén
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