Prensado en frío

Olvido Andújar: «Todo lo bueno se cocina a fuego lento»

Portada de 'Érase que se es' de Olvido Andújar
Portada de 'Érase que se es' de Olvido Andújar

Olvido Andújar: «Todo lo bueno se cocina a fuego lento»

Olvido Andújar es profesora de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad Complutense de Madrid, tiene un perro que se llama Ñascu, que es el lobo más bueno del cuento, y cree que la palabra es el mejor patrimonio de la humanidad. Cuando era pequeña, su abuelo le escondía dinero entre los libros y su abuela le ocultaba besos en los roscos de naranja que servían para desayunar o para merendar. Los dos pertenecían a la clase obrera, eran del bando de los vencidos y no nadaban en la abundancia de casi nada, pero arrimaban el hombro, alimentaban a sus nietos y ayudaban a sus hijos a construir sus casas. Tanto el abuelo como la abuela le enseñaron que el amor y los cuidados son los verdaderos protagonistas de todos los cuentos.

En 2020 publicó En clave de jazz (Lastura). Ha participado en varios libros colectivos, como La satisfacción del deber cumplido (Esdrújula Ediciones, 2023) o Discípulas de Gea 2 (Inventa Editores, 2018). Participa con frecuencia en recitales de poesía, escribe en Pikara Magazine y es miembro de los colectivos feministas de poetas Sororidades y Genialogías. Recientemente publica, de nuevo con Lastura, Érase que se es, su segundo poemario y una excusa perfecta para invitarla a pasar hoy por nuestra Prensa.

Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?

Olvido Andújar: De un tiempo a esta parte estamos asistiendo al intento de desmantelar la comunidad, los cuidados, la preocupación por quienes tenemos cerca… El yo por encima del nosotras. Narciso contempla eufórico cómo el individualismo está desplazando a lo comunitario. Todo aquello que hasta hace poco era incuestionable, hoy se demoniza. Por qué mantener una sanidad pública, que es para todo el mundo, si yo me puedo pagar un seguro privado —como si un seguro privado fuera a salvarnos cuando vengan mal dadas—. Por qué una escuela pública, por qué unas instituciones públicas… Mis abuelos no habrían entendido esta involución tan terrible y, aunque leían y escribían con bastante dificultad —porque no pudieron ir a una escuela—, sabían y contaban cuentos populares con los que me enseñaban todo aquello que antes les habían enseñado a ellos. Este libro es mi homenaje a los cuidados ancestrales y a la comunidad por la que lucharon mis abuelos, en un lenguaje que habrían entendido, el del “había una vez…”. 

¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?

Pertenezco al grupo de investigación ELLI (Educación Literaria y Literatura Infantil) de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid. Dentro de las actividades del grupo, hemos trabajado con el reciclaje del cuento tradicional, tanto en la parte de investigación, como en la docencia. En nuestras clases se han hecho memes de denuncia social protagonizados por Cenicienta o Caperucita, películas en stop motion revisitando cuentos populares o relecturas en clave de diversidad en Instagram o TikTok. En algún momento pensé en hacer yo misma el ejercicio que pedía a mis estudiantes y reciclar el cuento tradicional en clave poética para dar voz, a través de sus personajes, a todo aquello que me indignaba, desde la violencia machista a los desahucios.

¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?

Un libro solo se termina de escribir cuando se lee. El libro deja de pertenecer a su autora o autor desde el mismo momento en que esta persona da el visto bueno a la editorial y se manda a imprenta. A partir de ahí ya es de quienes lo leen y terminan de escribirlo, dándole su propia significación. Yo puedo decir qué tenía en mente cuando lo estructuré en tres partes, cada una iniciada con un haiku. En mi idea originaria parto de la comunidad ancestral o prehistórica, nuestras raíces, para pasar a las pesadillas que pueblan nuestro mundo: violaciones, abusos, maltratos y un larguísimo y vergonzante etcétera. Y desde esa parte tan terrible voy a buscar cobijo al momento de los recuerdos hermosos, esos a los que agarrarnos cuando no sabemos hacia dónde ir, aquellas voces, aquellos olores, aquellos sabores que se nos convirtieron en referentes y que nos dicen “por aquí sí es” cuando nos llenamos de duda. Pero esa es mi lectura, que no tiene por qué coincidir con la lectura de las personas que lo lean.

¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?

Ojalá que encuentren entre todos los poemas algún verso que hacer propio y, a partir de él, volver a tejer redes de cuidados, a las que aferrarse como conditio sine qua non. Dedico el poemario a todas las personas que cuentan cuentos, a quienes agradezco mantener con vida a las brujas y a los dragones. Sería un regalo que, tras leer el poemario, volvieran a sentir la necesidad y el deseo de contar cuentos. 

¿En qué medida veremos en él —o no— a la Olvido Andújar de tu poemario anterior?

Si en el anterior libro era la música jazz la que hilvanaba todo el texto, en este son los cuentos. El anterior poemario narraba un duelo y lo hacía en clave de jazz, como quien escucha un disco y cada tema le araña en un sitio. A través de sus poemas paseé por la culpa, por la muerte, por la soledad y, también, por la esperanza. Algunos de los dolores de En clave de jazz siguen siendo dolores en Érase que se es, pero creo que este es un poemario más humanista

¿Hasta qué punto es determinante tu labor como Profesora de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad Complutense de Madrid en el contenido de estas páginas?

Quienes nos dedicamos a la docencia no nos dejamos la “tiza” en el paragüero antes de entrar a casa para no manchar el suelo. Al contrario, entramos con ella y la llevamos siempre encima, por si acaso hiciera falta. Tenemos la suerte de tener una de las profesiones más hermosas y nunca estamos del todo de vacaciones, por mucho que digan los cuñados y las cuñadas del mundo. Mi amiga Beni Campos, por ejemplo, es una de las mejores maestras que he conocido y, si la llamas un 15 de agosto para preguntarle sobre lectoescritura, te manda veinte referencias y te ofrece sus apuntes manuscritos. Lola Cabrillana, que es maestra y una escritora maravillosa, aprovecha cada segundo, cada tuit (@de_infantil) y cada página escrita para hacer pedagogía contra el racismo o la desigualdad. Las dos son escritoras y maestras y no sé si va antes el huevo o la gallina. Esto puedo extrapolarlo a todos mis amigos docentes y me gustaría que algún día dijeran también eso de mí. 

Comenta sobre el libro Pep Bruno que se trata de «una invitación para atender a los cuentos y al hecho mismo de contar y escuchar». ¿Tiene aún cabida en esta sociedad digital e inmediata algo tan “analógico”?

Y más nos vale, porque nos va la vida en ello. Nos hemos malacostumbrado demasiado a la inmediatez, a la brevedad y a la rapidez. Pero todo lo bueno se cocina a fuego lento, con paciencia y mimo. La única forma de mantenernos a salvo de la manipulación y las fake news es el conocimiento. La lectura nos permite contrastar la información y distinguir la mentira (o posverdad). Si no paramos y escuchamos otras voces somos carnaza fácil para los poderes fácticos y sus oscuros intereses. Y eso solo se hace bien de forma pausada. Por otra parte, creo que cada vez nos cuesta más escuchar al otro y conversar no es solo hablar, emitir fonemas, sino escuchar e interactuar en consecuencia. Respetar. Creo que de respeto también hablan mucho los cuentos. 

Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘Érase que se es’, ¿cuáles serían?

Pues siempre es difícil elegir tres y matar al resto, pero le tengo mucho cariño a estos tres: “Un fémur fracturado”, “La misma lengua” y “Seguirán estando buenas las croquetas”.

¿Supone este poemario un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué?

Todo lo que hacemos, cuando es un trabajo querido en el que hemos invertido tiempo, energía, desvelos y esperanzas, supone un punto de inflexión. Cada poemario lo ha sido a su manera. Pero no solo los libros, hasta la decisión de adoptar a mi perrijo (o de ser adoptada por él), ha sido un punto de inflexión en mi vida. Y sí, tengo algunas ideas a las que dar forma de proyecto literario, como quien tiene un bloque de arcilla y solo cuando se sienta a modelar sabe qué forma final tiene el cuenco que tenía antes en mente. Por lo pronto, tengo una novela a medias y unos cuantos poemas que incluir en un tercer poemario. Entre paseo y paseo a Ñascu voy dándole forma mental a ese “cuenco” literario.

Por último, como lectora, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?

Hay muchas plumas andaluzas que están entre mis favoritas. Mónica Doña, Ángeles Mora, Ana Rosetti, Olalla Castro, Begoña M. Rueda… Disfruto mucho cuando las leo (o escucho) fuera de sus libros. Pero por acotar un poco, me encantaría leer aquí a Lola Cabrillana, que ha publicado hace poco su segunda novela, La maestra gitana, que es belleza y pedagogía pura, como ella. Y también a Paco Ramos, que es un poeta gaditano referente, de esos que cuando los lees te dices “por aquí sí es”. Su último poemario, Los muertos de Bilderberg, es de obligada lectura.

Poemas de ‘Érase que se es’ de Olvido Andújar

UN FÉMUR FRACTURADO

No fueron las pirámides de Egipto, 
ni las cariátides de Atenas.
Tampoco el relato en cuneiforme 
de Gilgamesh y su amigo Enkidu. 
Nuestro momento más brillante 
no estuvo en la rueda o la palanca. 
No se lo debemos al fuego,
ni a la cerámica, ni al bronce.

No fue darnos cuenta de la harina, 
del vino o de las nueces.
No estuvo en manipular el hierro 
hasta obtener un arma puntiaguda, 
ni un hacha para cortar árboles
o la cabeza de un venado.
Tampoco acuñar ningún tipo de moneda, 
jerarquizar el género o inventar los dioses.

El momento cumbre de la civilización 
fue el tropiezo de una criatura.
A saber qué estaría haciendo, 
cuando cayó contra unas rocas
y sintió el mordisco de una bestia.

Ya había pasado otras veces.
Y todas dejaron atrás el augurio del desastre.
La herida de un miembro de la manada 
ponía en peligro a todo el grupo.

Pero esta vez fue diferente.
No sabemos por qué lo hicieron, 
pero se pararon al borde del camino. 
Encendieron unos troncos, 
cubrieron la tierra con las pieles
y cuidaron del fémur fracturado.
Quizá hasta le contaron cuentos
de bisontes que huían de las flechas.

El hueso sanó y retomaron el viaje.
No hubo antes otro momento 
en el que fuéramos más fuertes, 
más invencibles, más personas,
que cuando detuvimos la marcha 
para cuidar de nuestra gente.1

1 Para la antropóloga y poeta Margaret Mead (1901-1978) el primer indicio de la civilización humana se encuentra en el hallazgo de un fémur humano que se soldó tras haber sido frac- turado. Esto significaba que alguien cuidó de esa persona mientras estaba convaleciente, mostrando una solidaridad revolucionaria.

LA MISMA LENGUA

Lamer la piel de quien amas,
lamer el plato,
pegar sellos:
usemos la lengua para todo menos para herir.

Gloria Fuertes

La lengua del bebé imita los sonidos
que escucha de los labios de su madre.
Por eso llamamos lengua materna, a la nativa, la de origen.

Cimentamos el hogar sobre los fonemas de una madre.

Esa lengua aprenderá a distinguir la sal del azúcar
y a lamer la herida para que cicatrice la derrota.

La misma lengua que hallará tras los dientes
el punto de articulación para decir «tú»,
se apoyará en el paladar para descubrir que el «yo»
también necesita de cuidados.

Encontrará, sin saber cuándo ni por qué,
lenguas que saben otras lenguas 
–y también a brisa de verano–,
que algunas pueden incendiarle el vientre
desde la distancia de un ápice contra otro ápice.

Escuchará cuentos de lenguas desconocidas
que le hablarán de las mismas injusticias,
de los mismos crímenes terribles,
de los depredadores ancestrales,
de los miedos que nos siguen golpeando.

Descubrirá un día, llenándose de dolor,
que la misma lengua que acaricia con un [teˈkjɛ.ɾo]
puede abatir con un [te’o.ðjo].

El relato dejará de ser seguro entonces.
Porque la misma lengua que puede construir redes
puede destruirlo todo con una falacia,
impugnar la escuela y la pedagogía,
enterrar con odio el conocimiento,
decretar una masacre.

SEGUIRÁN ESTANDO BUENAS LAS CROQUETAS

Poetas, ojalá seamos capaces de escribir
para dentro de quinientos años.

Juan Ruiz de Torres

Dentro de quinientos años
seguirán estando buenas las croquetas,
habrá quien sepa dárnoslas con queso
y ese vino malo con alguien que nos guste
será todavía el más rico del mundo.

Aún sabremos dar abrazos
que recompongan a una amiga hecha añicos.
Seguiremos viendo duendes y elefantes
escondidos en las formas de las nubes.

Se nos seguirán apagando las ventanas
cuando alguien a quien dijimos
«en la salud y en la enfermedad»
nos diga que ha dejado de querernos.

Todavía contaremos cuentos a los niños.
Sobrevivirán las brujas, los dragones,
las princesas dueñas de sus reinos,
las hechiceras y los lobos.
Pero aún habrá una niña
que apriete la mano de su abuelo
y le pida otra vez la historia
de cómo conoció a su abuela.

Quizá el mar haya borrado
el paseo donde diste tu primer beso,
un incendio el hospital donde nacerán tus hijos
y los historiadores dirán que hubo un Polo Norte.

Pero seguirá gustándonos la tortilla de patatas
y las mariposas aún nos inundarán las tripas
cuando una mirada sepa sacudirnos
como un poema de más de quinientos años.

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Javier Gilabert
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