Nieves Chillón: «En las crónicas no se habla del sufrimiento de los desheredados»
Nieves Chillón nace en Orce, Granada, en 1981. Enseña lengua y literatura en secundaria. Acaba de publicar la novela histórica Auletris (Algaida, 2022). Con su poemario La casa de La Piedra (El Envés Editoras, 2022), fue Premio Nacional de Poesía Ciudad de Churriana. En 2021 obtuvo, ex aequo, el XXVII Premio Andalucía de la Crítica en la modalidad de poesía con Arborescente (Pre-Textos) ganador a su vez del XXXVII Premio de poesía Juan Gil-Albert / Ciutat de València.
Además, suyos son El libro de Laura Laurel (XXXI Premio Unicaja, Pre-Textos), El asa rota (XXX Premio de Poesía Villa de Peligros, Diputación de Granada), Rasguños (I Premio de Poesía Jorge Manrique y Vinos de Uclés, Ed. Vitruvio), La canción de Penélope (XIX Premio de Poesía Mujerarte, Ayuntamiento de Lucena), Morning Blues (Ed. Cuadernos del Vigía) y La hora violeta (Colección Granada Literaria). Hoy vuelve a pasar por nuestra Prensa con la excusa de que nos hable sobre su más reciente publicación, su primera novela.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Nieves Chillón: Desde hace un tiempo he vuelto los ojos a la tierra, a la que tengo más cerca y ha visto crecer a los míos. En La casa de La Piedra ocurrió justo eso. Volví al lugar donde mi madre y mis tíos habían sido niños y lo reconstruí a base de tinta y sueño, de ideología. Ahora ocurre algo parecido con Auletris, aunque esta vez he viajado más lejos en el tiempo. El escenario es cercano: la Bastetania de veinte siglos atrás. Necesitaba repoblar de discurso femenino aquel periodo de la historia y esta tierra que piso cada día, y que de muchas maneras todavía está en los márgenes.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
Fue en ese momento en que todos/as echamos más de menos recorrer las calles, salir al campo, volver a los espacios cotidianos. En aquellos meses de confinamiento intermitente comencé a escribir el borrador de algo muy lírico donde además habían brotado personajes. Se parecía a mi libro anterior en parte por esa razón, aunque no iba a tratarse de un libro de poesía.
La documentación y la escritura fueron procesos inmersivos, muy intensos. Los propios sitios arqueológicos y los artículos fueron concretando el motivo. Se apunta al principio, en la cita de Apiano: «a la ciudad la tomó después de ocho meses de asedio, y vendió a todos sus habitantes, con las mujeres y los niños». En las crónicas no se habla del sufrimiento de los desheredados. Su suerte se resume, y solo a veces, en una frase.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Auletris es un homenaje a los pueblos sometidos, especialmente a sus niños y niñas, a sus mujeres, porque de su discurso nunca quedó constancia. Se nos ha educado en las bondades que heredamos de Roma. Somos iberorromanos y tatatataranietos de quienes tanto sufrimiento infligieron a los que consideraban bárbaros. En otro orden de cosas, la novela reparte el peso narrativo visibilizando al elemento femenino, tradicionalmente ausente. La protagonista experimenta y relata una historia que pone el foco en las mujeres. Ellas, por la misoginia estructural, más allá de su estatus, siempre estuvieron en el ángulo oscuro. En torno a Aiunin-Vireliata emergen otras psicologías en conflicto como el aristócrata Tures, el régulo Kirdos, el celtíbero Ilirx o el propio Aristeo, el hijo receptor de estas memorias.
La protagonista de Auletris (palabra que significa “flautista”), es una ibera que habla desde su madurez. En el texto se intercalan algunos poemas que funcionan a modo de cantares épicos en algunos casos, de rezos en otras ocasiones, e incluso como metáfora de su pensamiento roto y fragmentario. Como mujer, desde la infancia ha vivido los ritos propios de su cultura y su género, además de un sinfín de violencias como la de ser moneda de cambio, esposa de diferentes hombres, rehén o esclava. Ella cuenta su experiencia en el momento de la llegada de Roma a los pueblos iberos, ya sometidos por los cartagineses.
El destinatario de sus recuerdos, su hijo Aristeo, es un muchacho criado en un paradigma diferente. He aquí una licencia que me he permitido para propiciar el contraste: la de que una segunda generación piense y actúe como lo haría una cuarta o quinta. El muchacho, paulatinamente interesado en un discurso materno que siempre había ignorado o infravalorado, del que incluso se había avergonzado, en cierto momento reaccionará de forma inesperada para su madre y su entorno.
En la novela hay muchas «capas», como pueden ser las referencias a otras literaturas, a diferentes mitologías, y sobre todo, a la arqueología de las Altiplanicies granadinas que pertenecieron a la Bastetania de hace veintiún siglos. Hay detalles que han sido inspirados por los artículos técnicos y que son históricamente muy fieles, dentro de la obligada ficción como obra literaria.
¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?
Me gustaría que los lectores/as de novela histórica sintieran curiosidad por un planteamiento algo distinto, ya no por el enfoque ni la temática, que no son una novedad, sino por la estructura del libro. Que entiendan el pensamiento lírico de la protagonista como un rasgo más de su carácter, y también la ordenación lírica del libro en sí, que se parece a una piedra que rueda: lenta al principio, veloz y violenta al final. Hay que pensar que las sociedades antiguas son eminentemente orales, musicales. Las historias narradas y cantadas transmitidas a través de generaciones conformaban la memoria colectiva que, en caso de los pueblos iberos, se perdió por no quedar a día de hoy constancia escrita de esta épica que indudablemente existió.
De los y las poetas esperaría que hicieran confetti con la cubierta y celebraran que esta novela quiere romper, a base de lirismo, las convenciones del género.
¿En qué medida veremos en él —o no— a la Nieves Chillón poeta? ¿Tiene cabida la poesía en la narrativa?
Mi escritura, como digo, se divierte difuminando los límites entre los géneros. Por ejemplo, dentro del propio discurso poético, hace tiempo que busco un verso y por lo tanto una estrofa más salmódica, extensa, con apariencia de prosa con cesuras. Me arriesgo en narrativa a introducir poemas y un discurso lírico y fragmentario. Mi voz es muy similar en los últimos libros de poesía (Arborescente y La casa de La Piedra) a la voz de la protagonista de Auletris. Es bueno diluir las fronteras.
¿Te ha resultado difícil dar el salto a la novela? ¿En qué género te sientes más cómoda?
Cuando estoy inmersa en la prosa, me encuentro cómoda. Cuando estoy trabajando en el poemario, también. Son dos trabajos muy distintos. Sin embargo, sigo considerándome poeta. Una poeta que no ha hecho un alto en el camino escribiendo una novela histórica, sino que ha decidido que el camino lírico devenga en una forma particular y sui generis de obra.
Lo complicado para mí está en escribir en el poco tiempo al día que me permiten las ocupaciones cotidianas, los niños (dos, de tres y seis años en este momento) y el trabajo. Evidentemente, es difícil lograr documentarse de forma eficaz y alcanzar a la misma vez altura literaria. Ese es el reto.
Como te conozco y sé que no paras, te lo tengo que preguntar: ¿qué proyecto o proyectos literarios tienes en mente?
Ahora estoy escribiendo tanto narrativa como poesía.
Por una parte, continúo con la historia que comencé con Auletris. De la misma forma que con la primera novela, la segunda supone un esfuerzo de documentación importante y una sensación de inmersión histórica que me atrapa.
En paralelo, estoy construyendo un libro de poemas. Hay mucho de la tierra áspera del altiplano granadino en los dos trabajos.
Por último, como lectora, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
Sería estupendo que la fotógrafa Susana Girón os hablara de su trabajo.
Fragmento de ‘Auletris’, de Nieves Chillón
Padre.
Me gusta que me llames padre.
Cuando yo muera, pagarás cenas públicas y colocarás mi estatua en el foro junto a la de los Manlios. No olvides escribir en mi epitafio hic est situs aretake Tures Fortunatus Tutugitorum, pater amantissimo.
Sí, padre amantísimo, porque tú eres para mí un hijo bienamado.
Solo por ti he esquivado la espada y defendido mi nombre, que nació de la gleba rojiza del río Barbata, y lo he hecho próspero con la fuerza de la inteligencia. Y fue, sin yo saberlo, por ti que sometí a los pueblos y ofrecí como rehenes a los hijos de mis súbditos. Sí, también a aquel que fue la sangre de tu sangre, al que entregué al suplicio del aspa de cuatro puntas. A él y a los que pudiste haber llamado hermanos, los arrojé a las llamas. Aunque no fue mi mano, yo instigué la damnatio memoriae a cambio de mi seguridad y la de los míos. También de la tuya.
Todo lo destruí con la esperanza de construir para ti un mundo nuevo.
Por ti, tendí puentes, apisoné caminos, pagué de mi bolsa honores a los dioses, juegos públicos, y mandé levantar este altar a Hércules Invicto desde el que invoco y doy gracias por mi buena fortuna.
Pero la maldad de esa vieja pérfida no tiene límites. Con la excusa de tus inocentes preguntas instiga tu nobleza con historias absurdas, y a mí me hace decir en voz alta lo que no debo. Mi memoria no debiera pronunciarse por mi boca sino por estas piedras donde he ordenado esculpir Tures Tutugitorum, hombre afortunado, dona los baños de la ciudad, el acueducto y veinte yugos de terreno de bosque. Anna Tutugitorum, esposa inteligentísima, dona un reloj de sol para la ciudad.
Por ti, mi hijo queridísimo, los recuerdos me aguijonean en la noche y me arrepiento de no haber enviado a esa esclava al mundo oscuro cuando debí hacerlo, el día en que mi esposa la adquirió en el mercado y la trajo a nuestro hogar. Por supuesto que sabía quién era. Ambos lo sabíamos. Pero la mujer no importaba entonces, sino el preciosísimo fruto que pendía de sus pechos y que los convertía en alimento para nuestro dormido Aristeo, que los dioses lo arrullen y sepan saciar su sed, porque sus padres nunca fuimos capaces. Solo ella, la sibilina esclava que te cuenta lo que nunca debieras escuchar, pudo darle algo de aliento el tiempo suficiente para que aprendiéramos a vivir con él y sin él. Ella te trajo a nuestras vidas y nos devolvió la luz y a la vez la oscuridad del temor por ti. Tú crecías fuerte y hermoso a pesar de beber tan solo la leche que
Aristeo rechazaba, la que caía de la teta mientras el pequeño amo dormía. Aristeo el frágil, Aristeo el poderoso.
En el fondo siempre supe que mi carne era débil.
Débil para procrear, débil para resistirme al cuerpo de la esclava madura o al del pastor más joven.
Ahora que la muerte no tardará en llamar a mi puerta, solo te pido que te guardes de quienes pretenden reescribir las delgadísimas líneas de la historia. La tuya nace en esta casa y tendrá memoria eterna si te empleas como un ciudadano ejemplar. Tendrás tu estatua en el foro como Valerio Manlio y sus hijos, que no son más poderosos, ni más inteligentes ni más hermosos que tú. Ya conoces la ley, sabes administrar las tierras e invocar a los dioses protectores. Ellos te ven con buenos ojos, pero no puedo evitar sentir temor pues a quien los dioses aman, muere joven.
Padre…
Cuánto se alegra mi corazón cuando me llamas padre.
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