Jorge Fernández Bustos: «El humor es una cosa muy seria»
Jorge Fernández Bustos, bibliotecónomo y escritor desde hace más de dos décadas, y crítico de flamenco en el diario Ideal, entre otras muchas cosas, pasa hoy por la prensa para hablarnos de ‘Carlomagno en la ventana’ (Talón de Aquiles, 2020), su última novela, en palabras del propio autor, atemporal y minoritaria, como los sueños de Juan Ramón.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Jorge Fernández Bustos: El porqué del libro es un poco casual. Entre mis lecturas había llegado a mis manos la Balada de las damas del tiempo pasado, una semblanza que hace Álvaro Cunqueiro sobre las mujeres referidas por el poeta del siglo XV François Villon (La Balada de las Damas de Antaño). Al tratar de Bertrada de Laon, madre de Carlomagno, el poeta francés aludía a la deformidad en uno de sus pies, tan evidente que era conocida como ‘Berta la del pie grande’. Cunqueiro recrea la anécdota y, de forma exagerada, no solo dice que tenía un pie más grande que otro, sino que medía siete veces más. Su zapato sirvió de capazo para llevar a su hijo a acristianar portado por cuatro obispos. Tan potente y desconocida me pareció esta historia que tuve ganas de reproducirla a mi manera, junto con una gavilla más de leyendas. Fui indagando, siempre en el mito, y llegué a vislumbrar, por ejemplo, a Carlomagno con 2’40 de altura y a su sobrino Rolando (el de la Chanson) conviviendo con una sirena en una playa de Galicia (con la que tuvo un hijo) y no caído —como cuenta la tradición— en la masacre de Roncesvalles. Entre historia, fábula y fantasía fui escribiendo ‘Carlomagno en la ventana’. (Por cierto, el título me vino antes de empezar a escribir o quizá en los primeros renglones).
Ahora sale a la calle (presentaciones y librerías), pero surgió a la vez que la pandemia, a principios de 2019, por lo que estuvo ‘secuestrado’ hasta la reciente Feria Otoñal del Libro 2021. Aunque, a decir verdad, Carlomagno no tiene prisa. Todo llega cuando tiene que llegar. Mis novelas son atemporales y minoritarias, como los sueños de Juan Ramón.
Cómo y cuándo surge la idea del libro?
Me temo que esta cuestión la he respondido en la pregunta anterior, pero diré que mis libros son historicistas (de una época paso a otra). Pero no engañemos a nadie. Lo que escribo no es ‘novela histórica’, sino que cada novela se centra en un momento determinado de la historia, en una imagen del pasado, y, entre múltiples lecturas y especulaciones, voy hilvanando la vida de unos personajes reales, inventados o posibles. A veces no pasa lo que pasa pero podía haber pasado. Así mi primera novela, ‘Septimio de Ilíberis’, se desarrolla en Granada en la época visigoda; para ‘El ciego de Delos’ me remonto al siglo VI antes de nuestra era, a las islas Cícladas, en Grecia; en ‘Carlomagno’ acudo sus últimos años, ya en el siglo X, cuando el emperador hagiográficamente repasa su vida asomado a la ventana norte del palacio de Aquisgrán, esa que llaman de los Mirlos.
Que escriba sobre un tema u otro depende del azar, como ya he dicho. Quizá al descubrir esa imagen poderosa en un momento determinado, quizá una lectura puntual, quizá el sueño que se expande. Voy saltando por las edades sin llegar a la nuestra, aunque terminaré escribiendo algo contemporáneo y, quién sabe, puede que realista.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Nunca lo he pensado, mis novelas no tienen un fin determinado, no son una guía ni mucho menos libros de autoayuda. Pero si tuviera que dar ‘pistas’ podría decir que no soy fácil de leer, sino rebuscado y barroco, con tendencia a la erudición. Se trata de una lectura atenta de lento avance. Bastante ilustrativo por contra (describo como en una escena teatral, pretendo que cada episodio en cierto modo se esté viendo conforme se lea). Por medio del humor y el guiño cómplice sin embargo creo que se suaviza la lectura.
¿Qué efecto esperas que tenga el libro en ell@s?
Me gustaría que disfrutara el libro quién lo estuviera leyendo y que se quedara con ganas de seguir y que se lo recomendara a su vecina y, ya puestos, que le dejara una huella tan profunda que quisiera volver a leerlo y que buscara otras publicaciones de mi autoría. Aunque esto es lo que desea todo autor y todo libro.
Siendo realista, me conformo con que considere que el libro merezca el precio que tiene y sobre todo el tiempo que se ha invertido en su lectura. Quisiera que se hubieran entendido los cameos que hago a la realidad, al humor, a otros autores y a sus personajes. Quisiera que pensaran en mí como un inconformista (repaso y modifico hasta la saciedad) y como un trabajador de la palabra, porque me preocupa lo que digo pero más cómo lo digo (tal vez sea pedir demasiado).
¿En qué medida veremos en él —o no— al Jorge Fernández Bustos de tus anteriores obras?
Es inevitable tener un sello. Todos lo tenemos. No puedo escribir como García Márquez o como Samuel Beckett, aunque lo intente, que no es el caso. Puede que todo lo que escribe un autor sea una gran obra, como Hojas de hierba de Whitman, que modificó y amplió hasta el final de sus días. Tengo coletillas además que definen mis obras, como pueden ser el exceso de adjetivos, a veces por delante y por detrás del sustantivo, lo que ralentiza la lectura; la avalancha de palabras y sinónimos inhabituales; las anacronías constantes; la referencia a otros autores por medio de citas tomando prestados sus personajes; el humor, a veces absurdo; la multiplicidad de personajes, por lo que me veo obligado a añadir un índice onomástico, que no solo define, sino que complementa…
¿Qué papel desempeña el humor en esta obra?
Vengo diciéndolo desde el principio: el humor para mí es importante; el humor relaja, el humor suaviza, el humor enseña, el humor entretiene, como el ‘Libro gordo de Petete’. Pero mi humor no pretende la carcajada, sino la sonrisa y el sabor; es lo que se intuye y no lo que se dice. Me considero ocurrente y no chistoso. El humor es una cosa muy seria.
¿Te ha supuesto un gran cambio pasar del cuento a la novela? ¿Repetirás?
Bueno, esta es mi tercera novela. Pero sí. Yo era cuentista antes de probar el largo recorrido, relativamente hace poco tiempo. Me veía incapaz de escribir de continuo más de tres folios, de cinco; se me acababan las historias enseguida, se puede decir que al quinto folio mataba al protagonista. Pero un día me empeñé. Pensé que una novela no era más que una sucesión de cuentos sobre un mismo tema. Así que pensé en unos personajes, en una época, en un estilo… y, cuando logré el pulso narrativo que pretendía (influido también por el azar y por mis autores de cabecera), comencé a alimentar el guiso. Primero fueron dos folios, después doce, y ya tenía un capítulo. Así, sumando capítulos —que no eran más que cuentos pespunteados—, acabé una novela de cuatrocientas páginas. Ahora sin discusión soy novelista.
¿Supone esta novela un punto de inflexión en tu producción? ¿Y a partir de ahora, qué?
Este libro es mi tercera novela. Además es la primera que no pago yo completamente, o sea, que no es autoeditada. No creo que sea un punto de inflexión. Supone sin embargo un paso más; un paso importante. Mi flauta no suena por casualidad. Soy un corredor de fondo; las Musas me hallarán trabajando. Pensar que ahora presento la novela de Carlomagno, pero preparo para la imprenta un libro de pequeños ensayos; me están leyendo una novela corta sobre las Cruzadas en una editorial; estoy escribiendo otra obra sobre el siglo XVII, situada en un supuesto convento granadino; estoy pensando en la próxima, que se desarrollará en un balneario a finales del XIX o principios del XX… No estoy en lo que estoy, pero todo marcha como atrapando el tiempo y a esa Fortuna que no siempre me sonríe.
Por último, como lector, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
Se me ocurren muchos nombres, en torno a Granada, apropiados para tenerlos en cuenta. A vuelapluma os dejo el nombre de José Vicente Pascual, granadino de adopción (aunque vive en las Canarias); fabulador de oficio, también historicista; de amplia producción y recientemente premiado.
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