José Manuel Benítez Ariza: «Lo cotidiano, bien mirado, tiene mucho de prodigio»
José Manuel Benítez Ariza (Cádiz, 1963) es poeta, narrador y ensayista. Sus últimos libros publicados son las entregas monográficas de su diario En el corazón del bosque (2021) y Todo sobre K. Una gata en un diario (2020), los poemarios Realidad (2020) y Arabesco (2018), la edición reunida de su Trilogía de la Transición (2018) y el ensayo Cosas que no creeríais. Una vindicación del cine clásico norteamericano (2016).
Javier Gilabert: Un “Diario abierto” que se convierte en una “columna de humo”. Háblanos de tu(s) blog(s) y de la relación que tienen con tu producción impresa. ¿Mantener un blog de escritor en la era de las redes sociales no es nadar a contracorriente?
José Manuel Benítez Ariza: Las “redes sociales” son, en realidad, blogs simplificados, que invitan al perezoso que todos llevamos dentro a escribir lo mínimo y a sustituir la comunicación verbal por imágenes. Yo, que quizá para la escritura soy menos perezoso que para otras cosas, sigo sintiéndome cómodo con la posibilidad de escribir textos de cierta extensión en formato telemático; y, además, como el carácter periódico de esta clase de escritura la asimila a la de un diario personal, el hecho de que un blog se mantenga hoy en una zona de relativa penumbra, en comparación con otras formas de comunicación en las redes, favorece esa pretensión de privacidad e intimidad a la que siempre se han acogido los diarios personales.
En cuanto a la relación de este “diario abierto” con mi producción impresa, yo diría que es la del borrador o cuaderno de taller en relación a la obra más o menos definitiva. No me planteo tanto la posibilidad de que estos escritos se publiquen en forma de libro como la de que de ellos pueda extraer, de cuando en cuando, material para libros diversos que tengo en mente y que tienen su primera expresión en las notas más o menos deshilvanadas que voy dejando en el blog. De hecho, ahora estoy en una fase editorial en la que están saliendo adelante algunos de esos libros: Todo sobre K. (Newcastle Ediciones, 2020) o En el corazón del bosque (Cypress), recién salido de imprenta cuando redacto estas líneas.
J.G.: En la nota de autor que precedía a los poemas del número 5 de la colección ‘La poesía más joven’ (dentro del ciclo de poesía organizado por el Ayuntamiento de Jerez en 1988), probablemente una de tus primeras obras, afirmabas que tus poemas “cuentan cosas”. ¿Sigues pensando lo mismo tres décadas después? ¿Cómo ha cambiado tu voz en estas tres décadas?
José Manuel Benítez Ariza: Me conmueve ahora la ingenuidad de esa poética mía de hace más de treinta años. Reivindicábamos entonces la narratividad como una alternativa a lo que nos parecía la palabrería vacua de los experimentos neovanguardistas y la ramplonería de la poesía con mensaje político. Creo que fracasamos: ambos estilos siguen teniendo hoy incluso más predicamento que antes, aunque a mí me siguen disgustando igual. Supongo que a lo que me refería entonces, con eso de “contar cosas”, es a mi querencia hacia el registro discursivo, conversacional, elocuente y comunicativo, con un fuerte apoyo en lo cotidiano y en los elementos descriptivos y visuales. En ese entorno es fácil que lo que dice el poema se aproxime mucho a cierta manera de “contar”.
«No creo en los valores proféticos de la poesía»
J.G.: No sólo escribes, sino que también canalizas tu –permíteme que la adjetive: desbordante cuando menos- creatividad en la pintura. ¿Cuánto hay de tu poesía en tus acuarelas y viceversa?
José Manuel Benítez Ariza: Mi recuperada condición de acuarelista aficionado ha coincidido con una época en la que mi poesía gusta de presentarse a sí misma como una reflexión en torno a la mirada –en sentido amplio, que abarcaría nuestra percepción general de la realidad–; y, por ello, pintar supone ahora para mí un modo relajado, placentero, de ejercitar esa mirada y permitirme a mí mismo un tiempo de reflexión respecto a esa realidad. No es raro, por tanto, que el motivo de inspiración de una acuarela acabe también siéndolo de un poema. Lo contrario es menos frecuente, porque el proceso suele ir de lo visual a lo verbal, y no al revés.
Fernando Jaén: Se cumple un año de la publicación de ‘Realidad’, un poemario claro, en el que dejas paisajes abiertos por los que el lector aprende a transitar de la mano de un buen acuarelista. Un libro que nos muestra cómo se observa la realidad, a veces un poco desenfocada. ¿Cómo crees que debe el poeta enfrentarse a la realidad, reproduciéndola o transformándola? ¿Es lo que vemos lo que inspira al poeta, lo que une tu poesía con la pintura?
José Manuel Benítez Ariza: Creo que he respondido ya en la pregunta anterior. Sí añadiría, al hilo de la propia pregunta, que descreo de la poesía que se atribuye a sí misma demasiada importancia en relación a cambiar la realidad. El poeta debe ser, ante todo, un observador atento, no demasiado complaciente –detesto la poesía meramente celebrativa– pero sí lo bastante humilde como para apreciar los dones cotidianos. Realidad creo que se sitúa en esa perspectiva.
J.G.: ‘Realidad’ es un poemario complejo, cuya estructura, con cinco secciones que conforman casi sendos “minipoemarios”, me llama mucho la atención. ¿Cómo se gestó este libro?
José Manuel Benítez Ariza: Son poemas escritos en un periodo de tiempo relativamente breve: unos tres años, lo que es muy poco para un libro de poemas, al menos para mí. Todos tienen en común el referirse a situaciones, lugares y circunstancias muy inmediatas, trascendidas por la indagación poética de la que son objeto. El libro es una puesta en valor de lo cercano, de la vida en su inmediatez, del presente, de las cosas sencillas. Supongo que estoy ahora en la tesitura vital de apreciar esas cosas. Y, también, en un periodo de cierta fertilidad, que viene desarrollándose casi sin interrupción desde hace una década aproximadamente.
Por otra parte, el hecho de que se publicara apenas unos días antes de que se declarara oficialmente la pandemia que estamos padeciendo lo colocó en una situación muy especial. Hubo que anular todos los actos de presentación previstos para las semanas siguientes, por ejemplo; y, aun así, el libro llegó a las librerías, obtuvo reseñas y se puede decir que ha circulado. Para algunos lectores, incluso, la puesta en valor de la realidad inmediata que se hace en sus páginas ha supuesto una especie de piedra de toque a la que someter la sorprendente tesitura que estábamos viviendo. No creo en los valores proféticos de la poesía, por supuesto, y mucho menos de la mía, pero sí tengo comprobado que la realidad sabe anunciarse a sí misma en la poesía de maneras que incluso al propio autor le resultan sorprendentes. Léase, por ejemplo, mi poema ‘Terraza’, escrito meses antes de que todo esto pudiera siquiera sospecharse: a la vista de lo sucedido después, resulta incluso premonitorio.
«La realidad sabe anunciarse a sí misma en la poesía de maneras que incluso al propio autor le resultan sorprendentes»
J.G.: Acabando, como acabo, de publicar un libro titulado ‘Sonetos para el fin del mundo conocido’, al alimón con Diego Medina Poveda, me viene a la cabeza que en 2001 publicaste una preciosa plaquette bajo el título ‘Madrid y otros sonetos’. ¿Cuál es tu relación con esta estrofa clásica? ¿Sigue teniendo vigencia en la actualidad?
José Manuel Benítez Ariza: Por supuesto que tiene vigencia, siempre y cuando el sonetista sepa resistirse a la tentación del mero remedo arqueológico. Un escritor hábil siempre sabrá convertir las dificultades de una forma métrica determinada en acicates para una expresión personal más depurada y exigente, pero siempre teniendo en cuenta qué valores de esa forma métrica siguen siéndole útiles y cuáles conviene atenuar. Por poner un ejemplo: en un soneto contemporáneo convendría que las rimas, por ortodoxas que sean, quedaran lo más atenuadas posibles –mediante encabalgamientos, pongo por caso–, porque no parece que la mera sonoridad sea un valor en la poesía contemporánea. Lo mismo cabría decir respecto a otros requisitos: hay que atenerse a ellos, por supuesto, pero el resultado debe de poner en valor sólo lo que interesa al poeta de hoy, y no los que tópicamente se asocian históricamente a la estrofa en cuestión.
F.J.: Opino que Stoner de John Williams debería ser leído por todo aquel que se dedique a enseñar, o simplemente a vivir. Su prosa pausada y elegante, su prosa de historias mínimas y conversaciones en la mesa de una cocina, siempre me han fascinado y algo de ello hay en tu prosa. ¿Has llegado a identificarte de alguna manera con este libro, con esa forma de contar historias cotidianas?
José Manuel Benítez Ariza: Me fascina la observación atenta de la cotidianidad, y eso es quizá lo que más me ha interesado de Stoner, mucho más que su lectura en posible clave filosófica, como novela de un cierto pesimismo nihilista. Lo cotidiano, bien mirado, tiene mucho de prodigio. John Williams, el autor de Stoner, consigue transmitir esa idea de que toda existencia, incluso la más gris y triste, es única y resulta de alguna manera prodigiosa. En la triste vida del profesor Stoner hay lugar para el amor, para el deslumbramiento por la literatura, para la comprensión de otras vidas. Todo eso debe contar incluso en un balance vital aparentemente tan desolador.
«No parece que la mera sonoridad sea un valor en la poesía contemporánea»
F.J.: ‘Trilogía de la Transición’ reúne tus tres novelas ‘Vacaciones de invierno’, ‘Vida nueva’ y ‘Ronda de Madrid’, que nos hablan sobre esa etapa histórica de nuestro país. Juanma, el protagonista de esta saga, era pequeño para votar la Constitución de 1978, pero vivió inmerso en aquella España bajo la sombra de los atentados terroristas de ETA, las vacaciones en una ciudad de provincias, los aires de libertad que venían de las grandes ciudades como Madrid y el nacimiento de una nueva clase política que emergió en aquel entonces. Hoy, esta época está siendo revisada por escritores, series de televisión, políticos y tertulianos. ¿Qué crees que nos enseñó ese período de nuestra historia reciente? ¿Qué nos queda de esos años? ¿Hacia dónde se encamina nuestra democracia?
José Manuel Benítez Ariza: Creo sinceramente, y por eso escribí esa Trilogía, que de esa época se sabe muy poco. Quienes se encaramaron a ella para hacer sus carreras, profesionales o políticas, apenas vieron en ese tiempo una sucesión de ocasiones. Yo me atuve a la perspectiva del rezagado, que suele ser quien ve más y mejor, porque no está en el meollo de los hechos y no se deja cegar por las nubes de polvo que se levantan en la refriega. De alguna manera, los rezagados nos beneficiamos de todas esas cosas que dices: las libertades recobradas, la nueva alegría de vivir en ciudades que parecían despertar de un prolongado letargo… Luego vino el anquilosamiento y ahora estamos en el periodo de la negación destructiva, que amenaza con retrotraernos a realidades que dábamos ya por superadas. Para mí ha sido muy instructivo poder discutir estas novelas con lectores mayores y más jóvenes que yo: me reafirma en la certeza de que quienes tenemos la edad de Juanma conformamos hoy una especie de generación-isla, que no ha tenido su oportunidad y quizá ni siquiera la ha buscado; pero que quizá, por ello, ha conseguido sustraerse a las dinámicas pendulares que determinan la historia de nuestro país. Es una novela (considero que las tres piezas forman una sola obra) que todavía anda buscando sus lectores, su discusión pública, incluso sus réplicas literarias.
J.G.: Has traducido, entre otros, nada menos que a Kipling, Conrad, Melville y Henry James. ¿Se afronta la tarea de escribir de manera diferente cuando se ha traducido a los grandes?
José Manuel Benítez Ariza: Traducir es permitirse la oportunidad de prestar tus palabras, tu idioma, a un escritor de talla universal, aunque uno no lo sea. Es un placer en sí mismo, sin que sea necesario buscarle otras compensaciones. Es posible que algo se aprenda, claro; pero resultaría muy pretencioso por parte de un traductor pensar que de algún modo se ha transmutado en los escritores que traduce.
J.G.: A lo largo de tu extensa trayectoria has tenido la oportunidad de publicar en las mejores editoriales del país. Saco a pasear mi descaro para preguntarte: ¿con cuál(es) te quedarías? ¿Cómo ves el futuro del sector editorial, tal y como están las cosas?
José Manuel Benítez Ariza: He publicado con editoriales de todo tipo y pelaje: desde las pertenecientes a grandes imperios mediáticos a otras muy modestas y prácticamente unipersonales. A todas les estoy agradecido por haber confiado en mí en algún momento, aunque me temo que mi relación con el sector, en general, es más bien desastrosa. Creo que la editorial literaria ideal es aquella que no hace cálculos sobre la rentabilidad inmediata de los libros que publica, sino la que apuesta por un autor a medio y largo plazo porque confía en él. En muchos casos he echado eso de menos en algunas editoriales: la mera posibilidad de poder contar con ellas para un proyecto que fuera más allá de la publicación de un solo libro que eventualmente me hubieran aceptado. Encontré ese tipo de apoyo, por ejemplo, en Paréntesis, bajo la dirección literaria de Antonio Rivero Taravillo, con quien publiqué nada menos que una trilogía novelística. Creo que estoy encontrando ese apoyo ahora en los editores que se han atrevido a publicar cosas mías en estos meses tan difíciles que hemos vivido últimamente. Esa valentía les honra.
«La editorial literaria ideal es aquella que no hace cálculos sobre la rentabilidad inmediata de los libros que publica»
J.G.: Como profesor de Secundaria, ¿crees que se le da a las letras la importancia que deberían tener en el currículo? ¿Qué puede hacer la escuela en realidad por la educación literaria de nuestros jóvenes?
José Manuel Benítez Ariza: La escuela, como decía antes de la pintura, es sólo un espacio que la sociedad concede a los jóvenes para que se encuentren a sí mismos, y que lo hagan a pesar incluso de la propia escuela y sus limitaciones. En ese contexto a veces se produce, como fue mi caso, el encuentro con la literatura y el deslumbramiento consiguiente. Pero no creo que sea una experiencia que se puede extrapolar o sistematizar. A veces una persona procedente de un ambiente absolutamente iletrado, como fue mi caso, se deja deslumbrar, y a veces otras que cuentan con toda clase de alicientes para satisfacer esa posible inclinación la dejan pasar sin más. Lo único que puede hacer la escuela –y ya es mucho– es posibilitar que ese deslumbramiento, cuando se produzca, pueda ser convenientemente alimentado, sin que lo ahoguen, por ejemplo, unas circunstancias sociales y económicas adversas. Y todo ello, a ser posible, en un ambiente en el que el eventual “letraherido” no sea objeto de desdén o de burlas en nombre de otros intereses y maneras de estar en el mundo. Por ello, descreo de la actual escuela utilitaria y creo que sería muy conveniente el regreso a una educación humanística rigurosa, que relegara los “saberes prácticos” a un momento posterior.
F.J.: Hace un año del confinamiento impuesto para frenar esta pandemia. En tu blog hay entradas que hablan de la soledad, de su identidad del ser humano. ¿Ha sido este periodo para ti un tiempo de reflexión o de trabajo? ¿Hubiera escrito Stefan Zweig un nuevo ‘El mundo de ayer’?
José Manuel Benítez Ariza: Durante la pandemia, todos esos libros que hablan de grandes crisis de la humanidad nos han resultado familiares. Hablas de ‘El mundo de ayer’ de Zweig, pero yo igualmente me referiría a otro que he leído en estos meses, los Diarios de Edmond de Goncourt’, referidos al París sitiado y la Comuna de 1870: había páginas en ese libro que podrían haberse escrito durante 2020: la misma sensación de estar asistiendo a un espectáculo deprimente y desquiciado, la misma desconfianza hacia el prójimo, la misma sensación de extrañeza. En ese aspecto, quienes poseemos hábitos de soledad muy consolidados, como los que requiere el trabajo literario, hemos sido unos privilegiados: el encierro forzoso ha sido en general productivo e incluso enriquecedor. Pero el precio pagado por ello, evidentemente, ha sido muy alto.
J.G.: En nuestra sección es preceptivo que los invitados cierren la entrevista como quieran. Momento “Carta blanca”, lo llamamos. Es tu turno…
José Manuel Benítez Ariza: No soy de los que gustan de tener la última palabra.
Poemas de José Manuel Benítez Ariza
TOMATES
Gordos, entreverados, reventones.
Los primeros del año.
No son precisamente hermosos,
y algunos lucen secas cicatrices rebozadas de tierra.
Los tomo con cuidado entre las manos
y me llega un olor
a ladera mojada por las lluvias de agosto.
También una recóndita aprensión de acidez,
como una piel besada.
Maduros ya entre las hojas lacias,
la mano toca en ellos el peso de los astros que gravitan
sobre el milagro simple de su lograda plenitud;
y también la promesa por cumplir de los verdes,
su certeza de días bien provistos
en conjunción de voluntades
que implican, por tu parte, el añadido
de un puñado de sal y unas gotas de aceite.
Cada verano viene a renovar en mí
esta fe elemental que también me sustenta.
(De Arabesco, Pre-Textos, 2018)
LA BIBLIOTECA
Aquellos días empezaban antes
de que fuera de día.
Y luego, por la claraboya
iba filtrándose despacio
un primer sol que parecía el último.
Había algo nocturno en aquellas mañanas:
ese desorden sensorial
por el que la penumbra se traduce
en el zumbido de los fluorescentes
y el silencio es un modo de estancarse la luz.
Y había también músicas secretas:
el lento despertar de las maderas
al calor de las luces encendidas,
el ritmo de la propia respiración, sentida como presencia extraña,
el tacto de los libros;
y el tiempo, que era música también,
con sus silencios y sus pausas
en las que se imponía
un modo de durar que no era sucesión,
un modo de sentir la plena luz
que no presuponía la mirada cansada,
una conciencia de uno mismo ajena
al hecho de alentar o respirar
o sentir en los dedos el roce del papel.
Al fondo de la sala un lector dormitaba sobre un libro.
Yo lo miraba sin rencor ni envidia,
como quien mira en un cristal
el reflejo de algo que queda fuera o lejos,
sólo visible para ti en su sombra.
Los dos soñábamos la realidad.
(De Arabesco, Pre-Textos, 2018)
REALIDAD
Si la miras con ojos entornados,
si sostienes esa mirada anómala,
pierde la realidad su consistencia sólida, sus perfiles precisos,
y todo tiende a disolverse
o a volatilizarse,
como en la carretera ciertos tramos de asfalto
semejan charcas a la luz del sol.
Es lícito, por tanto, dudar de ella.
Basta también cerrar los ojos y quedarse dormido
y es entonces mayor la confusión:
despliega el sueño toda su gama de prodigios,
de peligros, de angustias, de remuneraciones,
y deja, al despertar, un significativo
margen de dudas sobre tu verdadera
posición al respecto.
Conviene resistirse, entonces, a cualquier
uso conminatorio de su falsa evidencia;
prestar oído sordos al argumento repetido
que te ordena aceptarla,
como uno acepta, en fin, la obligación
de pagar sus impuestos o se resigna dócilmente
a los imperativos de la vida social,
al poder del dinero, a las sevicias de los poderosos,
o incluso a la implacable ley que dicta
nuestra proclividad a envejecer,
enfermar o morir;
o a morir, simplemente,
sin ningún otro protocolo previo,
como muere un muchacho por una inadvertencia.
Alguien trazó a tus pies un círculo de tiza
y te dijo que nunca debías transgredirlo.
A veces, sin embargo, pruebas
a poner un pie fuera
a amagar con poner el otro…
Un pájaro corteja su reflejo en el agua.
(De Realidad, Siltolá, 2020)
URRACAS
Siempre de dos en dos, urracas,
con vuestro alegre traje de Arlequín
y algo malévolo y quizá siniestro
en vuestro proceder, que mezcla
la picardía del ladrón
de poca monta con los hábitos
malsanos de las aves carroñeras.
Y, sin embargo, y no sabría
decir por qué, vuestra irrupción
repentina en un claro del parque, entre los pinos,
o desde la cuneta, en el ramal
entre desmanteladas fábricas y solares vacíos,
supone casi siempre
–y digo “casi” porque
a veces hay también por nuestra parte
una especie de terca
reserva para agradecer el don
de lo que se revela simplemente
como un modo de estar que no cuestiona
ni interroga, sino que sólo afirma–
el añadido de una nota súbita
de vida y movimiento
al ánimo que extiende su mirada
por los campos vacíos, oscuros todavía,
y cree confundirse, sin redención posible,
con esa oscuridad,
hasta que de ella,
con un revuelo de estandartes
ajedrezados, surge vuestro
aletear no exactamente airoso, sí burlón,
y uno arrincona su tristeza
como si fuera un abalorio inútil
que os quisierais llevar.
(De Realidad, Siltolá, 2020)
AL FONDO
La muerte está en el centro, no antes ni después.
Fluyen todos tus días hacia ella
como el agua que corre al sumidero.
Y hay en sus márgenes remansos,
horas que no se ordenan en mera sucesión,
sino como destellos simultáneos.
¿Cuándo aquella mañana a la que un filo
neblinoso añadió una nota inédita
de emoción? ¿El vislumbre
de una aleta caudal desde la proa
de aquel barco que hacía la travesía de Tánger?
¿El tiempo detenido entre dos luces
bajo la claraboya de aquella biblioteca?
Algo me dice que serán las últimas
estrellas fijas que veré en la noche.
Algo me dice que también al fondo
de la espiral alcanza un poco de su luz.
(De Realidad, Siltolá, 2020)
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