Alejandro Pedregosa: «Cada novela contiene un pequeño tirano invisible que dicta sus leyes»
Alejandro Pedregosa (Granada, 1974) es un poeta que ocasionalmente escribe novelas y libros de relato. Estudió Filología hispánica y Teoría de la literatura. En 2018 recibió el Premio Andalucía de la Crítica por su libro de relatos ‘O’ (posteriormente traducido al portugués). Entre sus poemarios destacan ‘Los labios celestes’ (2007), con el que obtuvo el Premio Arcipreste de Hita, ‘Pequeña biografía de la luz’ (2019) y ‘Barro’ (2021).
Con su primer libro de poesía infantil, ‘Álbum de familia’ (2020), ganó el Premio Ciudad de Orihuela. En 2004 un jurado presidido por Josefina Aldecoa le otorgó el Premio de Novela Corta José Saramago por ‘Paisaje quebrado’. Sus dos novelas más recientes son ‘Hotel Mediterráneo’ (2015) y ‘Siempre es verano’ (2022). Y ésta última es la razón que lo trae esta semana a nuestra Prensa.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Alejandro Pedregosa: Porque es un libro de temporada, como las sardinas o las almejas, tenía que salir en primavera, y hay que leerlo antes de que llegue el otoño. De lo contrario no sabe igual. No es que se ponga malo, pero no sabe igual -risas-.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
No lo recuerdo exactamente. Empecé a escribirlo hace un par de años, pero es un libro que siempre ha estado ahí, a dos pasos de mi sombra. En cierto sentido es la historia de mi adolescencia y eso acompaña siempre, nunca se diluye.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
No sé si es una clave, pero a mí en este libro me ha interesado mucho el hecho de que la adolescencia es la etapa más ficcional de nuestra vida. Con 14 años nos lanzamos a la comprensión del mundo de una forma casi intuitiva, sin una experiencia que motive nuestros actos, es por eso que la ficción opera de un modo tan determinante en los jóvenes. Tienen que inventarse, imitar a ídolos, soñar con una vida que todavía no es la propia. En ese sentido, la pulsión literaria del escritor y del adolescente son paralelas, pero van en direcciones opuestas: el joven inventa futuros, el escritor, pasados.
¿Qué efecto esperas que tenga el libro en ell@s?
Se trata de una historia que quiere hacerse grande partiendo de lo pequeño. Ese primer verano de iniciación donde todo se da por primera vez: el amor, la camaradería, el sexo, el desengaño… Son los veranos fundacionales que, en mayor o menor medida, pusieron en marcha nuestra vida de adultos. Desde ese punto de vista creo que el libro ofrece a cada lector unas claves muy personales. Cada cual recuperará a su manera aquel tiempo que ya pasó, pero que nunca se ha ido del todo.
¿En qué medida veremos en él —o no— al Alejandro Pedregosa de tus anteriores novelas?
(Risas) Tengo la impresión de que nunca se “ha visto” tanto a Alejandro Pedregosa como en esta novela. El escenario, el decorado, es el de mi adolescencia, pero la intriga de lo narrado, la peripecia del asunto, es pura ficción. Es por eso que digo que “se me ve” mucho, porque es un libro escrito a medias entre el chaval que fui y el escritor que soy.
¿Qué te ha resultado más fácil y qué ha sido lo más difícil a la hora de escribir ‘Siempre es verano’?
La dificultad es la misma en todas las novelas. Hay que pensar, diseñar y ejecutar la “música” más adecuada para contar la historia, aquella que haga crecer al libro hasta convertirlo en algo parecido a una obra de arte. Así lo veo yo. No se trata de narrar una serie de hechos –que también– sino de hacer que esos hechos, mediante las palabras, adquieran dimensión artística. La dificultad es idéntica en cada nueva novela. ¿Lo fácil? Todavía no le he encontrado nada fácil a escribir una novela.
Te pongo en un aprieto —risas—: escríbenos en pocas líneas una sinopsis de tu novela.
Es la historia de un verano y de un tránsito. El verano está en el ambiente y el tránsito en el protagonista, un chaval que abandona el mundo infantil para convertirse en un adolescente, en un proyecto de adulto. Será el verano de los descubrimientos. No solo el amor, la amistad o el sexo le saldrán al paso por primera vez, también se topará con un silencio familiar que le cambiará la vida.
Escribir una novela dista mucho de hacer lo propio con un poemario —recientemente has publicado ‘Barro’, con el que ya pasaste por esta sección—. Háblanos un poco sobre el proceso que has seguido con este libro.
El proceso no difiere en mucho del resto de novelas que he escrito. Soy bastante intenso durante el tiempo de escritura. Intento despejar la agenda en la medida de lo posible para concentrarme de lleno en el nuevo trabajo. Sí es cierto que en este caso he ganado tiempo a la hora de documentarme. No he tenido que ir a grandes fuentes; lo tenía todo ahí, pululando por mi cabeza desde hacía años.
¿Supone esta novela un punto de inflexión en tu producción como narrador? ¿Y a partir de ahora, qué?
No sabría decirte, lo que uno considera puntos de inflexión en su obra no tienen por qué serlo para la crítica o los lectores. Es cierto que en esta novela utilizo elementos más o menos personales que hasta ahora no había tratado con tanta desnudez. Pero eso no supone un giro en mi manera de narrar, yo lo veo más bien como la herramienta necesaria para esta novela en concreto; la siguiente probablemente precise de otra arquitectura narrativa donde el yo se muestre de un modo más oblicuo y menos evidente; no lo sé todavía. Cada novela contiene un pequeño tirano invisible que dicta sus leyes; le corresponde al autor escucharlo y, hasta donde pueda, obedecer. Es por eso que somos esclavos de nuestra obra y no al revés.
Por último, como lector, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
Alejandro Pedregosa: Pues me gustaría que invitaseis a la poeta Marga Blanco. Me consta que acaba de sacar nuevo libro después de un silencio de muchos años. Estoy deseando leerlo y saber qué nos trae de nuevo.
Inicio de ‘Siempre es verano’
“La escena se dibuja nítida en la memoria del escritor. El sol se acaba de ocultar, las clases han terminado y faltan pocos días para el inicio del verano. En el paseo marítimo hay una escalera que baja a la playa. El agua se mece con su habitual mansedumbre. Aquí es así. La ciudad está protegida por largos espigones que contienen la furia del mar y ordenan las corrientes.
El espigón, a vista de pájaro, es una T gigante. El palo horizontal de la T está construido con piedras colosales. Es ahí donde rompe el mar. El palo vertical es un pasillo de hormigón que sirve como frontera entre dos playas urbanas. La memoria del escritor observa a un niño sentado en algún lugar del espigón. Espera a alguien. El niño no es propiamente un niño. Tiene catorce años, así que es otra cosa. Un adolescente quizá. «El chaval» de ahora en adelante.”
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