Cristina Gálvez: «Detenerse a escribir es un acto terapéutico y, si me apuras, hasta de rebeldía»
Cristina Gálvez (Melilla, 1978) es doctora en Antropología Social y licenciada en Ciencias Ambientales. Ha publicado los libros de relatos ‘Afinidades’ (Traspiés, 2002), ‘Monstruos cotidianos’ (Traspiés, 2008) y ‘El verano ya no está aquí’ (Nazarí, 2016). También participó en las obras colectivas ‘Los miradores’ (Cuadernos del Vigía, 2004), ‘Relatos para leer en el autobús’ (Cuadernos del Vigía, 2006), ‘De mes en cuando’ (Puravida, 2009), ‘PervertiDos: catálogo de parafilias ilustradas’ (Traspiés, 2014), ‘Granada imaginaria’ (Cuadernos del Vigía, 2017) y ‘Granada no se calla’ (Esdrújula, 2018) y ha sido antologada, además en ‘Cuentos del alambre’ (Traspiés, 2004), ‘Cuento vivo de Andalucía’ (Universidad de Guadalajara, México, 2006) y ‘Ficción Sur’ (Traspiés, 2008). Ha colaborado en prensa, entre otros medios en Letra Clara, La Opinión de Granada, La Tregua, Revista Cultural, Mucho Cuento, Revista Eñe o Quimera.
En su palmarés figuran el primer premio del concurso de microrrelatos del Metro de Málaga 2017, el primer premio ex aequo en Granada del concurso ‘Relatos para leer en el autobús’ en 2005, el primer premio del concurso de relatos breves del periódico Ideal 2002 y ha sido finalista del Premio Cosecha Eñe 2011 y del I Premio Luis Adaro de escritores noveles en 2007. También obtuvo un accésit en el V Concurso de Microrrelatos de la Feria del Libro de Granada en 2005.
Como docente, viene impartiendo talleres de escritura para jóvenes con el Ayuntamiento de Monachil desde 2016 así como diversos monográficos para adultos sobre el relato breve y la autoficción en Granada y Almería. También ha colaborado como docente de escritura creativa con la Escuela de Teatro Social Salamandra, en Sevilla. Asimismo, ha participado como ponente en diferentes congresos.
Recién llegada a Granada tras un largo viaje, Cristina imparte durante febrero y marzo un taller de escritura creativa para jóvenes a través de Granada, Ciudad de Literatura de la Unesco (@ciudad_granada), y durante el mes de marzo impartirá un taller de escritura autobiográfica con mujeres en el Ayuntamiento de Armilla. Además, tiene en preparación otros que muy pronto podrá disfrutar cualquier persona que esté interesada.
Javier Gilabert: Como puede verse en tu currículo literario, eres al mismo tiempo ‘consumidora’ y docente de talleres de escritura creativa. ¿Qué destacarías de cada uno de ambos ‘lados del espejo’? ¿Por qué apuntarse a un taller de escritura creativa?
Cristina Gálvez: La verdad es que mi experiencia con los talleres siempre ha resultado positiva, al margen de que unos me hayan podido gustar más que otros. Como alumna, han sido (y siguen siendo) un acicate y un faro, una forma de romper bloqueos, miedos e inercias. En cierto momento marcaron un punto de inflexión en mi formación literaria y en mi relación con lo que escribía, me permitieron ponerle atención y palabras a aquello que hasta entonces yo solo había hecho de forma intuitiva, salir de mi zona de confort y exponer mis textos al ojo y la reflexión ajenos. Aquello fue difícil en su momento, pero me ayudó a dejar de considerar mis cuentos como hijos siempre en riesgo de traumatizarse, a verlos con distancia.
La decisión de comenzar a impartirlos supuso un nuevo aprendizaje y un nuevo desafío, en el cual ando inmersa. Por supuesto, cada grupo es diferente, cada persona también, y responder a las necesidades de cada cual es todo un reto. Cada vez que imparto un taller aprendo cosas nuevas, y siempre me maravillo de la creatividad que sale a relucir, de los chispazos que se encuentran en los borradores más apresurados, en un ejercicio sencillo que se hace en diez minutos, y de las emociones que se liberan en ese proceso. Eso me encanta.
No creo que los talleres de escritura sean una fórmula mágica para aprender a escribir, ni mucho menos, pero creo que conceden a quien escribe un impulso que por sí solo no siempre encuentra.
J.G.: En el último taller que has impartido te centraste en la autoficción. ¿Crees que es un género en auge? ¿Qué autor@s destacarías en este campo? ¿Hasta qué punto recomendarías a l@s poetas escribir desde esta perspectiva?
Cristina Gálvez: Sé que desde hace varios años se habla de la autoficción como género en auge, con defensores y detractores y polémicas que no me interesan demasiado, la verdad; en realidad la autoficción es algo que existe en literatura desde hace bastante tiempo, aunque no con ese nombre. Pienso por ejemplo en Natalia Ginzburg, John Fante o el mismo Dostoievsky de ‘El jugador’. Y, de aparición más reciente, los maravillosos cuentos de Lucia Berlin.
Me interesa mucho la conexión de la escritura con la propia vida, quizá porque para mí escribir siempre ha sido básicamente un acto de autoconocimiento. Sampedro decía que un escritor es un minero de sí mismo, y es algo que comparto. Cuando propuse el Taller de Autoficciones no lo hice pensando en el género en sí, sino en utilizar la autoficción como un método más de acercarse a la escritura. Como método me interesa porque, cuando empezamos a escribir, nuestra vida es lo que tenemos más a mano, lo que mejor conocemos y lo que puede mover nuestra emoción con más eficacia. Y si mueve nuestra emoción al escribir, también moverá la de quien lee. Por supuesto, habrá personas a las que no les funcione o no se sientan cómodas, pero mi experiencia es que a la mayoría de la gente le resulta una buena puerta de entrada a la narrativa.
«Cada vez que imparto un taller aprendo cosas nuevas, y siempre me maravillo de la creatividad que sale a relucir»
Fernando Jaén: Me gusta la idea romántica de mantener activo un blog en estos tiempos, por si algún despistado se queda a dar un paseo por él, de vez en cuando. En tu precioso blog ‘A Destiempo’, he descubierto que de muy niña empezó tu afición a la literatura, decantándote por la narrativa y no la poesía gracias a una hermosa anécdota, ¿nos la puedes contar?
Cristina Gálvez: Bueno, lo que sucedió es que con 8 o 9 años escribí mi primer poema, una cosa muy cursi sobre una pequeña flor enredadera que quedaba atrapada durante el invierno en una alambrada. Se lo leí a mis padres y mis hermanos y recuerdo que todos se rieron, lo cual me dio mucha vergüenza. Por aquel entonces también escribí mi primer cuento, una historia de lo más inverosímil sobre un niño y un oso, pero que fue tomada más en serio. Aquello me convenció de que lo mío era la narrativa y no la lírica. Pero lo cierto es que hasta el día de hoy sigo escribiendo poemas a escondidas (risas).
F.J: En el mismo blog hay una entrada que me ha gustado mucho, ‘La niña que me habita’; ¿cuánto de niña queda aún hoy en ti? ¿Cuánto de esa inocencia dejamos vivir en la edad adulta?
Cristina Gálvez: Uy, de niña queda mucho en mí, y creo que para bien, aunque a veces este mundo es complicado para quien lleva a su niño o niña demasiado expuesto. Con los años he aprendido a ser más precavida, pero incluso cuando tengo que hacer el papel de persona adulta nunca me olvido de que está ahí, me hace compañía.
Es curioso, porque por un lado, la sociedad nos pide que sacrifiquemos nuestra parte de niños cuando llegamos a cierta edad, que dejemos de soñar y ‘sentemos la cabeza’, pero por otro, los medios de comunicación, la publicidad, nos mantienen completamente infantilizados. Conservar la mirada del niño que también somos no significa necesariamente ser infantil ni ingenuo, y eso se confunde a menudo. Siempre pienso en Ana María Matute y en sus libros aparentemente infantiles. Solo la mirada inocente y atónita de una niña hubiera podido captar tanta oscuridad.
«Existe una herida profunda y una larguísima tradición de maltrato en la historia de las mujeres que ha sido silenciada y normalizada»
J.G.: Participaste con un relato en la antología de textos contra la violencia machista ‘Granada no se calla’. ¿Queda mucho por gritar en este sentido? ¿En qué medida la literatura puede ayudar en la lucha contra la erradicación de esta lacra?
Cristina Gálvez: Existe una herida profunda y una larguísima tradición de maltrato en la historia de las mujeres que ha sido silenciada y normalizada. En tiempos de mi abuela nadie hubiera pensado en usar la expresión ‘violencia machista’. Cuando ocurría, se asumía como parte de la vida y ya está. El escándalo de rebelarse era infinitamente peor y los valores sobre los que se fundaba aquello estaban muy bien asentados, tanto en hombres como en mujeres. Las formas de resistencia eran mucho más sutiles. Luego, en pocas décadas, la resistencia se ha hecho cada vez más pública y hoy en día nadie puede ignorar lo que está pasando. Por supuesto, queda mucho que denunciar, mucho por decir y muchos matices que abordar porque el tema es complejo. No me gusta la simpleza y el sensacionalismo con que a veces se trata el tema en los medios de comunicación, pero estamos empezando a deshacer la madeja. En este sentido, me parece fundamental que las mujeres, no sólo las maltratadas físicamente, cuenten su propia historia, sea la que sea, porque es una forma de visibilizarla y de tomar un papel activo más allá de la víctima. Cambiar el relato que hacemos de nosotras mismas ayuda a cambiar la historia de las que nos siguen.
F.J: En tu libro ‘El verano ya no está aquí’, los cuentos que lo componen giran en torno a la idea del ‘verano perdido’, aquellas ilusiones y sueños que terminaron por desvanecerse. ¿Crees que hay un lugar dónde se esconden los anhelos? ¿Te quedan anhelos por buscar?
Cristina Gálvez: No sé dónde se esconden, la verdad, pero desde luego a mi vida han llegado siempre haciendo mucho ruido, con diferentes rostros y diferentes nombres. Soy especialista en el arte de querer estar en la orilla de enfrente, aunque con el tiempo me he ido calmando y últimamente me siento bastante a gusto en la mía. Sigo teniendo un montón de sueños por cumplir, pero en general mis anhelos se han vuelto mucho más dulces y menos apremiantes. Poder seguir escribiendo es uno de ellos.
«Siempre recomiendo a todo el mundo que escriba, independientemente de que lo hagan o no con una vocación artística»
J.G. En una entrevista anterior comentas que te has ahorrado un buen dinerito en psicólogos gracias a la escritura. ¿Recomiendas a todo el mundo que escriba? ¿En qué medida escribir puede ayudarnos a estar más sanos mentalmente?
Cristina Gálvez: Es verdad que la lectura y la escritura han sido siempre para mí una tabla de salvación y una forma de escucharme y entenderme. Siempre recomiendo a todo el mundo que escriba, independientemente de que lo hagan o no con una vocación artística. En la Antigua Grecia existían los hypomnemata, cuadernos de reflexiones que utilizaban los ciudadanos ilustrados, donde se intercalaban anotaciones personales con citas o textos que se recogían del exterior. Se utilizaban como una forma de conocerse y atenderse, de ‘gobernarse’ a sí mismo. Creo que en esta sociedad que no nos deja tiempo para saber lo que sentimos o pensamos, y casi ni para sentirlo o pensarlo, detenerse a escribir es un acto terapéutico y, si me apuras, hasta de rebeldía. Si además lo que escribimos posee una vertiente creativa, podemos hacer verdadera alquimia con nuestras fobias y nuestros dolores: si consigues hacer algo hermoso de lo que te atenaza (y con hermoso no me refiero a necesariamente ‘bonito’ o con final feliz, claro), liberas a la mariposa que estaba encerrada en el cuerpo de la oruga.
F.J: Afirmas que de Melilla, tu ciudad natal, te quedó «la feroz nostalgia del mar». ¿Cómo ha influido el mar en tu obra? ¿Qué sería de ti sin el Mediterráneo?
Cristina Gálvez: Aparte de que creo que hay poca gente que permanezca indiferente ante el mar, para mí está unido a mi primera infancia, y eso siempre marca. No recuerdo el mar de Melilla porque era muy pequeña cuando nos fuimos de allí, pero sí recuerdo el de Cartagena, donde viví hasta los 5 años. El cambio a Granada supuso un cambio de paisaje, de luz, de gente y la aparición en mi vida de unas monjas bastante clasistas y un horroroso uniforme azul marino. Supongo que mi subconsciente metió todo eso en el mismo saco y llegó a la conclusión de que todo aquel desastre podía resumirse, en realidad, en haberme apartado del mar. Cuando escribí los cuentos de ‘El verano ya no está aquí’ no lo hice adrede, pero en todos incluí el mar de alguna manera, o lo que el mar representaba para mí, esa libertad y esa alegría de vivir. En realidad, creo que forma parte del ADN cultural de los pueblos mediterráneos.
«Un escritor está constantemente haciendo antropología, intentando entender algo de este lío que es el ser humano»
J.G. ¿Hasta qué punto es equiparable la técnica de la observación participante, propia de tu profesión, a la tarea de escribir?
Cristina Gálvez: Bueno, siempre digo que quien escribe ficción y quien hace una investigación antropológica tienen muchos puntos en común. En mi caso, esa observación participante propia de la antropología me ha servido para entrenar la mirada de escritora y verlo todo un poco con ojos de marciana, de extranjera. Después de todo, un escritor está constantemente haciendo antropología, intentando entender algo de este lío que es el ser humano.
F.J: Hay mucho desconsuelo en los escritores que empiezan a escribir y sienten que casi todo está ya dicho. ¿Cómo los animarías a encontrar su voz y su camino?
Cristina Gálvez: Para empezar, les diría lo que me digo a mí todos los días: que escribir es una carrera de fondo, que el valor de un texto no está tanto en el tema que trata como en la calidad y la originalidad de la voz que lo cuenta, y que el reto reside precisamente en encontrar lo que nos diferencia. Eso exige trabajo, entusiasmo y paciencia. Yo creo que mientras el mundo siga girando y cambiando harán falta nuevas miradas para explicarlo. También opino que, para quien ama lo que hace, el camino está lleno de recompensas. Pero eso no significa necesariamente que vayamos a ser la sensación literaria de nuestra época, claro está. Ahí tal vez reside parte del desconsuelo cuando alguien empieza a escribir: que quiere ver su obra publicada y reconocida en un plazo muy breve, en parte por impaciencia y en parte porque parece que es lo único que lo legitimará para seguir escribiendo. Y en un mercado tan saturado y competitivo, hay otros factores que operan en la ecuación. No podemos poner la atención ahí porque nos distraemos y perdemos energía.
J.G.: Momento ‘carta blanca’. Acaba esta entre2vista como te apetezca, o si lo prefieres, autoficciona el final 😉
Cristina Gálvez: …Y, mirándome al espejo de pronto, me di cuenta de que una vez más había estado hablando durante horas conmigo misma, dando respuestas imaginarias a preguntas que nadie me había formulado. Por suerte, el dinosaurio todavía seguía allí.
Breve historia de amor en seis actos
(Relato publicado en su blog A Destiempo)
I. Encuentro
Se encuentran en la época en la que el tacto y la palabra son todavía inocentes, para descubrir con asombro que también pueden resultar demoledores. En el tacto hay una grieta que, imprudentemente, creían haber olvidado. En la palabra reside el fuego necesario para el equívoco. Como llegar a puerto después de una larga travesía, y que el puerto sea pequeño y brille bajo la luz de la luna.
II. Insomnio
En toda buena historia de amor hay obstáculos que parecen insalvables. Hacer como que se renuncia a la propia historia es sólo un primer paso para poder avanzar. Así, ellos aprenden el arte delicado de ignorarse para luego ir tejiendo, a solas, los oscuros argumentos de su desconcierto. Lo que todavía sigue siendo nada va creciendo cada noche en sus corazones.
III. Idilio
Un día cae el telón. Han salido a pasear con cualquier pretexto increíble y se descubren con los ojos clavados en los ojos, las manos febriles. Ni siquiera intentan ocultarlo. Les parece tan natural que se asustan, pero aun con el miedo en el rostro no son capaces de esconder la alegría. Los idilios siempre son de una belleza feroz.
IV. Ocultación
Responden a un viejo ritual que ninguno de los dos entiende: ocultan y se ocultan. Tanta verdad los abruma. Se rehúyen; se buscan. A veces tienen citas despiadadas y hermosas en las que él le canta al oído mientras hunde la nariz en su pelo. Ella comienza a sentirse como una delincuente y busca formas de redención. No las encuentra.
V. Desconfianza
No es difícil imaginar que en algún momento los velos caen, desnudándoles los ojos. Al comenzar a saber quiénes son, dejan de reconocerse. La historia se desploma con dolorosa facilidad. Siguen citándose de vez en cuando en lugares solitarios, pero se han convertido en enemigos. Se vigilan.
VI. Final ya conocido
En algún momento, no se sabe cuándo, el deseo que atesoran se vuelve demasiado pesado para tenerlo tan cerca. La desconfianza mutua y la inseguridad propia hacen el resto.
Epílogo
Continúan, sin embargo, encontrándose por casualidad en casas de amigos comunes, donde se saludan con cordialidad, hablan de trabajo y se besan en las mejillas. No tienen motivo alguno para odiarse, pero se esconden la mirada. Añoran y se avergüenzan de aquel tiempo en que descubrieron que hasta los abrazos más inocentes disponen de grietas por las que se escapa la vida.
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