Antonio Carvajal: «La búsqueda de la belleza es un medio muy eficaz para ser feliz»
Antonio Carvajal (Albolote, 1943), doctor en Filología Románica, ha sido profesor titular de Métrica y director del Aula de Poesía y de la Cátedra García Lorca de la Universidad de Granada. Distinguido con los premios Piero Bigongiari (Pistoia, Italia, 2008), y Nacional de Poesía 2012. Publicó su primer libro de poesía, Tigres en el jardín, en 1968. Toda su obra en verso publicada a lo largo de 50 años se ha recogido y editado en 2018 con el título de Extravagante jerarquía [1968-2017].
Es autor de Antorchas del solsticio (poemas en prosa, 2017), de los libretos de ópera Mariana en sombras y Juana sin cielo (ambas con música de Alberto García Demestres) y Don Diego de Granada (2005), de las misceláneas Costumbre sana (2007), Vuelta de paseo (2008) y Ante un pozo de plata (2018) y de los ensayos De métrica expresiva frente a métrica mecánica (1995) y Metáfora de las huellas/Estudios de métrica (2002).
Colabora con numerosos artistas en recitales de música y poesía y en la edición de libros, carpetas y catálogos. Como recitador solista ha intervenido en los festivales de Granada, Aviñón, música antigua de Barcelona, Camprodón y Música Sur de Motril.
Elaborar una entre2vista es un proceso artesanal. Requiere de tiempo, documentación, rigor y, sobre todo, cariño. Ni Fernando ni yo somos periodistas. De hecho, Fernando es médico de profesión y, en plena pandemia, dedica todas sus fuerzas a luchar contra ese bicho cuyo nombre es la palabra más repetida con diferencia estos días. Justo antes de que mi compañero «acudiera a filas», enviamos uno de los cuestionarios que más nos costó redactar, pues el invitado merece todo nuestro respeto y nuestra admiración.
Para nosotros, entre2vistar a Antonio Carvajal marca un hito en esta sección que acaba de cumplir dos años y que tantos buenos momentos nos está proporcionando. Recién nos llega contestada, perfecta para celebrar el segundo aniversario de Entre2vistas. Ojalá os proporcione un buen rato de lectura y os permita olvidar por unos momentos la palabreja de marras. Y por supuesto, muchísimas gracias, Antonio. Para nosotros ha sido un placer y un honor.
Fernando Jaén: En 2018 se cumplieron los 50 años de la primera edición de ‘Tigres en el jardín’. La cátedra Federico García Lorca de la Universidad de Granada organizó un ciclo en su honor. «Tigres somos de un fuego siempre vivo e ileso…». Sin duda un libro fundamental para muchos poetas, que renovó la tradición lírica de nuestra poesía. ¿Cómo surge la idea de un libro tan extraordinario y que marca época? ¿Esperaba que tuviera tanta repercusión? ¿Continúa estando el fuego vivo e ileso?
Antonio Carvajal: No me parece que mis libros hayan renovado ningún aspecto de la poesía en nuestro idioma. Recordar que nacemos y morimos en un mundo de cultura y que podemos contribuir a enriquecerla o a empobrecerla (e incluso aniquilarla) no es renovar sino dar muestras de que no se es un tonto que se tiene por reencarnación de Adán. Sí, algo bueno debe tener mi primer libro cuando todavía provoca el asentimiento de nuevos lectores y otros creadores toman mis poemas como materia para sus nuevas obras. En ese sentido de provocar nuevas creaciones sí me siento un eslabón más en la transmisión de la cultura. Mi libro primero no marcó época, fue un ejemplo más de que escribir lo que da contento y lo que se quiere puede provocar el asentimiento de quienes sostienen que el arte es un ejercicio de libertad.
Javier Gilabert: A pesar de su juventud, son ya seis décadas las que lleva escribiendo y cinco desde que empezara a publicar. ¿Cuál es su balance en este momento de su vida? ¿Está por llegar aun su mejor libro?
Antonio Carvajal: Dice bien «a pesar de su juventud», pues, como escribió Rubén Darío, «¿fue juventud la mía?” El balance me resulta muy favorable, he dado de mí lo que no se puede esperar de nadie. En cuanto a la llegada de mi mejor libro, no la espero. La edición de mi poesía reunida me ha quitado las ganas de escribir más.
«Me siento un eslabón más en la transmisión de la cultura»
J.G.: Mucho se ha hablado sobre la antología de Castellet (1970) y sobre su no inclusión en ella. ¿Qué puede contarnos al respecto?
Antonio Carvajal: No puedo contar lo que no sé. Me parece mucho mejor la de Martín Pardo. Y debo declarar que me molesta profundamente que se me eche de menos en la nada.
F.J.: Con ‘Un girasol flotante’. obtuvo el Premio Nacional de Poesía 2012, a los 70 años. Es un libro que acompaña, un canto a la vejez gozosa que contempla el milagro de la vida, según sus palabras. En él destacan no sólo su formalismo y estructura exquisita, sino también el culto a la belleza, quizá como único fin del arte. ¿Es la poesía una herramienta para llegar a ese fin último, a la belleza? ¿Y la vejez el mejor momento para cantar a la vida? ¿Supone un momento de lucidez saber que no debe cerrarle la puerta al ángel de penumbras vestido?
Antonio Carvajal: Perdóneme que le corrija, no obtuve el premio, me lo concedieron. No concurso para obtener premios. En cuanto a la poesía sólo puedo decir de ella que me ha otorgado bienes de vida que no podía sospechar siquiera que podría haberlos. Uno de esos bienes es aprender que la búsqueda de la belleza es un medio muy eficaz para ser feliz, sobre todo en la vejez, que suele ser tan fea y tan deprimente y tan regañona. Saberme querido a mi edad me produce un bienestar indecible, por eso ya no necesito apenas escribir, prefiero gozar los bienes nuevos de cada día. Lo malo de la jubilación, consecuencia de la edad, es que me ha privado del habitual contacto renovador con las jóvenas y los jóvenes, como decía Quevedo.
J.G.: ¿Le apetece hablarnos de sus filiaciones poéticas, de sus maestros? ¿A quién admira?
Antonio Carvajal: Admiro a tantos que la enumeración se haría interminable. Tuve la suerte de conocer a Carlos Villarreal cuando daba mis primeros pasos poéticos, a él le debo el estudio y la actualización de mis lecturas y modelos. Por él conocí a Elena Martín Vivaldi y a Trina Mercader, modelos de verdad cotidiana y literaria. Vicente Aleixandre, desde una estética diversa pero con una integridad personal admirable, me reafirmó en mi opción con absoluto respeto y apoyo a mi libertad.
«Ahora se toma por clásico lo que es meramente moda efímera»
F.J.: En 2014 pronunció un discurso en la Academia de Buenas Letras de Granada en el que elogiaba la figura de Vicente Aleixandre y su relación con Granada. Hablaba de autores clásicos que parecen haberse perdido o diluido con el paso del tiempo en las nuevas generaciones de poetas. ¿Cree usted que hemos olvidado la voz de los poetas clásicos? ¿Qué ama de la poesía de Vicente Aleixandre?
Antonio Carvajal: De Aleixandre amo el recuerdo generoso y la potencia inteligente de lo más hondamente humano que transmite su poesía. Para mí fue determinante la lectura de su libro ‘En un vasto dominio’ con su iluminadora celebración de la materia. Es curioso que no conozco ningún comentario de nadie sobre los dos versos de ese libro que incorporo como lema en ´Tigres en el jardín’; comprenderá que sin ese comentario mi supuesta renovación de la tradición se queda en palabras hueras.
Pero acumula usted las preguntas. Hubo un tiempo en que los clásicos eran solamente los modelos grecorromanos, pero en el siglo XIX, con las leyes sobre educación pública, se estableció un nuevo canon que incorporó paulatinamente nuevos autores en lenguas nuevas, y acercó peligrosamente los modelos del buen hacer al presente. Tan grande era el peligro que, como consecuencia inevitable, en el momento actual lo canónico antiguo huele a rancio y sobado y ahora se toma por clásico lo que es meramente moda efímera. Además, se procede al revés de como se hizo en el principio, en vez de aprender de los modelos y teorizar a partir de ellos, ahora se teoriza primero y luego se embuten las obras en los corsés del oportunismo. Pero la inteligencia y la sensibilidad y la inventiva humanas ni se sujetan servilmente a reglas ni conocen otros límites que los de las singulares capacidades, por eso me sorprende que haya forenses literarios que dictaminen la muerte de la novela, de la poesía, del teatro y de todos los géneros imaginables, sin darse cuenta de que el muerto es quien así opina.
F.J.: Alguna vez ha comentado que la literatura le ha convertido en ciudadano del mundo. ¿Es la poesía un pasaporte o una forma de entrar en la historia de la humanidad y pertenecer a ella?
Antonio Carvajal: Con apenas 15 años tuve que traducir un ensayo de Montaigne y entonces aprendí que salir de uno mismo y entrar en contacto con los demás es un ejercicio provechoso; Montaigne lo ejemplifica con el viaje. Leer me parece equivalente a viajar, publicar es subirse a un transporte colectivo para un largo viaje.
«Leer me parece equivalente a viajar, publicar es subirse a un transporte colectivo para un largo viaje»
J.G.: Por su aula han pasado multitud de poetas que ahora están en activo, copando incluso las listas de actualidad. ¿Se siente en cierta forma maestro de esta hornada de poetas? ¿Se puede enseñar a un poeta, o el poeta ha de nacer?
Antonio Carvajal: He sido profesor de muchos y parece que hay algunos para quienes mis enseñanzas han sido provechosas, quizá porque no me dediqué a la transmisión boba de lo que se lee en los manuales y atendí más a la técnica, que es lo único que realmente se puede enseñar. El poeta se hace con la disciplina del estudio y el esfuerzo por alcanzar a situarse al nivel de sus grandes modelos. Versificar con gracejo es muy grato, pero no implica necesariamente la consecución de la poesía.
J.G.: ¿Cree que, en general, los poetas se preocupan poco de aprender a recitar? ¿De qué manera podrían mejorar en esta disciplina?
Antonio Carvajal: Desgraciadamente, los planes educativos están en manos de pedagogos. Todo lo que acaba en gogo es malo. Hay que enseñar a decir, leyendo o de memoria, pero como ya oficialmente no hay analfabetos, ¿para qué molestarse en educar la voz?
«Versificar con gracejo es muy grato, pero no implica necesariamente la consecución de la poesía»
F.J.: Cita usted a Juan Ramón Jiménez cuando habla de la muerte: «La desaparición de un poeta cumplido está llena de armonía y parece tan solemne, necesaria y fecunda como la diaria puesta del sol». Cuando uno envejece pensar en las ausencias es inevitable. Encajar las ausencias es otra cosa. ¿Es, pues, la generosidad la única forma de aceptar los finales?
Antonio Carvajal: Esa cita es de Vicente Aleixandre hablando de la muerte de Juan Ramón Jiménez. En cuanto a las ausencias, las que me impone la existencia no me duelen tanto como las que me produjo el desamor, y duelen más cuanto más remotas, quiero decir que con la edad se aprende a sufrir menos, por lo que se siente más duradera la cicatriz de una desilusión juvenil que el rasguño de un desdén septuagenario. Pero no es generosidad, sino sensatez, aceptar que no se puede gustar a tanta gente que a uno no le gusta y hasta le estorba.
J.G.: Comentó en una ocasión que haber sido músico o arquitecto son dos sueños sin cumplir. ¿Qué sueños considera cumplidos? ¿Con qué sueña ahora Antonio Carvajal?
Antonio Carvajal: Siempre he soñado poco. Mis sueños han dependido de mi situación económica y tenía tantas pesadillas que procuré olvidarlas enseguida. Y la situación que vivo por ahora es tan buena que nunca la soñé, y ahora lo único que deseo es que me dure mientras estoy despierto.
J.G.: Su relación con la música viene ya de largo. No en vano es autor de los libretos de ópera ‘Mariana en sombras’ y ‘Juana sin cielo’ (ambos con música de Alberto García Demestres) y ‘Don Diego de Granada’ (con Héctor Eliel Márquez). También son frecuentes las lecturas musicadas de su obra, sin ir más lejos la que se presenta bajo el título ‘Las siete palabras de Cristo en la cruz’,, con música de Haydn. ¿En qué medida le han hecho crecer como poeta otras disciplinas artísticas tales como la música o la pintura?
Antonio Carvajal: Desde mi primer libro consta la presencia de artistas, empezando por mi inolvidable Bernardo Olmedo. Como trabajar para sobrevivir no me dejaba tiempo ni para sueños ni para imaginaciones, el contacto con otros artistas me aportaba los temas, las ideas, las fabulaciones y los mundos admirables que, al verbalizarlos, se me convertían en poema. El fruto más concentrado de esas relaciones es el libro ‘Raso milena y perla’. Y sí, la música inició el trazo de mi perfil poético con ‘Casi una fantasía’ y por ahora lo ha dejado en un ‘Concerto grosso’.
J.G.: Tuve la gran suerte de asistir el pasado diciembre a su conferencia «Elogio del esfuerzo», en la Biblioteca de Andalucía y, además de aprender mucho y pasar un rato estupendo, me quedé con esta frase suya: «Si somos poetas, tenemos que trabajar». ¿Se olvida el poeta actual de la importancia que tiene el trabajo duro a la hora de crear? ¿Se puede escribir un buen poema de una sentada?
Antonio Carvajal: Generalizar es la mejor manera de equivocarse. Los poetas de hoy trabajamos tanto como los de siempre, o más, porque tenemos más información y mayores exigencias. Pero sigue habiendo mucha gente que da por poesía vaciedades simplonas en renglones cortos. Y en cuanto a la sentada, no olvide que llamamos poemas a composiciones tan breves como la seguidilla, que se puede hacer mientras se busca asiento, y a otras tan largas como la ‘Commedia’ de Dante que exigen muchos días de mesa y silla.
«Sigue habiendo mucha gente que da por poesía vaciedades simplonas en renglones cortos»
J.G.: No todo el mundo conoce su labor como editor. Son multitud los libros que se han publicado gracias a usted. Háblenos sobre esta faceta suya.
Antonio Carvajal: Ayudar al nacimiento de un ser vivo, y un libro lo es, constituye para mí una tarea apasionante. Sí, he cuidado la edición de muchos libros, incluso de gente que no me quiere, y les debo muy precisas y sutiles lecciones a maestros de la edición como Rafael León y José Mercado, el uno desde la belleza del objeto, el otro desde la depuración del contenido. Y convivir con Claudio Sánchez Muros ha sido otro don de la vida.
J.G.: ¿Qué opina de las inercias que han surgido últimamente en el panorama poético nacional? ¿Hacia dónde va la poesía?
Antonio Carvajal: No me preocupan tanto las inercias como me abruman las inepcias amplificadas por las redes sociales. En cuanto a la orientación de la poesía me resulta tan misteriosa como la deriva de nuestra sociedad, de la que es inseparable. Deseo que ambas, la sociedad y su expresión poética, vayan en busca de lo mejor.
F.J.: López Bretones realizó con maestría y rigor una reedición de su obra reunida en ‘Extravagante Jerarquía’ (1968-2017), y hablaba de su poesía como un acto que unifica a los hombres. ¿Es su poesía una entrega generosa hacia los otros, una forma de vivir en los demás?
Antonio Carvajal: Si no es una entrega, ¿para qué se publica?
J.G.: A pesar de que se nos quedan muchas preguntas en el tintero, ha llegado el «momento Carta Blanca». Cierre esta entre2vista como le apetezca.
Antonio Carvajal: Me preocupa la sensación de pérdida progresiva de libertad que padezco, tengo la triste impresión de ser un objeto prescindible en los planes de nuestros administradores, esa chusma invisible y criminal que se ha erigido en nuestra providencia. Espero que mi poesía dure más que mi persona y alcance a conmover a otra criatura fraterna en las postreras lindes del idioma, si no es mucho pedir.
Poemas de Antonio Carvajal
Paraíso final
Luchando, cuerpo a cuerpo, nos queremos de veras
y es fuego de mi carne la flor de tu mejilla.
El beso en su volumen iguala a la semilla
que brota verdemente con dos hojas primeras.
En la concha del ámbar manan las primaveras
un arroyo sereno de miel y manzanilla.
Tiene la tierra plumas de mirlo y abubilla;
pían en nuestro abrazo canarios y jilgueras.
El nácar se disuelve en manantial de leche,
en torrente de vino, de aceite y de resina:
No hay nada como el lirio que tanto nos estreche.
Hay en cueva de nata paladar de paloma
y en jardines cerrados para el sol que declina
paraísos abiertos del tacto y del aroma.
(De ‘Tigres en el jardín’, Ciencia Nueva, 1968)
Ebriedad de sol
Vente conmigo a esta caliente fosa,
al hueco en que un arcángel nunca anida:
es foso de leones o manida
de sangre, no de pétalos de rosa.
Aquí los huesos silban, y qué hermosa
es su canción de besos y de herida.
El relámpago apenas tiene vida
en tanta huesa amante y cavernosa.
Ay, ven conmigo. Duérmete a mi lado.
El gusano no puede con el sueño,
vino es la muerte de metal fundido.
Tierra en la tierra ya, nuestro costado
será un arpa que tañe el Sol -su dueño-
para darle al Amor nuestro sonido.
(De ‘Serenata y navaja’. Saturno, 1973)
Otra vida, otro mar
álzate a mí, a mi boca, galvánico Amor mío,
terriblemente impuro bajo un sol de justicia,
revolcado en la muerte, como el furioso río
empapado de rayos, de tierra de inmundicia.
Retuércete en mis ingles, provoca un desafío
entre amargo orgullo y la casta caricia,
y desata los vientos, y el témpano más frío
para asolar el único vergel de la delicia.
Y asfíxiame en el fango, y hazme sombra de nada,
como un volcán de envidia, como una injusta mano,
como un diente roído que en la fruta se encona.
Y después de estar sucios y con la carne helada,
¡vamos al agua quieta donde fulge el verano,
vamos al mar sereno que nunca nos traiciona!
(De ‘Extravagante jerarquía (1968-1981)’, Hiperión, 1983)
Rimas desde otra luz
Pocas cosas más claras me ha ofrecido la vida
que esta maravillosa libertad de quererte.
Ser libre en este amor más allá de la herida
que la aurora me abrió, que no cierra la muerte.
Porque mi amor no tiene ni horas ni medida,
sino una larga espera para reconocerte
sino una larga noche para volver a verte,
sino un dulce cansancio por la senda escondida.
No tengo sino labios para decir tu nombre;
no tengo sino venas para que tu latido
pueda medir el tiempo sin soledad un día.
Y así voy aceptando mi destino, el de un hombre
que sabe sonreírle al rayo que lo ha herido
y que en la tierra espera que vuelva su alegría.
(De ‘Miradas sobre el agua’. Hiperión, 1993)
A don Emilio Lledó
Señor Lledó, quien tanto gusto tiene
en darle cuenta de sus pensamientos
hasta en las cosas que no tienen nombre
no podía esperar -no la debiera
nunca esperar- su voz vuelta poema,
digo, envueltas sus voces y mezclada
en el poema con que usted responde
a la provocación de un buen amigo.
Cuando solicitó Antonio Chicharro
selección comentada de mis libros
anteriores, buscando que las múltiples
miradas a mis versos consiguieran
dar idea cabal de mi poesía
(una poesía donde se oyen tantos
trinos y se marchitan tantas rosas:
jardín de otoño la que fuera selva
salvaje de pasión e idea, y húmedo
más de relente que de blanda lluvia),
no podía esperar, aunque debiera,
una comparación como la suya
que me describe generosamente:
«como un inmenso girasol flotante
que amarillea sus coronadas pipas,
para que, una a una,
cascadamente te las comas». Nuestro
buen amigo Aristóteles lo dijo,
lo tradujo en buen verso Garcilaso:
goza más el amigo regalando
que recibiendo: pero yo recibo
el don de su amistad y no recuerdo
haber gozado nunca con mis versos
tal calor, tanta luz, tanta esperanza
como su voz medida en mí ha cantado.
(De ‘Un girasol flotante’, Mala Letra, 2011)
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