José Ignacio Lapido: la esencia de lo auténtico
Viernes, 14 de septiembre de 2018. La tercera edición del ciclo cultural ‘Veladas del Torreón’ de las Gabias cerraba este año su programación con una ‘Noche de rock’ a cargo de José Ignacio Lapido. Por previsión de lluvia el concierto hubo de trasladarse de su lugar habitual, el Patio del Torreón, al Auditorio Siglo XXI de dicha localidad. 21.30 h. Las cuatrocientas localidades del auditorio ya estaban llenas, por lo que la organización se vio obligada a sacar más sillas y aún y con eso, se quedó gente de pie. El público es de lo más lo variado, pues además de los fieles seguidores del Maestro se podían ver muchas caras nuevas y, entre ellas, las de muchos niños. Es de agradecer que poco a poco la cultura del rock se tome en serio, y como expresión cultural que es, los más pequeños puedan acceder también a ella.
En un sobrio escenario donde predominaba el negro, esperaban a la izquierda tres de las guitarras de Víctor (la Gretsch, la Telecaster —que no llegaría a usar— y su Danelectro de 12 cuerdas), en el centro la Gibson de José Ignacio y a la derecha los teclados de Raúl, que a eso de las diez menos cuarto recibían a los protagonistas del concierto. Sin más preámbulos, como suele ser habitual, arrancaban con ‘Ladridos del perro mágico’ y ‘Estrellas del purgatorio’. Lapido conectó enseguida con el público y se le veía cómodo sobre las tablas. De hecho, aunque breves, fueron varios los comentarios entre canción y canción, cargados de humor inteligente y frases para el recuerdo, como la analogía axiomática que realizó con el “clásico del pop español —palabras de Lapido— ‘bailar pegados es bailar’” (risas) que utilizó para dejar bien claro que “tocar sentados es tocar”, de lo cual damos fe.
Fue un magnífico concierto, en el que, a pesar de no contar con la banda al completo —también tuvo palabras de recuerdo y agradecimiento para Popi y Jacinto—, el trío se bastó para ofrecer un repertorio “gourmet” (permítaseme la expresión), en el que varios temas que no suelen tocar en formato eléctrico (‘No hay vuelta atrás’, ‘Nadie sabe’ y ‘El principio del fin’, por ejemplo) conformaron un conjunto perfecto junto con algunos de su más reciente trabajo, ‘El alma dormida’ —’Estrellas del purgatorio’, ‘¡Cuidado!’, ‘Lo que llega y se nos va’ y ‘La versión oficial’— y otros ya clásicos como ‘Escala de grises’, ‘Nadie besa al perdedor’, ‘En el ángulo muerto’, ‘La antesala del dolor’ o ‘Cuando el ángel decida volver’.

Jose Ignacio Lapido. Foto Javier Martín Ruiz
Para los que opinamos que Lapido es el mejor compositor del rock español fue un auténtico deleite comprobar que sus temas, como el buen vino, envejecen mejor que bien y su autor sigue creciendo en el escenario, defendiéndolos mejor que nadie y, en mi humilde opinión, cada vez mejor. Es de agradecer el esfuerzo continuo que tanto él como sus cómplices realizan a la hora de trabajarlos, de manera que en los directos sorprenden con nuevas armonías y arreglos distintos, e incluso versiones de sus propias canciones —tal es el caso de ‘¡Cuidado!’, convertido en medio tiempo para la ocasión—. El grado de complicidad y conexión que existe entre Víctor, Raúl (a los que el músico granadino agradeció públicamente su fidelidad y su talento) y el propio Jose Ignacio aumenta con cada actuación y, tanto en formato trío como con la banda al completo, el conjunto se ha convertido en una máquina de hacer buena música cuyos engranajes encajan y funcionan cada vez mejor.
Así, en un show de más de hora y media de duración, el público presente en la sala pudo disfrutar del recorrido que, perfectamente asistido por dos de sus fieles compañeros, José Ignacio realizó por todos y cada uno de los ocho discos que componen su carrera en solitario, a punto de cumplir veinte años, en formato semiacústico (las guitarras de Víctor tienen un papel muy relevante en él) y lleno de momentos especiales, como cuando acompañado sólo por el piano de Raúl cantó ‘Con la lluvia del atardecer’, irónicos —“Si por algo me gustaría ser recordado es por haber compuesto grandes clásicos infantiles”, a colación del aire circense que impregna los compases de ‘El carrusel abandonado’—, con un punto de sarcasmo lapidiano (=humor inteligente) y sobre todo dignidad, profesionalidad y verdad, mucha verdad.
Nota: Las estupendas imágenes son del fotógrafo granadino Javier Martín Ruiz, quien acaba de estrenar nuevo logo, diseño del también granadino artista gráfico Jesús Gilabert Ruiz. Podéis comprobarlo en el magnífico vídeo que firma Jacinto Ríos:
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