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Eskorzo: un espectáculo cocinado a fuego suave

Eskorzo. Foto de Javier Gilabert
Eskorzo. Foto de Javier Gilabert

Eskorzo: un espectáculo cocinado a fuego suave

Así, en frío, pensar que uno tiene entradas para un concierto de Eskorzo un sábado a las cuatro de la tarde, sentado y con mascarilla no parece el mejor de los planes posibles. No, porque uno ha vivido bolos épicos con esta banda, en los que su frontman, Tony, culmina bajándose del escenario, flanqueado por sus inseparables Pruden y Jimmy, en medio de una vorágine de entregados seguidores que bailan como si no hubiera un mañana, a los que divide, como hiciera Moisés con las aguas del mar Rojo, para luego mezclarse con ellos en una auténtica vorágine de sudor y contorsión, una danza chamánica que convoca a los dioses olvidados de tiempos atávicos en los que el desenfreno se apoderaba de los que asistíamos, ah, en la otra vida, a este tipo de ceremonias.

Sin embargo… qué suerte la mía, la de este sábado. En primera fila, con todas las medidas de seguridad posibles -no te bajes la mascarilla si no estás empinándote el tercio de Alhambra, que te regaña el segurata-, asisto con mi pareja a la que a mi entender supone la consagración de un grupo -ya consagrado, tras más de 25 años de experiencia y buen hacer- que ha sabido interpretar la realidad y reinventarse. Porque eso es lo que han hecho Tony y los suyos: conscientes de que las limitaciones de la “nueva realidad” mandan, han cogido su repertorio, lo han metido, como hacen los grandes chefs, en un “Josper” y han creado un espectáculo que se ajusta a la perfección al nuevo formato que, COVID mediante, se adapta a la perfección a los nuevos cánones.

Eskorzo: La pena a fuego suave.

Y es que la cultura es y ha de ser segura. Por eso, pensando en que el público fiel que lleva bailando con ellos tantos años en sus directos ahora no puede interactuar de la misma forma, pero se merece el mejor de los espectáculos posible, se lo han currado y lo han conseguido: adaptar su repertorio a las limitaciones impuestas por la pandemia, pero sin perder ni un ápice de energía y genialidad.

Te preguntarás cómo es esto posible. Yo también lo hacía, hasta que he podido verlo con mis propios ojos. Si tu público no puede soltarse, contente. Baja el ritmo. Condensa la energía midiendo el tempo de las canciones. Coge lo salvaje del ska, mézclalo con cumbia y corrido, aderézalo con un poco de cabaret y medios tiempos, agítalo despacio y sírveselo a los asistentes con el corazón y las tripas en la mano. Eso es lo que ha pasado en el teatro Caja Granada. Los más de cuatro centenares de afortunad@s que hemos tenido la suerte de consumar el doble sold out que los granadinos han colgado este fin de semana en el cartel.

Los ingredientes principales de esta nueva receta salen de ‘Alerta caníbal’ (2017), ‘Camino de fuego’ (2014) y ‘Paraísos artificiales’ (2009), los tres últimos discos de estudio de la banda, aunque no se han echado de menos clásicos como ‘El que tenga el amor’ (‘El árbol de la duda’, 2004), o un adelanto de lo que será su nuevo trabajo, con la presentación oficial en Granada de ‘7 vientos’. Temas como ‘Cumbia caníbal’, ‘La Pena’, ‘Amenaza fantasma’, ‘La tumba’, ‘Mambo zombi’, ‘Paraísos artificiales’, ‘Sé feliz’ o ‘Camino de fuego’ entre otros, nos hicieron, por un breve lapso de dos horas, disfrutar de un directo impecable -mención especial a la iluminación de Felipe Tomatierra y su equipo, y a un Zeke en estado de gracia- sólo empañado por el incivismo que, como siempre y dando la nota, demuestran cuatro gilipollas.

Javier Gilabert
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