José Ignacio Lapido: toneladas métricas de emoción
Crónica del concierto de José Ignacio Lapido en el Teatro Caja Granada, de la gira de presentación de ‘A primera sangre’ (Granada, 29/04/23)
Un concierto de Lapido es siempre un acontecimiento en su ciudad. Y eso hay que sumarle que ha pasado más de un lustro desde que la banda al completo se reuniera en el Auditorio Manuel de Falla para presentar ‘El alma dormida’, su anterior elepé. La expectación que genera cada vez que estrena trabajo en su tierra se puede palpar en el silencio reverente que se produce en la sala cuando se apagan las luces y se ilumina el escenario. Amén de la camaradería que se respira entre los asistentes: si por algo destaca el público del músico granadino es por su fidelidad.
Los “mayores del lugar” llevan acompañándolo desde su etapa con 091, e incluso alguno desde que a principios de los ochenta del pasado siglo iniciara su andadura musical con Al Dar; los más, fieles lapidianos, no se pierden ninguno de sus conciertos aunque tengan que desplazarse desde puntos tan diversos de la geografía española como Barcelona, Madrid, Zaragoza, León y, por supuesto, desde otras provincias andaluzas, y muchos de ellos son ya no amigos, casi familia.
Se escuchan las notas del “Capricho árabe” de Tárrega, una novedad en esta gira, que nos convoca en torno al escenario. Arrancamos. Sobre él, y acompañando al Maestro, los músicos que conforman su banda habitual: Víctor Sánchez a las guitarras, Popi González en la batería, Jacinto Ríos con el bajo y Raúl Bernal al mando de los teclados. De una tacada suenan “Antes de morir de pena” (2010), “No digas que no te avisé” (2005), “Luz de ciudades en llamas” (2001) y “Lo que llega y se nos va” (2017), a las que suceden las preceptivas salutaciones. Llegaría entonces el momento de la presentación en sociedad de las nuevas canciones. De un tirón fueron cayendo “Arrasando”, “Curados de espanto” —una curiosidad: el público interactúa elevando sus botellines de cerveza cada vez que suena el consabido «una por la eternidad, dos por las almas en pena…»—, “Uno y lo contrario”, “De cuando no había nacido”, para la que se colgaría por primera vez la acústica, “Antes que acabe el día” y se cerraría este bloque con “Malos pensamientos”.
Pasaron los músicos entonces a acometer un nuevo bloque con las conocidísimas “No queda nadie en la ciudad” (2002) —broma lapidiana incluida, haciendo alusión a lo profético de algunas de sus letras, pues ésta ya anticipaba casi veinte años atrás la distópica etapa de la pandemia—, “Lo creas o no” (2010), “Por sus heridas” (2005), “Cuidado” (2017), “Cuando el ángel decida volver” (2008), “De espaldas a la realidad” (2005) y “El dios de la luz eléctrica” (1999) entre las que intercalarían dos de las nuevas, “Creo que me perdido algo” y “No hay nada más”.
Lapido, presidente
Me viene a la cabeza entonces una idea: no me gustaría estar en el pellejo de Lapido y sus chicos a la hora de montar el setlist. ¿Qué dedo te cortas? ¿Cuáles de los más de un centenar de temazos que ha firmado en estos cinco lustros se quedan fuera? Que, además, haya que incluir, como es lógico, los temas nuevos, hace que esta tarea se me antoje casi imposible.
Hago un inciso para comentar dos de las anécdotas de la noche: de una parte, no es infrecuente que en sus conciertos, el público le grite piropos como “Maestro”, “eres el más grande”; lo que sí que me sorprendió en esta ocasión es que —quién sabe si por la cercanía de las municipales— algún forofo se viniera arriba y le espetara: «¡Preséntate a alcalde!», e incluso «¡a presidente!»; de otra, segunda broma lapidiana cuando haciendo referencia a sus dotes “fredastéricas” como bailarín anunció jocosamente la futura inauguración de la “Academia de Baile Lapido”.
Después de “El dios de la luz eléctrica”, parada técnica para colgarse la acústica, atemperar los ánimos, y encarar la segunda parte del show. Así, sonarían “De noche la verdad”, del nuevo disco y, muy esperada por el respetable, “El ángulo muerto” (2008), a la que seguirían “La versión oficial” (2017) y vuelta a la electricidad para atacar “Cuando por fin” (2013). Y antefinal, ya que de ahí pasaron a los últimos bises. Llegaría así el momento más emocionante de la velada: José Ignacio, sin su guitarra y acompañado únicamente por Raúl a los teclados, entonó las primeras estrofas de “Escalera de incendios” (2017) y a continuación Víctor y Popi lo acompañaron a los coros. Pura emoción y también, si me lo permiten, un paso más en la carrera de nuestro protagonista como frontman, al exponerse a pecho descubierto en este duelo en el que, si bien era a primera sangre, afortunadamente no hubo heridos; sólo vencedores.
Y ya sí, presentación de la banda y traca final con “La antesala del dolor” (2005), canción con la que suele cerrar últimamente sus conciertos y que fue el broche perfecto para las más de dos horas de rock and roll que dispensaron generosamente al respetable.
25 años de carrera en solitario
En 2024 se cumplirán los primeros 25 años de carrera en solitario de Lapido. No sé si el número de temas escogidos en este repertorio es un guiño a esta circunstancia o simplemente una casualidad. José Ignacio ha seleccionado 9 de los 11 cortes que componen A primera sangre (2023) y los ha engarzado magistralmente con otros 16, todos ellos himnos ya para sus seguidores —a excepción de “Por sus heridas”, un tema de 2005 que no suele prodigarse en directo—, logrando un difícil equilibrio entre presentar el nuevo disco y realizar un recorrido completo por su discografía, pues desde “Ladridos del perro mágico” (1999) hasta el que publicara este pasado marzo, no ha habido ni un solo disco del que no haya extraído al menos una muestra.
Me gustaría, además, destacar la ya mencionada evolución de Lapido en lo que a cantar sus temas se refiere, que las canciones de A primera sangre suenan espectacularmente bien en directo —con seguridad, algunas serán ya fijas en futuros repertorios—, lo bien que se compenetran estos cinco grandes músicos sobre las tablas y por último, lo acertado de la elección del lugar. Se trata de una sala elegante en la que tanto el sonido como la acústica son ideales para un espectáculo como el que anoche nos ofrecieron un Lapido más en forma que nunca y unos acompañantes a su altura, muy contundente, sin concesiones ni estridencias, combinando perfectamente los temas más lentos con los cañeros en bloques equilibrados y perfectamente medidos.
Como el propio José Ignacio comentó a posteriori en su cuenta de Twitter, lo de anoche fueron «toneladas métricas de emoción». Sin lugar a dudas, un concierto de los que quedarán ya para siempre grabados en la memoria.
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