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Kiko Veneno: «Cada día me levanto con una canción»

Kiko Veneno. Foto de Alfredo Tobías
Kiko Veneno. Foto de Alfredo Tobías

Kiko Veneno: «Cada día me levanto con una canción»

Con algunos de los discos esenciales entender la música en español y reconocimientos muy importantes, Kiko Veneno (1952, Girona) lleva más de cuarenta años creando canciones para sí mismo y para otros artistas. Su primer disco, ‘Veneno’ (1977), junto a los hermanos Amador y su participación en ‘La leyenda del tiempo’ de Camarón (1982) suponen un hito que marcó camino en una nueva forma de entender cómo se puede fusionar el flamenco con otras músicas y cómo puede interpretarse. 

Después ha hecho canciones de todo tipo: electropop en ‘Si tú, si yo’ (1984); rock melódico en ‘Pequeño Salvaje’ (1987); pop con aires africanos en ‘Dice la gente’ (2010); pop tropical en ‘El pimiento indomable’ (2012); o flamenco mestizo para la película ‘Entre dos aguas’ (2018). Cabe destacar ‘Échate un cantecito’ (1992) y ‘Está muy bien eso del cariño’ (1995), que fueron superventas y marcaron una senda en el pop aflamencado. A veces difícil de clasificar, pero siempre creativo, en 2019 ha publicado ‘Sombrero Roto’, un disco rítmico y alegre en el que los ambientes sonoros tienen hasta cadencias electrónicas, y recién salido del horno está su último trabajo, ‘Hambre’.

Javier Gilabert: Preparando esta entrevista regreso a ‘Échate un cantecito’. Casi sin darme cuenta estoy cantando todas y cada una de sus canciones; me las sé. Pero también me ronda una idea por la cabeza: ¡joder, qué disco más bueno, qué maravilla! De principio a fin. Además, no sólo lo digo yo. Leo y releo las magníficas críticas, su clasificación entre las primeras posiciones en las listas de los mejores discos de este país. ¿Qué te parece si comenzamos hablando de ese trabajo? Sí, sé que ya lo habrás contado todo o casi todo sobre él. Por eso me gustaría saber cómo se ve desde la distancia de los años, qué recuerdos te vienen a la mente cuando piensas en junio del 92, en tus conversaciones con Santiago Auserón…

Kiko Veneno: Es una sensación muy parecida. Lo sigo viviendo de la misma manera en que lo viví entonces. Realmente es tan redondo porque fue… Verás, ese disco salió en el 92. En el 90 me encuentro con Santiago Auserón, del que era amigo desde finales de los 70, y le digo: “Estoy ya un poco cansado de tantos palos de ciego como estoy dando”. Porque, claro, lo de Veneno fue glorioso para mí, pero se acabó pronto y no tuvo continuidad. Yo era un estudiante que acababa de terminar y andaba buscándome la vida. Me tropecé con Raimundo, empezamos a hacer esas cosas tan locas que después no tuvieron continuación y me quedé enganchado a la música. 

Fue muy especial, y tendría su repercusión en nuestra música, que dos vidas tan antagónicas se juntaran. Yo había estudiado, había viajado a los EEUU; Raimundo, sin embargo, desde los 12 años se había estado buscando la vida con su grupo de gitanitos callejeros, tocando para los turistas en los alrededores de la catedral.

Bueno, a lo que iba: cuando aquello termina, me encuentro vacío, preguntándome ¿ahora qué hago yo? Yo lo que sabía hacer era eso, la música. Me costó mucho trabajo superar el fin de Veneno, así que le dije a Santiago: “Voy a hacer un último disco y —en aquel momento yo no podía vivir de la música, estaba trabajando en la Diputación y había trabajado en otras muchas cosas— ya estoy cansado, como no triunfe me retiro”. Me mira Santiago y me dice: “No hombre, eso no va a suceder, porque tú tienes talento y yo te voy a ayudar para que eso no pase. Vamos a empezar a trabajar; ve mandándome las maquetas para que yo pueda ayudarte”. Por aquella época yo había empezado a montar un estudio casero con una Tascam Porta-One, que grababa en cassette de 4 pistas, y comencé a componer y maquetar las canciones del ‘Cantecito’. Le mandaba las letras, alguna maqueta también y él me escribía con mucho cariño y sabiduría sobre lo que le parecían las canciones. Sus aportaciones eran del tipo “eso está muy bien, es muy interesante”, así como comentarios sobre la poesía, la métrica… Nada de correcciones ni de clases magistrales, y eso que en aquellos momentos Radio Futura estaba en el culmen de su popularidad, haciendo canciones excepcionales, tanto en la música como en la letra; aquello fue lo que funcionó: la confianza; él me dio la confianza que yo necesitaba en aquel momento y yo me sentí seguro. Me obligaba, claro, a concentrarme, sin decirme mucho más que “tú puedes hacerlo”. Fui completando las canciones y cuando las terminé puso a mi plena disposición todo el aparato de producción de su Animal Tour, que por aquellos momentos estaba grabando discos gloriosos con Joe Dworniak. Y con él fuimos a Londres a grabar. Se eligieron las canciones, el formato que debían tener y por primera vez tuve la oportunidad de grabar un disco detrás del cual había un trabajo en equipo. Cuando cerramos el disco supe lo que iba a pasar. Aquello era lo que había estado tantos años buscando, deseando hacer: canciones sencillas, populares, pero con profundidad, originales y con misterio. Y no eran una, ni dos, ni tres: ¡eran todas! Piensa que yo estaba en plena forma, en la madurez de mis 40 años, totalmente volcado y concentrado en ese disco. Fue una epifanía: comprendí que por fin había encontrado el sonido que buscaba, y tan es así que aún al cabo de tantos años lo sigo viendo de la misma manera. Además, no me quedaba otra: debía ser redondo, porque si no me retiraba de la música —risas—. Y tenía tanto miedo a que eso pudiera suceder, tanto coraje —porque amaba tanto la música, me lo pasaba tan bien, disfrutaba tanto con ella, creía en mis cualidades—, que se produjo el fenómeno.

Fernando Jaén: Me ha encantado escucharte, porque yo también soy un gran admirador de Radio Futura y me parece que, efectivamente, estaban en un momento de gracia, con canciones de la talla de ‘El canto del gallo’ o ’37 grados’… que parecen estar tocadas por una varita mágica, tienen un aura especial que las hace inolvidables. Pero pensando en tu extensísima obra, me viene a la cabeza ‘Volando voy’, que compusiste para Camarón, y quería preguntarte cómo recuerdas tu experiencia en ‘La leyenda del tiempo’, pasando así a formar parte del acervo musical de nuestro país. 

Kiko Veneno: Verás, Fernando, no la hice para Camarón. Es un tópico, se ha convertido en un lugar común, pero no es cierto, porque la gente cree que compuse esa canción para él, pero la verdad es que aquel tema era para Veneno, mi grupo de aquel entonces. Corría el año 78. Camarón vino a mi casa, la escuchó, le encantó y se la quedó para su disco.

F.J. y J.G.: ¿Se la llevó “calentita”, no? —Muchas risas—.

Kiko Veneno: Como comprenderás, no le puse pegas, ni muchísimo menos —más risas—. Veneno no había cosechado demasiado éxito, mientras que Camarón estaba triunfando, era un dios para nosotros y yo pensé: “¡Ostia, qué bueno!”. Y no quedó la cosa ahí, sino que pude hacer otras canciones, esta vez sí para su disco y trabajar con él en ‘La leyenda del tiempo’.

F.J.: El pasado 16 de noviembre se celebró el Día Internacional del Flamenco. ¿Cómo llegas al flamenco y cómo ha influido en tu música?

Kiko Veneno: Antes de responderte a esa pregunta, te comento una cosa: ‘Volando voy’ no es una canción flamenca. Lo cierto es que Camarón fue muy valiente —que lo era y lo fue durante toda su vida— al escoger esa canción. 

Respecto de mi contacto con el flamenco, en una primera etapa tuvo lugar durante la revolución de las máquinas de música, en mis años de universidad, los 60, con los Beatles, con los Doors, Dylan, y de otro lado grupos como los Smash de ‘El garrotín’… De pronto aparece ‘El rintintín’ de Camarón con Paco de Lucía (‘Detrás del tuyo se va’, 1969). Yo no era por aquellos entonces estrictamente aficionado al flamenco, aunque sí a la música, estaba enganchado a esa revolución de la música juvenil. Lo mismo me daban ingleses, españoles… Aquello supuso un gran aluvión de creatividad, sobre todo en el terreno de la música donde surgieron estos –así los llamo yo- “Comandos musicales”, los conjuntos, muchos de ellos hijos de la clase obrera, con muchísima energía y con ganas de acabar con la música “de brillantina y pajarita”, de coger el mundo por abajo, con fuerza. Cuando escuchaba a Camarón, o un par de años antes a Peret, no consideraba su música estrictamente flamenco. Para mí eran como esas otras canciones, las englobaba en esa generación, donde te encontrabas con Aute y Massiel con ‘Rosas en el mar’, o a los Brincos con ‘Mejor’ y, por supuesto, toda esa serie de grupos de talla internacional que te comentaba: Beatles, Rolling, Small Faces, Kinks, los Who, y también los grandes cantantes americanos. Estaba enamorado de la música juvenil, vaya.

J.G.: Y de la moda juvenil —risas—.

«La cultura no le corresponde hacerla a los gobiernos, sino a las personas»

K.V.: –Risas– también. Claro que tenía mis pantalones de campana…

Pues bien, volviendo a la pregunta de Fernando, descubro el flamenco en California, donde cumplí los 22 años. El último año de carrera viajé a Estados Unidos, y en aquel país viví durante 7 u 8 meses. Allí conocí a un guitarrista gitano, Agustín Ríos, de Morón de la Frontera, que se había casado con una americana y me hice muy amigo de él, porque era el único español que había por allí cerca. Yo tenía mi guitarrita y tocaba algunas canciones que me sabía: de Paco Ibáñez, rumbitas… Me ganaba la vida tocando por la calle, igual que hiciera en mis viajes por Europa. Él daba conciertos privados que le organizaba su mujer por el área de San Francisco, donde había muchos a aficionados al flamenco que habían tomado clases en Morón con Diego del Gastor (Diego Amaya Flores). Yo lo acompañaba y disfrutaba de sus conciertos y esa fue mi iniciación. Cuando volví a España empecé a hacerme un gran aficionado del flamenco. Comencé a ir a los festivales que se celebraban en verano en los pueblos. El flamenco era para mí una música como el blues, como el jazz, con una precisión, una fuerza, una personalidad únicas. Me di cuenta de la importancia que tenía y de la emoción que transmitía.

Triunfaba por entonces el flamenco popular, junto con otras manifestaciones como el rock andaluz de Triana, pero también gente como Lole y Manuel. Recuerdo que escuchar ‘Nuevo día’ fue como volver a Lorca de nuevo. Ese es el contexto en el conozco a Raimundo, callejeando por Sevilla, y donde empiezo a escribir “El calor me mata, la lluvia me pervierte” y de ese concepto es de donde surge Veneno. Yo me voy aficionando a la guitarra y un joven Raimundo —un gran maestro, siempre abierto a todo— me va enseñando cositas, truquillos, y aunque no tuviera su capacidad sí que aprendí los procedimientos más importantes, el alma de toda esa música, una música muy del corazón, muy de verdad, con mucho sentimiento, con mucha garra, con mucha fuerza y con una exigencia rítmica muy grande que yo entonces no podía casi seguir —se nota si escuchas el disco ‘Veneno’ que mi guitarra va ahí detrás de la de Raimundo, tambaleándose un poco— (muchas risas). A mí no me deprimía eso porque yo sabía que estaba ante un genio de la guitarra. Me hice gran aficionado del flamenco y pasé a la práctica. Pero no tenía condiciones para ser cantaor. Me adaptaba mejor a lo que os comentaba antes: a la música hippie, la música rock, pop… Y entonces surgió esa mezcla explosiva.

F.J.: Has hecho versiones libres al español de canciones de Bob Dylan (‘Memphis Blues Again’) o Jackson Browne (‘Take it Easy’), con un punto irónico y surrealista muy interesante. Con el Nobel de Dylan, ¿crees que la poesía de las canciones ha llegado al lugar que se merecía y que antes sólo estaba reservado a los poetas consagrados y  academicistas?

Kiko Veneno: Después del premio Nobel de Bob Dylan, sí. Toda la canción moderna popular está llena de poesía. Desde Caetano Veloso a Bob Dylan, pasando por los Beatles —después de que Dylan les riñera un poco y les dijera: ‘Quillo, a ver si os dejáis ya de tanto “duduá” y “dididí” (risas) —, ya en su época más adulta tenían grandes letras. La poesía, el misterio de las palabras, es una herramienta poderosísima. La poesía consiste en hablar como todos los días, pero de pronto lo que dices revela un significado interno, misterioso, que te hace reflexionar y te eleva. En el caso de la revolución de los 60 y los 70, la música llama a la letra y las letras dejan de ser un mero relleno. 

Dylan es el músico americano que más he seguido. He escuchado casi todos sus discos, analizado sus letras y me parecen una barbaridad. 

F.J.: ¿No le habrás hecho llegar tu versión, ‘Atrapados en el blues de Memphis’?

Kiko Veneno: No sé si la habrá escuchado, la verdad. Le pedimos el preceptivo permiso, al tratarse de una adaptación musical, y tuvimos que mandarle la letra en español y luego la traducción al inglés de dicha letra. En aquel tema me permití algunas licencias, pero el caso es que me dieron el permiso. En otra ocasión pedí licencia para hacer una versión algo más cachonda de ‘Man gave name to all de animals’ con Pepe Begines —muchas risas de todos— la cual no traduje, sino que nos inventamos una letra, con mucho humor, que no tenía nada que ver con la original y esa, no me preguntes por qué, no me la autorizaron —muchas risas—. 

«La poesía, el misterio de las palabras, es una herramienta poderosísima»

J.G.: Ya nos contarás cómo le tradujiste a Dylan “Con el bajío que yo tengo, to lo malo a mí me pasa” —risas—.

Kiko Veneno: Son licencias que me tomé —risas—. Esa canción la cantaba por rumba en inglés. Después del ‘Cantecito’ me puse con ella, me inspiré, hice una estrofa, luego otra, y quedó muy bien. Además, un compañero de la facultad, con el que conviví en Nueva Orleans en mi viaje americano, que era profesor y muy aficionado a la literatura inglesa, me ayudó un poquito a coger algunos conceptos, a entender lo que Dylan quería decir, de manera que la letra es bastante fiel, aunque lo del bajío no lo diga —risas—. Es la manera en la que intento traducir el sentimiento de lo que él quería decir en ese pasaje de la canción.

Y no ha sido la única, por cierto. He traducido otras de Dylan. En una ocasión Javier Ojeda (Danza Invisible), quien tenía un proyecto que presuntamente iba a apoyar no recuerdo qué institución para traducir canciones de Bob Dylan, me propuso colaborar con él… Pero obviamente el proyecto no salió adelante.

F.J.: Hay un lugar destacado en el precioso libreto de ‘Sombrero roto’ para Lorca. También encontramos en él frases como “Ya había escuchado mucha música y leído a grandes poetas”. Tengo que admitir que acompaña primorosamente al disco y que me gustó muchísimo. Y quería preguntarte cómo concibes este disco, lleno de ritmos trepidantes, electrónicos, que se alejan un poco de tu obra.

K.V.: Pues mira, fue un proceso similar al del ‘Cantecito’. Mis últimos discos iban un poco en decadencia, declinando en energía. Sentía que tenía muchas cosas por decir todavía, pero me había acostumbrado a decirlas de una manera determinada, me había dejado llevar un poco por la rutina, por el conformismo, por la profesionalidad… Pero volví a sentir esa pulsión, la necesidad de decir algo de verdad, de hacer de nuevo diez canciones redondas, algo que me saliera de dentro. Y me llevó mucho tiempo hacerlo. Pasé tres años prácticamente componiendo y grabando esas canciones. Trabajé en el estudio que tengo en casa incorporando sonidos nuevos, pues me di cuenta de que tenía que actualizarme, coger parte de esa instrumentación, de la tecnología que utilizan ahora los jóvenes. Comprendí que para seguir haciendo música popular no me quedaba otra que coger elementos de la música contemporánea y conseguir que no sonaran impostados. Así, con mucho amor propio y mucha dedicación, reorganizando en mi cerebro la forma de componer, hilvanando las palabras de una manera distinta, creando desde otro punto de vista, enriqueciendo mi paleta de sonidos y de estilos, conseguí cerrar este disco que, a pesar de que no llega a estar a la altura del ‘Cantecito’, es también un trabajo redondo del que estoy muy satisfecho.

J.G.: Te escuché decir en una entrevista, hará unos tres años, que “los gobiernos no tienen capacidad para hacer una verdadera política cultural”. Tal y como están las cosas, ¿tú crees que ahora es más necesario que nunca que los gobiernos hagan algo en ese sentido? ¿Qué medidas podrían adaptar para intentar salvar el entramado cultural, más tocado que nunca por culpa de la pandemia?

Kiko Veneno: La cultura no le corresponde hacerla a los gobiernos, sino a las personas. Necesitamos un entramado social en el que la cultura y el arte sean mucho más importantes de lo que ahora son, y que sustituya gran parte del campo que tienen en la actualidad ganado las apuestas, las patrañas, las noticias falsas y las pamplinas. 

Hay países como Francia, Inglaterra o Alemania que apoyan más la cultura, que proporcionan un entramado cultural de salas, de medios, de divulgación, de comunicación que favorece mucho más la cultura, a la que el poder en España siempre ha tenido una mezcla de miedo y desprecio. Después de la etapa franquista, sobre todo, ha calado aquí ese sustrato de recelo a todo lo que tenga que ver con la cultura y con el arte, porque ambos casi siempre adoptan posiciones democráticas, de progreso, en contra de la deshumanización y de la injusticia. Quitar a la cultura la importancia que tiene es un juego que han practicado las clases dominantes en nuestro país, porque ven que supone una amenaza para ellos.

Pero seamos positivos: la música, el cine, desde los 70 lograron imponerse a todo esto, a pesar de los pesares.

«La música establece un puente sonoro entre las personas capaz de destruir todas las barreras»

J.G.: No te cortas ni un pelo a la hora de denunciar la política del miedo, de la miseria (“lo que más dinero da es el miedo”; “no hay negocio como la guerra”, sostienes). ¿Tiene a tu entender la música una función social relevante?  ¿Está esa reivindicación presente en discos como ‘Sombrero roto’ o ‘Hambre’?

Kiko Veneno: Efectivamente, la música tiene la función social de contar lo que está sucediendo en el mundo y, por qué no, de denunciar las injusticias. Pero no hay que olvidar su capacidad de evocar y de entretener. La música establece un puente sonoro entre las personas capaz de destruir todas las barreras. Hay mucha gente de VOX a la que le encanta el ‘Volando voy’ —muchas risas—. Eso sólo lo consigue la música: lo que nunca van a lograr los mediadores políticos, por muy buenos que sean, con el adversario. Es la música la que es capaz de atravesar esas barreras. 

F.J.: Quiero aprovechar esta entrevista para agradecerte el single ‘Hay gente’ que nos dedicaste a los sanitarios, a la gente que nos tocó estar al pie del cañón, el pasado mes de marzo. Cuando estabas triste y llegabas a casa tan cansado, preocupado por no “traerte el bicho” y contagiar a los tuyos, la música era un consuelo, y canciones como esa, que sabes que van dedicadas a uno con todo el cariño, se agradecen profundamente.

Kiko Veneno: Me gustaría decirte sobre esa canción que la encuentro un poco triste, pero los momentos que vivimos no me animaban a hacer una canción alegre, tipo “¡venga, todo el mundo a cantar!”. El tema tiene una carga importante de tristeza, acorde con la situación, y por eso me parece que fue válida. Intentaba dar ánimos, pero reflejando la realidad que nos tocó vivir.

F.J.: No quisiera cerrar esta entre2vista sin preguntarte por tu paso por ‘La bola de Cristal’, un programa que marcó a los niños de mi generación. Me gustaría saber si llegó a entrarte el gusanillo de seguir con tu vena de actor, o si te “tiraron los trastos” alguna vez para hacer alguna película…

Kiko Veneno: No creo que sea muy buen actor —risas—. Pero es cierto que en alguna de esas grabaciones que hicimos para ‘La bola de cristal’ no salgo muy mal parado. Siempre he sido bastante tímido en ese aspecto, no creo que sea una persona dotada en ese sentido. No obstante, tengo que admitir que acabé bastante satisfecho con la experiencia; para mí fue un auténtico desafío interpretar a otra persona —en este caso a Frankenstein—. Esa es función de los actores, poder ser lo que quieran, y por eso los admiro tanto.

J.G.: No terminaríamos nunca esta entre2vista, así que si te parece, para que no tengamos que hacerlo nosotros, te dejamos “Carta blanca”. Ciérrala tú como te lo pida el cuerpo.

Kiko Veneno: Estos días me he estado acordando mucho de Silvio, el cantante sevillano, que tenía una canción llamada ‘Acción dorada’. Cada día me levanto con una canción. Todos tenemos una especie de “disco duro interno” en el que se nos graban todas las canciones que hemos escuchado en nuestra vida, según la capacidad que cada uno tenga de asimilar, claro. Conozco a personas como El Ratón (Diego Pozo) o Raúl Rodríguez, que son capaces de recordar cientos, miles de canciones, una barbaridad. Yo me sé bastantes, no tantas como ellos, pero sí, se te incrustan en el cerebro y te levantas cada día con alguna: lo mismo de Lone Star, de los Beatles, de los Who, de Hendrix… Y hoy me he levantado con ‘Acción dorada’: “Como un amanecer su acción sobre la tierra mojada”. 

Ah, ¡y que me gusta el fútbol!

Javier Gilabert / Fernando Jaén
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