Prensado en frío

Virtudes Olvera: «Nos hace falta emocionarnos más»

Detalle de portada de 'Pájaros mojados en un cable de luz', de Virtudes Olvera
Detalle de portada de 'Pájaros mojados en un cable de luz', de Virtudes Olvera

Virtudes Olvera: «Nos hace falta emocionarnos más»

Virtudes Olvera nace en Girona en 1974 pero reside en Granada desde los ocho años. No podía ser de otra manera, siendo su padre de Cádiar y su madre de Pitres. Licenciada en Derecho, ejerce durante una década la profesión aunque en un momento determinado decide opositar al Ayuntamiento de Granada, del cual es actualmente funcionaria.

Fruto del empeño de traer los pasados al presente e incluso, de intentar darles un futuro, en mayo Virtudes Olvera publica su primera obra, Pájaros mojados en un cable de luz, (Esdrújula Ediciones, 2022),  un conjunto de dieciocho relatos breves. Sus textos han traspasado fronteras viajando hasta Italia, donde dos de los relatos “Kodekama” y “Extremidades” forman parte, como lectura obligatoria, del Programa de Literatura Española Contemporánea de la universidad Guglielmo Marconi, de Roma.

Actualmente, ‘Pájaros mojados…’ sigue siendo presentado en sociedad y comentado en distintos clubes de lectura, tanto provinciales como municipales. Hoy se posan en nuestro Olivo dispuestos a pasar por la Prensa.

Portada de 'Pájaros mojados en un cable de luz', de Virtudes Olvera
Portada de ‘Pájaros mojados en un cable de luz’, de Virtudes Olvera

Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?

Virtudes Olvera: Mi padre tenía un amigo, Leo, que era albañil. Hizo muchos trabajos en una casa que tenemos en el campo porque mi padre siempre estaba inventando. Pero a veces le decía a mi padre: Marcos, eso ahora…no toca, porque lloverá, porque helará, porque esto o lo otro. Y llevaba razón: hay que estar atenta y saber cuándo las cosas están maduras y cuando hay que esperar.

A parte de inventar, mi padre también era un cuentista nato. La gente se reunía a su alrededor cuando celebrábamos san Marcos o el santo de mi tío, san Miguel… O lo que fuera, y lo animaban para que empezara a relatar. Como decía mi familia, casi siempre eran las mismas historias, que contaba además como ciertas. Historias ajenas donde él figuraba como protagonista. Era muy farandulero, imagino que de ahí vengo yo. A la tribu le gusta sentarse alrededor del fuego y que el que cuenta cuente cómo se abatió al ciervo o cómo consiguieron cruzar aquel río. A mí me gusta ser la que escucha y se conmueve con esas historias. Pero también me gusta ser la que cuenta. Y ahora tocaba.

¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?

Cuando mi hija Lola empezó a dejar un poquito más de espacio porque ya estaba en los cinco años, decidí retomar la escritura. Gané un certamen a nivel nacional, el organizado por la revista que dirige Nieves Concostrina, ‘Adiós Cultural’, con un cuento infantil sobre cómo hablar a los niños del concepto de la muerte. Después de ese premio decidí que quería seguir escribiendo y para ello debía disciplinarme y aprender las herramientas del oficio.

Pasé por los talleres de escritura creativa de Olalla Castro y de Cristina Gálvez. Fue trabajando con Cristina cuando surge la idea del manuscrito, parte de ella la idea de que los relatos que estábamos corrigiendo tenían la calidad suficiente como para conformar un todo. Para entonces ya estaba loca completamente por la literatura. Buscaba tiempo inexistente en rincones pequeños para escribir y leer, leer y escribir. Aprender, probar, borrar, rehacer. 

¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?

Me preguntan mucho por el título. Resulta por un lado extraño un título tan largo y por otro parece que funciona una imagen que forma parte de nuestra cajonera sentimental. Todos y todas hemos visto a esos pajarillos en miles de ocasiones, sea el día soleado o acabe de tronar. El libro habla de esos días nublados, de esas ocasiones en las que te viene la vida, que es muy puñetera, y se te mea encima y te empapa. Solemos buscar entonces el abrigo de los otros, que son pájaros que también andan mojados: ¿Cómo te va? Tirando hermano… Anda, vente para acá, que te dejo sitio aquí sobre el cable… Porque aparte de la compañía, que es fundamental, también necesitamos un apoyo, algo a lo que asirnos, una certeza, un lugar emocional al que regresar, al que agarrarnos mientras se nos secan las plumas. Eso es ‘Pájaros mojados…’, la vida y sus cambios de tiempo.

¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?

Quiero pensar que he escrito dieciocho relatos que me hubiera gustado que me contaran a mí. Los he construido con técnicas que a mí como lectora me funcionan. Por ejemplo, los relatos son muy breves pero tienen carga de profundidad, tienen “asero”. También son rápidos y la acción transcurre con ritmos y estructuras casi cinematográficas. Son cuentos que no juzgan, escritos desde la verdad, que es algo que por mucho que nos la vengan a disfrazar, se la reconoce de lejos. Y cuando tenemos a la verdad delante, desnuda, nos conmovemos. Ese es claramente el efecto que busco: que la persona que lee se sienta conmovida, emocionada, ante esta o aquella realidad. Que le interpele, que le perturbe, que es otra forma de conmoverse. Nos hace falta emocionarnos más.

¿Cómo está siendo la recepción por parte del público? ¿Con qué te quedas de lo que te va llegando?

La recepción está siendo estupenda. El libro se presentó en mayo con una enorme asistencia de público y en la feria del Libro ‘Pájaros mojados…’ fue el título más vendido de mi editorial, Esdrújula Ediciones. Quiero aprovechar este espacio para agradecer a  su directora, Mariana Lozano, la apuesta que desde el principio hizo por esta obra y el apoyo y acompañamiento que me está brindando para darla a conocer… Ya estamos muy cerquita de una segunda edición. Se están haciendo muchas presentaciones, no solo en Granada capital y provincia. También va a haber presentación en Sevilla y Madrid y los clubes de lectura a los que estoy asistiendo como autora, son también un espacio exquisito para compartir lo leído.

Y estoy muy contenta también porque dos de los relatos “Extremidades” y “Kodekama”, son este curso escolar lectura obligatoria dentro del programa de Literatura Española Contemporánea de la Universidad Guglielmo Marconi, de Roma, junto a textos de Neuman, Mendoza, Sara Mesa y Rafael Alberti. Un reconocimiento que seguramente no merezco pero que agradezco profundamente.

Y lo que me llega es que los lectores están haciendo más de una lectura de los relatos. Que una sola no es suficiente, me cuentan, y tienen la necesidad de volver sobre los textos. Que el tratamiento de los temas, las imágenes utilizadas, los personajes, las atmósferas… les llegan, les golpean. Que pasado el tiempo, los textos se mantienen frescos en sus almas, en sus cabezas.

¿Por qué eliges el cuento como género? Me consta que estás en ello… ¿lo prefieres a la novela?

¿Sinceramente? Cuando decidí sentarme a retomar la escritura pensé que me resultaría más sencillo empezar por un género breve, confundía entonces la brevedad con la falta de complejidad. Luego me di cuenta de que el relato es trabajo de pasamanería fino. En un cuento  hay que buscar una suerte de equilibrio, de armonía entre la forma y el fondo. Descubrir ese detalle que viste los ropajes de la universalidad, fijar la atención en él y darle unos protagonistas, un aire, un sabor, un olor, una historia. Todo lo necesario para generar una empatía intelectual y emocional en el lector.

Al fin y al cabo, que haya una comunicación, un diálogo con esa persona que se encuentra en su casa sola, en silencio, leyendo. Tiene que estar todo y nada puede sobrar. Y yo me siento cómoda con este tipo de narración en el que la historia cotidiana, pequeña y reconocible, destila esencia y arrastra barro. 

Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo un relato de ‘Pájaros mojados en un cable de luz’, ¿cuál sería?

‘Viçent y Viçenteta’ Es una historia real. Es una historia de amor que presencié entre un señor que era fontanero y su esposa. Cuando el hombre tenía algún trabajillo por el barrio, nos dejaba a su mujer, que por una intervención quirúrgica que no salió bien, volvió a los cinco años y allí se quedó. Hay varias voces narrativas y una es la mía. La niña de siete u ocho años que observa esa manera preciosa y delicada en la que el marido atiende, cuida, acompaña, ama en definitiva a esa muñeca grande y bobalicona en la que se ha convertido su esposa. Esa voz-niña observa también cómo el entorno se comporta ante esa gigantesca y envidiable historia de amor que ninguna y ninguno de los presentes atesora. Me costó mucho trabajo armarla a nivel estructural porque tiene muchos saltos temporales y sobre todo, me costó encontrar el respeto y el tono que esta historia merecía tener.

Ya lo he adelantado yo, pero… ¿en qué andas, literariamente hablando, metida ahora?

Estoy trabajando en dos proyectos. Como bien apuntabas antes, ando ya con un segundo libro de relatos. Puede que haya modificaciones, pero en mi cabeza existe ya un título provisional, Mamíferos. Me interesa trabajar asuntos que tienen que ver con la cualidad animal del ser humano, tan olvidada, casi perdida. Parece que ya casi ni nos reconocemos como animales… ¿cuál es la causa? Pues ahí estamos… Buscando, pensando.

Por otro lado, hace unos meses una voz narrativa muy potente apareció. Detrás de esa voz existe una persona real, alguien que estuvo en el otro lado y volvió, aunque nunca será como el resto, los otros, que somos todos los demás. Creo que esta historia merece un desarrollo más largo. Ya veremos qué ocurre.

Por último, como lectora, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?

Hay muchos autores y autoras de los que querría saber qué están haciendo, qué están pensando… Rosa Morillas es una poeta muy interesante y estoy loca con su último poemario Catatónico Amor. También quisiera leer a Giuseppe Gatti, doctor en literatura española e hispanoamericana que es italiano pero escribe en español, porque ama nuestra lengua. Su libro de relatos La memoria de las abejas, es soberbio. Y quisiera saber de Cristina Morales; Lectura fácil cambió muchas cosas en mi yo escritora. Y Cristina Gálvez, estupenda escritora de relatos, mujer sabia, divina. Y Olalla Castro, que es un orgullo para todas las mujeres. Y… —risas—, no te preocupes, paro ya. Gracias, Javier, me lo he pasado genial.

Relato de Virtudes Olvera

DOS PUESTAS

A Paco Roncero lo enterraron con el traje de la boda.

Un buen traje azul marino de lana áspera, rugosa. Chaleco cruzado, camisa de seda y corbata con dibujito de paramecios. Se hacía raro verlo tan planchado —comentaba el velorio—  porque Paco Roncero nunca gastó traje y nunca paró quieto.

Gregorio el Muletas dijo —mientras las mujeres servían el anís—  que ahora Paco sí que estaba muerto del todo. Algunos se rieron. A Paco, desde que tenía treinta años, le llamaban el medio muerto.

La viuda le arreglaba la corbata, pero el cuerpo de Roncero ya no pesaba ni los sesenta kilos del día de la boda y el nudo no se ajustaba bien al cuello desinflado.

Se casó en enero, porque no le daba la vida para más, y la lana le abrigó los huesos en la fría sala del juzgado.

El medio muerto nació Francisco, como su padre. De chico, el pueblo le conocía como Paquito o Paquitín, eso último sobre todo las mujeres. El niño no era guapo, ni feo tampoco; un niño: con los mocos colgando, la barriga hinchada y los piojos en la pelambre. Menos los del alcalde y el médico, todos los niños eran así más o menos en los años cuarenta.

Paquitín sabía buscarse la vida. A las cinco de la mañana, se montaba en el mulo que le dejó su padre y se iba a por pan hasta los Bérchules, por encima de Narila. Llenaba las alforjas de hogazas clandestinas y luego las vendía bajo cuerda a los pocos que en Cádiar tenían para pagarlas. Hasta con el pan había estraperlo.

Estudió lo justo y en los sesenta el alcalde, que había luchado junto a su padre en el bando ganador, lo nombró jardinero y le dio un puesto en el ayuntamiento. Se lo dio como se dan estas cosas, sin que nadie lo supiera para que nadie protestara. Nadie protestó.

Los días de diario, Paco cuidaba del jardincillo de la entrada de la Iglesia y barría con un escobón las hojas de la plaza. Había entonces castaños que no dejaban de dar trabajo y, mientras amontonaba los deshechos vegetales, maldecía entre dientes. Tenía mal carácter y su cabeza parecía el lomo de un marrano jabalí: oscura y coronada por desordenados mechones crespos.

Los sábados bebía vino en el bar y masticaba garbanzos secos con unos dientes de vaca que mostraba al reír, en contadas ocasiones.

Los domingos se sentaba en el último banco de la iglesia, con los zapatos nuevos y las uñas limpias. Cuando acababa la misa, se hacía el entretenido encendiendo velas al pie de la imagen de san Blas, por si entablaba conversación con alguna de las vecinas que frisara ya los cuarenta.

También llevaba cadáveres al cementerio. Los cuerpos de los que se morían malamente y a deshora los dejaba encima de una mesa de mármol. A veces, Paco pasaba allí la noche junto a ellos y se fumaba un paquete de Lola. Para fumar se salía a la calle, por respeto.

A Paco le llamaban el medio muerto porque en una feria de san Marcos cayó desplomado dentro de la fuente del vino. Lo sacaron ahogado y lo llevaron a casa. Tendido en la cama de la madre, entre las vecinas lo lavaron. Le pusieron unos pantalones de pana y una camisita fina que alguien planchó a la carrera. Paco estaba gordo y los pelos de la barriga asomaban por entre los agujeros que formaban cada pareja de botón y ojal. Y como tenía empapada la chaqueta de los domingos, la madre trajo el gabán del padre muerto. El olor a vino llegaba hasta la planta de abajo.

Llegó el cura y la casa se llenó de gente. Su madre sacó salchichones y chorizos, en abril aún quedaba matanza. Los hombres fumaban en el zaguán y apagaban las colillas sobre el empedrado: Celtas, Ideales, Bisontes… Arriba, las mujeres acompañaban a la madre. Al padre lo habían matado en la guerra.

A la mañana, vinieron los sepultureros con la caja y lo metieron dentro. Una caja barata de pino, que pagó el ayuntamiento. Lo bajaban por las escaleras entre cuatro  cuando a Paco lo enderezó un eructo que olía a mosto viejo. Los amigos salieron corriendo, las mujeres volvieron a la cocina. Caja y Paco rodaron hasta el empedrado cubierto de colillas.

Se rompió una pierna que sanó bien y, desde entonces, le empezaron a llamar el medio muerto.

Los otoños pasaban y lo proveían de hojas. Cada tanto, el ayuntamiento le cambiaba el escobón. Cada tanto, cogía la Alsina y se plantaba en Granada, a sus cosas: algunas mujeres, alguna película americana en El Madrigal, algún encargo.

En el verano de la Expo, el medio muerto se echó una novia. La conoció en las fiestas de Carataunas: la vio gordita y casi vieja y se acercó mostrando sus dientes de vaca. Ella se dejó invitar a cubalibres y a bailar. Cuando la orquesta cantaba “El tractor amarillo”, Paco le tocó el culo y para septiembre se la llevó a Cádiar. La madre ya había muerto y ocuparon el dormitorio principal. Ella compró conejos que mordisqueaban las sobras en el huerto que había detrás de la casa. Los rabos cortados los ponía a secar en la cuerda de tender y luego hacía llaveros con ellos. A Paco le gustaba acariciar la piel de conejo dentro del bolsillo.

No se casaron ni tuvieron hijos.

A punto de jubilarse, al medio muerto le detectaron un cáncer.  Cuando le empezó a sentar mal el arroz con conejo y por la boca echaba espumarajos de sangre, cogió la Alsina y se fue a Granada para que lo miraran. Era de páncreas; lo más, seis meses.

Cuando ella se enteró, salió al patio y les rompió el cuello a todos los conejos.

El tratamiento era agresivo; a Paco le llovió ceniza por el cuerpo entero.

Para la Nochebuena le pidió matrimonio a su gordita. Que de él le quedara, por lo menos, la pensión.

Fueron juntos a Granada, a una tienda de la calle Alhóndiga. Sería en enero. Ella compró un vestido malva, manga larga, a la rodilla. Él un buen traje azul marino de lana áspera, rugosa. Chaleco cruzado, camisa de seda y corbata con dibujito de paramecios. Costó caro. Pero Paco decía que el traje tenía dos puestas.

Paco se casó en enero, con el traje del entierro.

Javier Gilabert
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