Joaquín Fabrellas: «Hay pocos lectores, los ha destruido la máquina»
Joaquín Fabrellas Jiménez (Jaén, 1975) realizó estudios de Filología Inglesa en la Universidad de Jaén y es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada. En la actualidad es profesor de Lengua y Literatura en la Junta de Andalucía.
La amplia labor poética de Joaquín Fabrellas ha sido premiada en varias ocasiones. Por su primer poemario, Estertor en las piedras (Ayuntamiento de Jaén, 2003), obtuvo el Premio de Poesía El Olivo (Ayuntamiento de Jaén). Su segundo libro de poemas, Oficio de silencio (2003), resultó finalista del Premio Autores Noveles de Diputación de Jaén (2002) y su tercer poemario, Animal de humo (2005), fue merecedor del Premio de Poesía Joven de La Manzana Poética (Córdoba).
Más adelante publicó No hay nada que huya (Piedra Papel Libros, Jaén, 2014), República del aire (Ediciones Isla de Siltolá, Sevilla, 2015) y la plaquette Clara Incertidumbre (Camaleón del Ayre, Jaén, 2016). En el año 2022 consigue el Premio de la Crítica Andaluza en la modalidad de Ópera Prima de Relato por su libro Césped seco.
Como narrador ha publicado también la novela El imposible lenguaje de la noche. Césped seco es una colección de relatos que juega con el lector a difuminar los límites de la narración y del relato y a concebir de otra manera la narrativa. Y es la excusa perfecta para charlar hoy con él en nuestra prensa.

Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Joaquín Fabrellas: Este libro surgió en un momento de estancamiento en mi obra, de hecho, nunca antes había publicado relato. Tenía una serie de relatos muy antiguos que quise recuperar y modificar y, surgió la idea entonces de escribir a través de esta colección una especie de diario apócrifo. Un diario que mostrase el cambio desde mi época de estudiante hasta la actualidad.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
En este trabajo tienen mucha importancia la música, como testigo de esa evolución personal de la que antes hablaba, por lo tanto, surge de una canción de Los Enemigos, «Paquito», en la que el cantante Josele dice: «Paquito quemará la montura de sus gafas con un puñado de césped seco, y luego jugará con una pistola de verdad»… Quería hacer algo rápido, y este libro lo fue. Estaba atrancado en un proyecto lírico en el que aún sigo escribiendo y rectificando. La poesía es enormemente lenta de escribir, al menos en mi caso.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
No, es verdad. Al proceder yo de la poesía, vierto continuamente versos en la narración; así lo hice en mi novela El imposible lenguaje de la noche. Como ya dije en el acto de entrega del Premio, hay un texto que es una sextina, una complicadísima forma poética tradicional, y lo puse en disposición lineal, no como versos, y quedó bastante bien. También los principios están medidos, y en varios relatos hay versos míos escritos en otro momento de esa evolución personal y artística.
Me gusta jugar con diferentes estilos, porque eso que nos dijeron de los géneros literarios es mentira, no existen. De hecho, una de las claves de interpretación de Césped seco es que se puede abordar de muchas formas: como unas falsas memorias, como un Diario, como una narración única, como una colección de relatos. Me gusta eso que se llama “el argumento débil”, en mis cuentos, no pasa nunca nada, o muy poco. Me gustan esos restos de historias y los desarrollo hasta su máxima disponibilidad, muchos están basados en anécdotas irrelevantes o en forzamientos léxicos, o el papel, o yo. Es una lucha entre la creación y la racionalidad donde yo soy el límite. Me imagino que es algo que tiene que ver con el asco a narrar de la literatura posmoderna.
En uno de mis favoritos, ‘La teoría de cuerdas’, intento que el mundo se destruya mediante la destrucción del espacio tiempo, que es una posibilidad real que explica la física cuántica, un mundo apasionante y que tiene que ver mucho con la creación literaria.
¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?
Como escritor, no creo en el alcance que pueda tener la literatura actual. Es decir, los lectores actuales rondan los 50 años de media, de ahí para abajo. Creo que hay pocos lectores, los ha destruido la máquina, lo audiovisual, la contemplación repetitiva de los productos que nos hacen escuchar en nuestros dispositivos. He intentado crear un texto breve, corto, que no te haga pensar en mucho. Un escritor debe tener lectores, y creo que de eso ya no hay entre el público joven. Ese lector ideal del que nos hablaban en las facultades es solo eso, un ideal que no existe, somos nosotros mismos mal disfrazados.
¿En qué medida veremos en él —o no— al Joaquín Fabrellas de tus anteriores obras, especialmente al poeta?
El poeta está ahí siempre, y mira con cara de asco, pero eso me gusta. Escandalizar.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con un relato de ‘Césped seco’, ¿cuál sería?
‘El equilibrio químico’, creo. Habla del capitalismo salvaje a través de las drogas legales. De la industria farmacológica y de la medicina, así como de la frágil salud mental de la sociedad actual. El equilibrio químico es la expresión que se usa en psiquiatría para encontrar ese equilibrio perfecto entre tu enfermedad mental y la cantidad justa de medicamentos que te hacen tomar, hasta que aprendes a convivir con ella. Se pueden tardar más de diez años en encontrarlo, si es que llega, y ese camino es arduo. No existe porque la enfermedad mental es el gran Leviatán de la medicina actual. Prefieren la medicación de un mal que no está localizado en ninguna parte del cuerpo humano, a pesar de los efectos adversos que pueda tener en el individuo, muerte, adicción, psicosis, manía persecutoria. Y todo eso te lo dicen en un prospecto que nadie entiende porque está escrito por poetas malvados (estos sí son peligrosos), que han sido pagados para medicar y hacernos callar. Me lo contaba un amigo que se suicidó en ese largo proceso de inestabilidad química.
Fui al doctor por una lumbalgia y me recetó un antipsicótico que desconectaba los impulsos motrices de sistema nervioso central y que se usa para que los enfermos no se autolesionen. Hasta ese grado estamos medicados. Es peligroso, no lo tomé, claro, y se llamaba Lyrica ese medicamento.
Parafraseando a José Cabrera Martos en la gala de entrega de los Premios Andalucía de la Crítica, en la que ‘Césped seco’ te ha valido el Ópera Prima en categoría de Relato, y teniendo en cuenta que según nos contaste en una ocasión le colaste al editor una sextina en un relato, ¿eres peligroso? —Risas—.
Peligroso, qué va. Como dijo José Emilio Pacheco, ya nos hemos convertido en todo aquello contra lo que luchábamos de jóvenes. Lo que pasa es que cuando era más joven sí era más rebelde. No estudiaba, repetía curso en el instituto hasta que llegué a la Universidad. Cuando terminé me dediqué a viajar todo lo que pude por el mundo, es decir, lo hice todo al revés: en lugar de buscarme un trabajo provechoso y eso, como hacían mis amigos, me dediqué a ir por el lado salvaje de la vida. Lo cuento en uno de los relatos. Trabajé de camarero mucho tiempo, dejé Filología Inglesa y estaba muy perdido, hasta que a los 25 ya me dio por estudiar y buscar un trabajo remunerado, me hice profesor; de peligroso, ya nada. Y además, siendo padre, mi vida es un reloj suizo.
¿Qué supone para ti este reconocimiento?
Los premios son solo premios, es decir, te hacen pensar que eres el mejor escritor (y eso, sin victimismos, es mentira) y de alguna forma, te relajan. Estoy encantado con este premio inesperado, pero hay que seguir escribiendo, y lo hago casi a diario. Eso es lo importante, la vida del escritor es solitaria. Es trabajo y lectura, lo demás es fantasía.
Por último, como lector, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
Me gustaría que pasase por aquí mi admirado Francisco Ferrer Lerín, poeta y narrador del que aprendo tanto. En breve, publicaré un trabajo monográfico sobre su obra lírica.
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