Miguel A. Zapata: «Desconocemos la verdadera naturaleza y el rostro de la auténtica libertad»
Miguel A. Zapata (Granada, 1974) desde 2002 reside en Madrid, donde desarrolla su carrera literaria y docente. Ha publicado cinco volúmenes de cuentos y tres novelas que conforman su «ciclo de la degradación». Algunos de sus textos breves han sido galardonados con premios de carácter nacional e internacional y se recogen en las principales antologías del género en castellano, así como se han traducido al portugués, el italiano y el griego. Por su última obra, ‘Nos tragará el silencio’, se le concedió el Premio Andalucía de la Crítica de Narrativa, y se pasa por nuestra ‘Prensa’.

Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Miguel A. Zapata: No sabría decirte en qué “ahora” se ubica este libro. Ni siquiera si es necesario escribir un libro como este, habida cuenta de que hoy el futuro se cumple al mismo y veloz tiempo en que queda automáticamente desfasado por el cumplimiento de otro futuro más inmediato aún. Cuando estaba en los últimos meses de escritura, nos encontrábamos todos en uno de los momentos más oscuros de nuestra historia reciente: confinados en casa por la pandemia de Covid-19. Me di cuenta de que los conceptos de libertad y soberanía popular, que articulan la contemporaneidad, habían quedado restringidos a una cuestión biosanitaria y una lucha política artera.
Al mismo tiempo, yo intentaba cuadrar esta obra, basada en la evolución de ambos conceptos de filosofía política en los Estados tardocontemporáneos. Es decir, mi novela circulaba y se creaba en paralelo a su tiempo, conectaba con él y se nutría de él. Que tomase la forma de una ficción prospectiva fue una consecuencia lógica de esta coincidencia de intereses entre el autor y su tiempo, una deriva natural.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
Yo suelo funcionar, de partida, con alguna imagen que sirva de alegoría y de síntesis visual de lo que luego trabajaré en el libro ya en marcha, o al menos, de una parte esencial de su sentido. Me seducía la idea de una sociedad asfixiada por el propio sistema en que vive, pero sin ser consciente de su asfixia. Paseando por el Albayzín hace años, me maravillé ante un muro tomado literalmente por una hiedra trepadora que lo ocultaba casi por completo. Asomada a una ventana, una mujer tendía su ropa canturreando, como ajena a esta maraña vegetal que la cercaba o consciente y feliz de vivir dentro de ella. La imagen era tan potente que merecía, al menos, un texto. Yo buscaba un motivo argumental alegórico para empezar a escribir la novela. Ahí estaba.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Me gustaría situarme a mitad de camino entre la sugerencia de un futuro probable que ya se está cumpliendo y la posibilidad de que yo esté equivocado y esta novela sea solo la ficción sobre sobre un mal sueño o un mal viaje. He pretendido que ‘Nos tragará el silencio’ sea un ensayo económico, sociopolítico y moral sobre nuestro tiempo y el venidero tanto como una ficción especulativa a secas. En ese punto de indefinición quisiera situar yo a los lectores para que decidan qué lectura hacer. En esta decisión, creo, se cifra también la posición de cada cual como ciudadano de su tiempo. Uno es interpelado por lo que lee o escucha en la medida en que se siente partícipe o espectador de la época que le tocó vivir.
¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?
Que se indignen o todo lo contrario. Que vivan ese Estado dentro de un Estado que es La Hiedra como una utopía deseable o como un infierno. Que perciban lo narrado como la evidencia del futuro que ya está aquí o como una fábula irrealizable. Es decir, que tomen partido desde un ángulo u otro, desde la aceptación o el desdén de lo leído, que construyan su propia novela como construyen su vida. Al fin y al cabo, la libertad es esencialmente eso.
Comentaba Manuel Francisco Reina en la ceremonia de entrega del Premio Andalucía de la Crítica con el que te has alzado gracias a esta novela que en sus páginas encontraríamos guiños a la cultura popular y al mundo del cómic —valga como muestra el paralelismo que realizas entre la organización Hydra de los cómics de Marvel y La Hiedra de tu historia—. ¿Hasta qué punto te vales de estos elementos, el cómic, la música, el cine, a la hora de escribir?
Me encantó -por erudición y encanto- esa apreciación de Manuel Francisco, pero yo no soy ni fui consciente en ningún momento de esa conexión. Es decir, no estaba en mi ánimo ese apetecible paralelismo. La Hydra marveliana era una organización terrorista de carácter neonazi que pretendía conquistar el mundo. Mi Hiedra es una institución política vaporosa de naturaleza democrática, un Estado que crece desde dentro del propio Estado hasta sustituirlo o suplantarlo porque los ciudadanos así lo han querido y lo han construido consciente, voluntaria y felizmente. Es decir, más allá de la semejanza de su denominación, son realidades ficcionales muy distintas.
Con respecto a tu pregunta, sí, las artes plásticas están muy presentes siempre en mi obra, sobre todo la pintura y la música. De hecho, y ahora que lo planteas, ‘Nos tragará el silencio’ debería entenderse como una ópera política basada en un cuadro de Tooker o Grosz, libreto a cargo de Thom Yorke y Kurt Cobain y partitura del combo Berlioz-Isao Tomita. Se me ocurre.
Tras quedar finalista con ‘Voces para un tímpano muerto’ en 2016, esta obra te ha valido por fin el Premio Andalucía de la Crítica. ¿El que la sigue, la consigue —risas—? ¿Qué supone para ti recibir este reconocimiento?
Es, ante todo, un tremendo alivio. El hecho de vivir desde hace veinte años en Madrid, alejado del meollo cultural de mi tierra, alentó en mí la idea de cierto aislamiento, de ser considerado extranjero en el sur. A nivel estrictamente literario, supone premiar años de trabajo dedicados al ciclo novelístico que culmina ‘Nos tragará el silencio’. Es tanto un premio a una obra como a un proyecto, ese “ciclo de la degradación” que empecé con ‘Las manos’ (Candaya, 2014), continué con ‘Arquitectura secreta de las ruinas’ (Baile del Sol, 2018) y remato con ‘Nos tragará el silencio’ (Baile del Sol, 2021). He tardado una década en culminarlo, pero ha merecido la pena, por supuesto. O más me vale pensar así.
‘Nos tragará el silencio’ cierra una trilogía de novelas —cito textualmente— “sobre el concepto de libertad y las diversas formas de alcanzarla, perderla o elegirla”. ¿Somos cada vez menos libres? Y desde tu doble atalaya como novelista y profesor ¿cómo se atisba el futuro en ese sentido?
En principio, empecé a plantearme esta trilogía, tríptico o ciclo de novelas in media res, mientras escribía la segunda de ellas. Me di cuenta de que deseo y temática coincidían: tenía necesidad de plasmar mi visión personal acerca del tiempo que me había tocado vivir y la novela era el vehículo idóneo como género para tal empresa, algo que no me había ocurrido cuando escribía ficción breve. Es decir, auné en un proyecto de largo aliento mi formación como historiador y mi producción narrativa con la novela como eje.
Con respecto a la libertad y su futuro me interesa tanto la perversión contemporánea del concepto en el ámbito de la filosofía política como en su aplicación práctica. Hoy la libertad se circunscribe, paradójicamente, a lo estrictamente personal, casi al ámbito privado. La idea de la libertad kantiana como facultad de autolegislación, de darnos a nosotros mismos leyes que orienten nuestras acciones moralmente, queda hoy deformada, porque lo que importa a hombres y mujeres no es el hecho moral sino el beneficio personal y emocional de los propios actos. Ya no hay miedo a la libertad, como insinuaba Fromm, es que desconocemos la verdadera naturaleza y el rostro de la auténtica libertad, o bien los asimilamos a nuestro propio reflejo especular.
Me inquieta intuir que la libertad pasa en nuestra época y en la venidera por alcanzar cotas de bienestar material -consumir desaforadamente en la terraza de un bareto, elegir el nuevo modelo de iPhone- sin cuestionarnos el precio a pagar por esa concepción restrictiva de lo que realmente significa ser libre. Y lo peor de todo: plenamente conscientes y encantados de la vida con nuestra elección.
¿Supone esta novela un punto de inflexión en tu producción como escritor? ¿Y a partir de ahora, qué?
Yo voy cuadrando cada proyecto como si fuera el último, sinceramente. No por ningún tipo de miedo específico a la incertidumbre editorial -después de ocho obras y veinte años publicando uno sabe que sacará sus historias adelante en una casa o en otra-, sino porque no confío en que tenga siempre cosas necesarias o interesantes que decir. Puedo hablar del presente más inmediato: tras desprenderme de las adherencias de `Nos tragará el silencio’, una novela absorbente y asfixiante, me propuse un proyecto más lírico, más fabulesco, más breve. Solo diré que será una novela siberiana, una suerte de narración de narraciones casi árticas, profundamente invernales, traicioneras y desoladas como la misma nieve.
Por último, como lector, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
Si son de la tierra, a mi hermano de letras Ángel Olgoso. O a José Vicente Pascual. O a Antonio Tocornal. Todos ellos son autores admirables de cuya amistad me precio. Pero como es posible que ya hayan aparecido por esta casa y bajo este Olivo, pues me gustaría mucho leer ahí y que todos las disfruten las reflexiones de Trifón Abad, excelente escritor murciano -es decir, vecino- de cuentos, finalista del prestigioso Premio Setenil y autor de `Quitamiedos’, un inquietante y brillante volumen de narraciones en la frontera entre lo plausible y lo inaudito.
Fragmento de ‘Nos tragará el silencio’ de Miguel A. Zapata
«Hace un milenio, en mi primer mes en la Unidad de Regeneración nº5, descubrí una pintada en el baño de profesores: «NADIE TE HA ROBADO LA LIBERTAD SI NO NOTAS SU PÉRDIDA». Rápidamente, en la sala para personal docente, escruté esa mañana todos los rostros, intentando descubrir en sus gestos, estúpidamente, la autoría. Ojalá Adelaida Summers hubiera sido un hombre con ganas de mear cara a la pared, me hubiera encantado que fuera suya esa vindicación personal por el tiempo perdido en su reloj.
En cualquier caso, entiendo esa idea como una claudicación agradable. Es fácil para una institución como La Hiedra generar su propia moral y hacerla ecuménica, que los propios residentes la hagan suya, ese sentimiento de pertenencia orgullosa de los empleados de grandes almacenes. Es fácil crear un sentimiento de rechazo colectivo al quebrantador de la norma, de la armonía casi familiar. Eso es: cuando La Hiedra termine siendo una sola familia feliz, no habrá sentimiento alguno de pérdida. La idea de la libertad personal será la idea silenciosa de la libertad común en un mundo en que la norma es un cúmulo de ambigüedades, arbitrariedades y contradicciones. Nadie puede ser virtuoso, nadie atenta del todo contra la norma. Hasta la posible disidencia no es más que una de las posibilidades propuestas por la ciudadanía, una oferta de libertad rabiosa a precio de saldo. Si dejas ladrar al perro, si no hay bozal ni correa, si trota y rezonga en campo abierto, terminará agotado y pensará que tal vez sea un error quejarse cuando a uno le permiten tanto, su ladrido será un egoísmo, una rebeldía intolerable.
Qué curiosa esta institución, que promueve arrebatos de rebeldía filosófica bajo mesas de despacho o en la pared amarilla de orín en un baño de caballeros».
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