Juan Andrés García Román: «Hay que recuperar el tiempo que nos han robado»
Juan Andrés García Román (Granada, 1979) se dedica a la poesía, la traducción y la enseñanza. Es autor, entre otros, de El fósforo astillado (DVD Ediciones, 2008), Fruta para el pajarillo de la superstición (Pre-Textos, 2016) y Poesía Fantástica (2007-2019): Resumen primero (Pre-Textos, 2020). Entre sus traducciones se cuentan Floreced mientras – Poesía del Romanticismo alemán (Galaxia Gutenberg, 2017) o Un tenue éter indeterminado – Hongos de Yuggoth de H. P. Lovecraft (Pre-Textos, 2019).
Su poesía ha sido antologada en muestras de la poesía española reciente como Para decir amor, sencillamente (Diputación de Granada, 2021), Centros de Gravedad (Pre-Textos, 2018) o La cuarta persona del plural (Vaso Roto, 2016).
Javier Gilabert: Decía Ingeborg Bachmann, sobre el arte que debe “ser afilado de conocimiento y amargo de anhelo”. ¿Hasta qué punto haces tuya esa afirmación?
Juan Andrés García Román: Sí, yo hice mi tesina sobre Bachmann. Es sencillamente una genia. Una de las mejores poetas de la humanidad. Y sus opiniones sobre poesía y cultura son imprescindibles. Están editados en la maravillosa Pre-Textos. De hecho, fui yo quien propuso ese libro, pero mi querido Manuel Borrás tuvo que tragarse un injustificado y estúpido berrinche infantil mío, y se vio en el trance de buscar otro traductor. Uno ha metido muchas patas… Y no digo como la Piaf, yo sí me arrepiento de tantas cosas…
Lo que dice Bachmann es cierto, y tiene una larga tradición: la poesía debe seducir por su capacidad visionaria, pero también precisa del lazo de la inteligencia (o del conocimiento, la verdad, la educación sentimental). Creo que era A. W. Schlegel quien hablaba del equilibrio entre el fabulador y el artista de ideas. Una gran obra procede del equilibrio de esos dos parámetros. Aunque, de hecho, quizás Schlegel pondría mi poesía como ejemplo de fabulación sin fondo o sin sistema. Y me siento tentado a buscar una poesía totalmente abstracta. Siempre el reto…
En fin, me cuesta mucho dar una receta de la buena poesía. Es que la creación es experta en llevarnos la contraria. Es su misterio, su libertad.
Fernando Jaén: En tu poema «Del nacimiento de la melancolía», descubres los recuerdos de una infancia, donde se van conformando la forma de entender el mundo y se mezclan los idiomas que luego nos permitirán nombrarlo. ¿Qué importancia crees que tienen los cuentos, la poesía, en la infancia? ¿Cómo influyen las distintas lenguas en la mente de un niño?
Juan Andrés García Román: Pues tienen la importancia que se le quiera dar. Porque los niños son esponjas. Yo me crie rodeado de personas que me amaban de veras, que me llevaban y me traían, aunque fuera siempre a los mismos lugares —risas—. Sin embargo, en mi familia no había ningún cuentacuentos de verdad, no eran ni son gente de hablar mucho o de cantar. Los granadinos no tenemos ese salero, ¿no?
Mi fantasía consistía en sensaciones, esa sensación de mundo bello que experimentaba en la casa familiar de Mecina Fondales, en la Alpujarra, aunque al mismo tiempo ya ancoraba esa sensación en otro lugar más verdadero, y eso desde muy pequeño. Tenía un terrible prurito de autenticidad. Aquel paisaje era hermoso (entonces aún llovía) pero, incluso así, yo lo creía una ínfima parte de otra cosa, de cómo imaginaba los Alpes, por ejemplo. De virtud en virtud, hasta escalar al bien puro. Me recuerdo mirando un barranco lleno de helechos y diciéndole a mis adentros: Ah, los Alpes. Así de ridículo y así de incapaz de vivir en el momento.
A mi fantasía supongo que contribuyeron también las portadas de todos los libros de mi padre: sus fantasmas, que me producían temor y curiosidad, las de las novelas de misterio. Mi madre también tenía muchos libros, pero la Historia es más seria. La Historia es decepcionante, si uno piensa en cómo podía haber sido. Por cierto, lo de los idiomas supongo que es también debido a ese gusanillo que mis padres me metieron con los viajes veraniegos: Francia, Alemania, Praga, Marruecos, Suecia… Entonces, había clase media; la gente no era tan pobre como ahora. Por otra parte, mi padre era un loco de los idiomas. Se jactaba de tener una de las mejores bibliotecas de idiomas de Andalucía. Y seguramente tenía razón. Por eso me da pena que hoy nadie la quiera: son esencialmente diccionarios gordísimos de todos los idiomas, hasta los más raros.
«La creación es experta en llevarnos la contraria»
J.G.: En un comentario a uno de tus poemas (concretamente “Espacio de tiempo” de tu libro ‘El fósforo astillado’), Erika Martínez te adscribe a la poesía del teatro lírico y establece una estrecha relación entre los poemas de dicho libro y la ópera. ¿Está en lo cierto? Y en ese caso, ¿cómo se establece esa conexión entre bel canto y tu poesía?
Juan Andrés García Román: Yo creo que no se da demasiado o más allá de ‘El fósforo astillado’, libro donde eché mano al teatro para disfrazar una voz aún titubeante, y juvenilmente ambiciosa. La música es mi mayor consuelo y querencia. Está de alguna forma en mi poesía. En su afán por lo bello. Pero en realidad no he usado la música de ningún modo sistemático. Me gusta el free jazz y eso implica un deseo de ruptura de expectativas; me gusta la música barroca, porque propone un “tempo” inocente, ajeno aún a la máquina. Es muy significativa esa leyenda urbana en torno a Bin Laden; cuando le preguntaron cómo iban a ganarle la guerra a Occidente siendo tan inferiores en lo logístico, respondió: «Ellos tienen los relojes, nosotros tenemos el tiempo». Hay que recuperar el tiempo que nos han robado, ese tiempo donde cabía la calma, la contemplación, la belleza. Eso es la música del barroco. A partir del Romanticismo, el tiempo está torturado. Pues bien, quizás todas esas ideas estén en mi poesía. Pero no sé de qué manera exacta.
J.G.: En las muchas reseñas que recibió ‘El fósforo astillado’, se habla de Ashbery y de Simic, de Hölderlin y Rilke, de las categorías kantianas y de David Lynch, de las relecturas de las vanguardias y de la metaepistemología, entre otras referencias. Pero bueno, ¿qué encierran las páginas de ese libro? —risas—.
Juan Andrés García Román: No lo sé; lo que sí te confieso es que sufro cada vez que alguien me da a entender que la poesía posterior a él no está a su altura. Me pone triste. En los momentos de euforia ególatra, uno se consuela pensando que es el mismo fenómeno del cantante al que le piden sus primeras canciones. Pero ocurre también que mi poesía se ha apartado de los referentes inmediatos: se ha vuelto hacia sí misma en su pesimismo, buscando un mundo preindustrial simbólico, un universo atemporal o romántico. Yo creo que me aparto de la actualidad para analizarla. Quizás la huida es un humanismo… El caso es que en modo alguno querría o podría escribir algo como El fósforo otra vez. Es demasiado bobo e indolente.
F.J.: Me gustan mucho tus poemas largos, en los que se puede medir el músculo de un poeta. Desarrollas con una cadencia meditada, los versos y los temas en ellos. En ‘El fósforo astillado’ aparece un magnífico ejemplo (Aurora en Palermo): ¿Quién habla ahí?
Juan Andrés García Román: Muchas gracias, Fernando. He recibido ese comentario a veces. Mi unidad creo que es la imagen, y creo que la efectividad de la imagen consiste en un engaño: que nos seduzca, que nos robe, igual que el interior de una mezquita, donde los adornos agobian, porque se quiere llegar al infinito. La danza del derviche es como una forma algo burda para llegar “allá”: marearnos. Le permitimos al texto que nos intoxique. Las imágenes funcionan así.
A ello se suma el elemento emotivo, que en realidad es el único capaz de sostener un poema: el aliento. Ese impulso andariego que Claudio Rodríguez diagnosticaba para la poesía. Los grandes poetas han sido grandes andarines: Rimbaud, Hölderlin; la eliotiana Canción de amor de Prufrock también nos lleva de la mano, aunque ignoro si a Eliot le gustaba caminar. Desde luego, yo camino mucho, recuerdo mis paseos nocturnos de más de una hora en la frontera holandesa; sin embargo, en mi poesía última se percibe a menudo el mal de ánima. Creo que ese poema que mencionas tiene una emoción real que ya no sé si hoy puedo sentir. Ese arrebato se me ha vuelto cada vez más esquivo, y mis poemas ahora son más cerebrales o líricos, pero una lírica que es más Paul Klee que Picasso o Pound. Pequeños impulsos. En realidad, no soporto ese músculo viril de un Picasso, ni el afán de una obra como ‘Los cantos’… No sé, creo que no estamos en esa época, del mismo modo que hoy sería imposible la escritura de un Otoño del patriarca de Gabo. Me he enrollado, lo siento. Espero al menos haber dado alguna cuenta de por dónde voy.
¿Sabes?, con todo, mi mayor ilusión ahora consiste en la creación de un libro de fragmentos.
«Me aparto de la actualidad para analizarla»
F.J.: En ese poema describes el amanecer de una isla mítica, enclave fundamental en la historia del Mediterráneo, y concluyes en sus versos finales «Entonces, regresa a los naufragios, pues son sombra de dioses». ¿Cómo surgen estos poemas? ¿Son fruto sólo de la recreación de un paisaje o la excusa para llevarnos de la mano al origen de todos los naufragios?
Juan Andrés García Román: En esta no podré enrollarme mucho. Porque su respuesta no la sé. Es decir, es parte del pequeño misterio de la creación. Y eso que yo odio una concepción así de “aurática”. La cuestión es que tengo toda la memoria, ¿falsa memoria?, de haber escrito ese poema totalmente como al dictado, de corrido, en una sentada. Pocas veces me ha pasado, pero esta vez ocurrió. Me desperté temprano como sacudido por la violencia de la experiencia del día anterior: la llegada a Palermo, ciudad difícil de creer. Recuerdo que estaba fatigado, pero no podía dejar que aquello se me escapara. No quería desvelarme, pero lo hice. Con lo perezoso que soy, aquel poema me quitó el sueño. Me ocurrió eso mismo con algún poema escrito en duermevela: “Del tiempo, la primavera” o “Pobre carpintero”. Sin embargo, estos dos últimos no guardan esa sensación de arrebato. Ya no creo que pueda volver a esa pertenencia oceánica al cosmos, como cuando en la infancia. No tengo esa esperanza. Ya nunca sentiré esa sensación de “el mundo bello”, de plenitud. Aunque sí, creo que en la muerte acaso nos reencontraremos con eso. Realmente lo creo, aunque a veces uno duda.
J.G.: Bajo el título de ‘Poesía fantástica. Resumen primero (2007-2019)’, Pre-textos publicó el año pasado una selección de tus poemas. La edición, a cargo de Erika Martínez y Juan Carlos Reche, nada menos, ofrece al lector un resumen representativo de tu obra. ¿Cómo surge este libro? ¿Habrá segunda parte?
Juan Andrés García Román: Surge de un descarte: el de la poesía reunida que, por desgracia, la editorial no podía asumir. Como tampoco la reedición de mis libros anteriores. Sin embargo, salí ganando. Fui capaz de leerme de una forma crítica y asumir los errores y tonterías del pasado. La verdad es que ese libro me ha dado una perspectiva de mi escritura, de mis propósitos. Porque quizás sus puntos de fuga son órbitas más externas de la misma elipse o movimiento. Procuramos que el libro tuviera un movimiento de retorno o recurrencia, y creo que lo logramos. Las obsesiones son así, y no tenemos maneras infinitas de ser nosotros mismos. En fin, ‘Poesía fantástica’ se abre y se cierra con poemas en sefardí, algo que yo había intentado hace unos cuantos años, un experimento olvidado en el cajón y que este libro convirtió en su leitmotiv. La búsqueda perpetua.
Espero que haya una segunda parte o, quizás, una poesía completa. Los libros de DVD Ediciones serán finalmente reeditados por Ultramarinos, del poeta Unai Velasco, por lo cual estoy muy agradecido e ilusionado. Y sí, ojalá haya más antologías y mi querido Juan Carlos Reche no se retracte de su generoso prólogo.2
«La escuela es una forma de normalización»
J.G.: Has sido docente de español en el Centro de Lenguas de la Universidad RWTH de Aquisgrán (Alemania) y de Literatura Comparada Universidad de Granada, además de haber impartido docencia en distintos másteres relacionados también con la literatura y la escritura creativa. Como docente de Primaria puedo constatar que el sistema educativo —al menos el nuestro— sigue dando palos de ciego, descuidando la enseñanza de las destrezas comunicativas (especialmente de la escritura) a pesar de la tan cacareada importancia que pretende darle a la Competencia en Comunicación Lingüística. Desde tu experiencia, ¿qué crees que está fallando? ¿Y qué se podría hacer para revertir esta situación?
Juan Andrés García Román: No lo sé, Javier, creo que en general, por deformación profesional, o por supervivencia, sobrestimamos nuestras facultades. Pensémoslo así: el funcionario de prisiones tiene por objeto que las cosas marchen dentro del penal, pero en su contrato no está contemplada su ayuda a una “fuga”. La escuela es una pieza importante, sí, en el engranaje de la socialización del individuo, pero una salida de la sociedad no se contempla. No somos precisamente animadores de “la gran evasión”. De hecho, como participantes en el sistema -que además nos da de comer- somos más bien, no hay que olvidarlo, sus cheerleaders. La escuela es una forma de normalización; somos eso.
¿Podemos avivar valores a la contra? Sí, de un modo bastante feble. Casi una caricatura de lo subversivo. Podemos sacar lo mejor de nosotros y hay quien dice, y a veces yo lo creo, que la verdadera revolución se practica con pequeños gestos transformadores en el día a día. Sí, la verdadera revolución sería la espiritual, pero no parece que vaya a llegar. Aunque volviendo al tema anterior: me hace gracia cómo en los currículos oficiales se potencia la relación con las tecnologías de una forma bastante inopinada y sumisa. La unidad didáctica y su mención casi obligatoria a lo tecnológico. Es curioso. Como si la tecnología no fuera en sí misma una ideología; como si, por su propia naturaleza, no contradijese la noción de individuo (libertad, igualdad, etc.) que el propio currículo, por sus orígenes ilustrados, persigue. Esos dos mundos son irreconciliables. En fin, las cadenas son demasiado gruesas y nosotros somos mosquitos. Por otra parte, un niño está en contacto con “contenidos” de todo tipo casi el cien por cien del tiempo que está despierto, incluidas las horas de la escuela. Las cinco horas que pasa desganado en una silla de un centro educativo son cosquillas para el sistema. Además, muchos funcionarios son muy burguesitos… En una reunión de profesores, el tema que nunca falta es el de los pisos, las vacaciones, el coche, los teléfonos que nos tienen presos: mercancías, mercancías, mercancías, y nosotros como mercancía (Facebook, Instagram…). Amamos las caenas, vivan las caenas. No hay modo, creo que no lo hay.
J.G.: Siempre pedimos a nuestros invitados que cierren ellos la entrevista en lo que venimos a llamar “Momento Carta Blanca”. Es, pues, tu turno…
Juan Andrés García Román: Uy, creo que ya me he extendido muchísimo en las anteriores respuestas. Déjame sencillamente proponer para este espacio a una amiga poeta granadina que está preparando un libro maravilloso: Laura Montes.
Poemas de Juan Andrés García Román
VIDA DE
Para José Andújar Almansa
Como el carro que ha ido
perdiendo sus caballos
por la marcha, y es tarde y nadie sabe
de una casa de postas;
va demorando el paso
cuando se oculta el sol
y aún se escapan los copos entre nubes rasgadas.
Como ese carruaje todo envuelto
por el vaho de sus últimas
bestias tambaleantes,
cuando al fin se detiene
y en torno de él se cierra en un anillo
el silencio del bosque,
pero el conde está vivo
y el cochero, y el gesto aterrado del conde
bien haría piafar a los caballos
si no estuvieran muertos.
«Perdón, Siñorr», le dice
el cochero y quién sabe
por qué pide perdón, ¿es por el frío o
por darse en esta vida la muerte y la traición,
la huida, el color rojo
o azul en los hocicos de los lobos Auuúúuuuuu,
su aullido ya saciado? Pero el conde está vivo
y el cochero, y los dos
rezan una oración
en un dialecto popular
antiguo, hasta que el conde se detiene,
con la vista perdida
a lo lejos y cerca, las cabezas
como lágrimas, largas,
de los caballos, porque
ahora hace recuento de aquel lejano día
en que evitó —Perdón,
imposible que sea condenado—a ultimísima
hora la guillotina,
y jadeaba a un lado de esa mezcla
entre ventana y bacía de barbero,
o cuando regresaba de las Indias y llevaba, escoltándolo,
—¡flap! de bandera y cielo
raso después de la tromba marina—
el horizonte, el sol y, más atrás, el galeón florido
del virrey, con escorzo
de ángeles tallados en los mástiles,
y, más atrás aún, miles de islas
desiertas y pupilas de panteras
bajo las hojas anchas, un lago en esas islas,
el secreto de una catarata o
las flores sobre el pecho de la indígena,
infinitas, aunque ahora, sobre todo
ahora, para él
son una sola: la primera
muchacha que se vino a
mirar en el rabillo de sus ojos
de escolar en aquella
capilla con vidrieras toda envuelta
por la divina juventud del mundo;
ah sí, ah cuando las mariposas de los abedules
todavía eran blancas,
blanquísimas, saliendo unas de otras, octavillas
de la hermosura y la niñez en tiempos
de los dichos y fábulas oídos en la cama
hasta quedar dormido y despertar
con el rumor de la tormenta afuera
y adentro una secreta dicha, rota tan sólo
un día anterior a todo en el que, estando
a solas con su madre en el jardín, se alzó
—pero no tenga miedo— una niebla —Siñorr—
del color de la entraña. Auuúúúúú. Auuúúúúú.
TIERRA
Para Rosa Berbel
I
Gira en un torno de alfarero
y las mañanas se persiguen hasta
la noche de la noche
en el oriente de Oriente
amasada sobre una superficie
en rotación La esfera
es aleación del tiempo y el espacio
En los textos antiguos
se la llama jardín El movimiento
asegura que “lo que es”
se regale
¡Libre quien lo reciba!
Libre en la tierra
Libres para siempre en la Tierra
Así repetido no por rimarlo
sólo porque cada vez
y cada vez y cada vez
que se enuncia se siente
y es verdad Van de la mano
-mirad- las tribus todas
se ve desde el espacio
II
Cada pirámide es
la punta de una estrella
todas las culturas
del globo erigieron
sus pirámides la tierra
es una estrella
hecha de barro y
apagada en el mar
es fea pero hermosa
el color amarillo
sumergido en azul
se pone verde
más pálido en los polos
y en el centro oceánico
con monos luego gente
en las orillas bailan
y cantan para que
gire la tierra o
porque sí
LA REVENANTE
Estoy mejor
Ya doy paseos
de mi mecedora
a un agujero negro
y he aprendido a atrapar
arañas con una copa
Aquella noche
lo recuerdo
con suma exactitud
cayó en cascada
desde los sentidos
el jardín entero al alma
y algo nació
un río de un espejo
mi otra yo
pero vos os asustasteis
¡No os asustéis!
En noches claras de fuentes
a la fuente de un
millón de caños
con un ramo de flores
blancas por insolación
un candil donde van mis
propios ojos
y al cuello este cartel
como en las ambulancias
al revés OIDICIUS
deambulo ¿y no me duermo?
¡No! porque quién pudiera
acariciarla ahora
la chapa de una canción
de organillo
sabiéndose las notas
aguantándose apenas
las ganas de gritar
¡Idus de marzo!
jardín de siempremuertas
y los murciélagos una
estrella que se puede
palpar con unos guantes
especiales Sí
salí de la enfermedad
a través de una ojiva
transbordadora Por
eso no me mandéis
más flores que no puedo
ya amores los de aquí
adiós o atá una rosa al
palo de un cohete
como mínimo
(Inéditos)
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