poesía

Canción de muerte a Alfredo

Canción de muerte a Alfredo

Canción de muerte a Alfredo

Alfredo,
La calle me pide que te escriba un poema,
Esa vieja querida tuya de ojos negros
Que dormía a tu lado y sus pies helaban tus pies.

Tú, al que el absurdo reventó a risotadas
Y acabó como una mancha que no se limpia en tu frente
De los golpes producidos junto el vino barato.

Tú que te petrificas en los brazos canosos de la calle
Tocando la guitarra cosida de la limosna
Y acurrucado en la puerta de los bancos y las terrazas.

Que desmenuzabas el tabaco todavía verde
Y fumabas cigarrillos que lubricaban azufre en tus dedos.
Que acercaste tu boca al olor agridulce de la prostitución
Y bajabas cremalleras como una cortina que se corre al alba.
Que sentados en bares de negros veíamos bailar a las mujeres
Y cuando se acercaban las apartabas como las moscas y el humo.

Recuerdo cuando el alcoholismo mezcló tu sangre con la de Judas
Y las palabras comenzaban a caérsete como baba gris.
La miseria vino como un fantasma que cobraba más y más carne;
Escribíamos sangrando y te bebiste tu sangre borracha,
Hasta que la realidad pisó tan fuerte como la locura.

Recuerdo cuando la soledad te servía un plato de pienso
Y compartías la comida con los perros de Trinidad,
Esa plaza donde las palomas usaban sus muñones como muletas,
Cerca de la catedral, donde José también pedía para comprar chocolate.

¿Cómo acabó la noche? ¿Cómo terminó la noche, Alfredo,
Desvelándonos por el llanto en la cuna de la tuberculosis
Cuya madre tranquilizaba dándole con su pecho escuálido una leche con limón?
Oh Alfredo cuándo abrían las bolsitas con la ilusión con la que los niños abren regalos de navidad,
Sujetando con sus tiernas manos los grasientos cabellos de la droga!

Alfredo, Alfredo, cuándo el suicidio era un cuarto compadre
Y en un Carmen abandonado del Albaicín bailábamos desnudos junto a otras fulanas.
Oh Alfredo cuando despertaste al lado de una botella taponada con un cuchillo
En un piso sin muebles con siete bolsas de basura.

Que tu voz se rompa bruscamente con la suavidad que anhelabas
Y te empasten muelas de carbón y un embudo por el que continuamente caiga orina
Orina desde un tetrabrik, roja y oscura como la sangre flamenca.
Que encuentres la paloma de la que ahorcarte o eructes mariposas
¡Reventado por dentro! Como preludio al vómito opiáceo.

Alfredo ¿Qué puedo decirte si entiendo que la poesía te haya matado?
Nosotros, que realmente hemos podido ver la mano blanca y cruel del frío de Granada
Y fuimos tus hermanos bastardos nacidos de la madre hambrienta que es el arte.

Alfredo, cómo se retuercen los cuadros de tu cuaderno de colegial
Y los barrotes acolchados de las paredes y las pastillas.
Alfredo ¡Cómo esperan el puente de Lavapiés o, abajo, el callejón más cercano!
Cómo esperan tanto como tú esperas igual que aquel fantasma del paseo de los tristes,
Errante con la guitarra que te rompió la policía
Tu triste figura, Alfredo, que recuerda vientos violetas.

Fernando Grieta
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