Entre2vistas

Jesús Cárdenas: «La palabra es el mecanismo, la identidad y la segunda piel del poeta»

Jesús Cárdenas. Foto de Gemma Suárez
Jesús Cárdenas. Foto de Gemma Suárez

Jesús Cárdenas: «La palabra es el mecanismo, la identidad y la segunda piel del poeta»

Jesús Cárdenas (Sevilla, 1973) es profesor de Lengua Castellana y Literatura en el IES Maese Rodrigo, aspecto curioso pues trabaja donde vive por deseo propio. Hasta la actualidad es autor de los libros de poemas ‘La luz de entre los cipreses’ (Sevilla, 2012), ‘Mudanzas de lo azul’ (Madrid, 2013), ‘Después de la música’ (Madrid, 2014), ‘Sucesión de lunas’ (Sevilla, 2015), ‘Los refugios que olvidamos’ (Sevilla, 2016), ‘Raíz olvido’, en colaboración con el artista plástico Jorge Mejías (Sevilla, 2017) y ‘Los falsos días’ (Granada, 2019).

Algunos de sus poemas han sido reconocidos con premios, entre los que cabe mencionar: Primer Premio en el XVI Certamen de Poesía José Mª de los Santos, 2005; Primer Premio del VI Certamen de Poesía Joven Florencio Quintero, 2013; Finalista del XI Concurso Literario Internacional Ángel Ganivet, 2017; Primer Premio XXVII Concurso Regional de Cuentos y Poesías Isabel Ovín, 2018; y Finalista del XXXIII Certamen Andaluz de Poesía Villa de Peligros con ‘Los falsos días’. Varios de sus textos se han traducido al inglés, francés e italiano. Asimismo, imparte talleres de creación poética en bibliotecas, universidades y en institutos.

Como investigador literario, ha escrito sobre Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Vicente Aleixandre, Ramón Gómez de la Serna, entre otros. Obtuvo el Primer Premio del Certamen Literario Villa de Marchena Memorial Rosario Martín en dos sucesivas convocatorias (2017, 2018), en la modalidad de ensayo, con estudios dedicados al teatro de los hermanos Machado y a las estrofas clásicas empleadas en la obra de Luis Cernuda. Como crítico literario, colabora en diferentes revistas especializadas.

El próximo martes 21 de mayo, a las 19:30, presenta su último poemario dentro del programa Letras Capitales en la Biblioteca Provincial de Sevilla Infanta Elena, acompañado por la escritora Elena Marqués, y el 24 a las 20:00 en la Biblioteca Pública de Carmona. También participará varios días como escritor invitado en la Feria del Libro de Sevilla.

Javier Gilabert: ¿Cuál es el talento del poeta? En tu opinión, ¿cuánto se puede aprender y cuánto hay de innato en poesía?

Jesús Cárdenas: Es una pregunta frecuente y un dilema debatido donde entra en relación de superioridad el concepto de trabajo. El carácter innato en la poesía lo entiendo como una predisposición a crear, un especial afecto a la musicalidad que contienen las palabras, un amor a la expresión poética y, al mismo tiempo, cierta inclinación a sentir y profesar una mirada de asombro a lo que nos rodea, distinta tal vez; sin embargo, esta se diluye si no se cultiva, modela y pule. Más aún, mi entendimiento de la poesía tiene que ver con las ramificaciones de la memoria. Hace falta tiempo para interpretar las zonas resbaladizas de las experiencias y los sueños con palabras que no suenen a redichas, trilladas. Para mí la poesía es un conjunto de respuestas (emociones, sentimientos, experiencias, imaginaciones…), la creación de otra realidad más sensorial, menos cruel. La poesía concede un gran valor al orden inquieto de las palabras y lleva al punto máximo el lenguaje, un lenguaje que huya de lo dicho y redicho, de la frase hecha y de las expresiones dudas, de lo convencional…. Se trata de conceder un gran valor al orden inquieto de las palabras. Lo fundamental es, a mi modo de ver, la dedicación, entender el arte de escribir poemas como un oficio, un «oficio casi perfecto», como titulé a uno de mis poemas; el compromiso con que lo que entregas al editor, es tu desnudez y está tallada, y aunque la volvieses a escribir, la escribirías igual, no cambiarías ni una coma. Como afirmaba el escritor irlandés Seamus Heaney: «No es preciso que la experiencia sea extraordinaria, sólo es necesario que las palabras que la descifran sean auténticas, convincentes». Es, por tanto, un aprendizaje de largo recorrido. Haría mal en pensar que lo he aprendido todo.

Fernando Jaén: Tras siete libros y más de una década escribiendo poesía, ¿cómo afrontas la creación de un poemario? ¿Qué te preocupa más, la forma o el fondo?

Jesús Cárdenas: Como en otros órdenes de la vida, llegar no es lo difícil sino mantenerse vibrante, que a los lectores de poesía y a los críticos literarios les suene tu nombre y tu quehacer poético es lo realmente complicado. Yo, que soy todo tesón, me implico desde el momento en que concibo el poemario. Me exijo muchísimo, me considero autoexigente conmigo mismo no solo en la forma sino también en el fondo. Cuando he plasmado la idea en un borrador ha dado muchas vueltas, ha tenido muchos cambios hasta encontrar lo que para mí, después de varios meses, es lo preciso.

«Haría mal en pensar que lo he aprendido todo»

J.G.: ¿Qué razones encuentras para escribir en estos días donde lo inmediato prevalece sobre lo trascendente?

Jesús Cárdenas: Precisamente porque asumo el instante y trato de apresarlo elevándolo a una categoría donde otros puedan sentir, emocionarse, sonreír. El poema deja de ser del autor puesto en boca de otro lector o lectora. Desde el momento en que lo enuncia pasa a contener implicaciones que descubren otras posibles interpretaciones que van más allá de los límites del aquí y ahora. Lo inmediato puede poseer una carga que nos recuerda continuamente la fragmentación del ser, nuestra fragilidad; por el contrario, la escritura aborda ese proceso de desintegración, del espacio circunstancial. Unas cuantas palabras, plenas de extrañeza, pueden traspasar la inocencia general del hombre. 

J.G.: El amor, el tiempo, la propia poesía son temas recurrentes en tu obra. ¿A qué se debe esta coincidencia? ¿Son en cierto modo «herencia» de tus lecturas?

Jesús Cárdenas: Parecen motivos universales, ¿verdad? Todo parte de la idea de cómo uno se ve. Yo me veo reflexivo sobre estos móviles, me hago preguntas, trato de sacarles el jugo y espero que el otro las conteste. Los tres elementos en su proporción adecuada, lo justo para que no se destruyan entre sí y terminen rompiendo el poema, lo exacto para que se siga produciendo la tensión lírica, algún misterio y cierta incertidumbre. La tensión puede venir por ejemplo en un augurio de un final amoroso: «Algo auguraba que no te hallaría / esperándome como cada tarde / con tus manos y labios tentadores» (citando el comienzo de ‘La realidad ardiendo’). Los tres vértices me hacen sentir, descubrir y transmitir. Los tres son puntas que dan placer y te hacen sufrir. Son la luz pero también el grito y la sangre. El tiempo es como la noche; el amor, la subida a una montaña; la poesía, el arte de liberarse de ataduras. En efecto, me parece que esta tríada adquiere en mí un componente vivencial y otro recibido. A veces, le abro la puerta al deseo y termina acomodándose la propia poesía: «bajo las sábanas, / como la ola que rozara la piedra / una y otra vez, una y otra vez, / hasta rematar sus jirones / en algún verso de Neruda» (evocando los versos del poema ‘Irracional’). A día de hoy, se presentan vinculados. Por otro lado, a nadie se le escapa que entre mis versos puedan respirar Cernuda, Antonio Machado, Juan Ramón, Valente, Paco Basallote, pero también Ungaretti, René Char, Szymborska, Anne Sexton, María Sanz, José Carlos Rosales, Ángeles Mora… Debo confesar que soy un animal; degusto las lecturas suavemente: en ocasiones me quedo con el esqueleto; a veces, con la carga semántica; rara vez, con la piel; y, frecuentemente, con el ritmo interior. Y raro es el día que no tengo apetito.

F.J.: En ‘Mudanzas de lo azul’ exploras el valor de la palabra y la belleza que reside en ellas. ¿Es la palabra el alma del poeta? 

Jesús Cárdenas: Amo la belleza a la que aspiran las palabras y todos los valores que se ocultan tras su combinación. La palabra es el mecanismo, la identidad y la segunda piel del poeta. A este respecto, cabe citar las palabras del  teórico comparatista, Claudio Guillén, quien afirmaba que: «Todo momento poético conserva y potencia, intertextualmente, la imagen de otros anteriores». Desde mi segundo libro publicado, el que citas, vengo ahondando en las combinaciones de palabras hasta componer imágenes que provoquen un estado umbrío, demasiado frágil. Palabras que sean accesibles que logren captar la musicalidad.

«El ritmo interior es la potencia poética que eleva la sugerencia; es el alma del poema»

F.J.: En tu poesía la memoria y lo cotidiano abren puertas al pensamiento propio y del lector que siente interpelado. ¿Hasta qué punto crees que escribe uno para los demás?

Jesús Cárdenas: En efecto, trato de ahondar en la memoria desde la cotidianidad, aunque puede que se cuele algo ficticio, algún sueño. La lírica ahonda en lo introspectivo porque es una vía de autoconocimiento pero también evoca a los receptores; necesita cierta dispersión, como sistema de comunicación que es. Diría que escribo tanto para mí como para los demás. Por eso trato de evitar arcaísmos y los usos demasiado figurados del lenguaje. Espero cautivar al lector desde el primer al último verso. Tengo la sensación de que cuando entrego las últimas galeradas a la editorial no cierro puertas, antes al contrario, las dejo entreabiertas, entornadas.

F.J.: Música y poesía se dan de la mano en tu obra. ¿Qué importancia tiene para ti este «matrimonio»?

Jesús Cárdenas: La poesía, sin lugar a dudas, debe aliarse a la música en un abrazo eterno. El poema, hoy en día, no suena a percusión sino más bien como lo hace la guitarra acústica o el chelo. Quiero decir que la musicalidad es una sustancia introspectiva que asume la intemperie en que vivimos. El arte de sugerir y la capacidad de conmover con el ritmo interior, esa es la sinergia que comunica con el lector. Tengo la certeza de que el poema debe callar cuando se dice recreando otros mundos, otros tiempos, otras vivencias. Si el poema terminase, podría ser un relato breve o incluso una crónica. El sujeto debe internarse de forma no revelada. El ojo debe escuchar lo que dice el poeta. Si no posee un carácter recíproco, podría ser un libro de instrucciones, un prospecto médico o una aburrida conferencia. Por eso el lenguaje poético está tan próximo al lenguaje musical porque ambos poseen la dimensión insospechada de la experiencia humana. Ambos contienen gran carga polivalente y conforman espacios trascendentes, asilados o compartidos para descubrir y descubrirse. No abandonan la materialidad tangible más inmediata sino que la convierten en energía simbólica. El ritmo interior es la potencia poética que eleva la sugerencia; es el alma del poema. Más allá de unas matemáticas, la prosodia como el discurso musical, convierten un detalle en una imagen con recónditos o inusuales sentidos, y, en muchas ocasiones, me consta es que el autor, aun sirviéndose del conocimiento de sus mecanismos, ha llegado a completarlo mediante la intuición. 

F.J.: Entre tus referentes abundan los poetas clásicos. ¿Qué poetas te emocionan a día de hoy?

Jesús Cárdenas: Partimos de la base de que el poeta debe ser, ante todo, un lector inquieto. El lector inquieto debe dirigirse a la tradición; conocer la tradición es fundamental, por todos aquellos grandes poetas que han logrado acertar en lo que decían y como lo decían. Y, al compás, es necesario que el poeta no se aísle de lo que se está publicando, lo cual le podría conducir a una huida a lo clásico. Dicho esto, me emociona quien me descubre lo que no habría pensado escribir, algunos de los de antes y muchos de los de ahora. Y son una larguísima lista que me quedo para mí no vaya a ser que se me olvide alguno y se me enfade.

«En la poesía están planteadas las distintas capacidades: leer, escuchar y crear»

J.G.: Como profesional de la enseñanza, ¿crees que la poesía es un buen recurso pedagógico, a pesar de estar ninguneada en el sistema educativo?

Jesús Cárdenas: En general, entiendo que la literatura está siendo maltratada en el último curso de Bachillerato a tenor de las últimas pruebas publicadas por la Universidad. Y me apena que el alumnado que ha venido leyendo y analizando obras poéticas a lo largo de la ESO, finalice la etapa de instituto sin haber degustado nuestra poesía y, de manera sangrante, se haya segado, hasta no dejar rastro, la poesía latinoamericana. No comprendo cómo el sistema educativo actual es ajeno a la capacidad de sorprenderse, al juego de encontrar, al esparcimiento de seguir urdiendo la expresión, a la búsqueda de precisar y manifestar sentido crítico. Porque el sentido crítico no sólo se manifiesta a partir de un texto periodístico elaborando un texto argumentativo, sino partiendo también de la base de que el alumnado ha comprendido unos versos, nada menos que uso figurado de las palabras, nada menos que el «desvío» del uso común de la lengua, como ya implantasen los estudios estilísticos, porque en ese momento habrá distinguido las connotaciones y habrá optado por una de las tantas interpretaciones. Y, por otro lado, cada vez estoy más convencido de que la raíz del aprendizaje de los distintos planos de la lengua se encuentra en un buen libro de poemas. No me cabe duda de que en la poesía están planteadas las distintas capacidades: leer, escuchar y crear. Por eso quienes tenemos este convencimiento, realizamos talleres de escritura poética con nuestro alumnado y con quienes se presten. Ahora bien, nos ocupamos primeramente de sembrar una inquietud con total libertad, el aspecto formal, de estilo o literario vendrá mucho después. Los poetas están habilitados para enseñar a leer poesía.

J.G.: Después de siete libros, ¿qué te queda por escribir? ¿Crees que tu mejor libro está aún por llegar?

Jesús Cárdenas: El mejor libro considero que es el que voy a presentar estos días de mayo, gracias a la editorial Alhulia, ‘Los falsos días’, aunque siento apego por los publicados y, si encuentro fortuna, los que están aún por llegar. No me sienta mal la etiqueta de escritor o poeta prolífico, realmente no publico tanto como escribo. En mi caso trato de experimentar con diversas fórmulas. De hecho, este último libro de poemas nada tiene que ver con el anterior, poco con el antepenúltimo, pero algo con el penúltimo…

Por otra parte, sería aburrido emplear la misma fórmula de conjunto ya concebida. Me planteo cada grupo de poemas con una cohesión textual definida pero inigualable a mis anteriores obras. Cada poema creado trata de revolverse y sacudir a los anteriores aunque pueda llevar su marca (a esto lo llamaré «voz»). Porque todos tuvieron diverso origen: uno salió de rascar la herida; otro, en contraposición a la herrumbre de nuestro día a día; aquel otro, una reacción al sueño; y ese otro, contemplación de la belleza, etcétera. En consecuencia, cada poemario es como el hermano pequeño, trata de aprender de él para después liberarse de esas similitudes. Hay una serie de extrañas acciones y reacciones que cohabitan a la hora de confeccionar un poemario.

J.G.: Momento «carta blanca». Finaliza esta entre2vista como te apetezca.

Jesús Cárdenas: Me da miedo el uso que se hace de las verdades universales y los asentamientos de cátedra a todos los niveles, inclusive el literario. Ah, y debería leerse más poesía.

Poemas de Jesús Cárdenas

Misterio

De pronto, la palabra
logra cruzar la noche silenciosa,
cuando crujía lo oscuro,
rompiendo cada labio de quietud
donde el amor no es luz ni es abandono.

Al cabo, ella se enerva,
se incorpora con otra piel,
pero no planta sus pies en el terreno.

Silencio ahora:
dejemos que sus pasos alineen sus vértebras
y recen en la noche.

La realidad ardiendo

Algo auguraba que no te hallaría
esperándome como cada tarde
con tus manos y labios tentadores.
La tarde cada vez más sólida,
negada de niebla,
y el vaivén de las ramas de los árboles…
Todo me hacía presagiar
un fragor de infortunios.
Al regresar en coche, descendía
con lenta terquedad
la tarde sobre aquellos pastizales,
tan lenta como el tiempo de un río que no muere.
Se enroscaban las flores en silencio
−como lo hacía yo con tu cintura,
abrasándonos en fuego crecido−.
Tan largo era el trayecto
como la sensación.

La luz se desmayaba pálidamente
cayendo todo el peso de la tarde
al abismo sin contención posible,
a la par que la estela de forrajes
iba agravando a cada kilómetro mis pupilas.
Pero yo no quería descubrirte precisamente allí;
no era el mejor lugar de encuentro,
sino el sofá de casa
−indudable señal de sordidez−,
acariciar a oscuras, demorándome,
beberme la luz curva de tus pechos
como si el cuerpo entero
fuera el principio, y, en sus himnos,
único manantial donde saciar la sed.

A lo lejos, la dicha transitoria
de la música contra nuestras claves,
notas con las que juntos
andamos calles y plazas anónimas,
nos bañamos en otras aguas,
y las letras de las canciones,
que, a menudo, reescribíamos
con las piernas y brazos hilvanados.
Ese era el único aro del destino.
Justo entonces, una bandada
de aves cruzó vertiginosa en geometría ficticia
delante del capó.

Aquellas dos últimas que iban
a su ritmo éramos nosotros,
removiendo la forma de la luz
(la nostalgia del día
que se encauza a su fin).

Bajé las ventanillas
para sentir la agitación del aire;
se me erizó la piel.
Aquel soplo de viento suscitó
que el corazón trotase las planicies
asomándose en lo posible,
impregnando con púrpuras y negras flores el paisaje
hasta ensombrecer lo real.
Durante el fragoso trayecto
iba zurciendo versos:
mi hogar es, en realidad,
suspirar ciegamente por tu mundo,
hundirme en la crecida de tu cuerpo,
y saber que, con tu luz, me descubres
las cuerdas del paraíso
retirando las cárcavas del tiempo.
Traté de retener estas palabras,
pero tú te ocultabas
entonces bajo el signo de lo oscuro.
Fueron sílabas cayendo por mis oídos
para descifrar los cielos.

De repente, empezaron a revolotear aprisa
−igual que aquellas aves descuidadas−
hasta el momento de quebrar sus alas.
El eco de la cadencia se volvió trémulo
y desaparecieron los nudos que nos ceñían
dejando esas ciudades todas pálidas,
como barcos encallados en la orilla
de un mar que ya no veríamos.
Al final del trayecto, hallé lo transitorio:
en el suelo, los pétalos podridos, desangrados;
en la mano, las piezas de un alma agonizante,
donde solo el imperio de la sombra
permanece infalible,
por el viento arrancada, señalando
su propio paraíso inescrutable.
Nadie hubo a mi llegada.
Me fueron vedados tu nombre y tu cuerpo
−como si el amor tuviese vocación de pájaro
o como si el amor no hubiese existido jamás−,
huidos ya al abismo de los astros.

Inútil de alcanzar, por más que lo evocara.
En ese momento recordé el náufrago
que, en aguas quietas, traza,
abatido, con luz descolorida,
el reflejo de lo volátil
en la curvatura del tiempo.

Los falsos días

No el hecho de mudarse, tampoco irse
muy lejos de las tardes azuladas
que cruzan las ciudades,
y lanzarse al abismo del mar,
y del tierno placer que aportan las manos maternas.
No el abandonar este mundo
como si fuéramos nubes al viento
en primera tormenta de septiembre,
sin otro deseo que vaciarnos.

Es gélida la espera
que acompaña los falsos días
como una eterna cuenta atrás
al saber que tu sombra
se fue hace ahora trece años.

Irracional

La palabra placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo.
Gonzalo Rojas

Pasar los días pendiente de la humedad de tu boca,
recorrer tu piel de punta a punta
bajo las sábanas,
como la ola que rozara la piedra
una y otra vez, una y otra vez,
hasta rematar sus jirones
en algún verso de Neruda.

Ahora te tengo, y tú me haces un surco.

Javier Gilabert / Fernando Jaén
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