Jesús Cotta: «La poesía es la única manera elegante de desnudarse»
Jesús Cotta (Cártama, Málaga, 1967) es autor de la novela Las vírgenes prudentes y de algunos ensayos como Topicario y Rosas de plomo. Amistad y muerte de Federico y José Antonio; y de los poemarios A merced de los pájaros, Menos la luna y yo, Niños al hombro, Digno del barro y Gorriones de acera; y de los libros de aforismos Cometario, Motas de polen y Homo mysticus.
Es también traductor desde su original latino del discurso Sobre la natividad de Nuestro Señor, del humanista holandés del siglo XV Rodolfo Agrícola, y de La vida solitaria de Petrarca. Le hemos invitado hoy a pasar por la prensa por la publicación de Gorriones de acera. Al fin y al cabo, el Olivo siempre es más hermoso si se posan los pájaros en él.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Jesús Cotta: Porque me temo, Javier, que, si ya tengo más de cincuenta años y sigo escribiendo poesía y no me ha bastado con los cuatro poemarios anteriores, seré poeta hasta que me muera; así que cada vez que el cielo se abre o la tierra tiembla, la poesía me pone a escribir como un loco. Y eso es lo que me ha pasado en estos dos últimos años; así que aquí están mis versos más recientes. Y salen justo después porque han tenido la suerte de resultar premiados con la publicación.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
La verdad es que, a diferencia de lo que me ocurre en otros géneros literarios, cuando escribo poesía, nunca lo hago pensando en que acabará formando parte de un libro. La poesía me viene a golpes de inspiración, y además como y cuando ella quiere. Así que cada poema lo veo como un regalo único y, solo meses después, empiezo a darme cuenta de que algunos de ellos pueden formar un libro más o menos armónico. Gorriones de acera es mi libro de poesía donde la sensación de unidad es mayor, sobre todo porque, aunque los temas son variados, son poemas que he escrito en esos dos años de inspiración que han sido una bendición del cielo.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Quizá la idea de que cada cosa alza unos pináculos invisibles que nos la revelan como inefablemente hermosa y sagrada para quien tenga los ojos lo bastante libres de la burda ceguera que nos provoca el habernos acostumbrado a ella; y no solo cada cosa, sino aquello que contiene todas las cosas: el mundo entero, que no se limita al mundo visible, sino a lo invisible, porque lo natural está mezclado con lo sobrenatural, y las fuerzas cósmicas con la gracia, y lo vulgar con lo extraordinario, y lo corporal con lo espiritual y lo terrestre con lo celeste…
Esa clave creo que recorre todo el libro, pero, muy especialmente, el primer poema y el último; en el primero, presento la belleza real que para unos ojos limpios como don Quijote tenía Maritornes, una mujer que Cervantes presenta como fea y de mala reputación; y en el segundo, exalto a un humilde y pardo gorrión de acera, pero no uno que es un ejemplar más de una especie, sino un gorrión concreto, uno que se posó en mi mesa a recoger una miga y le puse un nombre secreto y que merece muchísimos más versos que los míos.
Pero, en fin, estoy seguro de que otros lectores encontrarán otras claves distintas, porque en esos poemas también está mi infancia, el amor, la extrañeza ante la vida y la muerte…
¿Qué efecto esperas que tenga el libro en ell@s?
Que quien lo lea tenga ganas de celebrar el mundo a pesar de su sufrimiento, de encontrar en él las luminosas huellas dactilares de Dios o del Misterio que todo lo sostiene; que sea más consciente de lo trascendental que es cada minuto por más anodino que parezca; que le resulte más fácil encontrar sentido al dolor a través del amor y la esperanza… Pero lo que más me gustaría es revelarle con mis versos, aunque fuera solo un poquito, algo de esa vibración maravillosa que cada cosa tiene y que solo el buen poeta es capaz de tocar con sus palabras.
¿En qué medida veremos en él —o no— al Jesús Cotta de tus anteriores obras?
En la medida en que en todos mis libros soy un juglar, este libro sigue la misma estela: la celebrativa; pero en la medida en que me he permitido la arriesgada libertad de decirlo absolutamente todo, en este libro hay más confesión que canto y, en este sentido, difiere de los anteriores: creo que tiene más hondura, lo veo más tocado por la experiencia del mal y de la muerte en un mundo que, a pesar de todo, es asombroso.
¿Es éste el poemario en el que más te expones?
Pues la verdad es que sí, y de hecho me he arrepentido de publicar un par de poemas. A veces me pregunto por qué, cuando estoy en clase con mis alumnos, arremeto tanto contra todos esos programas televisivos donde la gente airea sus intimidades, si luego voy yo y hago lo mismo en un libro; más aún, ¿cómo soy capaz de publicar un poema donde digo cosas que a nadie revelaría ni borracho? Pero me consuelo pensando que la poesía es la única manera elegante de desnudarse, porque la poesía, como el amor, hace justo lo contrario de trivializar las experiencias, y en ese sentido las rescata de su aparente vulgaridad. Eso es lo que me gusta pensar.
Tus ‘Gorriones’ te han valido el prestigioso premio internacional de poesía ‘Antonio Oliver Belmás’, además de la oportunidad de publicar con Pre-Textos. ¿Qué ha significado para ti hacerte con este galardón?
Pre-Textos es una editorial de referencia que publica a autores que admiro y sigo; así que figurar de pronto entre ellos es para mí un honor y, como tengo mi vanidad, es también un orgullo, porque en este mundo literario se mide a los escritores, entre otras cosas, por la editorial en que publican. Pero lo que más alegre y orgulloso me tiene es que me gusta mucho la obra de los poetas miembros del jurado, así que haberles gustado a ellos me ha proporcionado algo así como la sensación de que toda la formación literaria que desde niño he recibido ha sido en parte para llegar a este momento.
Pero ha significado, Javier, una cosa más: en una dedicación como la poesía cuesta muchísimo deslindar persona y obra, porque el poeta se desnuda en su obra, así que decirle a un poeta que un libro suyo es mediocre es como decirle que él es mediocre; no debería ser así, pero así lo perciben muchísimos poetas.
Así que el hecho de que me hayan premiado un libro tan sumamente personal, donde no digo nada que no crea o que no sienta o no me haya pasado, un libro donde muestro lo que soy por muy políticamente incorrecto y desfasado e incoherente que parezca, ha sido para mí la confirmación de que, aunque yo mismo no soporte tantas veces mi manera de ser, es precisamente esa manera de ser la que ha sido capaz de dar al mundo este buen fruto que gente que no me conoce ha degustado e incluso premiado.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘Gorriones de acera’, ¿cuáles serían?
Pues se me ocurren estos tres: “Yo antes de nacer”, “Abuela con el brazo en cabestrillo” y “Helena con hache”.
¿Supone este poemario un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué?
Con este libro sí creo que hay un antes y un después; cuando publiqué mi tercer libro de poesía, Niños al hombro, ya me advirtieron varios poetas del riesgo que yo corría de repetirme por quedarme en los temas y tonos en que me encontraba cómodo; con el cuarto, Digno del barro, eso empezó a cambiar y creo que con este, el quinto, he esquivado ese riesgo sin traicionarme a mí mismo, porque, al menos en mi caso, la solución contra la repetición de temas y formas y tonos no es tirar por un camino que no me corresponde, sino retirar de él las distracciones que me puedan volver superficial o que me dejen tan solo en un poeta correcto.
A partir de este libro creo que estoy acercándome a un concepto de poesía no solo como una manera de honrar a la belleza, sino también y sobre todo como a un balbuceo ante el misterio profundo en que todo consiste. Por eso, sin querer, tal vez le pido ahora a cada poema más hondura.
Lo que Homo mysticus ha supuesto para mí como aforista, lo ha supuesto para mí como poeta Gorriones de acera: a partir de ahora, no quiero publicar nada que parezca frívolo o que sea solo resultón.
Por último, como lector, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
A un poeta donde la poesía es misterio y temblor ante lo inefable: José Julio Cabanillas.
Poemas de Jesús Cotta
YO ANTES DE NACER
Catorce mil millones de años antes,
yo no existía aún, pero ya estaban
en la chispa inicial mis zambullidas
y risas con amigos en el mar,
mis lunares, mis sueños, mis complejos,
los mitos que les cuento a mis alumnos,
estos versos que estás leyendo ahora,
lo bien que me lo paso en las tertulias,
lo mucho que me gustan las naranjas
y el rubio remolino que tenía
en plena coronilla cuando niño.
En esa punta de alfiler estabas
tú también, alma mía, y tú, Invisible,
con quien tanto luché de adolescente,
y también el secreto que no puedo
confiar ni siquiera a la poesía.
Catorce mil millones de años antes,
cuando Luzbel se alzó contra todo eso
porque iba a haber materia y libertad,
yo no existía aún, pero ya estaba
en la gota de Dios del mismo modo
que el beso de los novios
antes de hacerse novios,
justo antes de encontrarse en una fiesta.
ABUELA CON EL BRAZO EN CABESTRILLO
Abuela con el brazo en cabestrillo,
herida de tristeza y de metástasis,
que salvaste a diez nietos de la bestia
parándole los pies con el bastón;
dama que me ganabas en la brisca
y creías en Dios y no en el Cielo,
porque ninguna madre muerta ha vuelto
de allí a salvar a su hijo de un peligro;
abuela que llorabas al nombrar
a tu esposo que murió con treinta años
y en tu lecho de muerte me anunciaste
que te ibas para siempre a ningún sitio;
gran abuela arrugada y poderosa,
que telefoneaste años después,
en un sueño que nunca se me olvida,
y me hablabas con esa voz que tienen
las muchachas a punto de casarse,
y había allí un rumor de luz y fiesta,
y no guardabas luto.
HELENA CON H
¿Qué hago, Helena con h
y síndrome de Down,
explicándote el rosa rosae
si a ti lo que te gusta es pintar
flores en tu diario?
¿Qué hago hablando de César y Pompeyo
si tus ojos me piden
que te cuente otra vez
tus amores con Paris
y lo loca que estaba tu cuñada Casandra
y lo mucho que Héctor te apreciaba
y cómo Menelao tiró la espada al verte?
¿En qué estaré pensando,
tonto y calvo de mí?
¿Cómo he tardado tanto en poner alas
a las declinaciones
y música a los casos
y cara a las conjugaciones
y en las manos de César todas las flores
que le dio Cleopatra
para el glorioso blanco de tu diario?
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