Diego Vaya: «Me aburriría si escribiese el mismo libro una y otra vez»
Diego Vaya (Sevilla, 1980) es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y profesor de Lengua y Literatura. Es autor de los poemarios ‘Las sombras del agua’ (Alhulia, 2005), ‘Un canto a ras de tierra’ (La Garúa, 2006), ‘El libro del viento’ (Adonáis, 2008, accésit del Premio Adonáis), ‘Circuito cerrado’ (La Isla de Siltolá, 2014), ‘Game Over’ (Renacimiento, 2015, Premio Vicente Núñez) y ‘Pulso solar’ (Visor, 2021), que le valió el accésit del Premio Jaime Gil de Biedma y, muy recientemente, el Premio Andalucía de la Crítica.
Una selección de sus poemas apareció en la antología poética ‘Esto no acaba aquí’ (Maclein y Parker, 2020). También ha publicado la novela ‘Medea en los infiernos’ (Punto de lectura, 2013, Premio de la Universidad de Sevilla de Novela), el libro de relatos ‘Arde hasta el fin, Babel’ (Maclein y Parker, 2018) y el ensayo ‘Luis Gordillo. Insularidad e inconformismo’ (La isla de Siltolá, 2016), entre otros títulos. Pero es ‘Pulso solar’ el motivo que le trae hoy nuestra Prensa. Le pedimos que nos lo cuente todo sobre él.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Diego Vaya: Yo no escribo libros –en el sentido en que lo hago cuando me enfrento a mi obra narrativa–, sino más bien poemas. Normalmente esos poemas se mueven en torno a dos polos: uno vital y otro estético. De hecho, mis cambios vitales coinciden frecuentemente con los cambios estéticos en mi poesía.
Por otra parte, me aburriría si escribiese el mismo libro una y otra vez. ¿Dónde estaría el riesgo, el reto, la fe de creer que la poesía aún sigue viva?
El estilo, el tono o los temas que configuran un libro me preocupan mucho. A veces tardo años en dar con la clave que haga que mi poesía mute, como es el caso de ‘Pulso solar’. A lo largo de unos cuatro o cinco años escribí y pulí hasta el límite de mis posibilidades 20 poemas –y me parecen muchos–, que son los que componen este libro. Escribo poco y sin prisas.
El libro tuvo la inesperada suerte de ganar el accésit en el XXXI Premio Jaime Gil de Biedma de Poesía, y ha sido publicada por la editorial Visor.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
‘Pulso solar’ surge del encuentro del doble pulso que sacude la vida: el dolor, la muerte, el tiempo, frente al amor, el arte o la búsqueda del paraíso. En este libro prevalece un tono luminoso, vitalista. Aunque no puedo detener el tiempo en que vive mi hijo ni entender que un ser tan maravilloso como él deba desaparecer, sí puedo celebrar cómo su vida crece cada día, cómo va descubriendo el mundo. Es como una esperanza en monodosis. A menudo planeamos cosas a largo plazo: hipoteca, viajes, proyectos. Pero no es más que una ilusión. La muerte de mi madre y todo lo que después ha sucedido durante la pandemia me ha hecho muy consciente de que esto se puede acabar mañana o dentro de un rato. De ahí la gratitud de compartir la vida cada día con mi mujer y mi hijo.
¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
En ‘Pulso solar’ el amor se configura a lo largo de las dos primeras partes, para ramificarse o extenderse luego en las restantes secciones del libro en otros temas existenciales, que son los de siempre: el sentido de la vida, el paso del tiempo, la muerte. Nada nuevo, desde luego.
En cuanto al estilo, he intentado que los poemas sean transparentes, casi en los huesos, por decirlo de alguna forma, pero sin caer en lo prosaico, que la voz poética fluyese con cierta naturalidad, que los poemas se leyesen sin tropezar con las palabras. Lo he intentado: otra cosa es haberlo conseguido…
¿Qué efecto esperas que tenga el libro en ell@s?
Quizás el arranque del libro, por su temática (el hijo, la pérdida de la madre), les llegue más a los lectores de cierta edad. O quizás no. Los temas que trato aquí, como el amor, la muerte o la búsqueda del paraíso, son los más universales, los más atemporales. En cualquier caso, espero que el lector que se acerque a estos poemas pueda verse en alguno de los poemas.
¿En qué medida veremos en él —o no— al Diego Vaya de tus anteriores obras?
A pesar de que cada poemario que escribo suele ser bastante distinto al anterior, hay puntos de contacto entre todos ellos, sobre todo ciertas imágenes o recursos que tiendo a repetir. Por ejemplo, en todos mis libros aparece, en mayor o menor medida, el discurso dentro del discurso. Se trata de una voz que interrumpe la voz del sujeto poético, una especie de discurso alternativo de lo que podríamos llamar –aunque no es exactamente así– el discurso principal. Este recurso me permite adoptar una nueva perspectiva e incluso confrontar ideas. Es lo que el sujeto poético no quiere o no es capaz de decir.
En este libro, se cuelan, además, imágenes como la del ciervo o el desierto, que ya estaban en mis libros anteriores. Y los encabalgamientos, que puede ser muy efectivos si se logran cargar con la suficiente significatividad.
Elementos como esos que acabo de mencionar hacen justamente que mi obra tenga coherencia, porque de lo contrario podría pensarse que cada uno de mis libros lo han escrito diferentes personas.
‘Pulso solar’ fue galardonado con el Accésit del XXXI Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma, en 2021 y te ha valido el Premio Andalucía de la Crítica. ¿Qué han significado para ti sendos reconocimientos?
Son dos premios muy distintos; funcionan, por así decirlo, en direcciones contrarias. El Premio Jaime Gil de Biedma se concede a libros inéditos, y en ese sentido me ha permitido publicar ‘Pulso solar’ en Visor, que es una de las editoriales más prestigiosas dentro del ámbito de la edición de poesía. Sin ese accésit, nunca hubiese podido aspirar a publicar en una editorial así.
Por su parte, el Premio Andalucía de la Crítica se concede a un libro ya publicado, y supone un reconocimiento añadido al poemario: es el consenso de un grupo de críticos sobre el valor de esos poemas, lo que vuelve a poner en relevancia al libro.
La poesía parece moverse por algo tan intangible como es el prestigio. Ganar demasiados premios, sobre todo a cierta edad, puede ser un error, porque uno acude a los premios precisamente por el prestigio que estos tienen a priori, pero el exceso de premios manifiesta justo lo contrario. En mi caso, estos dos premios, cada uno a su manera, me han aportado algo quizás tan valioso como el prestigio: algún lector más, aunque quizás haya sido de forma ocasional.
¿Supone este poemario un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué?
Pulso solar efectivamente supone un punto de inflexión. Al margen de los dos premios, hay al menos una razón estética: es mi libro más celebratorio y desnudo. Están el paso del tiempo y la muerte siempre al fondo de cada poema, acechando, pero se impone una fuerza vitalista, una fe en el amor, en el milagro de estar vivo un día más. Incluso en los poemas sobre la pérdida de mi madre, se mantiene ese tono que tiende hacia la luz.
Tras el verano saldrá publicado ‘Streaming’ en la editorial Reino de Cordelia, un libro muy diferente a ‘Pulso solar’, compuesto por un extenso poema y siete más breves. Una parte de este poemario se fue escribiendo justo cuando estaba cerrando los últimos poemas de ‘Pulso solar’, durante el confinamiento. Pero después de estos dos libros, no he vuelto a escribir poemas. Con estos poemarios he llegado a dos caminos sin salida. Ahora necesito tiempo para sentir y pensar y encontrar una forma distinta de decir.
A lo largo de ‘Pulso solar’ se aprecia un uso continuado —y magistral, si me lo permites— del encabalgamiento. Intuyo que no se trata de la mera utilización de un recurso literario en este caso…
Como antes he mencionado, el encabalgamiento es uno de los recursos que más me interesan. Entiendo que se hagan encabalgamientos por razones puramente de métrica, para que un verso se ajuste a cierto número de sílabas. Pero más allá de ese motivo, a veces un tanto banal, el encabalgamiento permite mantener en suspenso al lector en esa breve pausa con que acaba el verso, porque genera una tensión en la que la última palabra puede llegar a adquirir mucho significado.
En ‘Pulso solar’ hay varios y todos son intencionados. En el poema “La canción del cuerpo”, por ejemplo: “Cada / día es la piedra que se lanza a un pozo (…)”. El último verso dice: “lo que nos hace eternos cada día”. En este caso, el amor es capaz de reconstruir el sentido de la fuga sin fin de los días: esa reconstrucción de “cada día” no es solo semántica, sino también sintáctica a través del contraste con el encabalgamiento. En el segundo poema del libro, ‘La fábula del nombre’, en el que hablo de que mi hijo aprende a escribir su nombre, dice: “Lo recuerdo apretando el lápiz, letra / lenta (…)”, y esa pausa, esa ruptura de la cadencia del verso, que deja colgando la palabra “letra”, intenta reflejar la lentitud y las vacilaciones del aprendizaje de la escritura.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘Pulso solar’, ¿cuáles serían?
‘Otra creación’, ‘No volveremos’ y ‘Lo que nunca regresa’.
Por último, como lector, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?
A Jesús Beades.
Poemas de Diego Vaya
Otra creación
Estás comiendo fruta. Se ilumina
un poco más el corazón con cada
bocado. Si la vida fuese solo
lo que se ama, su imagen esta tarde sería
tu mano, hijo, y la mía, separadas
por la edad, y de pronto unidas en la fruta.
Coges el trozo y me hablas: tu edad levanta el vuelo
en la boca, tu limpia vocecita.
La mía es esperar mientras tú comes
y ser consciente de que en este instante
me respiras por dentro y te abres paso
hasta un lugar en donde siempre seremos uno.
La piel pelada cae: el tiempo no se oye.
Sé que te queda mucho por vivir
porque la muerte aún es para ti un juego
con una sola regla: quien se muera,
que se levante rápido para seguir jugando.
Tú comes fruta. Pienso: si tu abuela te viese.
Pero no digo nada. Escribo estas palabras
que tal vez leas cuando contemples a tu hijo,
y entenderás entonces que ya no estoy seguro,
mientras se acercan nuestras manos,
quién de los dos recibe o da la vida.
No volveremos
La piel tiene memoria, y pocas veces
olvida lo que ha unido: un cuerpo en otro
como corrientes de agua subterránea
suenan en una sola luz danzante.
Así la trenza umbilical se corta
solo para que crezca aún más viva
la raíz de las madres en el centro
de sus hijos. También la cicatriz
que cruza la mitad de mi rodilla
continuará existiendo más allá
del dolor, del recuerdo, de la piedra
con que en mi infancia tropecé, del polvo
que me grabó un borrón del horizonte
para que mi horizonte sea polvo.
La piel del mundo, en cambio, nos separa
de todo lo que alguna vez amamos.
Y los días avanzan, y mi edad
se hace sangre, corriendo, golpeándose
por dentro de un paisaje sin salida.
Y lo que llamo vida olvidará
que estuve, y yo también la olvidaré.
Así de ti, de mí, de tantos días
que nunca fueron nuestros, de la herencia
tan malgastada, solo quedará
este abrazo solar que nos desborda,
que seguirá creciendo sin nosotros.
Pero no volveremos. Y no puedo
entender que aquí acabe tanto amor.
Lo que nunca regresa
Las últimas muchachas del verano
siempre roban la luz cuando se marchan,
hay frutos encendidos en sus cuerpos,
y tú nunca te duermes,
esta vida es un sueño que las sigue,
el sol dobla la esquina de sus manos,
el mundo se termina en sus cinturas,
y tú, que nunca duermes,
cada verano ves cómo van alejándose
ellas, que dejan tras su paso polvo
y cielos inflamables,
y sus pisadas blancas, hacia ningún lugar,
te dejan casi ciego,
pero cada verano ves con más claridad
cómo se van las últimas muchachas,
las miras por las grietas de la noche,
más allá de tu cuarto,
cuando solo es posible
escapar del insomnio
huyendo a la locura.
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