Entrevistas

Rosario Izquierdo Chaparro: «Las realidades que cuento son duras»

Rosario Izquierdo Chaparro: «Las realidades que cuento son duras, están ahí fuera y no he querido maquillarlas»

Lo real de la realidad se desvanece entre urgencias impuestas, necesidades que se acumulan como los días y mentiras perfectamente calibradas que nos hacen más frágiles y vulnerables; sin embargo, el hecho real de la realidad siempre termina por imponerse, buena parte de la historia de la literatura puede ser considerada prueba de ello, y ahora, en este acontecer huidizo, tenemos una razón más, Diario de campo (Caballo de troya, 2013), de Rosario Izquierdo Chaparro, un libro distinto que habla sobre cuestiones que tienen su origen en el presente, asuntos que abren en canal la realidad y se enfrentan al acontecer desde una perspectiva de género que la autora no evita, sino que alimenta con la crudeza que le otorga su pasada experiencia laboral como socióloga —antes de regresar al infierno del desempleo— en terrenos especialmente desfavorecidos.

Diario de campo es un libro realmente singular, con una personalidad distinta y compleja. ¿Qué es lo que te empuja a escribir una obra como ésta?

Diario de campo nace de mi experiencia como socióloga en los barrios desfavorecidos de  Sevilla. Años atrás había trabajado en barrios de Madrid y Huelva, después estuve bastante tiempo sin ejercer mi profesión, y me reincorporé en Sevilla. Aquí había publicado ya algunos estudios de las investigaciones realizadas, estaba redactando otros y sentía la necesidad de traducir lo que contaba con un lenguaje sociológico al lenguaje literario, llevando esos espacios sociales acotados técnicamente a un territorio propio, íntimo, para poder mostrar la complejidad de la exclusión desde la propia subjetividad. Estaba presente  la intención de dar a conocer realidades de injusticia social y de hacerlo con una voz que resultase cercana a quien pudiera leerlo.

Había escrito en 2006 un relato corto titulado Cercanías, que fue premiado por la Plataforma 8 de Marzo de Sevilla y narraba el viaje cotidiano en tren de una mujer limpiadora desde su casa al trabajo y desde el trabajo a casa. Todos los días hacía mi propio recorrido en tren desde Dos Hermanas a Sevilla junto a un grupo de mujeres que iban a limpiar, y luego entrevistaba en mi trabajo a otras que también solían ser limpiadoras o, en el peor de los casos, aspiraban a serlo con pocas posibilidades de llegar a conseguirlo. En esa época trabajaba mucho y apenas tenía tiempo para escribir en casa otra cosa que no fueran textos relacionados con el trabajo. Pero después de ese relato, una noche comencé a escribir un poema que titulé Diario de campo, donde se iba imponiendo la realidad de los barrios, de las calles. Me di cuenta de que el  poema tiraba de mí, haciéndome abandonar otros textos ya iniciados, y acaparaba mi atención, exigía cambios, se alargaba hasta ser redondeado y terminado. De esos dos textos, Cercanías y Diario de campo, comenzó a surgir la novela, que desde el principio eligió llamarse igual que el poema. El proceso se fue dando de manera espontánea, poco consciente, y es a posteriori cuando me planteo lo que tú me planteas ahora, un «por qué» que seguramente no tiene una respuesta única.

Además de esa necesidad interior, conté con un aliento externo por parte de dos personas a las que quiero y admiro como son Elvira Navarro y Coradino Vega, escritores ambos, quienes conocían lo que yo estaba haciendo y me animaban a dar ese salto de lo sociológico a lo literario utilizando mi propia voz.  Que ellos me dijeran que tenía una voz propia y me hicieran ver que un texto como éste podría ser recibido con interés por una editorial como Caballo de Troya fue un estímulo muy importante, me ayudó a romper el aislamiento en el que hasta entonces había mantenido mi vocación literaria y a reforzar la confianza en mis posibilidades.

Formalmente, esa personalidad a la que aludo se debate entre la ficción y la literatura más cruda, la que pretende retratar lo social desde una perspectiva de género. Dos preguntas en relación con esto: ¿Por qué te inclinas por contar Diario de campo desde ambos ángulos? ¿Y por qué esa división en cuatro partes?

Había que invocar a la ficción para desligarse de lo ensayístico, pero sin despegar mucho los pies del suelo, porque las realidades que se cuentan son duras, están ahí fuera y no quería maquillarlas. Es una cuestión de ética, de respeto a lo que se cuenta. Al adentrarme narrativamente en esos espacios sociales percibía dos riesgos: por una parte el del sensacionalismo y por otra el del sentimentalismo, que hubieran llevado a presentar una realidad estereotipada o edulcorada, en cualquiera de ambos casos para poder ser digerida con más facilidad. He trabajado con la emoción, pero procurando avanzar de manera que esta no se me desbordase por ninguno de esos extremos, haciendo un ejercicio de austeridad.

La perspectiva de género que tú ves en el texto es inevitable, ya que por formación y también por deformación profesional, ya no sé ni quiero mirar el mundo sin perspectiva de género. Esta manera de mirar no viene dada por el hecho biológico de ser mujer. El género es la construcción social del valor y los papeles que la sociedad otorga a las personas según su sexo biológico, y determina en lo público la participación y el estatus que éstas pueden alcanzar como ciudadanas y ciudadanos, y en lo privado la capacidad de alcanzar un adecuado desarrollo personal. Al tratarse de una construcción que provoca situaciones de desigualdad, puede y debe ser deconstruida, pero para eso antes hay que tomar conciencia de ella, ha de ser aprendida. Al igual que la dominación de clase, los mandatos de género que se nos imponen están velados, se nos aparecen como hechos naturales antes que sociales. Focalizar la atención en mujeres desfavorecidas y vulnerables y hacerlo desde una primera persona femenina que asume su propia vulnerabilidad, retratar cómo los procesos que tienen que ver con el empleo y que aquí se cuentan se dan de maneras bien diferenciadas en hombres y en mujeres, en fin, todo eso que relata Diario de campo supone entrar a saco en la perspectiva de género, como tú has sabido ver. En el texto, además, se muestran investigaciones hechas desde esa perspectiva. Y por si fuera poco se introduce también la figura de las orientadoras laborales expertas en género, rizando el rizo. No sé si el trabajo de orientación laboral para la inserción, una de las políticas activas de empleo, había sido abordado antes literariamente. Se trata de un trabajo poco conocido, pero fundamental para mejorar la empleabilidad de las mujeres que acuden a ellas buscando ayuda para incorporarse al mercado de trabajo. Las orientadoras laborales son un nexo entre el hogar y el exterior, a veces el único con el que cuentan las mujeres aisladas, y juegan un papel decisivo en las vidas de mujeres que nunca han estado antes en ese mercado lleno de barreras para ellas, o bien que han salido y quieren reincorporarse, como es el caso de la socióloga narradora.

En cuanto a lo de la división de la obra en cuatro partes, la estructura de la novela, es resultado de dar unas cuantas vueltas para buscar la mejor manera de presentar una realidad como la de las trayectorias laborales femeninas, que está llena de interrupciones, avances y retrocesos. La toma de conciencia de las mujeres sobre sus propias capacidades, el empoderamiento que vive la narradora a medida que observa y participa en el de otras mujeres, ese juego de espejos que se pone en marcha, devuelve al lector, a la lectora, reflejos de una realidad fragmentada que ha dado un texto fragmentario. Cada fragmento tiene su propio ritmo, marcado por las técnicas metodológicas de las que se va dejando constancia, como la entrevista en profundidad, la observación participante en los barrios, el análisis de redes sociales y, claro está, el diario de campo.

Conforme la lectura acontece, quien sostiene el libro tiene la sensación de que esa narradora subjetiva se convierte en la autora. Esta suerte de exhibicionismo literario, que concede más fuerza al aliento de Diario de campo, ¿te lo pidió la propia obra o surge de forma espontánea?

Bueno, una vez que di el salto espontáneo de un poema largo a una novela, como acabo de contarte, comienza a aparecer lo consciente. Para mí la escritura tiene un fuerte componente espontáneo, automático y torrencial, que se da sobre todo en el inicio, pero después se va convirtiendo sobre todo en un proceso de toma de decisiones —por cuál de los caminos abiertos conviene seguir—, imprescindible para que lo anterior cuaje en una verdad que pueda comunicarse. No importa hasta qué punto sea real todo lo que se cuenta, pero debe tener veracidad. Yo había intentado comunicar esa verdad a través de la voz de otra mujer ajena a mí, más joven, sin pareja ni hijos. Reconozco que procuraba evitar pringarme demasiado, optando por la comodidad de la ficción. Pero esa primera persona no cuajaba. Tuve que tomar la decisión de implicarme personalmente con una voz mucho más cercana a mí.

La subjetividad está en Diario de campo desde el principio, lo personal se va desvelando poco a poco y al final se desborda, dejando que aflore lo autobiográfico. El texto me lo pidió, más bien me lo exigió: había que contarlo así.

¿Qué ha sido lo más difícil a la hora de elaborar una obra como Diario de campo?

Lo más difícil ha sido precisamente eso: utilizar mi experiencia propia como material literario y como filtro para contar todo lo demás. Una vez tomada esa decisión, me desmelené y empecé a disfrutar realmente de la escritura. Ya que había optado por un zoom tan cercano, un poco a lo bestia, me dejé llevar, de forma bastante temeraria, por la libertad de romper moldes sociológicos y literarios. He disfrutado esa sensación de libertad en el proceso de escritura.

En la dedicatoria del libro, escribes: «A todas las mujeres que trabajan con mujeres». En lo personal y en lo profesional, ¿qué te ha proporcionado trabajar con mujeres?

Trabajar con mujeres ha enriquecido mi conocimiento del mundo y de mí misma. Trabajar con mujeres en dos sentidos: por una parte junto a las compañeras, mujeres profesionales que me han ayudado a saber mirar a las otras y a interpretar  códigos  que yo desconocía, que no son los mismos dentro de los barrios desfavorecidos que fuera de ellos. También he aprendido mucho de algunos hombres, pero en este trabajo hay menos hombres en el campo, en el territorio, pues suelen estar en los despachos del centro de la ciudad, donde se toman las decisiones. Y luego están las mujeres con las que esas compañeras y yo trabajamos, cada cual desde su función, ya sea la orientación laboral, la formación para el empleo o, como en mi caso, la investigación.

Conocer de cerca la situación de las mujeres frente al mercado de trabajo, sus actitudes y aspiraciones, las dificultades que encuentran y cómo pueden vencerlas, me ha permitido interiorizar la perspectiva de género y a reubicarme yo misma ante ese mercado.

En Diario de campo he querido explorar la intersubjetividad que se produce en la técnica de las entrevistas  y que luego no tiene cabida en los informes pero sin embargo posee un gran poder transformador, tanto para quien realiza la entrevista como para quien se deja entrevistar. La potencia de esta intersubjetividad es mucho más fuerte si entrevistada y entrevistadora son mujeres. En primer lugar por la capacidad que las mujeres entrevistadas tienen, frente a los hombres, para verbalizar sus vidas, sobre todo delante de otra mujer. Por experiencia sé que los hombres no suelen ofrecer espontáneamente tanta información y se quedan en detalles superficiales, no desvelan su intimidad, mientras que las mujeres la desvelan aunque esto no les sea requerido. En segundo lugar porque la mujer que recibe toda esa información se ve afectada por aquello que le están descubriendo, y experimenta, al menos en mi caso, un aprendizaje que le hace replantearse aspectos importantes de su propia vida. Esa información, tejida a base de confesiones y de contenciones, es volcada en Diario de campo a través del tamiz literario. La narradora relata un proceso de conocimiento propio que aspira a ser compartido. El descubrimiento de sí misma a través de otras en quienes se ve reflejada, se reproduce aquí a la manera de un juego de espejos, como bien ha descrito Coradino Vega.

Hablemos ahora de los diversos elementos que conforman la poética de Diario de campo, sin duda, el gran atractivo de la obra. La poética se debate entre un ramillete de elementos como identidad, crítica social, desigualdad, por citar algunos. Gracias a esta poética, ¿Diario de campo puede ser considerado una especie de manual (urgente) sobre la condición de ser mujer en un momento como el actual?

Es una lectura posible. A mí no me resulta fácil afirmar esa conclusión tan arriesgada, pero si tú como lectora la sugieres, entonces es legítima. Desde luego no está escrito con intención de ser un manual que pueda servir de guía para orientarse o conseguir algo. El texto pone sobre la mesa escenas domésticas y aborda la maternidad, el trabajo y la vida en pareja como elecciones propias, con las renuncias que conllevan. Nada de esto es espectacular ni originalísimo, sólo aspira a ser compartido, porque lo personal no es sólo nuestro.

Muchas mujeres que leen el libro me están hablando de identificación, empatía, incluso agradecen el atrevimiento de decir cosas que ellas sólo se atreven a pensar. Entonces, en la medida en que la experiencia de una puede servir como espejo para otras, dejando además testimonio de cómo está ahora el patio del trabajo para todas, podría ser algo parecido a un manual, pero no lo tengo claro. De entrada la idea me parece tan extraña como atractiva.

Centrémonos ahora en charlar sobre la identidad, elemento que despliegas entre diversos personajes que habitan por entre las páginas de Diario de campo. ¿Es este tema el gran asunto de la literatura de corte feminista?

Tal vez la identidad sea el gran asunto de la literatura en general. No sé si puede adscribirse a una literatura de corte feminista, incluso aunque se trate de identidades femeninas, quizá debiéramos antes definir conceptos. Lo que pasa con las identidades femeninas es que han empezado a conocerse y a valorarse más tarde que las masculinas, sucede eso cuando el hombre ocupa lo público y la mujer queda relegada a lo doméstico, sus conocimientos y actividades son poco valorados y su potencial intelectual ignorado o directamente negado. Además, el hecho de ser contadas por hombres, que son quienes han escrito la historia y la literatura, da lugar a identidades femeninas tal vez sesgadas, proyecciones de la mirada de filósofos, escritores y psicoanalistas que no tenían un cuerpo femenino.

Hace años, cuando leí El cuaderno dorado, de Doris Lessing, me dio la impresión de estar delante de un texto que sí podría representar esa literatura de corte feminista a la que te refieres porque, además de abordar los consabidos problemas sentimentales de las mujeres con los hombres, daba el mismo peso a sus trabajos y a una actividad política intensa en la que ellas participaban, narraba cómo la descomposición del Partido Comunista en Inglaterra les estaba afectando con la misma intensidad que esos otros problemas, y además aparecía la menstruación acompañando las actividades de esas mujeres, igual que en la vida. En ese texto se dejaba ver cómo lo hormonal también conforma la identidad femenina, un asunto que no suele abordarse literariamente. Todos esos temas juntos conseguían proyectar identidades femeninas mucho más sólidas, más verdaderas.

Una mujer que escribe sobre mujeres es posible que maneje con más soltura todos los significados que conforman la identidad femenina común. En Diario de campo hay cierta vocación por mostrar lo común y lo diverso entre mujeres. Está lo que biológicamente nos une, la maternidad, la menstruación, y lo que socialmente nos separa, que no sólo viene dado por el nivel educativo y económico  sino también la manera de cuidarse y de vivir el paso del tiempo, por eso aparece lo corporal, lo epidérmico. Y paralelamente se resalta la singularidad de las identidades individuales, diversas, dejando constancia de la riqueza que todas poseen, igual la de una limpiadora que la de una técnica de empleo.

¿Y por qué es tan necesario que una mujer sepa quién es según el contexto?

Tal y como están los contextos varios, más nos vale tanto a hombres como a mujeres tener una idea lo más completa posible cada cual de quién es y dónde se sitúa, cuáles son sus debilidades y cuáles sus fortalezas, conocer nuestros límites y saber de qué somos capaces, juntos y por separado. Lo que sí deberíamos tener claro, tanto unos como otras, es el potencial transformador de las mujeres sobre ellas mismas y sobre sus entornos, que se manifiesta con toda rotundidad cuando se les ofrece educación y trabajo como a los hombres. Una mujer que aprende y adquiere nuevas habilidades e independencia económica, siempre provoca mejoras significativas en su entorno familiar y social.

Un gran asunto de Diario de campo, y que reflejas desde diversas perspectivas, es el miedo, la presencia silenciosa del miedo educacional, el que impone la tradición, el mismo que se asume con naturalidad. Ese miedo se manifiesta de diversas formas según sea el perfil de la mujer, su estrato social, su edad… ¿Cómo trabajaste este asunto durante el proceso de producción de obra?

De entrada sin intención de resaltar expresamente el miedo, pero éste existe, cada día vemos cómo se manipula políticamente y desde los medios de comunicación. No creo que el miedo tenga un protagonismo explícito en Diario de campo, sino que impregna el texto en la medida en que impregna la realidad exterior al texto, la que el texto nombra. Claro que cuando hablamos de la estigmatización que sufren las personas y los barrios desfavorecidos estamos hablando de miedo: la exclusión provoca miedos concretos tanto si es vivida desde dentro como vista desde fuera, miedo a entrar en esos barrios quienes están fuera y miedo a salir de ellos quienes están dentro, miedo a conocer y a darse a conocer. Se trata de miedos interiorizados y relacionados con la desigualdad social, que suelen operar en contra de las posibilidades de las mujeres: el miedo a que la niña salga, o llegue muy lejos, a que la mujer adquiera autonomía, frena sus posibilidades. Diario de campo retrata el miedo a la precariedad y otros miedos relacionados con las hijas y los hijos, que son universales.

En relación con todos los elementos que componen el andamiaje de la poética de Diario de campo, ¿cuáles son los asuntos urgentes por resolver en materia de género para conseguir una sociedad más justa y saludable, una sociedad igualitaria?

Para conseguir una sociedad igualitaria tiene que romperse un sistema que se nutre de desigualdad económica y emplea caóticamente sus recursos. Entiendo que al preguntarme por asuntos urgentes te refieres a qué se podría hacer, ahora, en medio de la catástrofe, para por lo menos poner parches efectivos. Muchas veces he tenido la sensación, en mi trabajo, de que lo único que podíamos hacer era poner parches, lo que no quiere decir que no haya que ponerlos. Los asuntos urgentes en materia de género tienen que ver, como siempre, con el aprovechamiento de la inteligencia y el talento femeninos, esa mitad infrautilizada que es imprescindible para que la sociedad gestione mejor sus conflictos y aborde los cambios necesarios para mejorar la vida de las personas. El fomento de la educación y el empleo de las mujeres es imprescindible para conseguir justicia social, mejorar la salud y reducir el sufrimiento, para revalorizar lo común.

Diario de campo (1)

El acceso de las mujeres a la educación reglada se ha conseguido aquí de forma mayoritaria, no del todo igualitaria pues en los entornos de pobreza y exclusión la educación no se valora ni se facilita, a veces no es viable, hay índices altos de absentismo escolar y muchas niñas, si acceden, son retiradas o se retiran pronto para trabajar, vender, limpiar, cuidar de hermanos y otros familiares. Salvadas las barreras del acceso aparecen otras que tienen que ver con la calidad de la educación pública. La educación reglada debería facilitar la autonomía de niñas y niños para que todos aprovechen al máximo sus capacidades y habilidades, interesándolos en todos los sectores posibles. Hay que facilitar también la educación a muchas mujeres que antes no han tenido acceso a ella.

Las políticas activas de empleo, como la formación para el empleo y otras medidas que fomentan la inserción y la mejora laboral de las mujeres, tienen que desarrollarse más y mejor, es posible hacerlo. Nunca se ha hecho suficientemente, pero los intentos siempre han dado muy buenos resultados. Había programas para mujeres que estaban funcionando muy bien y están desapareciendo.

El campo del empleo debe abrirse a las mujeres permitiendo que se rompa la masculinización y feminización de sectores productivos, encaminándolas a sectores científicos y tecnológicos, a nuevos yacimientos de empleo relacionados con la economía verde. Es necesario deconstruir muchos códigos y roles que operan en contra de eso, y hacer un trabajo con las empresas. Parece que estoy hablando de un escenario de pleno empleo, donde fuera posible aprovechar lo que se ha aprendido trabajando en ello a cambio de una remuneración justa. Incluso aunque tuviéramos eso, que nunca lo hemos tenido, y existiera una red de servicios públicos de calidad sin la amenaza de la privatización, incluso en ese caso ideal habría que seguir insistiendo en políticas activas para que las mujeres que llegan puedan mantenerse en el empleo y promocionarse en igualdad de condiciones con los hombres. Desde lo público se puede facilitar la conciliación para que las mujeres trabajen, escuelas de verano y comedores gratuitos, diseñar políticas que tengan en cuenta la diversidad de casos, las necesidades específicas de mujeres mayores, discapacitadas, inmigrantes, mujeres solas con cargas familiares y sin redes de apoyo, con diversos grados de aislamiento.

Y hay que trabajar con los hombres el tema de la corresponsabilidad. El hombre también sabe cuidar, debe ser animado y educado para ello, y eso enriquecería su propio desarrollo. El intercambio de papeles entre mujeres y hombres es enriquecedor para ambos sexos y por tanto es socialmente útil.

Creo que el feminismo y el ecologismo, unidos en el ecofeminismo, conforman la corriente  que está aportando mejores ideas y soluciones más realistas en cuanto a la aplicación de políticas que incorporen esta perspectiva de género en todas sus consecuencias, con miras amplias e inteligentes: apuntando a la necesidad de paliar el hambre en el mundo, por una distribución justa de los recursos.

El escollo principal con que se encuentra todo esto es que las políticas de déficit cero no lo contemplan en su agenda, como sabemos. Muy al contrario, dan prioridad a la competitividad de los mercados abstractos frente a las políticas sociales, santifican las cifras macroeconómicas aunque eso suponga cargarse lo micro y los derechos conseguidos. Todo está presidido por el afán de lucro y por la avaricia, por la primacía de lo individual sobre lo colectivo. Los resultados, a la vista están. Los retrocesos para las mujeres, también.

Según las últimas cifras, la mujer vuelve a ser el perfil más castigado por la crisis económica. ¿Por qué cuesta tanto alcanzar la tan necesaria igualdad?

Con una ideología neoliberal y una economía capitalista basadas en la desigualdad entre clases, es difícil la igualdad plena entre sexos. Las diversas desigualdades atraviesan en varias direcciones una estructura social de raíz patriarcal. Es verdad que ha habido avances notables en la situación de las mujeres en esta parte del mundo, resultado de las luchas feministas. La ley de Igualdad de 2007 en España ha sido un gran avance, pero debe desarrollarse con todas sus consecuencias, no ser utilizada como un espejismo para hacer creer que la igualdad se ha conseguido. Si observamos cómo el poder político está gestionando ahora en España temas como el del aborto y determinados derechos de las personas homosexuales, es fácil apreciar cómo la fuerza de lo patriarcal condiciona el silenciamiento de la opinión y de la participación de las mujeres acerca de decisiones que afectan a sus cuerpos y a su libertad de conciencia.

Muchos avances han sido en realidad concesiones para evitar conflictos, resquicios abiertos para que no estallase la olla a presión, no porque hubiera un verdadero reconocimiento de que la sociedad necesita para avanzar de la inteligencia y el talento de las mujeres, tanto tiempo desaprovechado. El poder patriarcal desprecia el bien común porque no lo necesita para sostenerse. Esas prioridades no entran en las agendas políticas neoliberales ni en la lógica del mercado, que sin ellas pueden  seguir funcionando igual de mal que  hasta ahora.

Si hay un retroceso en los avances conseguidos es precisamente porque nunca se ha reconocido su verdadera necesidad. No existe la conciencia de que seguir invirtiendo y trabajando para que las mujeres puedan desarrollarse y consigan más poder no es un lujo de tiempos de bonanza, sino la posible salida de esta crisis provocado por nombres y apellidos casi siempre masculinos.

Es curioso, la población lectora está compuesta mayoritariamente por mujeres. Cuando trasladamos estas cifras al número de títulos publicados, se modifican, casi se invierten. ¿Qué podemos hacer para corregir esta desigualdad?

Supongo que aquí otra vez debemos invocar la educación, la posibilidad de tener independencia económica y la deconstrucción de estereotipos y roles de género dentro y fuera de la familia. Si lo anterior funciona facilita la toma de conciencia, también por parte de nosotras mismas, de que las mujeres tenemos derecho a disponer de espacios y tiempos propios para el crecimiento personal, participando en los asuntos de la cultura no sólo como receptoras, sino además como productoras, al mismo nivel que los hombres. Una mujer debe adquirir confianza y cierto nivel de autoestima para escribir y buscar su propia voz. Tanto los poderes públicos como los medios de comunicación tienen también en sus manos la revalorización de la cultura, tan devaluada ahora, y la adopción de medidas que estimulen, valoren y difundan la expresión de las mujeres.

La escritura se practica de puertas para adentro, puede parecer fruto de una decisión aleatoria e individual, pero tiene un significado social y debe fomentarse, otorgando valor desde la escuela al desarrollo de las habilidades artísticas en las niñas y propiciando indirectamente, con todas las medidas de las que hablamos, la intimidad creativa, a la que siempre han tenido mayor acceso los hombres por el reparto del tiempo dentro de la familia y por su mayor protagonismo social y económico.

En Diario de campo, alertas sobre los diferentes peligros que pueden aparecer por la retirada de ayudas en materia social. Las medidas adoptadas según la ley de ajuste presupuestario… ¿qué efectos puede provocar en el sector más débil y frágil de la sociedad?

Como te he dicho antes, ya son visibles los retrocesos para las mujeres, al paralizarse programas y proyectos que iban en una buena dirección e irse precarizando aún más el empleo. Además, la desprotección creciente en el sistema de cuidados recae sobre la mujer, que se ve obligada a replegarse, volver a lo doméstico para cuidar de personas dependientes y asumir tareas que deberían ser asumidas por el sector público, o en todo caso remuneradas.

El discurso dominante invita a interpretar la crisis como algo inconcreto que un mal día sucede, no sé sabe muy bien por qué, casi como una catástrofe natural de la que nadie es responsable y hubiera acontecido en un escenario previo de armonía económica y social. Pero ese escenario previo del supuesto estado de bienestar ya estaba muy tocado, era muy imperfecto porque como bien dices había amplios sectores frágiles, que lógicamente son los más machacados ahora.

Diario de campo fue escrito a medida que avanzaba la crisis, el desastre financiero o el robo de altos vuelos, como queramos llamarlo, y terminado en 2011. Me dicen que es una obra cruda, de acuerdo, pero la destrucción de empleo y los retrocesos en derechos y protecciones sociales está siendo tan rápida que casi está convirtiendo en utópicas muchas de las situaciones que se describen en la novela. La población que ya estaba excluida se queda más aislada porque desaparecen muchos dispositivos de empleo y formación en los barrios que estaban beneficiando a muchas familias. Por ejemplo, estábamos aconsejando la necesidad de reforzar la educación de calle en territorios con altos niveles de absentismo y desestructuración, pero no solamente no se refuerza, sino que desaparece. En Sevilla había en marcha programas innovadores y muy efectivos como EDEM, Educación y Empleo, en Polígono Sur, que coordinaba la educación de calle con los dispositivos de empleo y formación, con centros escolares y asociaciones, en una lógica de trabajo en red que ha propiciado la cohesión del tejido social de la zona, y estábamos viendo cómo podía perfeccionarse, pero directamente desaparece. Muchas personas se quedan más desprotegidas, su aislamiento se refuerza.

La célebre burbuja inmobiliaria había hecho que muchos hombres pudieran trabajar en el sector de la construcción siendo casi analfabetos, y al quedarse en desempleo es muy difícil su reincorporación en otros sectores, por esa carencia educacional que ya arrastraban.

El problema no es sólo el desempleo de la población más vulnerable y el de las personas que trabajábamos con esa población, como es mi caso. Es también la precarización creciente del trabajo, la salud, la educación, toda esa violencia estructural que afecta cada vez a más gente y cuyos efectos son tremendos sobre las personas más indefensas ante el sistema.

A modo de despedida, ¿qué te gustaría sumar con la publicación de Diario de campo?

Hasta abril de este año, en que la editorial Caballo de Troya publicó la novela, Diario de campo ha sido para mí una resonancia interior de la que estoy empezando a salir ahora, cuando los ecos externos van borrando ese eco íntimo, o lo difuminan. Vivo con gratitud, pero también con cierta extrañeza, la recepción tan positiva que está teniendo el libro por parte de crítica, lectores y lectoras. Sabía que era un texto atrevido y raro, pero no se escribe un texto como éste contemplando el impacto que pueda tener. Así que estoy viendo ahora desde fuera cómo está siendo recibido, observo cómo la gente se pone de acuerdo en si es una novela o no lo es, o acaso sea una novela y algunas cosas más. Ya dije cuando lo presentamos en Sevilla que para mí es una novela porque lo he escrito sintiendo que era una novela, y tampoco creo que sea imprescindible clasificarlo.

Pienso que Diario de campo, de sumar algo, podría sumar al panorama narrativo la impronta de la realidad de la calle, del presente, de lo que está sucediendo fuera, en espacios sociales no muy conocidos y de manera simultánea a la producción cultural actual.

Personalmente me doy por satisfecha si consigo transmitir la emoción que alimenta el texto, y si sirve para que la persona que lo lea, además de recibir la emoción, tome conciencia de las realidades que describe y saque sus propias conclusiones.

Cristina Consuegra
Rosario Izquierdo Chaparro: «Las realidades que cuento son duras»
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