La seguiriya de Marina Heredia
Ay, Marina; Marina Heredia… ¡Cuántas cosas pasan en tu cante y no lo ves…! ¡Cuánta vida se abre paso desde la raíz más profunda de tu esencia cantaora, y tú no lo ves…! Porque al cantar entornas la vista como en un arrebato de rubor, como replegándote en ti misma en un trance de la infancia que te toma; buscándote en algo que viste, o quizá sentiste estremecerse en ti, cuando escuchabas absorta la voz de tus maestros.
Y entonces, bajas el rostro y te pierdes en la caricia del acorde, del trémolo y los rasgueos que llegan como olas yertas a tus pies descalzos, y al compás de belleza brava y elegante de tu casa y de tu padre.
Marina; tú bajas la vista y te vas no sé adónde como buscando un sonido perdido en alguna parte del recuerdo; rememorando un arranque poderoso y dolorido que sostenga esa emoción innombrable y bulliciosa que pugna por salir del pecho como de una estancia oscura donde palpita aún el ansia de vida y libertad. Pero tú tienes la llave para abrir de par en par la puerta de ese cuarto, y liberar la voz que crece en ti e irrumpe y atraviesa como un viento las callejuelas desgastadas de tanto andar, o de ir y venir tantas veces para nada.
Tú, en ese momento que no ves; en ese instante de silente turbación flamenca, eres ya el Cante: eres tomada y habitada por el ensalmo andaluz de queja, celebración y gozo que brota de ti como un caudal invisible de ayes ocres y cansados. Y ahí, cuando ya eres cante, cada palabra arde y se hace llama, vela antigua, fulgor renovado: risa, pena y esperanza caliente en nuestra alma de pobres cabales, cada vez más heridos, y más prendidos en la bella luz que tú despliegas.
Y entonces lo vemos, y hasta casi tocamos eso que Federico llama duende y no sabemos lo que es ni llegamos a nombrar, aunque asistimos como testigos conmovidos a tu sereno ademán de angélica aparición andaluza y gesto de palma sorda, que nos despierta de una ausencia estéril, de una somnolencia extraña, de un tránsito nocturno entre el pasado y el más allá del ruido, de un extravío inútil sobre el que tú derramas el oro viejo de la seguiriya y nos rescatas de la tumba donde yace tantas veces nuestro amor abrazado a una mentira.
Ay, Marina; Marina Heredia… ¡Tú nos transformas con tu cante y no lo ves! Nos enmimbras en el cesto de tu remembranza jonda y nos liberas milagrosamente del límite de la gravedad encadenada a nuestro cuerpo.
Por eso me apena tanto que no puedas ver el halo de belleza y gloria en nuestros rostros cuando tú, hacedora del sortilegio musical, respondes a la llamada de la sonanta que te atrae y te llama desde algún punto inalcanzable que nosotros tampoco vemos; miramos en silencio el horizonte al que tú miras, pero se esconde cuando cierras los ojos y se vuelve inalcanzable incluso para el eco que en ti revolotea y se alza sobre las falsetas, como palomas blancas sobre los campanarios del Albaycín.
Marina; Marina Heredia; hasta tu nombre se dice a compás…que ya es decir…Por eso, sigue cantando, sigue entonando, sigue enhebrando el hilo en la aguja con la que coses las palabras siempre nuevas del sumo Arte de las flamencas tribulaciones, de la sed y el hambre que nunca callan. Por eso, tú, que eres el cante de Granada, tampoco debes callarte; debes seguir cantando, seguir bordando la poesía seguiriyera sobre este mantón de angustia y gozo en el que nos envuelves y nos meces como a un niño bajo el atardecer rojo de esta tierra, siempre reverdecida.
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