Una mulata echando las habas en Sevilla
Los negros fueron esclavizados arrancados de sus tierras y despojados de sus bienes, raíces, familia… Pero no de lo más importante que tenían: sus creencias, su humildad, su sabiduría de la vida y comprensión de la misma, sus profundos conocimientos sobre la naturaleza y sus energías, su música y su danza.
En esta pequeña referencia que les contamos a continuación de El diablo cojuelo, trancos VII y VIII de Luis Vélez de Guevara, recordaba en 1641 varios episodios relacionados con los negros y mulatos sevillanos, entre ellos podemos ver con nitidez como vestían las negras, las mulatas en la Sevilla de esa época, vestir que recuerda a la negra curra siglos después en Cuba.
Llegando a Sevilla los personajes de la novela, y camino de la pensión en la calle del Agua, pasan por la plaza del Atambor, lugar donde se juntaban los negros y mulatos para tocar y bailar. Luis Vélez de Guevara nos describe como en Sevilla, a los mulatos o gente de color, los llamaban gente tapetada.
Nos informa con claridad de sus vestidos y calzados de una forma muy características como veremos a continuación. Y nos relata una escena en la que la mulata Rufina María, la “gran piloto de los rumbos más secretos de Sevilla”, del barrio de Triana, sabe “echar las habas y andar el cedazo.”
Una mulata -¿curra?- echando los caracoles en Sevilla
«Echar las habas” para adivinar el futuro. Como si estuviera haciendo exactamente el diloggun, el arte de echar los caracoles -sustituyéndolos por habas- que los babalawo utilizan para conocer el destino que dictan los orishas o santos en las culturas, tradiciones y religiones africanas, en su continente de origen, África y en la diáspora africana por Europa y América, y dice:
“…Con esta plática llegaron a la Cabeza del Rey don Pedro, cuya calle se llama el Candilejo, y atravesando por calle de Abades, la Borciguinería y el Atambor, llegaron a las calles del Agua, donde tomaron posada, que son las más recatadas de Sevilla…”
Gran piloto de los rumbos más secretos de Sevilla
“A este mismo tiempo subía a su terrado Rufina María, que así se llamaba la Huéspeda: dama entre nogal y granadino, por no llamarla mulata; gran piloto de los rumbos más secretos de Sevilla, y alfaneque (halcón), de volar una bolsa de bretón desde su faltriquera a las garras de tanta doncelliponiente (jóvenes inexpertas en la venta de su doncellez), como venía a valerse de ella.
Iba en jubón de holanda blanca acuchillado, con unas enaguas blancas de cotonía, zapato de ponleví, con escarpín sin media, como es usanza en esta tierra entre la gente tapetada; que a estas horas se subía a su azotea a tocar la tarántula con un peine y un espejo que podía ser de armar. Y el Cojuelo, viendo la ocasión, se le pidió con mucha cortesía para el dicho efecto, diciendo: -Bien puede estar aquí la señora Huéspeda; que yo sé que tiene inclinación a estas cosas.
-¡Ay, señor!- respondió la Rufina María-, si son de nigromancia me pierdo por ellas; que nací en Triana, y sé echar las habas y andar el cedazo mejor que cuantas hay de mi tamaño, y tengo otros primores mejores, que fiaré de vuesas mercedes si me la hacen, aunque todos los que son entendidos me dicen que son disparates….”
“No dejó cedazo con sosiego ni habas en su lugar”
También en uno de los pasajes de la obra Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán se dice: “No dejó cedazo con sosiego ni habas en su lugar.” En notas al margen lo explican: “Las hechiceras practicaban el sortilegio de andar o mover el cedazo, que consistía en hincar unas tijeras en el aro de un cedazo y, teniéndolo sujeto por ellas, se pronunciaban las palabras del conjuro. El cedazo daba su respuesta moviéndose a la redonda.”
Y “El sortilegio de echar las habas consistía en mezclar habas (generalmente en número fijo), con diversos objetos (un pedazo de carbón, una moneda, azufre, pan, etc.). Al echarlo todo, según que las habas señaladas de antemano cayeran junto a uno u otro de estos objetos se adivinaba el porvenir o se resolvía la consulta hecha por la persona que había acudido a la hechicera”
Y en esta jácara de Quevedo donde María Pizorra refiere honores suyos y alabanzas se habla de las habas y mulatos:
“…En mi vida eché las habas;
antes me echaba a mí propia;
llamáronme araña, y fue
porque andaba tras la mosca.
Caséme con un mulato,
que fue la fama de Ronda:
tener marido de estraza
no sé yo para qué estorba…”
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