Los Negros Curros

La Universidad de los negros de Sevilla

Los Negros Curros

La Universidad de los negros de Sevilla

En ese “Cairo español o Babilonia castellana” que decía Luis Vélez de Guevara, confluían, aventureros, trúhanes, pícaros, mendigos, jugadores, marineros, vagabundos, delincuentes, rufianes, chamarileros, prostitutas…

Los lugares más frecuentados por esa población en Sevilla fueron los barrios y collaciones de El Arenal, la Puerta de la Carne, la Heria o Feria, Omniun Sanctorum, San Juan de la Palma, Alameda, Atarazanas, Gradas, Plaza del Atambor, Corral (o Patio) de comedias de Los Naranjos, Altozano en Triana, suburbios, murallas, bodegas, ventas, casas de juego (llamadas coimas), palomares o leoneras, garitos, posadas, bodegones, burdeles, el famoso Compás de la Mancebía (Las mancebías eran lugares acotados, para ejercer la prostitución. Entre las más famosas además de la de Sevilla, estaban la del Publich, Pobla o Partit valenciano, los Percheles de Málaga, Azoguejo de Segovia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba, las Ventillas de Toledo, etc.)

Lucrativo negocio era ser señor de mancebía o de putas, la Casa Ducal de Medina Sidonia por ejemplo fue una. O los Fajardo, una familia aristócrata que llegó a regentar quince mancebías en Andalucía, ya que el rey Fernando el Católico recompensó a su criado y capitán, Alonso Yañez Fajardo con el monopolio de esas casas.

El Escudero Marcos de Obregón, obra de Vicente Espinel hablando de los pícaros de Sevilla decía, “que la valentía, era una especie de gente que ni parecen cristianos, ni moros, ni gentiles, su religión es adorar a la diosa valentía porque les parece que estando en esta cofradía, los tendrán y respetarán por valientes…”

Hablar de los negros de Sevilla (y en Cádiz y Lisboa), es hablar de toda esa gran crónica de la realidad social española, andaluza, y sevillana de la época que refleja con maestría la novela picaresca española, la poesía burlesca y la literatura hampesca. Obras como, la de Rodrigo de Reinosa,  El Lazarillo de Tormes (con un personaje central el negro Zaide, padrastro de Lázaro y esclavo del comendador de La Magadalena), Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, Rinconete y Cortadillo, El celoso extremeño, La ilustre fregona, de Cervantes, El diablo cojuelo de  Vélez de,  La vida de Marcos Obregón de Vicente Espinel,  Quevedo, Lope de Vega que dejó  una amplísima relación de títulos y quizás sea su obra El Arenal de Sevilla la que mejor nos acerca a la realidad de la Sevilla de esa época. Decía Santiago Montoto a propósito del Arenal que, “era ejecutoria de alta nobleza para los pícaros y truhanas el haberse doctorado en el Arenal” y continuaba que “el lugar para la venta ambulante, el sitio donde se jugaba, robaba y timaba, dentro del Arenal era el Monte del Baratillo feria de todo el año por la real voluntad de trajinantes, chamarileros, ropavejeros, ladrones y descuideros, donde vendían los frutos de sus hurtos, robos, mohatras, engaños y cohechos…”

Es interesante señalar que este numeroso grupo de personas que vivía al borde mismo de la legalidad, formaban toda una organización en la que cada cual cumplía un papel determinado, con su propia jerarquía y con cierto control sobre cada uno de sus miembros. Cervantes en Rinconete y Cortadillo, describe con gran realismo esa organización gremial de ladrones encabezada por el señor Monipodio, que dirigía el delito en Sevilla, asignando a cada integrante del grupo la actividad que tenía que desarrollar, junto con el territorio en el que actuar.

Los Negros Curros, por Jesús Cosano

Los Negros Curros, por Jesús Cosano

José Luis Alonso Hernández, en su trabajo, Léxico del marginalismo del Siglo de Oro, dice:

De jaques, jayanes y jayanes (jaque o jayán es el nombre del mayor grado posible para los valentones en la Germanía), de popa se constituye el Trono Subido, especie de consejo de notables, con frecuencia los más ancianos de la profesión, a los que suele añadirse el padre de la mancebía, que vela por el cumplimiento de los principios por los que se rige la sociedad hampona (una especie de monipodio o monopolio del crimen) y de los que, en ocasiones, viene el favor y la ayuda necesarios en los apuros”.

Y continúa, “Toda esa población de pícaros, usaban un lenguaje, una jerga propia para comunicarse, la germanía. El lenguaje de los maleantes en España en los siglos XVI y XVII«. Comenta Alonso Hernández que “Este lenguaje recibe otros nombres como jacarandana y jacarandina, jerigonza, algarabía e incluso más moderadamente, argot. Jacarandina, derivado de Jácara y éste de jaque, ‘rufián,’ es propiamente la lengua de los rufianes; por extensión (lenguaje de los ladrones, valentones, prostitutas, etc.) funciona a veces como sinónimo de germanía, pero lo más frecuente es que se emplee para designar al tipo de lenguaje en el que solían estar escritas las jácaras, composiciones en verso breves que se recitaban o representaban en los descansos entre las obras de teatro o al final de la representación

También en la obra, Rinconete y Cortadillo, Cervantes nos acerca a otros personajes populares del entorno de los jaques, las mujeres, y también a las músicas que hacían, a las maneras y los instrumentos improvisados que utilizaban entre ellos, dice:

La Escalanta, quitándose un chapín, comenzó a tañer con él como en un pandero; la Gananciosa tomó una escoba de palma nueva, que allí se halló acaso, y rascándola, hizo un son que, aunque ronco y áspero, se concertaba con el del chapín. Monipodio rompió un plato, y hizo dos tejoletas que, puestas entre los dedos, y repicadas con gran ligereza, llevaba el contrapunto al chapín y a la escoba (…) parece que la Gananciosa ha escupido, señal de que quiere cantar

Esta instrumentación también se encuentra en la obra Vita Christi de Fray Íñigo de Mendoza, que dice:

Y tienpla bien tu guitarra
y yo con una piçarra
comencemos de baylar.
Saquemos encucharal
y también mi caramillo…

Decía Miguel Querol Gavaldá en su trabajo La Música en las obras de Cervantes, a propósito de ese verso de Fray Íñigo que, “estos versos pudieron parecer extraños o de un sentido incomprensible. Pero cuando se ve a los negros de Cuba acompañándose con cucharas, cajas de madera y pedazo de platos, a más de otros instrumentos como guitarras y cornetines, la orquesta pastoril de Fray Íñigo no tendrá ningún misterio

Es esa sociedad, esa gran academia, escuela de pícaros y vividores del mundo, la que pisaron, conocieron, sufrieron, imitaron, asimilaron y aprendieron algunos de los negros y mulatos esclavos y libres que vivían y nacían en Sevilla y que años después en Cuba, los llamarían los Negros curros.

Curros precisamente por ser libres y de origen sevillano, andaluz y que por sus costumbres (aprendidas en esa escuela de “alta nobleza de la picaresca sevillana”), vestimenta, exhibicionismo, andares, navaja presta, fuerza bruta y formas de hablar, se diferenciaban notablemente de los que procedían directamente de África o de otros lugares de Europa.

Y en esos ambientes de delincuencia y marginalidad, en esas calles y plazas, aparecen algunos ejemplos de hombres y mujeres negros y mulatos, antepasados sevillanos de los negros curros del Manglar, en escenas de su vida cotidiana.

Un esclavo negro tocando romances

Hablando de romances y de esclavos negros dice Canterla González en su libro Coplas, bailes y fandangos en los confines de Andalucía, “Los romances, al contrario, fueron tan populares que en el siglo XVIII se conocía como “cantadores de romances” a los vecinos especialmente dotados para interpretarlos. Algunos han pasado a la historia. Alonso de Mora, vecino de Valverde, fue un excelente cantador de la “música de romances” en Moguer y Gibraleón, pueblos en los que los interpretaba a menudo. En 1737, lo acompañaba con su guitarra un esclavo negro (Archivo Municipal de Gibraleón)

Jesús Cosano
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