Sevilla y Cádiz se llenan de esclavos negros
La captura de los negros africanos sufre un cambio rotundo en los sucesivos descubrimientos de la costa atlántica de África, por los portugueses, Madeira, 1420; el cabo Bojador y el cabo Blanco, en 1434; Arguin, en 1443; 1444-47, la desembocadura del río Senegal…
Los esclavos negros comienzan a llegar a Cádiz, Sevilla y Lisboa, por el Atlántico y el inminente descubrimiento del Nuevo Mundo iba a dar a este comercio un giro inesperado. La apertura de este nuevo e inmenso mercado va a provocar el interés, la codicia y la sed de lucro, por parte de personas que hasta ese momento habían ignorado esta actividad. La demanda de mano de obra en las Indias, incita a la búsqueda y captura de esclavos negros, formándose con este objetivo compañías mercantiles, donde participan entre otros, genoveses, castellanos y portugueses.
Los mercaderes genoveses especialmente, habían desempeñado un papel importantísimo en la vida comercial de Andalucía desde hacía mucho tiempo. Habían participado en la trata de esclavos en el Mediterráneo durante toda la Edad Media. En Sevilla comerciaban antes de la reconquista y después se les otorgó su propio barrio. Un ejemplo de los más de cien mercaderes genoveses que había en Sevilla por esa época, es el de Gaspar Centurión, que dirigía el banco principal de Génova, pero también operaba en Lisboa en la trata de esclavos. En 1.519 envió a su agente a Lisboa para recoger los trescientos negros que había comprado al rey y en 1.520 ayudó a fundar una compañía para transportar directamente esclavos desde Arguin hasta las Antillas. (Alfonso Franco Silva, La esclavitud en Sevilla y sus tierras a fines de la edad media)
Complejos negocios y grandes fortunas se ponen en movimiento. Los intereses de las oligarquías dominantes en Castilla y Portugal así lo exigen. La Corona, los altos dignatarios, la iglesia, la banca europea, se meten de lleno en este tema. Los reyes de Castilla fueron los primeros interesados en la trata negrera.
La población negra se incrementó notablemente en las ciudades y pueblos andaluces. Especialmente las provincias de Cádiz, Huelva y Sevilla. Hubo épocas y lugares en los que los porcentajes de población negra fueron muy importantes, llegando a alcanzar en determinados años el 8 y 10% de la población.
Sin embargo, Antonio Moreno Ollero da unos datos de población esclava en que los porcentajes aumentan considerablemente en esa ciudad, Sanlucar de Barrameda. “En el periodo de 1514 a 1522 se contabilizan 420 esclavos bautizados, para una población que rondaba los 1.000 habitantes”.
Entre los propietarios de esclavos destacaban la Iglesia (desde los Arzobispos de las ciudades andaluzas, hasta los cabildos completos de las catedrales, canónigos, simples curas y el personal de los monasterios y conventos, poseían un buen número de esclavos), y la nobleza. En el testamento de Catalina de Rivera, dama y confidente de la reina, se puede comprobar que tenía 78 esclavos, la mayoría, negros.
Pero esclavos tenían todas las capas sociales; era corriente contemplar en los mercados urbanos andaluces a carniceros, tejedores, fundidores, plateros, carpinteros e incluso albañiles, que compraban, vendían y cambiaban esclavos. Y lo mismo bachilleres, jurados, alguaciles, escribanos, médicos, pintores, miembros del ejército, etc…
En las tierras de Jerez y Sanlúcar de Barrameda (además de los ejemplos anteriores que se reproducen casi por igual), el Ducado de Medina Sidonia, casa dueña y señora de gran parte de Andalucía, a fines de la Edad Media, poseía un verdadero ejercito de esclavos; todos los criados del duque eran también propietarios de esclavos y las monjitas de Regina Coeli, y los toneleros, sastres, esparteros, herreros, boticarios… Los vemos transportando mediante palancas las botas de vino desde la villa a la playa, repartiendo los sacos de trigo en las panaderías del pueblo, cogiendo caracoles o alcaparras, vendiendo uvas y trabajando en el servicio doméstico de las casas, o empleados por sus propios dueños, como recaderos, aguadores, o como mozos del amo que les manda hacer toda clase de cosas. Todos ellos desfilan por las diferentes y dispersas fuentes documentales. A. Moreno Ollero, Sanlucar de Barrameda a fines de la Edad Media, Cádiz 1983
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