García Baena. Foto de Francis J Vargas
Literatura

La poesía visual de Pablo García Baena (II)

La poesía visual de Pablo García Baena (II)

La huella de Cántico

No sólo eran poetas. También fueron pintores, como Ginés Liébana. Les sobrevino la desbandada. Preteridos a escala individual y como grupo, aquellos poetas terminaron dispersándose y estuvieron a punto de naufragar en la desmemoria crónica de España, de no ser por el hecho de que, en los años 70, le reivindicase la llamada generación de la palabra, la de los novísimos, la de Pere Gimferrer, quien llega a asumir su condición de discípulo, un extremo en el que participarán a partir de entonces autores de muy sucesivas y a veces contradictorias escuelas, desde Antonio Enrique a Luis García Montero, desde Jesús Fernández Palacios a Carlos Clementson o Antonio Hernández.

El ensayo que Guillermo Carnero tituló El grupo Cántico de Córdoba. Un episodio clave de la historia de la poesía española de postguerra (1976), situó a los integrantes del grupo y muy especialmente a García Baena, en el altar de los dioses domésticos de las posteriores generaciones poéticas. Prematuramente fallecido Ricardo Molina en 1968, Carnero apreciaba en García Baena  el hecho de que “…su maestría en el manejo del verso y de la palabra lo ponen a la altura de los más grandes poetas españoles del s. XX; es uno de los más claros vehículos de transmisión a las actuales promociones de la lección de la generación del 27”. Tal y como vuelve a recalcar hoy Garrido Moraga en su excelente introducción a la antología recién editada sobre este autor cordobés, él se convertirá en un puente de oro entre el 27 y esa nueva generación poética que supera paradójicamente la estética del 50, la promoción en la que desde un punto de  vista cronológico, que no formal, habría que encuadrar a los de Cántico. Y es que, aunque sus postulados vinieran a coincidir con algunos de aquellos autores, entre el barroquismo lucido de Jose Manuel Caballero Bonald o la reflexión claroscura de Jaime Gil de Biedma, lo cierto es que cabría encuadrarlos mejor en aquella tradición andaluza que Fernando Ortiz identificara como “La estirpe de Bécquer”, la que nos viene en realidad de Herrera o de Góngora y orilla en los Machado, en Juan Ramón, en Luis Cernuda o en Federico García Lorca, sin cuya poesía, según afirma el propio Pablo García Baena, jamás habría sido poeta. En el panteón personal de García Baena también figuran los clásicos, el arte sacro, Walt Whitman o aquel André Gide de Los monederos falsos que supo sustanciar en una sola frase el destino del propio grupo Cántico: «La melancolía es el fervor caído». A lo que a renglón seguido acotaría Luis Antonio de Villena: «Sólo quien de verdad sintió las flores de la pasión, el fuerte deseo, puede después escribir de añoranza…».

García Baena, en el entretanto, había buscado en Málaga el aire del mar, atendiendo a El baúl, una tienda de antigüedades en Torremolinos o en Benalmádena, no demasiado lejos de la ciudad del paraíso de Vicente Aleixandre, que había apoyado de hecho la aparición de Cántico y en donde contrajo también domicilio, en su calle Cister, Vicente Núñez.  Era la Málaga de la hora pop que tan bien ha descrito Juan Bonilla, la Málaga cosmopolita que, nos recuerda Alfredo Taján, visitaban los Bowles, Ava Gardner, Frank Sinatra o Jean Cocteau, pero también la Málaga lírica de su amiga Maria Victoria Atencia o la metafísica de Alfonso Canales. Eran otros tiempos, eran otras costumbres, un ensayo de libertad antes de que el cambio de régimen, que también se produjo a finales de los 70, le diese rango más o menos oficial a las libertades en ese viejo país de todos los demonios. A estas alturas del discurso, habrá que remarcar la condición homosexual de buena parte de aquellos poetas, a excepción de Mario López y de algún que otro caso que vieron como el ejercicio legítimo de su sexualidad se vea condicionado por una persecución explícita por parte del machismo ibero y de la legislación concreta de una dictadura que asentaba sus principios en los del nacional-catolicismo.

A Pablo García Baena, apartado inexplicablemente de la primera línea del escaparate lirico español, le reivindicaron luego jóvenes airados que militaban en grupos alternativos como el Colectivo 77 en Granada, Marejada en Cádiz o Antorcha de Paja, precisamente en Córdoba, cuando ya parecía evidente que la estética del poeta, como se afirma rotundamente en sus páginas, era una forma excepcional de rebeldía.

“A los sumo —bromeaba el propio poeta— éramos dandis pasados por Puente Genil: no íbamos con guantes amarillos ni bastones de plata a ningún sitio, pero sí nos considerábamos una élite en una ciudad de provincias de la España casposa”.

El rescate sentimental y literario del grupo Cántico se confirmaría sucesivamente con otras antologías como la que prepara Julio Calviño en 1987. A su entender, la revista cordobesa “quería mantenerse equidistante tanto del tremendismo expresionista y el realismo historicista de Espadaña como del acartonamiento y la retórica formalista de Garcilaso”.

Veinte años después, llegó la de Luis Antonio de Villena, bajo el apropiado título de El fervor y la melancolía. Los poetas de Cántico y su trayectoria. En el contexto del grupo, Villena subraya que García Baena constituye “un poeta cimero del lenguaje”, pero a diferencia de otros de los de su misma promoción, “la calidad de su obra lírica no tiene caídas”.

Luis Antonio de Villena ya se había aproximado a la lírica de García Baena cuando prologó las Obras completas de 1982, a la que habrían de sumarse títulos posteriores. Así, lo define como un “poeta barroco, sensualista, personalista, esteticista y decadente”. Pero, ¿qué conceptos ocultan tales palabras? Barroco, sí, porque como él mismo atina, valora la “sencillez de la palabra justa y bien dicha”.

El viaje poético de García Baena

Sensualista, claro: en su poesía congenia un cierto paganismo que bebe de toda la mitología, especialmente la cristiana, en versos donde el deseo carnal congenia con la penitencia, el gozo de la vida con la muerte del Cristo. Vicente Nebot, en una excelente investigación sobre el deseo en la obra de Pablo García Baena le define como “un poeta vitalista, en cuya obra asistimos a la celebración del gozo, de la sensualidad, pero, al mismo tiempo, aflora la melancolía, porque también es un poeta elegíaco. Y el deseo está presente en todos sus libros, aunque bajo formas e intensidades distintas”.

Personalista, sin duda, sin gregarismo alguno, como un purasangre ajeno a las manadas y con una perspectiva marcadamente propia respecto a la literatura cuando considera que la generación Beat es más antigua que Cántico o que no puede releer a Luis Cernuda porque lo siente como un poeta demasiado cercano. En realidad, García Baena empezó a distanciarse del maestro —o mejor dicho, a matarlo desde un punto de vista freudiano— a partir de Junio, su espléndido poemario de 1957.

Esteticista, por supuesto. Así lo explicaba ante el periodista Javier Rodríguez Marcos en una entrevista publicada por el diario El País en 2006: “Las palabras acuden y siempre se puede escoger. Yo entiendo que la palabra ha de ser la más precisa, y si la más precisa es un poco arcaica, no tengo ningún miedo en usarla, lo cual no quiere decir que yo trate de usar un lenguaje premeditadamente enriquecido, como en esas novelas de Ricardo León, tan empedradas de pedrería que ya no se soportan. La poesía es misterio y precisión”.

¿Decadente? Quizá sólo decaiga el tiempo:  “El mundo, afortunadamente, está cambiando todos los días —declaraba en esa misma entrevista—. Los que ya pasamos de una cierta edad —más bien incierta— tenemos una idea de lo que es el amor, la patria o la poesía que se ha ido arrinconando. No sé si es mejor o peor, pero para un poeta mayor es su mundo el que se viene abajo. Se viene abajo pero para que nazca otra cosa nueva. Lo caduco no se tiene por qué eternizar. Los poetas tendremos que cantar de otra manera”.

Más allá de la literatura, del cine o de la música, en la estética de García Baena prima sobre todo el viaje, a menudo apresurado, como aquellas estancias suyas en Nueva York, con Maria Victoria Atencia, almorzando de mala manera en los museos con tal de no perderse un Van Gogh o un Rothko en ese cansino oficio del turismo, que todos hemos practicado en mayor o menor medida. Pero hay otra condición paralela a ello, la del viajero, que le llevó a conocer Portugal, Francia, Italia, Yugoslavia, Grecia, Turquía, Egipto, Marruecos o La Florida y que deja en sus escritos una clara huella, la de que la patria final del escritor es la del lenguaje, en su caso, un español  excelso y contenido a la par, minucioso y espectacular, sencillo y complejo pero nunca simple.

Medalla de Oro de la Ciudad de Córdoba (1984), Hijo Predilecto de Andalucía (1988), Premio de las Letras Luis de Góngora y Argote (1991), Premio Príncipe de Asturias (1984),  Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2008) y ahora Premio Federico García Lorca en esta edición. Al reconocimiento de la crítica, suma el de sus lectores, que han ido aprendiendo a viajar por las páginas iniciáticas de Rumor oculto (1946), Mientras cantan los pájaros(1948), Antiguo muchacho(1950), Junio (1957), Óleo(1958), Almoneda (1971), Antes que el tiempo acabe (1978), Gozos para la Navidad de Vicente Núñez (1984), Fieles guirnaldas fugitivas (1990) o Los campo Elíseos (2006).

Ya lo avisó Juan Cobos Wilkins: “Pablo García Baena es, frente a la apariencia y ciertas opiniones, un poeta realista, su mundo se alza fantástico pero no se evade fantasioso, y con la Epístola moral a Fabio, con Luis Cernuda, con el Soneto de la guirnalda de rosas de Federico García Lorca, sabe bien del más implacable de los inquisidores, el Tiempo”.

Como en su casa cordobesa, en toda su obra, la sucesiva presencia y ausencia de lo religioso se solapa con un tributo casi permanente a la naturaleza. Su animismo no está reñido con Fray Luis de León pero quizá todo ello no sea más que una máscara porque la esencia de su poética quizá fuera otra. La que intenta definir Álvaro Salvador, cuando explica que el erotismo da coherencia al mundo personal de García Baena y, de nuevo en claroscuro, “es la clave del placer, la conciencia de la muerte, la puerta del conocimiento y, por tanto, el camino de la verdadera poesía”.

Así lo remacha el propio García Baena en la entrevista anteriormente citada: “Se puede cantar todo. La tristeza no es bella y, sin embargo, se han hecho cantos bellísimos a la tristeza. La poesía no es sólo el canto a la hermosura. Lo que sí tiene la palabra es que embellecer los momentos más humanos: la muerte, el olvido, el desengaño del amor”. Así sea. Decadente, esteticista, personalista, sensualista, barroco. Las hermosas gaviotas rondan sobre montañas de basura. Bajo la seda adamascada, los cuerpos pueden estar desollados. Desconfíen del primer vistazo. En poesía, nada es superficial. Y mucho menos Pablo García Baena.

Juan José Téllez
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