Memoria de una música contada
Por Fco. Jess
Comenzó La Música Contada como un suspiro, como podía leerse en la publicidad que aparecía en diferentes espacios y boletines cuando el siglo XX agonizaba, libre por fin del temido efecto 2000. Hace más de veinte años.
El ciclo se asomó con discreción a la escena cultural, casi de puntillas. Héctor Márquez de la Plaza, creador y alma del proyecto, sostuvo durante años su arriesgada apuesta a un altísimo nivel, a pesar de las innumerables dificultades que salieron a su paso. Contra viento y marea.
Yo me enteré del asunto por Carmen, su madre, una mujer excepcional a quien tuve la suerte de conocer. Luego me enteré por Héctor, su hijo, que fue precisamente ella la fuente de inspiración de la idea original.

Creo recordar que para abrir boca se anunciaban Carlos Tena, Jesús Ordovás y Diego Manrique. Nada menos. Para mi desgracia, por motivos laborales no pude acercarme a aprender algo de aquellos popes de la ya casi desaparecida Radio 3. El rumor corrió por los rincones culturetas de la ciudad y supe que aquellas primeras charlas con música simultánea despertaban un interés inusitado hasta ese momento.
La Música Contada ofrecía a un invitado con cierta relevancia en la cultura y relacionado -directa o indirectamente con la música la posibilidad de confeccionar un listado de temas cuyo impacto en su biografía explicaba antes, durante o después de su reproducción. Música contada, tal cual.
Las anécdotas que se descubrieron a lo largo de los años fueron impagables. Las primeras sesiones se celebraron en una pequeña sala del Museo Municipal. Mi primer contacto con el ciclo supuso el encuentro con Andrés Rodríguez, director de la revista Rolling Stone en España. Recuerdo las apreturas, la dificultad para conseguir un asiento. Conseguimos hacernos fuertes en un rinconcito junto a una de las puertas y las dos horas de charla, que supieron a poco, resultaron suficientes para engancharnos al disco fórum.
Luego le tocó el turno al mismísimo Kiko Veneno y ya ni siquiera hubo sitio disponible para los que
llegábamos con la hora pegada. Por fortuna, se consiguió habilitar un monitor para seguir la charla desde la zona contigua. Eso nos permitió a unos cuantos y a unas cuantas no perder detalle a través del plasma y poder redescubrir, por ejemplo, a un artista tan insólito como Frank Zappa.
Música contada, tal cual
Aquello pintaba bien. Las conferencias musicadas se trasladaron al Colegio de Abogados, donde una gran mayoría pudimos ya acomodarnos de otra forma. A pesar de la ampliación del aforo, había gente de pie cuando comenzó su charla Juan Luis Cano, del dúo Corchopan, que subrayó, en su tono habitual, la influencia materna en su pasión por la copla, el flamenco y la música en general. Al final, se arrancó por seguiriyas. Un espectador muy pesado y, al parecer, muy pasado de copas, desentonó entre el público, pero el periodista manejó la situación con muchas tablas.
Luego llegaría el turno de Cifu. El de Jazz porque sí se marcó un monólogo de casi tres horas que se pasaron sin pestañear, con confesiones muy jugosas de su paso por el Whisky Jazz y algún
cotilleo sobre Boris Vian, al que conoció en París. La dilatada selección musical que había preparado y su increíble verborrea nos llevaron a la media noche. En el 7 de Julio, el bueno de Patxi debió cerrar aquella madrugada a horas intempestivas.
Despidió la temporada, a lo grande, una deslumbrante Alaska que llenó hasta la bandera el recinto y sorprendió con despiadados comentarios hacia grupos coetáneos de su época con los Pegamoides. No faltaron Ziggy Stardust y el glam rock, las menciones a la petarda de Divine o su admiración casi mística por Raphael que entonces aún resultaba chocante.
Las anécdotas que se descubrieron a los largo de los años fueron impagables
Los participantes profundizaban en grupos, solistas o manifestaciones musicales que, en ocasiones, sólo conocíamos de pasada. La música contada siguió creciendo, aunque de nuevo fue obligado un cambio de ubicación.
En el Aula de Cultura del Corte Inglés estuvo el polémico Ramoncín, que no dejó indiferente a nadie con su habitual dosis de narcisismo y el empeño en abrumarnos, como despedida, con unos poemas inéditos que no pintaban nada en aquel formato. Genio y figura.
En el mismo espacio, Coque Malla, que ya no estaba en primera línea con Los Ronaldos pero que seguía con interesantes proyectos personales, nos transmitió su devoción por el primer Bowie o la admiración por aquel Jumpin ́ Jack Flash de los Stones que elevó a los altares de la historia del rock.
Unas semanas más tarde, Javier Ruibal destacó su afición temprana por la música, inoculada por su madre y por las canciones de la radio. Siempre generoso, regaló como propina una versión de La flor de Estambul que nos dejó levitando, un anticipo de lo que sería su actuación del día siguiente.
En aquellas temporadas, el ciclo ofrecía continuidad con un concierto posterior a cargo del invitado en la Sala Romero Esteo, un reducido espacio habilitado por el Teatro Cervantes cuyas entradas se agotaban en escaso tiempo. Para terminar el año, Ramón Trecet, multifacético periodista, sobreactuó, como de costumbre, con su arrogante criticismo y planteó, de entrada, una encuesta
imposible: Mick Jagger vs Estrella Morente.
Más tarde, la programación pasó al Salón de Actos de Unicaja, donde una noche de invierno, la presencia de Iñaki supuso un gran pelotazo. El mayor de los Gabilondo nos desveló sus memorias más íntimas, con un gusto y un respeto profundo por la música. Su pasión por las variaciones Goldberg y otros temas populares aderezaron el relato de su biografía.
Luego llegaron Bruno Galindo, fuente inagotable de conocimiento musical y humano al que descubrí aquella noche y el hiperactivo Fernando Argenta, el hijo de don Ataúlfo, que nos deleitó con su erudición y sus curiosas anécdotas sobre su padre y sobre Los Tonys y Micky, ese rockero privilegiado que conseguía antes que nadie los mejores discos de la época. Sorprendente el baile que se marcó con una espontánea que subió al estrado cuando terminaba la función.
Al mes siguiente, caímos a los pies de un Jorge Drexler aún poco conocido para el gran público y que con su verbo fácil nos explicó con detalle lo que significaron en su obra el candombe y las murgas de su tierra. Luego recomendó a su paisano Leo Masliah, un genio inclasificable al que posteriormente vimos en directo.
Aquella noche Héctor leyó unas emocionadas palabras para la persona que inspiró el ciclo y que acababa de dejarnos unos días antes.
Siguieron desfilando por el ciclo figuras tan relevantes de la cultura como Antonio Escohotado, que llenó la sala del Ámbito Cultural del Corte Inglés y desplegó una lección magistral sobre su tema fetiche y a relación entre las drogas y las canciones. Me gustó mucho Olga Román, con su característica ingenuidad y una erudición en la que destacaba su pasión por la bossa-nova y
Milton Nascimento. Recuerdo que mostró una divertida reacción ante el sorteo final que regalaba dos entradas para su concierto de la Romero Esteo. En aquel momento, pasó por allí también el inclasificable Mastreta, que nos ofreció extrañas grabaciones nada convencionales y descubiertas en lugares insospechados.
Hubo mucha expectación para ver a Joaquín Guzmán, el de La Gramola y algo de decepción por mi parte con la selección musical y el personaje. Y cómo no recordar la visita de un pionero como Miguel Ríos, otro pelotazo, que cerró la temporada con su rock y su rollo y sus curiosos chascarrillos granaínos.
Unos meses después se presentó Sergio Makaroff, que encandiló con su fina ironía y desveló sus fuertes vínculos iniciales con la familia Roth. El argentino mencionaba sin parar a Miguelito el Cariñoso, un patrocinador del ciclo cuyo pescaíto frito no pareció dejarle indiferente.
Creo que fue por esa época cuando se anunció, a bombo y platillo, a Joaquín Sabina, pero no estaba
en Málaga y fui ajeno con fastidio al taco que se debió liar en el Cervantes. Ya en 2003, un tierno y tímido Quique González descubrió su admiración por Tom Petty, Jackson Browne y Enrique Urquijo, con quien compartió escenario y canciones.
Santi Alcanda lo recomendó con fervor un año antes, en otra inolvidable tarde de invierno. Creo recordar que, posteriormente, vi a Carlos Álvarez, con su cuñado Perico al quite, en el Antiguo Conservatorio María Cristina, en otra convocatoria de auténtico lujo.
En junio del mismo año, el ciclo se trasladó a los cines Yelmo del Rincón de la Victoria y concentró en el mismo acto concierto y disco fórum, un dos por uno con atractivos novedosos. Pedro Guerra y Ángel González nos brindaron una colaboración inolvidable. Luego pasó por allí Aute, que se retrasó porque decía llegar directamente del dentista.
Se lo perdonamos enseguida. El cantautor de las narices se salió un poco del esquema y no habló apenas de música, se limitó a explicar sus cortos mientras se proyectaban en pantalla, pero nos dejó un grato recuerdo. En la siguiente temporada, por razones que no vienen al caso, me perdí un buen número de sesiones. Nacho Vegas, Martirio, Ariel Rot, Carlos Faraco o Santiago Segurola, a buen seguro, no defraudaron.
Una tarde de sábado, Javier Álvarez cantó, bailó y desbarró sin pausa en el recinto anteriormente conocido como Centro Cultural Provincial de Diputación. Perderme el diálogo con José Ignacio Lapido supuso para mí una gran frustración, pero los horarios laborales se imponían por aquella época.
Volví al ciclo otro sábado para ver a un Loquillo comprometido que agotó el aforo enseguida y en una decisión sin precedentes, ofreció una sesión extra dos horas más tarde. El aforo del Centro de Ollerías era muy limitado pero el Loco se enrolló mucho con la peña. En sucesivas sesiones se
incorporaron personajes con mucho bagaje como Fernando Trueba, Justo Navarro y Gonzalo García Pelayo, a quienes me hubiese gustado escuchar, pero no regresé hasta el final de fiesta para disfrutar de Marlango en el Teatro Cervantes, en un broche final de gran categoría que agotó las entradas y no defraudó en absoluto.
En la temporada siguiente, pasaron por La Música Contada artistas como Bebo Valdés, Josele Santiago, César Strawberry… Y Haro Tecglen, que murió un poco después. Imposible acercarse. Aun con las dificultades, de forma esporádica, lograba escaparme. Llegué a tiempo una tarde al Salón de Actos de Unicaja para presenciar como Luis Delgado ofrecía una lección magistral de sabiduría musical y vital que no tuvo precio y sí mucho valor.
Tras un año en blanco, pudimos regresar al encuentro de Lagartija Nick, representados por Antonio Arias y Lorena Enjuto y presentados por el recordado Jesús Arias, ese talento aún pendiente del reconocimiento que merece.
El ciclo se reveló como una excepcional oportunidad para aprender sobre la música popular contemporánea
Creo recordar que fue en la Sala Gades y allí se entremezclaron los temas sin solución de continuidad. El agua inspiradora del Darro, referentes como Lorca y el maestro Morente, los cero, el Jota y el sorprendente Val del Omar.
La proyección de su película Aguaespejo granadino se interrumpió con un sonido estridente que casi me deja hipoacúsico. Un mes más tarde, en el Teatro Cánovas, Santi Alcanda nos presentó a un inédito Juanma Iturriaga que maridó baloncesto y música, con anécdotas curiosas de su época de internacional y su admiración por Antonio Vega y el tema Lucha de gigantes, traído muy al pelo.
Luego llegó una nueva versión del programa, La Música Contada en Flamenco, un alarde sin precedentes en el tratamiento del género. Allí estuvimos con Guillermo Fesser y Juan Luis Cano, creadores con Gomaespuma de aquel festival Flamenco Pa Tos. No pasaron desapercibidos Raúl Rodríguez, que me sorprendió por su altísimo nivel de conocimientos sobre los grandes de la guitarra y Diego del Gastor, ni el maestro Alcántara, una enciclopedia luminosa que siempre brillaba con luz propia.
A todo esto, el ciclo había traspasado las fronteras de la provincia y ya caminaba por Sevilla, Granada y Cádiz. Tras otro periodo de larga ausencia, volví a la sala Gades a ver a Antonio Luque -Sr. Chinarro-, que fusionó sesión con concierto y soltó alguna de sus perlas antes de ponerse aun más serio con la voz y la guitarra. A Julio Ruiz, a Jota Planetas o al tándem Idígoras-Batanero ya no llegué, para mi desgracia.
Dos años después, regresé para alcanzar, de milagro, el último asiento que quedaba en la ultima fila del Teatro Cánovas y pasar un buen rato con Joaquín Reyes y sus tontunas. El cómico manchego se
movió sin parar por toda la sala, con una logorrea, un ingenio y una capacidad de improvisación asombrosas. Me despedí de La Música Contada como espectador privilegiado, esta vez en primera fila, de la lección magistral del doctor Auserón.
Durante casi tres horas, ni pestañeamos. Su brillante final con “Mi calle” de Lone Star, acompañado de su acústica, fue la guinda perfecta para cerrar unos encuentros que, aunque continuaron un tiempo más por otras ciudades andaluzas, no volvieron a la capital.
Y pasaron diez años. Ahora dicen que vuelve, en Fuengirola, en abril.
Ojalá sea para quedarse, nos hace falta.
Fco Jess

PD.: La Música Contada regresará en una edición especial el próximo 25 de abril en la Casa de la Cultura de Fuengirola con un invitado de excepción, el maestro Kiko Veneno.
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