Puntual a su cita, como si de una novela por entregas se tratase, vuelvo a encontrar en mi correo una nueva página del próximo libro de mi amigo Albert Chillón, El horizonte ayer, una novela sobre el pasado, las palabras y el tiempo.
Desmigo cada frase, acaricio cada párrafo, desgrano cada palabra como me enseñó a hacer mi abuelo con las granadas, depositando cada pequeño rubí, lentamente en el plato, para saborearlas con una cucharita de postre, poco a poco, deseando que no terminen por desaparecer de la escudilla.
Compruebo que la capacidad de evocar de las palabras es infinita. Las páginas escritas por Albert me traen recuerdos de luchas estudiantiles, allá en la Facultat de Ciencias de la Informació de la Autónoma de Barcelona, por conseguir que el voto de un estudiante o del PAS valiese lo mismo que el voto de un catedrático a la hora de elegir el equipo de gobierno.
Yo, estudiante por el cupo de aprobados al examen de acceso de mayores de 25 años, él, un jovencísimo profesor de periodismo literario, traidor como otros (Francesc, Enric, Josep Lluís, Joan Manel, Mar,…) a sus intereses gremialistas.
De sobremesas interminables en las que los más afortunados podíamos escuchar sus averiguaciones sobre literatura o el reportaje como género. De poder comprobar que la ingenuidad no solo no está reñida con la inteligencia sino que consigue multiplicarla.
Pero el poder evocador de las palabras convertidas en novela por Albert va más allá del pasado compartido con el autor. Evoca todos los pasados y todos los tiempos vividos o soñados. Pero sobre todo aquellos en los que llegamos a creer que el horizonte no era el ayer sino el mañana.
Un horizonte en el que imaginábamos una Andalucía diseñada por la lucha del SOC, por la voz del poeta “que vuervan pronto los emigrantes, haiga curtura y prosperiá” donde seríamos capaces de romper “el destino de un tiempo ya viejo” y donde el valor de la palabra, del ejemplo, del compromiso estaban siempre por encima de “camaraderías” y de signos.
Aquel mañana es el hoy. Sólo podemos comprender el ahora, ese ahora trágico, donde falta trabajo y sobra corrupción desde la evocación de lo que fuimos. Un ahora donde la corrupción que salpica, desde una misma concepción de lo público, al concejal que consigue que las rotaciones en un puesto de trabajo municipal acaben cuando el afortunado es un familiar, al alcalde que infla nóminas de empresas públicas, destinadas a ayudar a los dependientes, con allegados ideológicos o que gasta el dinero para los parados en putas y gin tonic.
Un ahora donde negamos la sanidad a los emigrantes y salvamos fortunas amasadas en la codicia. Un ahora donde los andaluces seguimos a la cola en todos los parámetros de educación. Donde se nos venden los derechos como privilegios.
Comparto el título de la novela el horizonte es el ayer. Los valores del ayer. El compromiso de ayer.
Nuestro ahora nos demuestra que no vale un cambiar algo para que nada cambie. No valen atajos para llegar al poder cuando tienes que pagar el peaje de dejar de ser quién eres. No nos valen falsos profetas que hacen lo contrario de lo que dicen de lo que llegaron a firmar ante notario, en aras de un futuro diseñado por los mismos que sustentan el ahora.
Enarbolar nuestros sueños como banderas, enarbolar nuestros valores como baluartes. Hoy, ahora se hacen imprescindibles los versos del poeta: “A veces, el pasado es el futuro”.
Miremos en nuestro pasado lo mejor de nosotros y que sea el candil que alumbre un nuevo futuro.
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