Arquitexturas
Texto de: María Ángeles Robles
I.
Aquellas noches de invierno. Tus pasos en la acera. Monólogo furioso de la conciencia. ¿A quién esperabas entonces? ¿No era a ti mismo? Apresurabas el regreso huyendo de la claridad difusa que asomaba entre los jirones oscuros de la mañana. No recordabas nada. Todo ante ti entonces. Inmaculado. Manchado de ternura. Abrazado a lo oscuro.
II.
Pero no conocías los cuentos de hadas. No había princesas a la puerta de aquel baile. No flores marchitas, no deshojadas. La tarde, una larga sucesión de melancolías. Contar los coches aparcados en la acera. Correr hacia la esquina. Mirar de reojo. Reír contra corriente. Desenfundar lentamente la frase preparada. Y no ocurría nada.
III.
Hubo una luz al otro lado de la mesa. Y canciones tristes por las que brindar a mediodía. Estaban tus manos haciendo círculos concéntricos. Tu voz de vino nuevo. Y estábamos nosotros, pendientes del hilo invisible que ata a la tierra a la gente con pasado. Creíamos en cosas. Mejor en nada. No temíamos a las rosas. Soñábamos su daño. Y tú nos advertías. Doblabas el sudario de la ilusión primera.
IV.
Por el balcón abierto, la vieja torre. El sol reflejado en el espejo. El viento derramado sobre la alfombra. ¿Dónde han corrido todos? Desnudos de nosotros nos revelamos. Sentados ante el muro del último verano. Las hojas de aquel árbol gimiendo como llamas. Y aquel largo pasillo corriendo hacia la nada.
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