Mito, talento, memoria y materia
El nuevo álbum de Mariola Membrives, La Babilonia, está muy por encima y dolorosamente por debajo de todo lo demás…
Quizás sea oportuno contar, al menos aquí, por la confianza que merece este árbol y por su compromiso con lo secreto, algunas violentas y valientes muestras de esta nueva biblia sin pelos en las lenguas que es La Babilonia, una creación que justifica y celebra una vida, una obra maestra y eterna, ajena a las circunstancias, las modas, las urgencias y sin embargo, tan atenta a la vida, las guerras, los conflictos y la supervivencia.

No es casual que su autora, la voz más grande y el nervio más punzante de este ya adolescente siglo, haya decidido aparecer en la portada como un maniquí medio tuerto, atemporal y casi calcomanía, sobre un paisaje de tierra y ausencia, sin agua y con cielos sintéticos. Quien la entienda que la compre. En mi bereber comprender, le falta una etiqueta a esa pose de dummy marciano. Pero muestra una oferta en números rojos con un precio imposible.
Por eso escojo sólo once, mi once ideal, de las veinte minas de esta extracción del signo de estos tiempos que es La Babilonia. Lo demás, las otras nueve, ni son menores ni sobran, pero me falta capacidad y espacio, en el sentido universal de esta palabra, para atacarlas.
1. La cantaora
Tiene demasiadas cosas, para cualquier mortal. Hay un grito primal a los nueve segundos sobre una alfombra de cuerdas dolorosas. La ene eterna de tienen. Parece una edad.
Mariola aspira antes de cantar, porque ya sabe que lo va a soltar todo.
Zumbidos al minuto, de miel y aceituna, amapola y textil.
Marabuntas como hormigas de mar.
Lorca en sus venas.
Y los dos versos que más envidio: “por si acaso se presenta / la visita que no espera”.
Yo veo, no sé, los cuentos más bonitos de Francia y los temblores de Jauja, y Holanda y olas a las que nunca me sabré enfrentar. Y otro regate, muy Paris Saint Germain.
Me duele el corazón, me araña esa guitarra, me arruga su voz, me asombran los ecos del mundo que nos queda. Y llega De mi amado. Donde guarda la ropa sin irse a nadar. Donde cambia la caja de zapatos en la que alimentábamos a los gusanos para que fueran o quisieran ser—Mariposas (no otras cosas).
2. Las guardianas
Ya lo he dicho todo sobre este himno incomparable.
Ya quisieran haberlo cantado las mejores feministas, los hombres que hemos aprendido a dudar, las criaturas de mañana, Disney, Netflix y Pixar. Estoy a punto de bailar otra vez la canción de este siglo.
3. Ira de Tiamat
Se lo pasé a un músico árabe, raro, confuso. Tuve que invitarlo a churros. Me dio unas claves que yo no sabía.
Sigue sonándome a mis limitados referentes anglosajones. Jeff Buckley, The The, y a Anki Toner, de Catalunya, a.k.a SuperElvis…
4. Moonchild
Sólo he tenido dos temblores similares en mi ya largo medio siglo al escuchar una versión.
Uno fue cuando (¿uno fue cuando? estoy perdiendo facultades) la distópica serie de Mr Robot decidió poner como b.s.o. del final de su primer capítulo la versión de Neil Diamond del “Ne me quitte pas”.
Otra es esta burrada, para mí casi lo mejor de su inmensa trayectoria, tubular, riesgosa, sublime. Esa gota que hace cambiar de órbita al mundo… King Crimson meets la Reyna.
5. No sé dónde estás
En realidad, empecé la otra noche a escribir otra vez de esta obra porque no recordaba haber escuchado esta delicia de canción. Sin embargo, la abrumadora carga de sus cuatro primeras composucciones me sacudió tanto que no pude abordar esta. Me fascina este tema porque está siempre muy cerca de caerse en algunos abismos que no me interesan. Pero siempre mantiene el equilibrio, es decir: la magia. La escucho una y otra vez porque sólo así puedo intentar apreciar cada dosis que administra la Membrives: en el 0.40 hay un murmullo necesario, en el 0.50 un aguijón, y en el 1.04 un grito quirófano. Desde ahí, todo se confunde y se pierde, como tiene que ser, errante y cabal. Antes de llegar al minuto dos hay un amago de galope centauro: anunciando exquisitos ejercicios de músicos perfectos, abrigos al pairo de su voz navaja. Pero lo mejor viene luego: Cuando doma la canción en el 2.38, y la vuelve loca para reventarla (o reinventarla) de alma y dolor.
6. Limbo
En esta canción escucho todo lo que se ha caído en el pozo del que siempre quiero beber, el que no es potable pero está vivo y me ayuda a seguir siendo sucio, amargo, yo tengo más fuego que… Aparte de mis neuras, esto que hace la Membrives en esta canción debería llegar a muchas orejas que no sé si temen o ignoran. Puedo nombrar ahora mismo más de una docena que se estremecerían al escuchar tanta osadía, tanto atrevimiento. Me la pongo ya por tercera vez, porque es raro que escriba tan lento, tan atrapado por la exuberancia de los frenos y las gomas quemadas de la letra y de esos sonidos entre el cielo y el infierno (ah, ¿por eso se llama Limbo? O tal vez purgatorio. La Reyna Pulga y Toro…). Cómo disfrutaría poniéndosela a Morente, lo juro.
8. Me mandaron a la Tierra
Es muy significativo que cada vez que escucho cualquiera de las canciones
de La Babilonia necesite, antes de que avancen demasiado, volver a su principio (¿o a sus principios?) para poder acometerlas, entenderlas, disfrutarlas, agarrarlas. Esta, por ejemplo, la he repuesto ya diez veces.
Hay tanta materia, tanto espíritu, tanta mandanga. Lo que empieza en Brasil o en arrecifes, acaba en glaciares y tundras. Abisal y estepa. Todo lo que leí de Julio Verne se reúne y explota aquí. Es insolentemente Bowie. Es heroína y caricia. Una enorme burrada de poesía y amor.
11. Infierno
«El peor de los infiernos está reservado para esas personas que dan su vida por aquellos que solo les dan desprecio y que dan desprecio a aquellos que solo les dan cariño. Yo espero arder en él eternamente. Es lo único que merezco«. Eso dijo Germán Coppini en una entrevista en Radio 3, en 1999.
Desde ese rayo sonoro que se escucha y se siente en el primer acorde de Infierno, se confunde el cielo con las llamas, la brasa con la luz de las estrellas. No me creo lo que hace ese demonio que es Javi Pedreira. Es Enrique Sierra, Ollie Halsall, Bernard Butler, Pete Townshend, Matthew Sweet, Richard Lloyd y muchos más… Una producción alucinante que persigue y caza la excelencia de la vos de salmuera de Membrives y de una de sus letras impecables, sin posibilidad de reproche.
18. De mi amado
Ahora todo es Mike Oldfield, un mal viaje al centro de la Tierra, a Noruega, a cualquier Guillermo Tell, a La caza, del gran Carlos Saura.
A un ridículo Cupido, escupido de esta pandemia, que contrata y pone en pie de guerras la unidad de crímenes sexuales. El manojillo de nervios Y así, como señoritas de Avignon, este vuelo es otro accidente, entrega absoluta de distorsión y estaciones, venta y subasta de los pescuezos retorcidos cuando besan a mi amado…
19. Apocalipsis
Kubrick y Alejandro Magno, Bill Callahan y los templos. Los muslos, el sudor en las columnas. Los surcos. Los huecos del corazón donde bailan y se escapan con azúcar y tiempos muertos estos versos, estos gritos. Tesla y Marie Curie, lenguas como estropajos y charcos como memorias.
Y un homenaje a Cernuda: “Antes el fuego”. Se puede ser grande sin gasolina, pero siempre tienes que llevar encendida la llama.
20. El lecho
“Que se prepare el lecho”. No es un spoiler, es una realidad, casi un resumen de lo acontecido, de lo que va a pasar. “Yo lo beberé, yo lo cuidaré”. Atentos a lo que está gestando está mujer fértil y generosa: se llama Mariola. Mariola Membrives. Y, “hombre de miel”, es lo mejor que nos puede pasar. Por debajo y por encima. Una y otra voz. Una y otra vez.
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