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La romería de san Cecilio

la romería de granada

La romería de san Cecilio

El domingo pasado como todos los años por estas fechas, el pueblo de Granada subió en romería a la abadía del Sacromonte. Cabe pensar que los ciudadanos repiten este acto cada año porque le gustan las habas y las salaíllas, el sol y el paseo. No lo niego. Cabe pensar que lo importante es la fiesta y no lo que se celebra. Tampoco lo niego. Pero esto son las causas de la mayor o menor concurrencia de público, pero no el fundamento de la fiesta.

La cicuta es la causa por la que murió Sócrates, pero el fundamento de su muerte fue su empeño en la diferencia entre el bien y el mal. Me parece injusto que si alguien se pregunta por el fundamento de una celebración se le responda con los dos tópicos al uso entre tertulianos y columnistas granadinos. A saber, en primer lugar: el tópico en virtud del cual toda polémica es estéril ya sea la polémica entre partidarios y detractores del 2 de enero, ya el debate acerca de si la vía del AVE debe ser única o doble. Y en segundo lugar, el no menos tópico y frecuente en virtud del cual “ya está usted otra vez a vueltas con el pasado, cuando de lo que hay que hablar es del futuro”. Las combinaciones de ambos tópicos dan lugar a curiosos sofismas, por ejemplo: “mire usted, lo que pasó, pasó y ya no se puede cambiar”. La rudeza en la formulación de estos tópicos depende de la sabiduría del interlocutor, pero el contenido es invariable.

La historia de los libros plúmbeos, de la abadía del Sacromonte y del patrón San Cecilio Ben Alradi, no pude dejar de verse como una metáfora de la historia de Granada. Mejor dicho, una metáfora de la derrota histórica de esta ciudad, de lo que esta ciudad pudo ser y no fue. De acuerdo en que san Cecilio nunca existió, de acuerdo en que los libros plúmbeos son una falsificación, una “ficción humana”. De acuerdo en todo, pero lo relevante no es esto: lo relevante es que a Granada se le exigió algo que no se le exigía por entonces a nadie: la prueba empírica de la veracidad de unos hallazgos. Falsedades mayores son hoy piedra de base de fenómenos religiosos de impresionante magnitud. Supuestos hallazgos y revelaciones que nadie se ha esforzado en demostrar empíricamente se han convertido en fundamento de cultos masivos e incluso de nuevas ciudades. En cambio, mil doscientas cruces fueron retiradas del camino del monte; los libros plúmbeos viajaron a Roma y no regresaron hasta que un diligente diputado de Izquierda Unida los recuperó en el año 2000 que se dice pronto; la abadía del Sacromonte con su impresionante patrimonio artístico y documental se desmorona y agoniza entre la carcoma y el olvido; la Iglesia Romana, tan cuidadosa en la vigilancia de las tesis históricas que pueden mutar la fe, tiene un despiste tal que nombró el 25 de abril de 2003 obispo titular de Illiberi (Elvira) a Monseñor Cristián Contreras, obispo auxiliar de Santiago ¡de Chile! ¿No habíamos quedado en que la diócesis de Granada es la de San Cecilio? ¿No habíamos quedado en que la Elvira cristiana y la Granada musulmana son la misma ciudad y en que, por lo tanto, es lícito hablar de reconquista y no de conquista?…

Ya está usted otra vez a vueltas con el pasado -pensará el tertuliano de turno que haya leído hasta aquí. Pero si lo importante es el reparto de salaíllas, hombre”. Pues vale, estimado comentarista granadino, para usted la haba, pero para mí que todo esto que les cuento tiene algo que ver con el AVE, la renta per cápita y la autovía a Motril. Para mí, con todo el respeto debido al torpe realismo político hegemónico, que el pasado tiene algo que ver con el presente y con el futuro, y que en el camino del Monte hay algo más que cáscaras de habas.

Plaza de Bibrambla, 30 de abril de 1600 –por favor, vuelvan a leer esta fecha los que dicen que el supuesto ‘paréntesis musulmán’ acabó en 1492 con la dichosa Toma–, el arzobispo de Granada iba a dar a conocer el veredicto de la junta teológica sobre los hallazgos de Valparaíso. Todo –dijo el obispo–, la arqueta y los libros, las reliquias y el lienzo, todo es verdadero y la tierra de Valparaíso es bendita. Y en ese instante comenzó una gran fiesta en la que participaron las tres razas y los tres estamentos de la ciudad. Véase para más belleza la descripción de Felipe Romero en El segundo hijo del mercader de sedas, y contrástese esta descripción con las fotografías que dan cuenta de la ruina de la abadía.

Todo había comenzado doce años antes: día de san Gabriel de 1588 el obrero Francisco Cano que trabajaba en el derribo de la Torre Turpiana (actual iglesia del Sagrario) encontró una caja pequeña de plomo. En su interior había una tableta con una imagen pintada de la Virgen con atuendo egipciano, parte del lienzo que enjugó las lágrimas de Cristo, un hueso pequeño de san Esteban, y un pergamino enrollado escrito en árabe, castellano y latín con noticias sobre el primer obispo de la ciudad allá por el siglo primero: Cecilio Abén Alradi (que sí, que han leído bien los patriotas geológicos: Abén o Ibn o Ben o Bin, que de todas estas formas se puede escribir su nombre, puesto que san Cecilio, el patrón de la muy católica Granada es adscrito por la tradición a las razas semitas). En 1590 se encontraron más reliquias y textos en la misma torre y el arzobispo don Pedro de Castro, mandó exhibirlas como sagradas en la sacristía de la Catedral.

El 21 de febrero de 1595, dos buscadores de tesoros que andaban por Valparaíso encontraron la primera gruta y la primera lámina plúmbea, referente al martirio de Mesitón. La segunda, referente al martirio de Hiscio, aparece cinco días más tarde. El 30 de marzo se hallaron unas cenizas. El 10 de abril la tercera plancha referente a san Tesifón, discípulo de Santiago, llamado antes de su conversión Abén Athar. Los hallazgos aumentaron a partir del 25 de abril y los hubo hasta 1597. Iban acompañados de resplandores, milagros, luces y apariciones. Crecieron las invocaciones y las procesiones, comenzaron las peregrinaciones, se inundó de cruces el Camino del Monte… Nació la romería.

¿A qué venía tanta alegría? Granada vivía los hallazgos como una liberación. Por fin se había encontrado un espacio para la ciudad en la historia de las verdades de la incipiente España. “Ya no hay cristianos viejos, porque los más viejos somos nosotros —decían los granadinos. El primer santo era de nuestra raza. Somos un reino más, una Hispania más para el Hispaniarum Rex (nadie usaba todavía el título de Rey de España en singular)”.

Es por esto por lo que se pronuncian a favor de los hallazgos y con entusiasmo los Caballeros XXIV; y muy viejos católicos, hijos y nietos de nobles y de militares que habían participado en la conquista; y judíos ya ‘expulsados’ cien años antes pero que todos saben que siguen aquí; y orfebres moriscos; y artesanos… ¿Todos los granadinos estaban contentos? No, todos no. Pero esa es otra historia que contaremos otro día.

José Luis Serrano
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