Arte de la crisis, crisis del arte
Hace diez años, dijo Bill Gates que a la industria editorial, a la cinematográfica y a la discográfica le quedaban diez años de vida. Así de rápido y de contundente fue el ciudadano mejor informado del mundo.
Conviene prestar atención a lo que dijo. Si se estaba refiriendo a que las tres artes que mencionó (música, cine y literatura) iban a cambiar de formato, pues vale. No creo que eso le importe a nadie. Si en vez de comprar un libro y leerlo ante la chimenea, vamos a descargarnos un archivo que después pasará por una impresora maravillosa que nos preguntará de paso que si queremos un café, pues mire usted que bien. Pero si lo que Bill Gates quiso decir es que esas artes van a morir a corto plazo y van a ser sustituidas por el movimiento de banalización universal, entonces estaba diciendo algo más serio.
Para los humanos, el arte es una forma de intimidad con la vida. El arte es la demora y, por eso, es una manera radical de vivir. El arte remite a la gloria y la gloria nada tiene que ver con el dinero o el poder. Los que convierten al dinero en objetivo de su vida sufren el vértigo de la infinitud: a la cantidad mayor de dinero que se pueda imaginar siempre se le puede sumar otra unidad. Por eso el dinero nunca satisface a quien lo posee y por eso los ricos también lloran.
Los que convierten el poder en objetivo de su vida suelen despreciar el dinero, pero viven el terror de comprender que el poder no se posee, se ejerce. El poder no tiene sedes, circula. El político de raza sabe bien que hoy tiene un poder que mañana no tendrá y esa es su cruz.
Los artistas, en cambio, trabajan por la gloria. Algo que no es ni infinito como el dinero, ni dúctil como el poder, sino mucho peor: difuso como la vida. Por eso, ecología y arte se parecen tanto. Y, por eso, hablar de crisis del arte es una reiteración. Las artes son siempre críticas.
Para expresar el concepto de crisis, los chinos utilizan dos términos que significan, a su vez, peligro y oportunidad. En esa lengua una crisis es lo que de verdad es una crisis: un peligro y una oportunidad que se dan simultáneamente. Como el arte. Por eso, la crisis nunca es del arte: sino que el arte es el discurso de la crisis. Desde el punto de vista del literato, del pintor o del cineasta, lo que está en crisis es el mundo y la memoria de la experiencia artística es justo lo que nos ayuda a resistir. No es sólo que el arte nos ayude a hablar, es que el arte es el habla. El arte representa siempre la memoria de los que ya no están y también la oportunidad de los que nacerán. Sólo el arte nos enseña a demorarnos. Y la demora es vivir en el tiempo como vive la gota de agua en el agua. No vivimos en el tiempo, somos tiempo. Y el arte es la forma de demorarnos en lo que somos.
Así que si sirve de consuelo para alguien, el arte es una auténtica insumisión contra la dictadura de la velocidad. O de otra forma: contra la aceleración de Bill Gates, todavía cabe la demora del artista.
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