Música

Licantropías

Licantropías | Summer Spree (Club Lento, 2022)
Vintage de barrio

Ya nadie regresa al futuro. Sólo los más valientes logran descubrir la verdad de algún pasado. 

La introducción de Licantropías se titula Licantropías y así, entre negritas, cursivas, fuentes y tamaños, este subyugante prólogo convierte la lluvia en una hipnosis y acompaña al oyente a una sala de cine y ensayo, más de ensayo que de cine, como si fuese un suave crimen seguir queriendo escuchar la música tras superar (¿sufrir?) la enfermedad.

Y lo sienta, al cliente, en una fila de butacas amparadas por el nervio de querer ser mejor, con la ansiedad de definirse tozudo en dos o tres cosas que en esta época cojitranca ya nos parecen casi pequeñas, pero irrenunciables: mirar desde otro lugar incómodo, masticar el tiempo perdido, beberse el miedo al ritmo de los latidos de una pulsera de actividad.

En lo que ya ha dejado de ser el breve siglo XXI, lo inaudito es ser capaz de usar adjetivos obsoletos junto a palabras navegantes en grandes superficies que apenas saben crecer un milímetro sobre el parking de su rival. Y, en este caso, no hay singular más plural. Nidos de ofertas de cacharros programados para ser banderines en cualquier avenida, fiestas infartadas por serpentinas donde la vida se reduce a una calle, el sueño a una esquina, y la familia es un cupón.

Sintetizar, a veces, es demasiado parecido a amar

En el podio de plata vieja: Google Bonita, señorito.

Summer Spree (enésimo alias de Álvaro Muñoz; Tarik, La Fábrica de Colores, Rufus T…) nació para jugar al despiste, para marcar los tiempos y olvidarlos más antes que después. Tras Licantropías, la canción, y Google Bonita, la declaración de principios, o de finales, llega la tercera canción, y a la tercera va la vencida, y esta vez la vencida es la que gana. En un espejo roto es ese cuchillo melifluo que siempre dice “¡Presente!” en los sueños que nos besan las noches y nos acarician las mañanas. “Eres mi desgracia y mi pena”, como resumen y spoiler.

Un desgarro en la luz que, de momento, sólo es un cartel. (¿Cartel lleva acento en la ele, o lo lleva en el ayer?). Billy Idol, Billy Boy, se apagan los besos de esos susurros antes de que el corazón deje de.

Y, sin teaser ni trailer, llega esto: Entonces por qué, un grito que puede acercarse a este otro: “Entonces, ¿para qué?» Quizás para demostrar que no todo lo anterior debe desaparecer, ni mucho menos desaparecerse, ni siquiera parecerse, ni desesperarse, porque le basta con permanecer. Es enternecedor seguir cantando sobre rincones que hoy son chozas. Cantar y bailar en esos instantes que son ecos, con plurales que jamás, en ninguna otra voz que no sea la de Álvaro Tarik, serían tan singulares. Es de justicia reconocer que aquella rebeldía pedestre, y de filosofía zigota, y de política, en el sentido primitivo de todas estas palabras, sitúa este himno entre ladridos, aullidos, blams-blams y una contención estética y moral que no se extiende ni siembra más allá del lugar que sabe que le pertenece.

Hay muchas maneras de llegar a la única puerta que te importa

Ni siquiera el más bobo podría separar la ruta de Volvo Verde del invierno, del siglo de oro, de la arquitectura y de Ric Ocasek. No Cars Go, que decían los Aracade Fire. O sí. Porque hay canciones que te permiten viajar a cualquier sitio, en cualquier cacharro, a la hora en la que sabes que nadie te denuncia. Y porque hay muchas maneras de llegar a la única puerta que te importa.

Limahl y la Olivia Newton John se reviven en Llévame a la feria. Un vergel de casetas y cassettes. De la saeta a la caseta, ese mantra cordoboide.

Si Summer Spree no hubiese escrito hace unos años Jóvenes ni La hora más fría, creo que su sofá de piel auténtica sería Leones en la lluvia. Me resulta imposible imaginar algo así, tan punk, pop, new wave, lírico, ácido… Se puede escribir mejor: “Tengo en mi memoria átomos de tu colonia” ¿Alguien más sabe pervertir una guitarrita semifunky sobre un latido agonizante?

Te espero en el parque es la sempiterna canción que Tarik incluye en cada uno de sus discos para demostrar que está muy por encima de todo; de nosotros, de los siglos, de las reglas, del dolor. Lo hace a mala leche, y siempre le sale bien. Cualquiera que se detenga en lo que hay detrás de esta letanía tendrá la suerte de vivir durante unos minutos una especie de revelación, de riqueza extraña, de acceso al sueño de poder llegar a estar cerca una vez.

Declivia es, probablemente, la composición de la que más satisfecho se sienta este autor que, bajo el parador de las ofensas, demuestra la dinastía a la que pertenece. 

Dicho, o casi confesado, esto, acabo de subir el volumen para escuchar mi canción favorita de este álbum. “Y ahora pagarán por tus pecados tus hijos”. Lo que pasa por debajo de esa sentencia cruel es una pura burrada: en serio: cómo superar esos 12 segundos de En la retirada. Es La canción esdrújula que tantos intentaron armar sin llegar a amar, y de esa capacidad de amor nace esta excelencia.

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