Entrevistas

Jorge Carrión: «La opinión se ha convertido en una especie de gran credo colectivo»

Jorge Carrión
Foto por Pedro Mañueco

Jorge Carrión: «La opinión se ha convertido en una especie de gran credo colectivo»

Semanas de confinamiento. Redes sociales desaforadas. Ficción televisiva. Distancia física y miedo al otro. Lo dogmático y su barbarie. Los lugares comunes. Cifras disparadas. La sensación inédita de vulnerabilidad. El año de la pandemia. El virus como actor socioeconómico. La transformación digital. Necesidad de aprendizaje colectivo. También la distancia entendida como pensamiento, necesidad de pensamiento. De análisis y reflexión.

De esto trata ‘Lo viral’ (Galaxia Gutenberg, 2020), un diario especulativo escrito por Jorge Carrión que piensa, en tiempo real, un presente huidizo que se configura con cada nueva rutina; un diario que, además, actúa como puente entre coordenadas propias del siglo XX y las variables sobre las que cabalga este siglo XXI.

¿Por qué consideras que (parte de) las variables que definen – y definirán- el siglo XXI arrancan con la pandemia?

Escribí el libro sin ninguna distancia crítica, de modo que en él encontramos intuiciones que no podían ser comprobadas, fruto, digamos, de mi oficio. Soy crítico cultural, escribo regularmente sobre la actualidad de la cultura, la ciencia o la tecnología, de modo que cuando llegó la pandemia tuve que encontrar temas, cuestiones que analizar en mis artículos. Hacer crítica del presente en un momento presente particularmente críptico. Pero creo que con los meses se ha visto que no iba mal desencaminado. Tal vez la gran característica de la primera mitad del siglo XXI vaya a ser la digitalización total del mundo. Y, como intuí en marzo, la pandemia ha acelerado esa transformación.

En distintos momentos de este diario especulativo abordas la necesidad actual de generar mitologías contemporáneas de rápido consumo. ¿Por qué esa necesidad, de dónde procede?

La literatura actual está dominada todavía por una mitología del siglo XX. La guerra civil española, la segunda guerra mundial, el holocausto, las dictaduras latinoamericanas, el muro de Berlín o Chernobyl son algunos de los motivos frecuentes en buena parte de las novelas que se publican hoy. Desde ‘Los muertos’ y ‘Teleshakespeare’ yo, en cambio, he intentado trabajar en una mitología propia del siglo XXI. Una mitología transmedia, digital, queer. Es la tensión que trato en el libro: entre lo clásico y lo viral. La viralidad se define por la cantidad, la lógica de los contenidos es su proliferación infinita y para su generación incesante vale todo. Por ejemplo, la expansión de los grandes universos narrativos del siglo XX, como el de Tolkien, el de los superhéroes o el de Star Wars. Como casi siempre ocurre, es en el arte contemporáneo donde se está dando más claramente una transición entre ambos imaginarios, el del siglo XX y el del siglo XXI: se está pasando de proyectos vinculados con la memoria histórica o la arqueología a proyectos sobre Big Data, Inteligencia Artificial, física cuántica, inteligencias animales y vegetales o mutaciones corporales.

Reflexionas, en una de las entradas, sobre el reconstruir de los días, las jornadas – con o sin pandemia-. ¿Obsesión por lo nuevo? ¿Evitar la rutina y su identidad?

El tiempo familiar se espesó durante la cuarentena. Hubo momentos muy hermosos y otros muy duros. En el diario hablo sobre esa ambivalencia. Que también se podía ver en el consumo cultural: por la noche veíamos las nuevas series, las películas que habían colgado en HBO o en Netflix; pero durante el día buscábamos a los clásicos en nuestra biblioteca.

Lo vital ¿terminará por transmutarse en lo viral?

Ya empieza a confundirse. Buena parte de nuestras vidas están supeditadas a criterios virales. Los seguidores que tenemos en las redes, o que tienen las empresas para las que trabajamos; los pasos que hemos dado y que ha registrado nuestro reloj; las puntuaciones de los restaurantes donde tenemos que decidir si reservamos o no una mesa, o de las películas que tenemos que decidir si vemos o no; los memes o los vídeos que nos llegan por WhatsApp. El etcétera es largo. Cada uno tiene que pactar con ese nuevo mundo. Yo, por ejemplo, uso un reloj analógico y leo libros sólo en papel.

Lo masivo y lo invasivo. La viralidad digital. Realmente, ¿otro orden es posible?

Es posible, pero no probable. La humanidad ha decidido que el futuro pasa por los datos masivos, los algoritmos, la dependencia de la Nube. Es una decisión que tiene que ver más con la economía que con el sentido común, porque no ha sido en ningún momento votada, decidida, consensuada, en términos democráticos. Es una revolución que comenzó hace medio siglo en California y que se ha impuesto globalmente. Recuerdo que la última vez que estuve en Pekín, hace menos de dos años, el aeropuerto me pareció un parque temático de la publicidad de inteligencia artificial. No hay plan B.

Los mass media se han presentado como excelentes vehículos transmisores de lo viral. La réplica incesante. ¿Podrá el cuarto poder recuperar el control sobre la esencia del oficio?

Las esencias no existen. Todo es mutación. El periodismo tiene que adaptarse a las nuevas reglas del juego y fijar algunas de las reglas clásicas como innegociables. El modelo global es también norteamericano, el del New York Times, que se ha convertido en una gigantesca empresa de producción transmedia de no ficción. Ahora empieza a ser acusado de perjudicar, con su éxito excesivo, a los medios pequeños, locales. Parecería que la única vía es la de Facebook, Google o Amazon: la tendencia al monopolio.

Y en esa réplica incesante, la opinión superlativa. La obsesión por estar en la conversación…

En efecto, la opinión se ha convertido en una especie de gran credo colectivo. Cuando les digo a mis alumnos que su opinión, en principio, no me interesa, que solamente me interesa si está informada y meditada, siempre se sorprenden. Están acostumbrados a una escuela en que dar la opinión personal es importante. Y a unas redes sociales que han magnificado la opinión. Yo intento opinar públicamente sólo de lo que sé. Muy raramente escribo tuits sobre política o sobre economía o sobre sanidad pública o sobre deportes. En un año hemos pasado de una España llena de gente que sabía más de fútbol que Guardiola a una España llena de gente que sabe más de vacunas que el Ministro de Sanidad.

¿Cómo afectará esta crisis al sector de la cultura?

Ya lo ha afectado. Radicalmente. La escisión entre lo clásico y lo viral ha perjudicado sobre todo a los profesionales vinculados con las artes escénicas, porque son sobre todo analógicas. Yo diría que tendemos hacia un modelo híbrido de consumo cultural de artes vivas -danza, teatro, música, performance, presentaciones de libros, conferencias-, en que habrá espectadores presenciales y remotos. La buena noticia, una de las pocas de los últimos meses, es que ha aumentado el índice de lectura, nuestra necesidad de relatos y de experiencias estéticas y, espero, nuestra conciencia de que necesitamos la cultura. De que no sabemos vivir sin ella.

Resulta fascinante la entrada en la que especulas sobre la diferencia entre el influencer y el gurú. ¿Democratización de la cultura?

Estoy escribiendo ahora mi próximo artículo para el New York Times, en que intento dibujar una anatomía del influencer, en estos momentos de auge de los influencers virtuales. Intuyo que hace diez años, en efecto, el acceso a ese nuevo estatus era democrático. Pero ahora es enteramente algorítmico. En la consagración de un influencer en YouTube e Instagram ya no se imponen el talento, la perseverancia o el carisma, sino el apoyo de las plataformas y de las marcas. En ese sentido, claro, ahora son más democráticos, digamos, Twitch y TikTok.

Esta pandemia ha fragmentado y ordenado, durante el confinamiento, nuestras subjetividades en cubículos. ¿Se han podido alterar y (re)definir nuevas realidades psicológicas?

Me pregunto si nuestro cerebro estará adquiriendo la forma de una cuadrícula de Zoom. Sin duda las distancias, las prohibiciones, los miedos están cambiando nuestra forma de relacionarnos con los otros y, por supuesto, con nosotros mismos.

El confinamiento aumentó la presencia de nuevos lenguajes y géneros dentro de la experiencia cultural. Pienso, por ejemplo, en los podcasts, género que ya venía mostrando una trayectoria de consolidación entre el público. Además de esta consolidación y aumento, ¿crees que la pandemia ha ayudado a generar nuevos géneros y lenguajes que verán la luz en los próximos meses?

En 2020, además de publicar Lo viral, ese diario o ensayo de urgencia sobre un año que probablemente será una bisagra en el siglo XXI, estrené en Podium Pódcast «Solaris, ensayos sonoros». Son proyectos hermanos. En ambos, uso, por ejemplo, puntualmente, instrumentos de la ficción para enriquecer, espero, la crítica cultural. Pues bien, la recepción ha sido extraordinaria. También de la edición, leída por mí, de Lo viral en Storytel.

Ese giro hacia lo sonoro, hacia el audio, va a definir esta tercera década. Va a haber un gran auge de todo lo virtual y vamos a encontrar en el oído una conexión con el mundo anterior, no sólo el clásico, también el antiguo, el de los cuentos alrededor de la hoguera.

Y el diario. Siempre el diario como disciplina que nos permite, no sólo reflejar un presente, sino pensarnos a través del ejercicio de la escritura. En ‘Lo viral’ juegas con el género y también rescatas escritores vinculados al diario. ¿Es el diario la mejor manera de contar lo que acontece en tiempo real?

Es una de las formas, tal vez sí es la mejor para contar lo íntimo, lo privado, en una época en que tanta gente expone en redes sociales su intimidad. Yo no lo hago. Recurrí a un libro para hacerlo, con pudor, sin duda. Y leí, en efecto, a decenas de autores que escribieron diarios, desde Woolf o Klemperer hasta Piglia y Fang Fang, para encontrar en ellos pistas sobre cómo escribir el mío. Con la conciencia de que se iba a publicar, claro, porque escribo un diario desde hace veinticinco años, pero que no pienso publicar en vida.

Para cerrar esta conversación. Y, por fin, la ciencia…

Si te refieres a la vacuna, las versiones actuales no creo que sean una solución definitiva. Antes te decía que todo es mutación, también lo es la ciencia, por lo que he leído, intuyo que también lo son las vacunas.

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Cristina Consuegra
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