Rosario Izquierdo: «Echo en falta incorporar en la agenda urgente del feminismo la realidad de las mujeres pobres«
Rosario Izquierdo es una autora que se encuentra muy cómoda en lo fronterizo y en la (re)afirmación más radical de lo popular. Suele bucear en la realidad y sus representaciones para encargar a la práctica literaria una misión tan sencilla como desafiante, especialmente, por los tiempos que corren: dialogar con el acontecer y sus fracturas. Este diálogo lleva a la escritora onubense a dar vida a ‘El hijo zurdo’ (Editorial Comba, 2019), historia que toma como punto de partida la relación madre hijo en dos contextos socioeconómicos bien distintos que comparten la filiación de los hijos al fascismo contemporáneo. Desde esta idea, Izquierdo eleva toda una reflexión sobre la presencia abrasadora de la lógica de la precariedad, en su más amplio sentido, en la sociedad actual.
La realidad se ha convertido en una amalgama de ruido de diversa intensidad. Cuesta encontrar un refugio desde el que ofrecer una oportunidad de diálogo y construcción. En ‘El hijo zurdo’, señalas hacia una de las causas que nos han llevado a esta situación, la educación ideológica. ¿Llegamos tarde para corregir los daños inferidos por los distintos modelos educacionales padecidos?
Rosario Izquierdo: Tu pregunta me recuerda aquello que decía el sociólogo francés Pierre Bourdieu: A veces temo que la gente se despierte cuando ya sea demasiado tarde. Al escribir la novela no he sido muy consciente de esta cuestión que dices, la educación ideológica. Yo quería explorar el desapego entre una madre, Lola, y su hijo adolescente. Lola ha sufrido la represión de las escuelas franquistas contra la zurdera. La novela no entra en aquello que su hijo ha recibido en la escuela, pero verás, la ideología ha seguido actuando en las aulas, claro que sí, pervirtiendo la historia, intentando borrar o minimizar los daños que ha hecho el franquismo en la sociedad española, por ejemplo.
Eso no explica por sí solo que el hijo se haga neonazi. Hay otros agentes socializadores, dinámicas alejadas de la educación reglada, otros grupos de iguales fuera de las aulas y estrategias diseñadas para que un chaval entre en una espiral como ésa. Creo que la educación debe fomentar la conciencia crítica: el despertar de la gente, desde la infancia, para cuestionar cualquier clase de poder que con su violencia se imponga a las personas por ser mujer, o pobre, de otra etnia u orientación sexual, por ejemplo. La educación puede adormecernos o despertarnos, hacer que seamos conscientes de esas violencias –a veces invisibles de tan asumidas- pero también, y esto me interesa mucho, empoderarnos, saber que tenemos poder para enfrentarlas.
La única ideología debería ser el respeto a los derechos humanos y a la naturaleza, y la defensa de la igualdad económica y de género, que se ha convertido en una cuestión de supervivencia. Lo peor es vivir bajo el narcótico de una ideología sin alternativas como la neoliberal, que fomenta la obediencia y la sumisión ante grupos de poder que siguen actuando contra la vida y las personas. Según la UNESCO, la educación tiene cuatro tareas principales: aprender a conocer, a hacer, a ser y a convivir. En Lorenzo, el hijo zurdo, y en su colega El Loco, no parece que haya quedado mucha huella de eso.
¿Y cómo convencer al responsable público de que la educación no debe estar sujeta a siglas ni a propagandas electoralistas?
Creo que defendiendo lo que te acabo de decir, la necesidad de una educación de calidad que potencie la posibilidad de pensamiento crítico y por tanto de participación ciudadana y acción contra el poder. Exigirlo y procurarlo desde todos los frentes e instituciones posibles, empezando por la familia y el asociacionismo, pasando por las urnas, actuando en la calle.

Uno de los ejes sobre el que apoyas la historia de ‘El hijo zurdo’ es la consolidación del fascismo entre las generaciones más jóvenes y de diversa procedencia socioeconómica. ¿Cómo esta deriva?
El desapego entre Lola y su hijo Lorenzo, idea original de la novela, podría haber venido dado por las drogas, por ejemplo, como sucedió en tantas familias en los años 80 y sigue sucediendo, pero aquí se da por la adscripción de Lorenzo a un grupo neonazi, algo que supone una discrepancia ideológica fuerte con la madre. No pretendo entrar a explicar las causas de estas derivas reaccionarias en los jóvenes, más frecuentes y visibles ahora que cuando la novela se escribió. Es un tema que me preocupa, y escribo para intentar comprenderlo, explorar su huella subjetiva y su naturaleza transversal en familias de diferentes clases sociales.
Y ahí se produce el encuentro entre Lola y Maru, dos madres jóvenes y desconcertadas. La novela va más por la exploración de ese encuentro entre mujeres diversas que por esbozar una explicación sociológica a la consolidación del fascismo en jóvenes. Este intento habría dado otro tipo de novela. Claro que hay explicaciones para eso: la escasez de horizontes para la gente joven, la falta de conciencia crítica que prepare para la participación ciudadana, el abandono del bien común y la infantilización de la sociedad son buen caldo de cultivo para el fascismo, que sabe manejar el odio anulando la razón y apelando a lo emocional, al rechazo instintivo a lo diferente, y es capaz de disolver las conciencias individuales en organizaciones rígidas, duras.
Lo explicó muy bien Hanna Arendt y también lo hizo Primo Levi al intentar comprender ese odio que él sufrió en primera persona por su condición de judío. Cuando hablamos de “rebrote” del fascismo nos referimos a algo que nunca murió, que ha seguido latente en Europa y ahora, como vemos, se hace visible y se está exacerbando, con resultados nefastos para la convivencia en libertad.
Eres una escritora que siempre permanece atenta a lo que ocurre en la experiencia de la vida, no te escondes tras artificios para señalar hacia aquellas desigualdades que nuestro comportamiento socioeconómico está causando en algunos sectores poblacionales. ¿Por qué nos cuesta tanto dirigir nuestra mirada hacia según qué horizontes?
Soy una ciudadana que permanece atenta a las desigualdades y a cómo nos afectan, y eso se filtra inevitablemente en mi escritura, que se alimenta de aquello que soy y de cómo vivo. El capitalismo intenta y consigue dirigir nuestra mirada hacia otra parte. La publicidad y el bombardeo informativo nos lanzan a un consumismo e individualismo exacerbados, anulando nuestra capacidad de empatía. Vivimos en espacios sociales muy herméticos, la movilidad y la comunicación entre clases sociales son escasas y difíciles.
Nos imponen el mito de que un chaval o una mujer de barrio, si quieren, pueden llegar a “lo más alto”, y por tanto quien no llega es porque no quiere, incluso quien no trabaja es porque no quiere. Son mentiras muy extendidas en las democracias occidentales, que condicionan nuestra subjetividad. Mi preocupación son las mujeres más pobres y que no han tenido acceso a la educación. Nos cuesta verlas porque están invisibilizadas, pero son muy valiosas, tienen un potencial grande, que al ignorarlas se pierde para ellas mismas y para la sociedad. Me gusta plantear en una novela la posibilidad de saltarnos nuestros espacios sociales herméticos y dar pasos, aunque parezcan pequeños, para crear comunidad, alianzas y lazos de apoyo entre mujeres diferentes, todo ese potencial político y transformador que de verdad puede hacer daño a un sistema injusto y procurar soluciones ante la creciente precariedad.
Cuestionas la familia como esa suerte de institución social que presiona a hombres y mujeres, que los limita como seres humanos…
Sí, pero a las mujeres sobre todo. Lola, la madre zurda, usa en algún momento la metáfora de la familia como una olla a presión. Siempre me ha servido esa metáfora, porque los conflictos dentro de la familia reproducen en un espacio social muy limitado los conflictos sociales que la rodean y se van cociendo ahí dentro hasta alcanzar una presión difícil de soportar. Las mujeres recibimos con más contundencia que los hombres el impacto de la familia en nuestras vidas.
El matrimonio es un invento diabólico con excelentes resultados para mantener toda la estructura desigual en pie. La maternidad y los cuidados de familiares dependientes, que suelen recaer en las mujeres, siguen siendo mecanismos de control muy eficaces. Somos las mujeres quienes interrumpimos o dejamos a medio gas nuestros proyectos vitales por la maternidad, soportando además ese modelo de madre perfecta que se nos ha inoculado desde niñas y es lo que nuestro entorno espera de nosotras. Es difícil trascender el papel de esposa y madre para llegar a una plenitud personal. La literatura ha entrado poco todavía en estas zonas ocultas. Me interesan las nuevas representaciones culturales de mujeres que cuestionan la realidad de un sistema familiar y social que hace aguas, digan lo que digan quienes niegan la violencia de género y toda discriminación de las mujeres en el mundo.
En ocasiones, tengo la impresión de que el feminismo parece tener que ocuparse de todos los males del presente. Sin embargo, al menos en mi opinión, sí debe ocuparse de la lógica de la precariedad que suele garantizar el que siempre haya un número de mujeres susceptible de ser explotado y, quizá me equivoque, a veces percibo que nos enredamos en debates estériles que sólo favorece a quienes se atrincheran.
El feminismo siempre se ha involucrado apoyando movimientos sociales como el antirracismo, el pacifismo, el ecologismo y el movimiento LGTBI. Ahí me sitúo como feminista. Miro la realidad con perspectiva de género y rechazo la idea de una ley que pretenda borrarla, negar la discriminación por razón de sexo. Me decepcionaría mucho que este gobierno de izquierdas permitiera eso, porque no podemos permitirnos pasos atrás en lo que con mucha dificultad se va consiguiendo. Me pregunto qué grupos de poder están presionando. Otra cosa diferente es verme obligada a tomar partido en un debate que atiende poco a la complejidad, desde esa lógica maniquea e intransigente de que estás conmigo o contra mí. Me niego. Para mí el feminismo debe ser humanista, inclusivo e interseccional, y estar siempre abierto al debate y al diálogo. Entro en Twitter y me espantan muchas cosas que leo. Fuera de las redes siguen bien presentes la violencia de género, la violencia sexual, el uso de mujeres como mercancías en la lógica deshumanizada del mercado. Lo vemos en los vientres de alquiler y en las redes internacionales de prostitución y trata, que como analizan las sociólogas Saskia Sassen y Rosa Cobo Bedia, son un tráfico humano institucionalizado, añadido al PIB de muchos países.
Toda esa violencia estructural sigue en pie y se refuerza con debates que amenacen con dividir al movimiento feminista. Echo en falta incorporar en la agenda urgente del feminismo la realidad de las mujeres pobres, incluir a las excluidas, que son y serán cada vez más, a causa del desmantelamiento del supuesto estado del bienestar. Hay que conocerlas, contar con ellas y poner el valor de sus vidas al mismo nivel del que tienen las vidas de las mujeres que rompen techos de cristal. Lo que pedía Angela Davis en EE.UU. en los años 80 sigue sin resolverse y debe seguir siendo reivindicado: meter en la agenda feminista acciones para mejorar la vida de las mujeres pobres, contando con ellas, y que la sociedad se beneficie de la riqueza que pueden aportar. Este sí sería un debate constructivo.
También deslizas, a través del comportamiento y construcción de las protagonistas, los efectos de las construcciones culturales en las mujeres. Pienso en el deseo, en la capacidad para desear de una de las protagonistas. ¿Qué efecto ha tenido en las mujeres el ser conscientes de que podemos ejercitar nuestra capacidad de deseo?
Me pregunto: ¿las mujeres ejercemos de verdad nuestra capacidad de deseo? En la novela se reflejan algunos mitos como la imposibilidad de desligar el sexo y el amor en las mujeres. ¿De verdad eso es así, o ha sido sencillamente otro mecanismo de control sobre los cuerpos y voluntades de las mujeres, para que sigamos soportando todo el peso de los cimientos de la familia tradicional? Hacernos conscientes de nuestros deseos verdaderos implica un esfuerzo de deconstrucción de lo aprendido, es un trabajo paralelo al de tomar conciencia feminista. Supone enfrentarnos a toda la estructura patriarcal, identificar qué violencias recibimos desde niñas y cómo éstas consiguen dirigir nuestro deseo hacia algo que de verdad no deseamos. En ese proceso continuo hacia el conocimiento propio y la libertad de elegir lo que deseo, me gusta encontrarme con otras mujeres diferentes a mí, escucharlas y dialogar para conocernos y reconocernos.
También te puede interesar...
- Patricia Simón: «Los momentos más memorables de cualquier vida son aquellos en los que construimos algo hermoso con otras personas» - junio, 2023
- Esther Paniagua: «La regulación es la herramienta que tenemos para evitar los abusos de poder y las violaciones de derechos humanos» - mayo, 2023
- Rocío Verdejo: «Quizá a mí también me falta esa capacidad de arriesgarme que le falta a España» - mayo, 2023

