Isabel Bono: «Me apetece hablar de la familia, hurgar ahí, en esa imposición de no ser críticos con personas con las que nos ha tocado vivir«
La literatura de Isabel Bono no responde a cauces artificiales, ni obsesiones por estar en lugares que le son ajenos. Sus conquistas guardan relación, exclusivamente, con la respiración de corte literario. Su palabra surge del ejercicio genuino de la curiosidad. La curiosidad ligada al asombro, al hallazgo. Al conocimiento. En su última entrega narrativa, ‘Diario del asco’ (Tusquets, 2020), Bono indaga sobre el deseo de estar en el mundo y los modos de pertenencia al mismo; sobre la familia como artefacto monolítico que limita, amputa y concede; sobre la memoria que se escurre y cuela en las arterias de la existencia más ínfima. La memoria de gesto pequeño desde la que puede brotar aquello que haga fracturar el suelo que pisamos.
En ‘Diario del asco’ trazas, radiografías, la vida/no vida de Mateo, el peso de la ausencia de otros, su contradicción perpetua. Las ganas de no estar y, sobre todo, su inacción. ¿La vida le pasa por encima antes de que pudiera llamarla vida?
Yo creo en la genética sobre todas las cosas. Como hay personas que nacen rubias o morenas, las hay que nacen sin entusiasmo, sin curiosidad, sin «sangre» para encarar la vida. Si a eso le sumas un ambiente tristón, unos padres maniáticos, habría que ser muy fuerte para luchar contra todo eso. La vida no es nada, «solo» estar vivo. La vida es lo que haga cada uno con ella según lo que le haya tocado. Depende del carácter de cada uno dejarse aplastar o no. Mateo se deja hacer. Incluso cuando tiene algo bueno delante, lo deja pasar. Lo que me gusta de mateo es que no culpa a nadie de su inacción, de su «mala suerte». Él sabe que es el único responsable de lo que le pasa.
Mateo, ¿nace del absurdo?
No lo creo. Cuando se habla de absurdo en literatura se relaciona con el surrealismo. El surrealismo y el absurdo sólo me interesan en el plano del humor, el surrealismo serio (digamos) no me interesa nada. Yo no veo nada absurdo a Beckett, por ejemplo. Cuando se habla de absurdo, en general, me encojo de hombros. Nacemos para perpetuar la especie. Ese es el sentido de la vida. Después, el sentido que cada uno quiera darle. Como si no se le quiere dar ninguno. ¿Dónde cabe el absurdo?

Un gran acierto de ‘Diario del asco’ es la estructura, ese flujo de conciencia que aparece en dos de los capítulos.
Desde hace mucho tiempo no me interesan las novelas lineales, digamos. Me gustan las historias donde no veo los hilos, la tramoya, donde el pensamiento fluye. El pensamiento no es lineal, es errático. De ahí los capítulos 0 de ‘Diario del asco’. Me acordaba de Beckett, de sus obras de teatro o de radio. De ‘Eh, Joe’ o de ‘La última cinta de Krapp’. También pensaba en ‘Imaginación muerta imagina’. Lo difícil fue poner eso en palabras. Quería plasmar el pensamiento de mateo. Lo intenté sin puntos ni comas, pero hasta a mí me costaba leerlo. Por eso opté por meter dos puntos a principio de las frases, o por no usar casi mayúsculas. Cuando pensamos no hay nada de eso, todo es atropellado y fugaz. Seguro que habrá otro modo de hacer la radiografía del pensamiento, pero yo no he encontrado otra, de momento.
El lector es clave en la historia, interpelas a un lector activo…
Bueno, eso viene después. Mientras escribo no hay lector. Mis papelitos y yo, nadie más. Sigo escribiendo por placer, intento escribir para entenderme yo, para disfrutar yo. Una vez escrito, si pienso en la posibilidad de que alguien más lo lea, ahí entra el: a) ¿Ponerlo fácil? b) ¿Medir a los posibles lectores por mí? Y, de momento sigue ganando la b). No me gusta que me lo den todo masticadito, así que «deseo» lectores afines a mis gustos.
Uno de los asuntos más interesantes de la novela es cómo reflejas la ausencia del que ya no está a través de los objetos que se quedan, de las siluetas permanentes en los huecos del hogar.
Para mí, cuando alguien muere deja un hueco. No uno, mil. Un hueco en cada cosa/lugar en el que ya no estará. Me viene la imagen de una blusa de mi abuela que me dieron mis tías. Mi abuela no estará dentro de esa blusa nunca más, ahora la lleno yo cuando me la pongo, pero sigue vacía de ella. O cuando veo un libro o una película que le hubiera gustado a mi amigo Antonio, su mirada no está allí. No sé si me explico. Fíjate que no pienso en huecos metafísicos, ni en vacío interior ni (casi) en echar de menos. Nunca pienso que me he quedado sin esa persona, pienso en que esas personas se han quedado sin ver/disfrutar tal cosa y que las cosas se han quedado vacías sin ellas. Los huecos físicos son tremendos, parece frívolo, pero no porque son los que nos hacen «ver» que falta alguien. Imagina que tu madre muere, racionalizas, ley de vida, todo lo que tú quieras. Pero encuentra sus zapatillas bajo la cama. ¿Qué?
‘Diario del asco’ reflexiona, en clave narrativa, sobre las ganas de no estar en este mundo. Auxiliar a quien, tras vivir y atesorar el paso del tiempo, decide que no quiere estar más a este lado. Y del suicidio, su dureza, su trazo inexpugnable.
Jamás animaría a nadie a suicidarse, pero respeto profundamente a quien decide hacerlo. Si tuviera oportunidad, le diría que fuera curioso, que explorara, que lo dejara para otro día, total si ya no tiene nada que perder… Hacer algo por los demás, sentirse útil, quizá sea el camino más corto para no tomar la decisión de quitarse la vida. Alguien que diga: no quiero vivir más porque estoy solo, nadie me quiere, no encajo… Ayuda a los demás. Y no hablo de irse a África o a la India. Seguro que tu vecino de 90 años necesita ayuda. No sé. Pero claro, estaríamos hablando de personas «sanas».
Me interesaba hablar de esas personas que no tienen un problema psiquiátrico, que no se quitan la vida por un arrebato. Quería escribir sobre una persona que, sencillamente, cree que la vida no es para tanto. Me interesaba una persona responsable como Mateo que, aunque no tenga ganas de seguir vivo, espera a que nadie lo necesite. Mateo es un suicida responsable, eso me gusta de Mateo. Y que, a pesar de no verle «la chispa a la vida», hay momentos en los que se ilusiona y cree que podría ser un poquito feliz.
El otro asunto es la familia. Pones en jaque este concepto tan monolítico. El daño que infiere, la soledad que implica. Su necesidad impuesta.
La familia es un temazo. Qué maravilla de caldo de cultivo para la literatura (me río). Mi amigo Villagrasa me dijo: «Sobre la familia ya lo dijo todo Shakespeare». Cierto, y Tosltoi, y muchos más. Pero a mí me apetece siempre hablar de la familia, de tocar temas que «pican», hurgar ahí, en esa imposición de no ser críticos con esas personas con las que nos ha tocado vivir/convivir y a las que les debemos amor sin fisuras. Yo he tenido suerte y mi familia es lo más normal del mundo, pero tengo amigos traumatizados por palizas por parte de sus padres, por ejemplo. ¿Por qué un hijo debe seguir queriendo a una persona así, por muy-su-padre que sea?
La familia se sustenta sobre un andamiaje precario. Sólo hay que ver cuando alguien de la familia muere, cómo se desbarata todo. Ojo, no digo que todas las familias sean así, hay familias «normales» donde todos se quieren y se ayudan. No hay más que ver a todos esos abuelos cuidando/manteniendo a sus hijos y nietos. Pero esas familias son poco literarias (me río otra vez).
La memoria, el paso del tiempo y la vejez irrumpen en la historia que atraviesa al protagonista.
Las tres cosas son la misma. Somos lo que recordamos. No hay mucho más que decir. Me daba mucha pena pensar en perder la memoria. Hablando de esto con mi amigo Masip, me dijo que si perdiera la memoria sería otra persona. Eso me hizo mucho bien. Como la curiosidad me puede, si llega el momento de perder la memoria, tengo curiosidad por ver en qué persona me convertiría. Creo que la curiosidad me ha salvado de muchas cosas, de todos los miedos. Creo que con curiosidad no hay miedo que valga.
Sueles incidir en que escribes para ti, quizá por ello tu literatura es indómita, violenta y salvaje. ¿Qué trascendencia debe tener la literatura en este presente tan líquido?
Gracias, pero no me veo indómita, violenta ni salvaje. Al revés, siempre he pensado que escribía «poemas lacios» (como me decía Andrés Gómez Miranda), que me falta ¿garra? Desde luego escribo lo que quiero. Es que, si no, ¿para qué? Fíjate que creo que escribo desde la serenidad, desde la naturalidad. Creo que se puede decir cualquier cosa con educación y eso también me vale a la hora de escribir. Quizá es que no estamos muy acostumbrados a hablar con naturalidad de ciertos temas.
La importancia del saber mirar resulta fundamental en esta novela. Tanto en lo formal como en lo argumental.
Para escribir hay que haber mirado antes. Ya sea en tu interior o a tu alrededor. Siempre pensé que yo era de mirarme el ombligo, pero ha resultado que no: necesito sacar la cabeza de paseo mirar qué pasa en el mundo (aunque el mundo sea la calle donde vivo o el supermercado donde compro). Necesito ver vida a mi alrededor para escribir después sobre eso, contarlo por escrito, darle a la historia un escenario donde crecer. Me gusta mirar, es lo que más me gusta. Siempre están pasando cosas a nuestro alrededor, sólo hay que estar «una mijita» atentos.
La certidumbre, la ausencia de la misma. Nos hemos creído al margen de todo y eso todo termina por golpearnos. En cierto modo, el concepto de certidumbre también aparece en ‘Diario del asco’.
No creo en la certidumbre. No existe. Hacer planes más allá de unas horas me parece de locos. Es bonito, pero me parece de locos. Aunque lo parezca (¿lo parezco?) no soy soñadora. Soy de andar. No sabría explicarlo, pero (para mí) el placer de andar, de echar a andar, sería lo contrario a la certidumbre. Me ha venido esa imagen. Cuanto más soñadores seamos más golpes nos llevaremos, claro. Por otra parte, defiendo el ser utópicos, ojo. ¿Me contradigo?, no lo sé. Creo que hay que serlo todo y todo a la vez, pero sabiendo que puede no salir bien. Supongo que es a lo que se llama sentido de la deportividad o sentido del humor, si me apuras. Vivir no por ganar, por vivir, por jugar a vivir. Y si pierdes, que al final todos perdemos…
¿Y la felicidad? Esa obsesión por ser felices…
Hay que ser felices, pero la felicidad que cada uno desee, no la felicidad impuesta de tener el último aparatito electrónico o el último abrigo que se puso nosequé actriz/youtuber. Uff. Me gustó mucho cuando un personaje de Douglas Coupland dice (más o menos): ¿Y si mi sueño es tener un puesto de mazorcas en una carretera secundaria por la que no pasa nadie nunca?
Deberíamos apagar todos los cacharritos que nos distraen y sentarnos, durante unos minutos, a pensar qué queremos, qué queremos de verdad, qué nos hace felices de verdad. Soy muy fan de las listas. De vez en cuando, si noto que «algo» comienza a sobrepasarme, hago una lista (lista de mínimos, le llamo). A veces sólo he escrito: Escalón, fila de hormigas. Hay días que sólo necesito eso para ser feliz, un escalón y una fila de hormigas. Otros días igual más, pero… Hoy, por ejemplo, sólo escribiría: Sol.
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