Cristina Consuegra: «El feminismo es el único contrapoder posible»
Cristina Consuegra es coordinadora de Málaga de Festival/Festival de Málaga; coordinadora del Ciclo ‘Anverso/Reverso’ del Teatro Cervantes; programadora de Screen TV/Festival de Málaga; programadora de los Encuentros con Autores en las Bibliotecas del Ayuntamiento de Málaga; coordinadora del I Ciclo ‘¿A qué suena?’, del Ayuntamiento de Málaga; y coordinadora del Ciclo ‘El MAE se mueve’ organizado por el Museo Andaluz de la Educación.
Colabora con programaciones literarias con la Diputación de Málaga. Es coordinadora del Ciclo ‘A qué suena Huelva’ de Las Tardes del Foro de la Diputación de Huelva. Programadora de actividades feministas para distintas entidades públicas y privadas. Vocal de Feminismo del Ateneo de Málaga. Colabora en diversos medios digitales y escritos. Ha coordinado el ensayo coral ‘Coordenadas. Pensar la sociedad en clave feminista’ (2017).
A pesar de la que está cayendo, Cristina Consuegra mantiene una actividad frenética. Viene de cerrar unos meses de septiembre y octubre a tope, y en el horizonte más próximo la veremos coordinando el I Ciclo ‘Letras Fantásticas’ de la Biblioteca Cánovas del Castillo de Málaga, en el que, además, mantendrá coloquios con Félix J Palma y Carlos Sisí, Elia Barceló y Ricard Ruiz (el 24 de noviembre), también charlará con Josele Santiago y Carlos Zanón en Las tardes del foro (el 6 de noviembre, en La Rábida). Por si fuera poco, coordina el I Ciclo ‘¿A qué suena?’ del Ayuntamiento de Málaga y estará charlando con Ricardo Menéndez Salmón el 12 de noviembre en el Centre Pompidou, para volver a otro ciclo que coordina, ‘Entrelazados’ y conversar con Ricardo Lezón e Isabel Bono el 1 de diciembre. Como decimos, “ahí es ná”, tal y como están las cosas para la cultura.
Por eso, Fernando y yo no podemos estarle más agradecidos, pues en medio de esta vorágine ha conseguido encontrar un rato para contarnos un montón de cosas. Con toda sinceridad, nos hacía gran ilusión y nos apetecía muchísimo charlar con nuestra compañera de entrevistas en secretOlivo, a la que seguimos, admiramos y de la que aprendemos un montón.
J.G.: No puedo dejar pasar la oportunidad que se me presenta sin curiosear a mi compañera de entrevistas en secretOlivo (risas). ¿Cuál ha sido la que más te ha costado elaborar? Si te dieran la oportunidad de elegir a cualquier persona ¿a quién te gustaría entrevistar?
Cristina Consuegra: En realidad, al menos como yo lo veo, a la luz de mi experiencia, el esfuerzo hacia el que señalas reside en saber mirar la obra del creador con quien vas a conversar; aprender a mirar(los) desde la óptica de su trayectoria y figura. Ahí es donde reside ese esfuerzo de elaboración que es global. Distinto es, como pasa en cualquier ámbito, que haya nombres propios que den más juego a la hora de conversar con ellos. Digamos que mi intención, con cada conversación, es poner todos mis sentidos, todo mi esfuerzo, en que cada obra y cada creador adquieran un significado diferente a través del género de la entrevista.
Y sobre a quién me gustaría entrevistar, bueno, si estuviera vivo me hubiera encantado mantener una conversación con David Bowie, que es mi epicentro absoluto (risas). Y, en el terreno de los vivos, me gustaría poder entrevistar a Mary Beard o Morrissey.
J.G.: Sigamos por ese camino… ¿Qué es, a tu entender, lo fundamental a la hora de abordar una entrevista? ¿Te resulta más fácil hacerla “en vivo” o prefieres el formato literario?
Cristina Consuegra: Como te acabo de comentar lo fundamental a la hora de abordar una entrevista es profundizar en la persona, su obra, su huella, su trayectoria, a la que vas a entrevistar; y cuando apelo al verbo profundizar, a la acción de profundizar, me refiero a saber conectar la poética de cada obra, que me sirve de excusa para dialogar con un creador, con la realidad que nos está tocando habitar, al tiempo que intento aproximarme a la mirada que cada creador arroja sobre el presente gracias a su trayectoria. En ocasiones, es un equilibrio muy complicado el situar en el centro variables que dialogan entre sí: la obra, la poética y el acontecer.
Sobre el formato, si presencial o literario, considero que nada puede sustituir a la entrevista presencial. Es cierto que, en la actualidad, tenemos un buen número de herramientas que nos permiten aproximarnos a cada entrevistado de una manera más cálida y cercana, pero nunca llegarán al potencial de lo presencial. Cuando contemplas un gesto, detectas una sonrisa, percibes el temor en una palabra que se verbaliza en la persona que tienes delante, ese territorio es único, intransferible; es, en ese territorio, donde la entrevista puede crecer en direcciones inesperadas y enriquecer la conversación.
«Mientras haya desigualdad hay que señalarla, no vale mirar hacia otro lado»
J.G.: En muchas de tus entrevistas se abordan temas como el feminismo, la maternidad normativa, la sociedad patriarcal… ¿Por qué sigue siendo necesario hablar de estas cuestiones? ¿Es que no hemos avanzado nada como sociedad?
Cristina Consuegra: El arrojar una mirada feminista nace de la propia demanda de la sociedad, de las asimetrías que encontramos en las diversas sociedades contemporáneas, me da igual dónde las sitúes, la latitud. Lo único que las diferencia es el grado o intensidad de esas asimetrías. Dicho de otro modo, esa necesidad por la que me preguntas es fruto de una desigualdad que persiste, que se perpetúa, de unas asimetrías de corte económico, social, cultural, político… que las mujeres de este mundo padecen, insisto, con diferentes grados de intensidad. Mientras haya desigualdad hay que señalarla, no vale mirar hacia otro lado. Hay que señalar hacia esa desigualdad e indagar en los mecanismos patriarcales que la sustentan.
Y sobre el avance social en materia feminista, sí creo que hemos avanzado, son avances muy lentos, eso sí, y lo son, en parte, porque, como me gusta señalar, el patriarcado es un sistema muy eficaz, profundamente eficaz, en el sentido de que cualquier avance en el feminismo implica una respuesta por parte del patriarcado que suele ser muy contundente; además, no olvidemos que el patriarcado ha encontrado en el actual modelo económico, el neoliberalismo, un gran aliado; es, en cierto modo, el brazo armado del patriarcado. Esa lentitud también responde a la propia manera de pensar y ejecutar el feminismo, toda tarea en materia feminista requiere de un sobreesfuerzo porque hay que deconstruir para construir, al tiempo que debemos echar unas raíces que permitan que las generaciones venideras mantengan los frutos de las mismas, por lo tanto, es un movimiento cuya cinética es compleja puesto que hay que, por un lado, mantener a raya al sistema patriarcal, que es tremendamente permeable, al tiempo que se deconstruye para construir un sistema alternativo. Aprovecho para recordar lo evidente, que el feminismo es el único contrapoder posible.
«El patriarcado ha encontrado en el actual modelo económico, el neoliberalismo, un gran aliado»
J.G.: ¿Cómo llega Cristina Consuegra al proceloso mundo de la gestión cultural? ¿Cuál es tu balance de estos quince años?
Cristina Consuegra: (Risas) No me gusta hablar de mí misma, prefiero siempre hablar de la vida de los otros, de la obra de otros, pero bueno por hacer un balance, empecé en la cultura base, para mí la más importante, empecé trabajando en las zonas rurales de Andalucía. El ámbito rural me sirvió como una suerte de “mili” de la gestión cultural ya que es donde, normalmente, hay menos recursos económicos y eso te obliga a ser más audaz, pero también donde el impacto se percibe de una manera más contundente, si tu trabajo está bien hecho y diseñado, claro. Digamos que ese valor no cuantificable que tiene la cultura, que para mí es esencial en mi profesión, es de una calidez mayúscula en estos territorios. Esa huella imborrable que tu trabajo y tu profesión dejan es difícil de medir y proporcionan a la memoria recuerdos esenciales. Dicho esto, fueron años bastante complicados, no te lo voy a negar; en mi caso, vengo de una familia de clase trabajadora, sin pedigrí, y esto hizo que fuera todavía más complicado, lo cual tiene un reverso que es la satisfacción de los resultados profesionales.
Como siempre suelo comentar en talleres, en las clases que imparto sobre gestión cultural en la universidad, o en las jornadas de intercambio con otros compañeros de profesión a nivel nacional, he ido sembrando muy poco a poco. Mi camino ha sido lento y, en parte, por decisión propia. Nunca he querido meterme en tareas que no dominara, para las que no me sintiera preparada, porque considero que cualquier daño en el sector cultural tiene una resonancia importante. Y es algo que suelo recomendar: el trabajo lento, artesanal, el empaparte de cada tarea indispensable en nuestra profesión, conocer cada disciplina a fondo… Esto choca frontalmente con la inercia propia de este acontecer obsesionado con la turboceleridad, la sobreproducción y la pornografía del Yo; es cierto que, en nuestra profesión, la presencia de gestores que anteponen su nombre a la programación, al impacto de la misma en su territorio de trabajo es mínimo, pero los hay y las hay, y, lamentablemente, el daño que provoca el anteponerse a uno mismo, en una materia tan sensible como la nuestra, es difícil de restituir. Para mí, anteponer tu nombre a tu trabajo equivale a dar la espalda al público y, obviamente, es no ser consciente de la dimensión cívica del oficio: ponernos al servicio de la esencia de la cultura que no es otra que transformar cualquier sociedad a través de su ejercicio.
J.G.: Después de tres lustros como gestora cultural podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que puedes vivir “por” la cultura pero, ¿se puede vivir “de” la cultura? ¿Qué futuro le espera al tejido profesional de este sector en un mundo postpandemia como el que nos va a tocar vivir? ¿Por qué se sigue perpetuando esa disociación fáctica entre política cultural y Cultura?
Cristina Consuegra: Qué complicado, Javier, voy a intentar responderte de la manera más breve posible. En este país, tenemos un claro problema en el sector cultural y con la cultura entendida como categoría absoluta, es decir, como ese ámbito que nos permite crecer. Considero que la cultura es un bien universal capaz de transformar sociedades y de hacernos mejores —por favor, evitemos aquí los ejemplos anecdóticos sobre la vinculación de los totalitarismos y la cultura, esta siempre ha buscado que seamos personas libres y más sólidas—. Decía que, en este país tenemos diversos problemas relacionados con la práctica cultural, ya sea como la categoría mayor de la que todos participamos, o la categoría profesional que consideramos o denominamos sector cultural. Los diferentes gobiernos que hemos tenido, creo que ninguno de ellos se ha tomado en serio el asunto de la cultura, no han establecido planes estratégicos a largo plazo, de largo recorrido, que dejen a un lado ideologías y colores políticos, y que se pongan al servicio de la ciudadanía; un plan estratégico requiere de la unión de todas las partes, si realmente quieres ser estratégico, es decir, si su intención es afianzar programas culturales y transformar la sociedad, transformar a los individuos que forman parte de esa sociedad. Por no citar a servidores públicos cuyas declaraciones han lacerado a sectores concretos de la industria.
Sobre el futuro que nos espera, creo que hay una buena noticia, por decirlo de alguna manera, y es que el sector cultural, desde la crisis de 2008, se ha curtido en mil batallas y hemos aprendido a convivir con una precarización que hemos normalizado, lamentablemente. No creo que esta crisis vaya a ser peor que la anterior y digo esto porque en la anterior crisis el dinero de todos fue a parar a los bancos, no hubo un plan, bueno sí que lo hubo, ese plan consistió en dejar sin blanca la sanidad, la educación y la cultura. Personalmente, celebro que el actual Ministerio de Cultura haya decidido incrementar sus presupuestos para el próximo año, creo que es una buena noticia, incluso a nivel anímico, cuestión importante para un sector acostumbrado al maltrato; ahora toca que ese incremento se gestione con cabeza, me encantaría ver que, en 2021, los profesionales de la cultura son convocados para la elaboración de un plan estratégico de largo recorrido que sirviera para articular el trabajo de los diferentes profesionales del sector e impulsar nuestra cultura, no solamente dentro de nuestro territorio sino más allá. He de decir que en nuestro sector hay excelentes profesionales, desde los creadores, hasta los programadores y gestores. Cuidemos de ellos, por favor.
«La cultura es un bien universal capaz de transformar sociedades y de hacernos mejores»
J.G.: Has ejercido la crítica literaria, musical y de cine… ¿De dónde te viene el amor por la música y por la gran pantalla? ¿De qué manera influyen estas disciplinas en tu producción escrita?
Cristina Consuegra: Mi familia. Una familia de clase trabajadora donde la cultura fue primordial. Me educaron para ser curiosa, para atesorar todo el conocimiento posible y amarlo, con auténtica devoción —a lo Jane Eyre—, especialmente, mi hermana mayor y mi tito. Mis primeras lecturas vienen de ellos. Los vinilos de mi padre y madre, los casetes de mis hermanos mayores, las pelis en familia… Algunas a escondidas que me dejaron arañazos, como ‘Dos mujeres’.
Y me influyen de manera total, no entiendo la experiencia de la vida, y, por lo tanto, el ejercicio de la escritura, sin las canciones que me han permitido crecer, los libros que apuntalan mi identidad, las películas que señalan hacia territorios todavía por conquistar. El mundo sería un lugar inhóspito y terriblemente hostil sin esas películas, esas canciones y esos libros.
Fernando Jaén.: Fue mi querido Gerardo Rodríguez Salas quien me descubrió el verbo de la escritora neozelandesa Katherine Mansfield, sobre la que realizó su tesis doctoral. Tu obra ‘Playing Mansfield’, se inspira en este ejemplo de íntima tristeza y superación. ¿De qué manera te influyó la obra de esta autora y cómo la descubriste?
Cristina Consuegra: Katherine Mansfield llega a mi vida gracias a las lecturas de Virginia Woolf. En la figura y obra de Mansfield hay mucho de desarraigo y eso me unió a ella, esa sensación de estar sin estar. Ese buscarse a través de los paseos, ese indagar en una a través de la ficción. Es una autora mayúscula. Todo el mundo debería leerla.
F.J.: Has sido incluida en distintas antologías como ‘Antología del Beso’ o ‘Poesía última española’. ¿Tienes algún poemario custodiado por algún cajón en espera de ver la luz? ¿Cómo entiende la poesía una persona con tanta influencia literaria, cinematográfica y musical?
Cristina Consuegra: Tal como le comentaba antes a Javier, no estoy muy cómoda hablando sobre mí, mucho menos sobre una obra que no es. Creo que debo ser rigurosa conmigo y saber colocarme en el lugar que realmente me corresponde en el ámbito de la creación, precisamente por respeto a mis compañeros y amigos creadores. Por responderte de manera rápida y sacarme el muerto de encima —risas—, no tengo poemario alguno esperando, sí poemas sueltos, pero no un conjunto capaz de dialogar en unidad. Estoy volcada en mi trabajo y en la crianza de mi hija. El poco tiempo que me queda lo dedico a la lectura. Tengo muy claro que, si debo elegir entre escribir y leer, elijo lo segundo.
Sobre la influencia de las disciplinas en la escritura, todo confluye y se derrama en la escritura. Absolutamente todo. Se genera una amalgama compuesta por las canciones que escuchas, los libros leídos y las pelis vistas, con la vida propia, el deseo, el amor, la muerte, el sexo y el destino. Todo se entremezcla en un proceso fascinante que llamamos escritura.
«Si debo elegir entre escribir y leer, elijo lo segundo»
F.J.: Hace unos años, Ana Merino y Raquel Lanseros reunieron en el libro ‘Poesía soy yo. Poetas en español del siglo XX’, autoras pioneras de la poesía en castellano de diferentes países y culturas. Entre las muchas actividades que has coordinado, en 2013 dirigiste el ciclo de práctica literaria con perspectiva de género del Área de Igualdad del Ayuntamiento de Málaga. ¿Crees que aún queda mucho por hacer para dar visibilidad a la obra de muchas voces femeninas en nuestro panorama literario?
Cristina Consuegra: Queda por hacer. Hemos avanzado mucho, pero quedan adoquines por retirar. Esa visibilidad por la que me preguntas está vinculada al tratamiento – y presencia- de las voces de las autoras en medios especializados y suplementos culturales. Y, bueno, la presencia de las escritoras en los programas académicos, claro, que es nuestro principal caballo de batalla. Esto último me parece sangrante.
F.J.: Tu trabajo cultural te ha llevado a surcar los caminos de la radio, la televisión y las revistas en formato impreso o electrónico. Sus reglas son muy diferentes, pero ¿en cuál te encuentras más a gusto? ¿Cómo influyen hoy en día los medios en una sociedad tan sobresaturada de información?
Cristina Consuegra: En la radio, sin duda. Es un medio hipnótico. Una vez que haces radio es imposible salir de ella. Sobre tu segunda cuestión, es curioso, cuando entramos en el siglo XXI, casi todos nos adentramos en su esqueleto con la sensación de inaugurar, realmente, la era de la comunicación, que esa expresión nombrada mil veces, «la sociedad de la comunicación», nos iba a hacer ciudadanos más fuertes, mejor informados y, por lo tanto, más libres y firmes. El avance de los años ha demostrado que no sólo todo era una gran mentira, sino que el efecto de esa sobreproducción ha sido devastador en la sociedad. Tenemos un gazpacho interesante: medios y clickbait; ciudadanos que se piensan periodistas a golpe de tuit; periodistas honestos que están en tierra de nadie; el imperio de las fake news… la verdad es que es todo bastante descorazonador. Ojalá un cuarto poder independiente que defienda los valores democráticos.
J.G.: El cine, otra de tus grandes pasiones, es un eje central en tu actividad. No en vano eres programadora del Festival de‘Málaga de Festival’ desde 2013. ¿Goza el cine de buena salud? ¿En qué medida crees que la proliferación de las plataformas digitales, de un lado, y de otro las limitaciones que ha impuesto esta crisis influirán en el futuro del séptimo arte?
Cristina Consuegra: Llevamos años muy buenos, con una industria consolidada, con un público que acude a las salas a ver cine español —aumentado, año tras año, el porcentaje en sala— y con unos creadores y creadoras cuyo cine se ha posicionado en la primera línea cultural. Si nos fijamos, únicamente, por no ir mucho más allá, en las películas realizadas en 2019, los títulos apabullan: ‘La trinchera infinita’, ‘Ventajas de viajar en tren’, ‘La hija de un ladrón’, ‘O que arde’, ‘Intemperie’… Y este año, bueno, hay que ver ‘Las niñas’. No dejéis de verla. Pilar Palomera nos va a regalar grandes momentos cinematográficos.
Sobre cómo va influir esta crisis: el cierre de salas de cine siempre es una mala noticia, es el último eslabón en una compleja cadena de profesionales. La recuperación —aquellas que puedan recuperarse— será muy lenta y costosa, veamos qué sucede con las películas que no se puedan estrenar en 2020. Tenemos que esperar unos meses para valorar los efectos de las medidas adoptadas. En relación con la presencia de plataformas, creo en la convivencia. Y también creo que nada puede sustituir el ver una película en una sala de cine; acudir a una sala de cine es una experiencia colectiva, un acto de comunión. Ver una peli en una pantalla doméstica está muy bien, por supuesto, pero jamás podrá sustituir a la experiencia de ver esa misma peli en pantalla grande.
«Acudir a una sala de cine es una experiencia colectiva, un acto de comunión»
F.J.: En tus textos destacan los silencios. Como si pudieran ser dramatizados de algún modo. Una de las cosas que más valoras es haber coordinado ‘Descubrir el Teatro’. ¿Qué significa el teatro para ti? ¿Le damos en España al teatro la importancia que merece?
Cristina Consuegra: El silencio es, posiblemente, el territorio más urgente a conquistar en cualquier ámbito de la vida individual y colectiva. Debemos regresar a ese espacio donde poder parar este todo tan extraño, que nos arrolla y arrasa; la turboceleridad genera unos niveles de ruido que no nos permite pensar con la calma y lucidez que nos demanda este presente. No necesitamos sumarnos a ese ruido que no cesa, necesitamos parar para saber qué demonios somos y hacia dónde queremos realmente dirigirnos. Estas cuestiones sólo tendrán respuesta cuando habitemos el silencio.
Sobre la importancia del teatro en mi vida es total. Esta disciplina supone el inicio de mi trayectoria como profesional de la cultura y, en cierto modo, me ayuda a entender de qué va esto que llamamos vida. Desde el Siglo de Oro, pasando por Valle, Marina Tsvietáieva —tremendo montaje de su ‘Ariadna’ a cargo de la compañía Atalaya—, Mayorga, hasta llegar a uno de mis mayores obsesiones, Heiner Müller. Nadie puede salir igual de los montajes de estos creadores. Es imposible. Te agarran del cuello, te sacuden hasta despojarte de las pocas certezas que puedas atesorar. Te dejan en los huesos, a la intemperie.
En relación con la importancia, creo que goza de buena salud. Tenemos compañías y creadores muy serios. Veamos cómo afrontan las compañías y salas el 2021 con los aforos normativos. Esa es mi principal preocupación.
J.G.: Aunque pasaríamos horas y horas charlando contigo, hemos llegado al momento ‘Carta Blanc’a. Cierra tú la entre2vista como te apetezca.
Cristina Consuegra: Qué complicado, Javier, qué complicado… Dado el momento que nos atraviesa como condición humana, solicitaría que ayudáramos a que la vida se abra camino, en general, y a la cultura, en particular. La cultura lleva siglos cuidando de nosotros. Seamos generosos y responsables, ahora, y cuidemos de ella. Seamos conscientes de la dimensión de la cultura en la condición humana.
Textos de Cristina Consuegra
«Rueda la rueda, pan y canela/en corro giramos/de tu mano rodamos/temerosos del azar/que detenga la ruleta»
(La luz de la dinamo, Nuria Barrios)
Mano, péndulo, espejo, destino
El bebé duerme y el mundo con él. Tu rostro se para ante la fotografía de mujer que sostiene a un hijo. [Qué será la vida ahora. Qué nos espera]. Tienes miedo de un futuro quizá cancelado. [Tengo miedo de todo. ¿Por qué tanta vulnerabilidad?]. Otros pasean por la sala. Te preguntas por sus anhelos y esperanzas. La vida no puede ser esto, al menos, no quieres que la vida sea así para ella. La urgencia, el colapso; la ausencia de ideas. Acaricias su cabeza de harina y la besas. [El azar es cosa de hombres]. Te ríes. Piensas en vuelos, en bollería hipercalórica, en tapar tus ojos con ferocidad; piensas en la doble jornada, en las noches con sus días todos iguales. En el cansancio como estado de ánimo. Caminas con silencio. Abandonas la sala. Besas su cabeza de harina. El destino os espera.
Cuestión de tradición
Canción, soneto, volumen, amor, delirio, sexo. Olor, sabor. Eso es ella. O eso quieres pensar que es. La observas pasar, cada tarde, desde el alfeizar de la casa de tu madre, donde la lloras en silencio. Donde la deseas hasta la extenuación. Ella ríe a carcajadas y su cuerpo persigue el eco de la carcajada, primero los pechos, el vientre, la cintura, la cadera y los muslos para morir en algún punto cercano de las rodillas. Donde te gustaría yacer. Dormir, comer. Vivir. Junto a ella, en ella.
Las observas pasar, cada tarde, camino de casa Paca, donde las mujeres se reúnen a hablar de sus cosas, para guardar los silencios y reír las miradas obscenas, siempre cómplices. Deseas entrar en esa casa, formar parte de ellas. Deseas que entiendan tu deseo, que no tengas que permanecer en esta suerte de encierro absurdo que no comprendes. Deseas que pase el tiempo, pues sólo el tiempo alberga tu esperanza y arroja luz sobre un horizonte que anhelas. La observas pasar y tu aliento se detiene. Tu madre entra y cierra la contraventana. «Sigue con la costura».
La grieta
Resbalas. Y en la trayectoria de descenso, ahora caída fallida, un brazo sostiene tu cintura flaca, la cadera torpe. Los sueños en los bolsillos. Resbalas y, en la trayectoria, una mano con vocación de cielo agarra la tuya. En ese choque improvisado, dulce y caótico, encuentras una mirada incendiaria, la certeza de lo efímero, la seguridad de una mentira. El aliento que para el escenario de este mundo.
Los vehículos siguen con su rutina de toses e insultos; los transeúntes, y sus máscaras, corren sin dirección alguna, como si todo fuera tan urgente que la propia respiración molestara. Como si el cuerpo, ajeno y propio, molestara.
En ese choque improvisado, entre una cintura flaca, la cadera torpe, los sueños agazapados, las extremidades de bóveda celeste,… ahí, en ese germen extraño, convulso y abigarrado, un beso. Sabes que no es él. Que él nunca más será. Pero, incluso así, lo besas.
Te separas, aturdida. Recompones blusa y falda. Antes de la no despedida, acaricias su rostro, ya eterno y bello en la memoria reciente, y retomas la huida. Sólo unos pasos te separan de él. Quizá deberías detener el caminar. Mirar atrás no siempre es malo. ¿Serás, en esta ocasión, capaz?
Pensamiento mágico
Lees a Sylvia Plath. Como si ello te fuera a salvar. Como si ello importara. La respuesta no está en el dolor ajeno. La respuesta está donde todo (nos) rompe y nos deja sin aliento. Aliento, brisa de diosas, jaula de estrellas. Y tú –nosotras- en el centro, con esa mirada borrosa e inaccesible que a todo lugar llega. Atlas que sostiene a una hija terráquea, a un mundo hecho a partir de nuestras raíces. Louise Bourgeois de rodillas sobre un suelo de arcilla que clava sus manos raíces con la desesperación de un niño. Levantas la vista. Tu hija, con su sonrisa, construye un espacio de luz donde todo adquiere sentido. Hasta el propio destino.
Huellas
Con un aullido silenciado, el vacío pasó a ser amenaza. El asfalto se abrió en canal bajo unos pies que buscaban la certeza del caminar, la seguridad de lo cotidiano, quizá habitar el suelo por vez primera. No, contemplar el suelo por vez primera. Hacer como si siempre hubiera estado aquí. E ignorar las ausencias, sobre todo esto. Ignora la ausencia y su ruido.
Con esta primera huella, la conciencia se amarró a tu cabeza y arrastró el reflejo de la primera memoria y su tictac infalible. La angustia convertida en certeza, el ansia de no querer volar -y no querer explicar que no quieres volar-, el palpitar de unos dedos resecos. Todo desapareció. Todo dejó paso a esa hilera de huellas que ahora camina indolente hacia donde el horizonte te señala.
Sí, sé que, en ocasiones, oyes una voz terrible, de abismo que devora esperanzas y apaga alientos. De cuerpos mudos por el miedo. Por exceso de preguntas. De pánico negro como la oscuridad en la infancia. Pero sé que habrá otras ocasiones en las que los días pasen volando y los rostros sean luz y agua, y las sonrisas alimento. Entonces, la hilera de huellas será una grieta que abre camino hacia donde la sospecha no llega. Al lugar donde todo comienza. Donde nombrar no duele y el beso es esperanza.
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