Crónicas de conciertos

Paco Ibañez en el Gran Teatro Falla

Paco Ibañez en el Gran Teatro Falla

A Paco Ibáñez le debo
el amor a la poesía,
memorias de rebeldía,
los versos de los que bebo.

Su cantar es siempre nuevo,
una antología viva,
es belleza subversiva,
es un arte sin caretas,
es la voz de los poetas,
es memoria colectiva.

En tiempos en que la imagen se impone, en que los conciertos tienden a ser espectáculos llenos de efectos y efectismos, en que las letras de las canciones suelen ser meras excusas para rellenar melodías, ahora que los gurús del marketing nos quieren convencer de que sólo lo nuevo tiene valor, en esta época del gorgorito en que la juventud es valor supremo…un señor con 84 años llena teatros sumando al menos a tres generaciones (sin que los medios apenas nos lo cuenten), se sube a un escenario sobriamente decorado, ataviado por sus sempiternos pantalones y camisa negra, con una guitarra destemplada, a un volumen leve, desgrana un repertorio solemne lleno de poesía, de reivindicación, de contenido, de historia…e hipnotiza al público durante casi dos horas entre emociones, risas y reflexiones.

Él es Paco Ibáñez, una leyenda viva de la canción, una de las personas que más ha aportado a la popularización de la poesía en este país, un artista que siempre ha ido a contracorriente. Este pasado viernes -once de mayo del 2019- cantó a los gaditanos “gente llena de sabiduría”, según repitió varias veces a lo largo de la cita, y ofreció una actuación memorable.

Con su voz cavernosa venía a conmemorar los cincuenta años de la grabación de aquel mítico disco en el teatro Olympia de París, su obra más difundida. Pero no pretendió Paco ofrecer un repertorio complaciente ni reproducir el celebrado repertorio de aquel trabajo, sino perpetuar su espíritu libre e inconformista (él ya era punk cuando los Sex Pistols no habían ni nacido). Así pues, alternó algunas de sus canciones más conocidas con otras que no todo el público había escuchado previamente, cantó en las cuatro lenguas cooficiales del Estado (castellano, gallego, euskera y catalán con obras de Texeiro, Joxean Artze, Mikel Laboa y Salvador Espriu), interpretó desde romances medievales hasta poemas del siglo XX. Fue jugando con los tiempos, los ritmos y las intensidades, con su estampa de siempre: erguido, con la pierna izquierda apoyada en una silla y la guitarra en el regazo.

La complicidad con el auditorio fue una constante desde el primer momento. En algunas canciones le acompañó el guitarrista Mario Más, que estuvo al quite con mucho cariño, compenetrándose perfectamente con el cantautor y aportando su toque sólido que brilló en las canciones de Paco más cercanas al flamenco (las lorquianas La romería y Canción del jinete), también llevando al terreno del tanguillo gaditano Lo que puede el dinero (del Arcipreste de Hita) y Soldadito de Bolivia (Nicolás Guillén). Según contaba Paco Ibáñez, este aflamencamiento lo asimiló a principios de los 60, en los años que en París se dedicó a fabricar castañuelas artesanales y a alternar con los artistas flamencos que actuaban en la ciudad.

Porque Paco Ibáñez es un maestro en alternar sus canciones solemnes con el contrapunto de sus monólogos divertidos, evocadores e irónicos. A lo largo del concierto nos fue contando jugosas anécdotas de su infancia en el campo vasco, junto a su tío campesino y su tía la beata que creía en muchas tonterías, pero yo aún así la quería mucho. Cuando cantó, de Rafael Alberti, El muelle del reloj (pieza poco conocida de su repertorio), aprovechó para retratar el ingenio del poeta portuense que, cuando una periodista le preguntó si estaba de acuerdo con lo que Paco acababa de decir respondió: Yo estoy de acuerdo con lo que ha dicho Paco…y con lo que va a decir.

Por supuesto, a lo largo del recital no faltaron referencias a la actualidad, y el cantautor hizo un guiño a la lucha de la mujer cuando cantó Escucha, abandonada de Goytisolo (olvídate del hombre/que hasta ayer te dolía/como una desventura:/canta, ríe, juega,/apuesta a no acertar…).

También habló del procés, opinando que le parecía una canallada que hubiesen metido en la carcel a algunas personas sin juicio ni nada, añadiendo con guasa que, si hicieron algo mal, podría como mucho haberse hecho como cuando él iba al colegio, meterles un rato en el cuarto oscuro; y a esto dedicó Ya no hay locos con texto de León Felipe (¿Cuándo se pierde el juicio?/Yo pregunto: ¿Cuando se pierde, cuándo?/Si no es ahora, que la justicia/vale menos que el orín de los perros).

A Palestina le dedicó Un español habla de su tierra, de Cernuda, que, como Paco indicó, podría rebautizarse como Un palestino habla de su tierra, repudiando así la cruel política represiva del estado de Israel (Ellos, los vencedores,/caínes sempiternos,/de todo me arrancaron./Me dejan el destierro).

Con Me lo decía mi abuelito, de Goytisolo, dio un toque de atención contra los Estados Unidos (¿qué se puede esperar de un país que ni tan siquiera tiene un nombre “de verdad”), y de cómo en el resto del mundo nos dejamos llevar por su colonialismo cultural.

Entre los momentos más emocionantes de la noche destacó la interpretación de la hernandiana Andaluces de Jaén, que el público convirtió en una sinfonía infinita coreándola a media voz de principio a fin, compenetrándose con Paco Ibáñez como una sola persona, creando una atmósfera tremenda.

También ocurrió parecido con la legendaria Palabras para Julia, con la que el cantautor consiguió que el tiempo se detuviese de una manera que es difícil de explicar, con la canción triste más alegre de la historia de la música (Nunca te entregues ni te apartes/junto al camino, nunca digas/no puedo más y aquí me quedo).

El final del concierto llegó con la euforizante A Galopar y su ritmo imposible, con la que los versos de Alberti fueron coreados por todos los presentes, demostrando que por más años que pasen, siguen estando plenamente vigentes.

Así sigue siendo Paco Ibáñez, recio y tierno, elegante y desaliñado, metódico y espontáneo, lúcido y visceral. Haciendo, como siempre, todo lo que se supone que no se debe hacer para tener “éxito” en el mundo de la música.

No deja de sorprender que a su edad conserve ese ímpetu y que esa voz vaporosa siga teniendo tanta tersura en los graves (increíble en esa melodía descendente en las estrofas de Como tú, en la que va bajando, bajando y, cuando parece que no se puede bajar más, da una nota profunda que hiela la sangre). Aunque con algunas notas tiene que pelearse a veces, se apercibe claramente su concentración a la hora de colocar la voz.

Pero Paco Ibáñez está más allá de todos esos detalles, lo suyo es transmitir, conectar con el público, comunicar una energía que se sobrepone a todo, tiene una enorme capacidad de crear una sensación de cercanía y de intimidad con todas y cada una de las personas que están en el teatro…y eso sólo puede hacerlo un maestro, historia viva, poesía viva, un artista que no tiene relevos ni clones.

Fernando Lobo
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