Música

Demasiado tarde, Mariana Cornejo

Demasiado tarde, Mariana Cornejo

Era una de las grandes pero casi nadie parecía saberlo. Esta semana, Mariana Cornejo (Cádiz, 1947-2013) ingresó en el patio de los callados. Ahora, las crónicas pregonan su valía como mantenedora de los cantes de Cádiz, la maestra que aprendió de La Perla, de La Paquera, de Manolo Vargas o de Aurelio, una de las primeras sobrinas de Chano Lobato, a la que también el poeta Antonio Murciano regaló la producción de su mayor legado: una antología completa de las cantiñas, en donde no faltan reinterpretaciones de misteriosos palos como el de la Rosa, la del  contrabandista o los Torrijos liberales que rinden tributo al general del mismo nombre ajusticiado en las playas absolutistas de Málaga.

Fue sobrina de Canalejas de Puerto Real, aquel esclarecido cantaor afincado en Jaén, que purgó su izquierdismo en las cárceles franquistas y de quien heredó el arte de las chuflillas que en algún mundo remoto tanto encandilaban a Rafael Alberti. Era tan versátil que lo mismo se movía al son cubano con Carmen de la Jara y su amiga Pepi la de Ignacio que lo rapeaba con La Canalla en la que probablemente fuera su última grabación de estudio.

Mariana Cornejo y Chipi la Canalla durante la grabación de Maruja en flor

Mariana Cornejo y Chipi la Canalla durante la grabación de Maruja en flor

En su día, se hizo sumamente popular al anunciar una lejía en los primeros tiempos de Canal Sur. Sin embargo, se dice que por su última actuación en Sardañola o Cerdanyola apenas cobró mil euros. Malos tiempos para la lírica y para el cante. Llamó sin suerte a todas las puertas oficiales o cristianas por ver si alguna institución se hiciera cargo de su hermano gravemente enfermo. Tampoco y por motivos diversos, nadie logró tributarle el homenaje que hubiera merecido en vida, en el Gran Teatro Falla. Y, al igual que Lola Flores, murió sin ser pregonera del Carnaval de Cádiz.

Ahora, la oficialidad le colma de elogios y seguro que le llueven nombramientos póstumos. Su voz era tan chispeante como sus ojos vivarachos de niña eterna a la que llevan de excursión o de tía carnal que llega a casa como un papelón de pasteles. ¿Quién iba a decir que esa mujer que aguardó durante seis horas en un hospital a que alguien le atendiera, muy poco antes de su fallecimiento, era la dama del cante, como le exaltan ahora, la reina de las alegrías, la señora que sabía mecer como nadie la bulería y los tangos?  Hubo medios de comunicación que sólo escribieron o pronunciaron su nombre con motivo de su necrológica, de su capilla ardiente en el centro flamenco de La Merced en el corazón del barrio gaditano de Santa María.

Todo el mundo la quiso. Menos quienes tendrían que haberle dado el sitio de honor a su arte humilde y gigantesco. Nunca es tarde, dicen. Pero a veces sí.

Juan José Téllez
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