El traidor
En los sueños, no son las imágenes las que nos producen sentimientos, sino los sentimientos los que nos producen imágenes. Si sueñas que vas en bicicleta y un lobo se cruza en tu camino y te asusta, no es el lobo el que te ha producido miedo, es tu miedo el que ha producido a ese lobo tan gris, tan exacto y veloz.
En mi sueño de esta noche entré en un palacio granadino de acabado renacentista sobre estructura nazarí. Había una sala con un artesonado repleto de bustos que parecían recitar interminables genealogías barrocas y falsas. Estaban también los retratos de los Austria y una colección inclasificable de objetos diversos y documentos gráficos y periodísticos. En la sala principal encontré a un hombre de corta estatura. En lo astral, los rostros son metafóricos y metonímicos, pueden cambiar de una persona a otra y nunca aportan seguridad. Es por eso por lo que no sé bien de quien les hablo. Lleva barba y bigote, entradas como de fraile. Hay algo familiar en él. Puedo imaginarlo pidiendo un café, desfilando con la banda municipal, ante un escaparate del Zacatín, cantando misa o detrás de una ventanilla de funcionario.
Si me empeño en el rostro de aquel hombre puedo reconocer también a la estirpe de Nasar, la que construyó la Alhambra. Por otro lado, puedo ver a aquel sultán impuesto por don Juan después de la batalla de La Higueruela y que reinó apenas unos meses en Granada. Tal vez sea su descendiente, el alcaide de Baza que se apresuró al bautismo aún antes de que se lo exigieran. El caso es que este hombre de mi sueño no llevaba el atuendo carmesí que le sería propio, sino que vestía la media armadura del militar cristiano y, con la mano derecha, sostiene el bastón de mando que acredita su alto rango. Se diría que antes de hablarme quisiera resaltar justo eso: que es un caballero cristiano, un militar español. No hay nada andalusí en el ámbito, ni un sólo azulejo enrevesado. Al contrario, sobre un bufete recio y castellano se encuentra un yelmo propio de godos.
Cuando le pregunto cómo debo tratarlo, me da tres opciones a elegir. Puedo llamarlo cidi a la manera mudéjar, puedo tratarlo de señor marqués, a la manera cristiana, o puedo llamarlo traidor. No es el lobo el que da miedo, es el miedo el que produce lobos. No es el traidor quien provoca desprecio, es mi desprecio el que produce traidores.
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