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Cascabeles contra el lobo represor

Cascabeles contra el lobo represor

(En la muerte de Juan de Loxa)

Aunque en Granada no llueve mucho últimamente, ayer el cielo lloraba la muerte de Juan de Loxa, que nos dejaba por sorpresa todavía muy joven. Nadie más joven que Juan, a pesar de su edad. Es cierto que todas las pérdidas son irreparables, pero algunos pocos seres humanos son verdaderamente extraordinarios, y entre ellos sin duda el que desde hoy será para siempre nuestro añorado amigo. Porque Juan sólo tuvo amigos, aunque algunos seres ridículos e insignificantes se empeñaran a ratos en querer ser sus enemigos. Al principio, censores y vigilantes de aquel régimen triunfalista de quien nadie quiere ya acordarse, con su puño de hierro y su puritana moral de hipócritas que alienaron a un país entero. Luego los envidiosos y subvencionados, que nunca pudieron hacer ni un poco de sombra a su figura gigantesca hecha talento, gratitud y generosidad.

Javier Egea escribió que Juan nunca negó papel a nadie, en referencia al altavoz que para todos supusieron sus múltiples proyectos culturales, empezando por su mítico, insuperable programa «Poesía 70» y la revista que nació de él, llenos de audacia, modernidad y compromiso político. La ciudad le deberá siempre todo el aire de lucha y renovación que entró a bocanadas gracias a su esforzado trabajo, intentando transformar las pequeñas callejuelas de la ciudad del asedio en ventiladas avenidas de la libertad, con Federico García Lorca como símbolo máximo. Y toda Andalucía le deberá su impulso firme del jondismo, la copla, el andalucismo, la protesta y el apoyo incondicional y la difusión de todos aquellos jóvenes poetas y cantautores que querían sacar a Andalucía de una vez por todas del furgón de cola de la Historia. El propio Egea se lo escribió en una dedicatoria inédita que Juan me enseñó hace tiempo: «Ningún bárbaro del Sur/ tiene más jonda la frente/ ni es más bárbaro que tú».

Juan nos deja también su poesía, nada desdeñable, todavía hoy incomprendida de tan vanguardista, y que hace tiempo debía haberse reeditado como merece (y como merecen, por cierto, otros varios poetas de aquella generación hoy semiolvidada). Poeta de la frescura, del eclecticismo, de la escritura sin complejos, que utilizaba la tradición para fundirla con lo último de manera personal, más allá de lo kitsch y de lo pop entonces en boga. «Había que ponerle los cascabeles al lobo represor», confesaba en 1977 recordando sus comienzos, «escribir una poesía con culo y puños… con la agresividad necesaria para levantarnos la falda de volantes y que se nos viesen los harapos del subdesarrollo». Versos verdaderos, arraigados en la cultura popular: «Pan y Trabajo: /siempre se escapa el tiro/ pá los de abajo /¡Qué mala pata! /no les saliera el tiro/ por la culata».

¡Cuántas cosas sabía Juan, cuántas cosas me contaba, con su enorme sabiduría y su verbo único, en largas, larguísimas llamadas de teléfono! ¡Qué ilusionado en los últimos meses con la reedición de su entrañable amigo Pablo del Águila!

Ay, Juan, aún sigue lloviendo en Granada y sigue llorando mi corazón mientras te escribo estas breves líneas para intentar pagar una parte de la deuda que contraje contigo de por vida. Donde estés, Juan, gracias por todo.

Jairo Garcia Jaramillo
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