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Pequeñas palabras para el aniversario de La Tertulia

La Tertulia

41º Aniversario de la Tertulia

Pedaleando a piñón fijo, La Tertulia cumple años. En esta difícil ocasión no habrá una celebración presencial, lo que no quita que no tenga muestras de cariño y felicitaciones a través de aquello que, entre otras cosas, ha estimulado este espacio, la palabra escrita. De La Tertulia han salido multitudes textuales, no por nada es un lugar donde las letras y sus personajes han visitado y hecho de ella su nido y su balsa. Cuarenta y un años lleva en Granada la puerta roja que guarda en su interior ese trozo arrancado de Buenos Aires donde épocas y espacios lejanos se cruzan. Esta memoria viva de la literatura ha hecho que las aguas de Argentina y de la tierra del Dauro y el chavico descubran un afluente común.

La Tertulia es un bar que mantiene la vida del escritor, un lugar donde el bueno de Valle-Inclán podría encontrarse a gusto pegando gritos y bastonazos mientras toma otro vino. Este espléndido recoveco donde pegarse a la lumbre de la cultura, es un bar de encuentro, de ilusiones, en el que han nacido poesías y teorías, donde se han desatado recitales y pasiones. De sus paredes cuelgan cuadros y recuerdos, fotografías y testimonios. Los elementos se conjugan en las mesas, que son máquinas de coser sobre marmoleas tablas, en las sillas de madera, en las copas de cerveza y la llama de las velas. El escenario es presidido por la ventana a otro mundo, la barra a un local misterioso donde figuras en su eterna sombra sueñan y ríen. No es casualidad que el cristal esté concretamente agujereado sobre un ojo y un olfato. La luz echa de menos al humo en el ambiente. En su esquina, una estantería guarda tras su malla los libros que fueron obsequiando escritores y escritoras, huellas encuadernadas de paisanos y viajeros. Sobre toda descripción, La Tertulia es, de una gran manera, un lugar para la amistad, un homenaje a las relaciones humanas que se mantienen y se siguen enredando a través de los años. Sepan ustedes que Javier Egea sigue buscando quien le acompañe para tomarse una botella de ginebra a partir de las tres de la mañana.

Tato es el fundador y el propietario de La Tertulia, no el dueño, porque es y ha sido la casa de mucha gente. Nacido en la Argentina, hizo de Granada un puerto y fue bien tratado durante sus primeros años hasta que, una vez convertido en granadino de arraigo, la ciudad pasó a tratarlo con su característica malafollá. Tato vino durante el auge de la dictadura militar de Videla y auguró en un dibujo lo que haría realidad con esfuerzo y el apoyo de los oriundos e inquilinos que hicieron de La Tertulia la complicidad de una guarida. Ahí se hizo otro punto de interacción de la urgencia cultural latinoamericana y la cultura postdictadura de la esfera granadina.

En la Granada que le recibió, la Vega entraba en la ciudad. Tato fue testigo de la transición de un pueblo grande a una ciudad pequeña. Llegó a una Granada chispeante y llena de vida, donde la cultura se implicaba en su responsabilidad política y experiencial, desde lo urbano y lo rural, desde el barrio al centro. En esa Granada, intelectuales, artistas y trabajadores transitaban por la gran pregunta de cómo hacer un mundo más justo, cómo expresar la belleza de la vida y la inaplazable acción del compromiso para llevarlo a cabo echándole narices, sudor, inteligencia, coraje y corazón.

La Tertulia tuvo la virtud y la posibilidad de congregar y concentrar mundos culturales segmentados, de ser el huerto donde crecería una fecunda cosecha de poetas, pintores, actores, músicos y músicas que se convertirían en resonancias de la cultura. Fue la mesa de billar a la que se arrejuntaron aquellos y aquellas que iban a su bola. Como en todos los encuentros, el grupo multiplicó la valía de los particulares, logró el todo que supera a la suma de las partes, el combinado que fue batido a través de la cháchara y el coloquio distintas artes, vertientes, concepciones, sentimientos e ingenios. La Tertulia no cerraba nunca, sus puertas siempre estaban abiertas y había alguien furulando, escribiendo, pensando o respirando simplemente. No era un lugar de representación sino de creación. El poema se garabateaba sobre la marcha y en la carrera. El cante surgía vibrante de la entonada garganta haciendo crujir el oxígeno y agitando la emoción del logrado silencio, o acompañando a la impetuosa conversación y al brindis de cada cual. De estar disgregados, la gente se conocía, se saludaba, había, como decía el Tato, mucha más juerga.

Y es curioso cómo ahora que tenemos tantos medios no logramos llevar a cabo algo parecido. ¿Cómo volver a crear este ámbito de las relaciones humanas? ¿Cómo enhebrar el alambre de un movimiento cultural que llegue e incluya amablemente a cada sector de la población? ¿Cómo devolver a esta cultura su aproximación a la vida humana? La pregunta, más que una propuesta, es un pinchazo. La cultura y sus espacios pueden ser una médula de amistades fértiles y proyectos comunes. En el ámbito cultural, muchos nos peleamos por un cachico del foco, un silloncico asalariado (que es verdad que está la vida muy mala) o, simplemente, por los codazos del reconocimiento, el resentimiento o el esnobismo.

Eso hace que el arte pierda su principal función que es el reunir seres alrededor de una afición. Un arte y un mundo cultural acomodado donde sus miembros tengan elitismos o recelos entre sí, nunca van a llegar a nadie, mucho menos si, encima, critican a la masa a la que pertenecen desde su individualismo. Donde no se esté a gusto no se posan ni los pájaros ni el público, lógicamente. Y no es cuestión de que esto lo provoquen las redes sociales, la postmodernidad incomprendida o la deshumanización de la técnica según Heidegger. No, es cuestión de voluntad y decisión sobre qué hacemos con nuestra vida y cómo se relaciona en comunidad. No hay que dejar a un lado la educación individualista que hemos recibido, pero, y más con todos los privilegios, talentos y estudios que se tienen, siempre está, por encima de todo, la capacidad humana de llevar a cabo un modo de sociabilidad y de transformar conscientemente aquello que habitamos.

Hace falta constancia en La Tertulia, acudir a ella, y a otros espacios, para hacerlos crecer y habitar unas ciudades de la mejor manera posible. Una de las mejores cosas de La Tertulia es el diálogo intergeneracional, que personas de todas la edades conversen. En una sociedad dividida, jóvenes y mayores van separados y no se comunican entre sí. La Tertulia es un lugar donde pueden converger, como ya convergieron, las generaciones, lo consagrado y lo emergente, quien estudia literatura comparada en la universidad, el que estudia medicina o el que trabaja en la agricultura, que es, de entre todas las procesiones, la más digna y la más humillada a lo largo de los siglos, junto con el trabajo doméstico.

La Tertulia ha sido un espacio cultural clave de Granada. Fue la casa de Enrique Morente donde inventaba letrillas con su amigo el matemático, el sitio donde está el perchero donde Juan Carlos Rodríguez dejó su sombrero. Un aniversario es un momento para rememorar pero también para prometer, para imaginar al año próximo y seguir adelante. La Tertulia es un bar notable cuyo cuidado público y ciudadano debe ser de primer orden, más para una ciudad que asegura ser de la literatura.

Esperemos que en estos momentos tan difíciles Granada y sus instituciones cuiden a La Tertulia como La Tertulia ha cuidado a Granada. Ojalá también los Tertulianos ilustres tengan apego a sus orígenes y mantengan los lazos poniendo el pecho si se les necesita. Es el momento de que los que ascendieron a puestos de poder universitarios, artísticos, empresariales y políticos, después de una juventud de charlas sobre revolución y justicia entre whiskys, lo ejerzan y lo distribuyan para labores sociales constructivas. El mito de La Tertulia es un ejemplo de cómo puede articularse una cultura para producir gente buena.

Ojalá salga más, que para eso está hecha la vida, para pasar testigos, para dejar descendientes, para abrazar con más cariño, fuerza y extensión. Ya el año que viene nos tomaremos un cubatilla gracioso en la mesa 1 con la Concha y la Pilar para celebrar como tiene que hacerse el próximo aniversario. Por ahora, que consten estas palabras que podrían haberse resumido en el soplo de unas velas y la canción de versión para bandoneón y guitarra flamenca del cumpleaños feliz.

Fernando Grieta
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