La mística del Flamenco
Duende de la Fragua
suena tu martillo
que se despierte el cante
que no se quede dormido
Tiempo de Galera
grita seguiriya
que no se pierdan los cantes
que no se muera de pena
El Flamenco no es un género musical, esto hay que dejarlo claro. El Flamenco es Música, pero no se reduce a música, o a lo que entendemos por música. La ciencia que contiene no alcanza al gran público que lo mira como un recurso exótico de tablao o pachanga o desde la aséptica musicología. El género musical puede ser mercantilizado, pero la Música, ya no solo la Flamenca, es mucho más de lo que parece. Un ejemplo que tira de esta Raíz espiritual que enlaza a los Pueblos es el Candombe.
El Flamenco, como decía Felix Grande, observador sensible, es el vehículo de la Memoria. En él está redactada la historia del Pueblo gitano, del andaluz, del morisco y los sefardíes y sus diásporas. Flamenco es testimonio, sabiduría y encuentros que perduran como Arte.
El Flamenco nació cuando a Andalucía se la habitaba en el camino. Recordemos que la conquista de los Reyes Católicos sumió a esta tierra en una pobreza incomparable con los tiempos que la antecedían, y que todas aquellas culturas que convivían en armonía fueron expulsadas o condenadas a la miseria. Los jornaleros sin tierra recorrían los campos atenazados por el desempleo intermitente y las enfermizas condiciones de vida. Al calor del fuego, Pueblos nómadas y desterrados con lenguas diferentes, compartían la olla, la noche estrellada y sus ritmos.
El Cante no está hecho para ser escrito, sino para ser cantado. Un Pueblo nómada como el gitano contaba su historia y expresaba su sensibilidad a través del cante. La escritura es propia del sedentarismo, el libro es la maravillosa tecnología donde pueblos sedentarios hacen perdurar su sabiduría en el texto. El libro de la memoria gitana y andaluza está escrito en el Flamenco. Cantar es un método de transmisión de saberes, como hacía el ciego Homero de cuya memoria se redactó posteriormente la Odisea y la Ilíada, que tan apreciadas son y fueron.
En la letrilla flamenca, como en el haiku japonés, se cristalizan instante, historia, sentimiento, vida cotidiana y paisaje. La letrilla, con su admirable economía poética, logra la alquimia de concentrar un mundo en unas pocas palabras, inseparables del ritmo que las contiene.
Hay cosas que no puede abarcar el paradigma de la escritura, que no pueden ser comprendidas únicamente por su intelectualización. No se aprende solamente con la cabeza, la estructura de la cognición es más compleja, aunque la escritura pueda analizar esto, su conocimiento se alcanza de otra forma. No es lo mismo una sociedad que se organiza por la escritura que una que lo hace por la palabra oral. Para las sociedades de la escritura, el texto es lo sagrado, en las sociedades de la palabra, lo es el verbo. Esta no es una afirmación en contra de la escritura, pero si un posicionamiento contra la idea de que el texto es el hábitat natural del conocimiento, y lo escrito y las producciones de lo escrito sean superiores a las orales. Porque no es igual el arte que produce el texto que aquel que produce el verbo, aunque ambos puedan combinarse. Como dice una bailaora, el zapateo es llevar el corazón a los pies. Esta afirmación poética en su escrito es real en su experiencia.
Parece que el libro es el único modo de hacer perdurar la memoria o de acumular conocimiento, denostando a los Pueblos que no tenían escritura. La ausencia de escritura, se relacionaba con la falta de racionalidad, que justificaba la explotación, denostando al ingenio, el saber hacer, el conocimiento experiencial de la tierra y la expresión oral.
El nomadismo mostraba otro modo de vida en una Andalucía que vio amanecer a un Siglo XIX con la mayoría de su población analfabeta y jornalera, viviendo la mitad del año del campo y la otra mitad de la mendicidad, del ingenio y la suerte. Este era el Terror al que se le sometió a Andalucía y una de las razones de la demonización de los Gitanos, sometidos y perseguidos por sucesivas Pragmáticas desde que a la península llegaron los Reyes Católicos. La mayoría de los libros que se han escrito, han asegurado la superioridad de unos humanos sobre otros, los que no participan de esta soberbia, son contadas excepciones.
El Cante, solamente trae alegrías e invitaciones. Hay un contraste entre la imagen de lo culto que tenemos y lo que sucedía realmente. El Cante fue hecho por trabajadores a los que se les mantenía como analfabetos para que no tuvieran herramientas con las que desenvolverse en una sociedad basada en la escritura y el 1% de señoritos que la dominaban estaban entretenidos en correrías, buscando mozas, como se describe, por ejemplo, en el Madrid de Fortunata y Jacinta de Perez Galdós.
De las sombras de la persecución y la pena, de la cárcel y la libertad, el Flamenco siguió forjándose desde el oficio. Frente a la vagancia con la que se nos ridiculiza al ser andaluz, nuestro Arte germina de la fragua, del puerto, del campo, de la mina. El Martinete es una asombrosa relación directa entre Arte y Trabajo, marcando su compás el martillo que templa el metal. También el Flamenco se forma en el hogar y la fiesta. La Fiesta, no es fiesta como tal, en el sentido que actualmente tenemos del término, la Fiesta es un Rito que trae la memoria a la luz, que se acompasa a través de la respiración, las palmas y el baile en el latido de los corazones. No por nada, suele decir en la jerga flamenca cuando se va a cantar aquel vamos a acordarnos.
El Rito une a la comunidad y la envuelve como grupo al rememorarse en sus orígenes y sus sentires. La energía del Quejio da el sabor y la dulzura, la fuerza, el control y lo esporádico confluyen en la seguridad del Baile. En el pellizco está el sentío, en el roneo el misterio. El Compás transciende la intelectualización que hace elevarse al corro como tocado por una extraña magia. En la Fiesta se traspasa Conocimiento, Historia y Ser. La Fiesta Flamenca es Academia. Se recalibra la memoria en la fuerza vital del Flamenco, el pasado se redime en la alegría de la Fiesta. Por eso el Cante, como la memoria, es sagrao aunque su territorio no sea el del libro, ni sea en la universidad donde se aprenda.
Esta Mística es inseparable del Flamenco. Se intentó destruir al Pueblo gitano con el sedentarismo obligándoles a dejar su modo de vida. Después, una vez establecidos en un lugar, se les expulsó como pasó con las cuevas del Sacromonte. Ahora, la forma es introducirlo en la dinámica del consumo, hacer del Flamenco un género musical para quitarle lo sagrao y despojar a un Pueblo de Memoria. Cuando un Pueblo no tiene Memoria, deja de ser Pueblo, cuando un Arte no tiene Mística, deja de ser Arte. Y está bien difundir las cosas y que se vea bonito, pero cuando una empresa se ocupa para beneficiarse guita de ello… o volverlo un parque temático para turistas o una moda…
El Flamenco pervive y los flamencos y flamencas son Artistas con mayúscula.
Frente un paradigma donde el arte es éxito, consumo y famoseo por youtube, mantiene su sentimiento sagrao, su respeto, su simpatía, su humildad y su rostro de Pueblo. El Espectáculo no tiene Mística, su objetivo es reproducir una obra para entretener a los espectadores. El Flamenco, mantiene su Mística, toma la palabra y su sentio, fuera y dentro de los focos en la plaza del pueblo. Por eso, su sabiduría es tan aguda y tan sensible para pensar el mundo en el que vivimos y en el que vamos a construir.
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