Prensado en frío

María Domínguez del Castillo: «He comprobado que escribir no importa»

Portada de 'Otras aguas no' de María Domínguez del Castillo
Portada de 'Otras aguas no' de María Domínguez del Castillo

María Domínguez del Castillo: «He comprobado que escribir no importa»

María Domínguez del Castillo (Sevilla, 1997) se graduó en Literaturas Comparadas por la Universidad de Granada, pasando por Canterbury, y realizó sus estudios de máster en París, especializándose en literatura inglesa y americana. Ha publicado Pero el tiempo (Ediciones en Huida, 2017), En cambio el silencio (V Certamen Literario Biblioteca Universidad de Granada, 2016), los poemarios Presente y el marEl regreso de la lluvia (Esdrújula Ediciones, 2017 y 2019), El polvo de las urnas (XXXV Certamen Andaluz de Poesía Villa de Peligros, 2020), Las voces de Jano (XVII Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande, 2021) y Otras aguas no (Isla Elefante, 2023), y colaborado en antologías como Cuando dejó de llover (50 poéticas recién cortadas) (Editorial Sloper, 2021). Ha realizado tareas de traducción literaria y colaboraciones con editoriales y revistas. En 2021 le fue concedida una beca de residencia en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores de Córdoba. Hoy charla con nosotros para contarnos más sobre Otras aguas no (Isla Elefante, 2023), su último libro publicado.

Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?

María Domínguez del Castillo: Porque lo quiso el azar y porque mi editor confió en él. El ahora ha sido algo circunstancial, acaso milagroso. Kairós, lo llamaban los griegos. Hay tanto que se queda en el cajón. Tanto escrito, tanto dicho y diciéndose siempre y desde siempre y para siempre.

¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?

Otras aguas no es y ha sido varios libros. El más antiguo (que se corresponde con la segunda parte), O un dios eternamente mudo, lo escribí hace unos cuatro o cinco años. Nació de una postal de Luxor que me envió una amiga querida, a partir de la cual comencé a esbozar el “diario del viaje a Egipto que nunca hice”. Fui trazando una ficción poética que, atravesada por el hilo del viaje, colocaba en un primer plano una serie de núcleos emocionales (el amor, el dolor, la creación y la espera), y al lenguaje mismo como materia de ficción (de una ficción que, aun sin corresponderse con el plano de lo real, sí podía, puede decir verdad). Congregué así una serie de imágenes, voces, tradiciones diversas vinculadas tanto por el imaginario egipcio como por el de los temas citados (las plagas de Egipto, el Apocalipsis de San Juan, Tristán e Isolda, la composición del adagio de Albinoni, El séptimo sello, de Bergman, Eliot, Woolf, Duras, Maillard…). 

La primera parte, que es la más reciente, lleva el nombre de Apuntes en torno al hueco. En un inicio se tituló El mar de Sitges, pues fue precisamente la noche antes de tomar un tren a esa ciudad, a aquella costa, cuando concebí las primeras líneas. Las circunstancias eran las siguientes: detrás de mí varios meses de residencia en la Fundación Antonio Gala, un exceso escritural, escritura-caudal, escritura-corriente, una ¿novela? larga, compleja, dolorosa; cuatro colores sobre todo y un amor, un esfuerzo lingüístico, un cansancio primero. Durante aquel año no escribí un solo poema (pese a, es cierto, esa escritura lírica y acuática que venía cultivando tantos meses). Hasta entonces, en el género mi tendencia había sido la extensión, el texto largo, el verso largo, el versículo, el juego visual y rítmico, lo intertextual y polifónico. Después de tanto escrito, surgió de pronto la urgencia del callar. Del silencio. El lenguaje devino ruido. Como decía, exceso. 

Finalizó el periodo de la beca y viajé, por primera vez, a Barcelona. Allí, en un piso de Travessera de Gràcia, cerca del Hospital de Sant Pau, habían vivido mis tíos abuelos durante cuatro décadas. El tío Joan había muerto hacía unos años. Carmen Gloria, su mujer, había querido morirse desde entonces. Llegué sola a ese apartamento vacío –vaciado– pero lleno todavía de álbumes de fotos de la familia, de mi hermano y yo cuando éramos críos, que no recordaba haber visto antes. En el congelador una bolsa de guisantes, en la despensa dos litros de leche caducada; los albornoces seguían colgados de un perchero en el baño, los vinos fermentados e imbebibles seguían en la despensa, estampitas de la Macarena cubiertas de polvo sobre la cómoda y el buzón lleno de cartas que tiré a la basura. Parecía como si el piso lo hubieran desocupado la tarde anterior, salvo por esos cambios imperceptibles pero acumulativos de la materia en el tiempo. Aquella noche fui consciente del hueco. De tantos los huecos posibles. Germinó entonces: la palabra precisa, el verso breve, conciso. Casi mudo. Comencé a escribir. 

¿En qué medida veremos en él —o no— a la María Domínguez del Castillo de tus anteriores obras? 

El único ¿axioma? del que parto (no, no axioma sino descubrimiento), la única certeza que cayó un día y que no se ha visto desmentida aún, es esa analogía esencial (de esencia), radical (de raíz), entre la naturaleza del agua, el lenguaje o la literatura, y el sujeto-identidad o la idea del yo. Elaboro: hay un algo que persiste (llámese molécula de H2O, fonema o cuerpo), y que, no obstante, es, se es siendo, en el tiempo y el espacio (recordemos la filosofía de Heráclito). El ser, como el agua, está constituido por esa sustancia invariable. Sin embargo, esas mismas aguas pueden adoptar o adaptarse a distintas formas, presentarse en todos los estados de la materia, desde la solidez geométrica del hielo y la certidumbre de sus vértices, hasta la vaporosa indefinición del aire. Son, en algunas ocasiones, exceso, corriente, desbordamiento; otras, cauce, remanso, quietud –y siempre abiertas a las múltiples metamorfosis que promueve su interacción con el afuera, con el otro y con lo otro. Así entiendo la escritura (en sus formas y estilos y ritmos), la literatura y sus inestables géneros, y el yo que es y que existe y que deviene, con el tiempo y en el espacio, en presencia, o dada la ausencia, del otro. “I am rooted, but I flow”, escribe Virginia Woolf en Las olas. 

Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de ‘Otras aguas no’, ¿cuáles serían?

Con la última hoja. La dedicatoria.

Isla Elefante es una editorial joven e independiente de poesía contemporánea que dirige el poeta Ben Clark y en cuyo catálogo aparecen firmas como la de Markel Hernández, Gudrun Palomino o Guillermo Marco Remón, entre muchos otros. ¿Qué nos puedes contar de ella y de cómo llegas a esta Isla?

De Isla Elefante solo puedo comenzar valorando y agradeciendo la profesionalidad y el cariño con que trabajan y editan. Se trata de una labor respetuosa, minuciosa y seria (también, he de decir, paciente – Otras aguas no plantea bastantes retos en lo que concierne a la estructuración de los textos, su disposición en la página). Ben Clark confió en este libro que sé complejo. El diseño de la cubierta me fascina: sobrio pero inesperadamente simbólico para mí. Apuesta, además, por escrituras muy diversas: pensemos en los títulos de los autores a quienes nombras, o en Barruntar, de Nadia del Pozo, que me hipnotizó.  

Entre las muchísimas cosas que te han sucedido en los últimos años está tu paso por la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. ¿Qué has aprendido allí y cómo ha influido en tu obra?

La Fundación me ha dado el tiempo, el espacio, la soledad y la compañía. En ella pude estirar, tentar, forzar, pude rozar los límites del callar y del decir. He sabido de esa tensión entre el exceso y el silencio. He comprobado que escribir no importa. Que no escribir tampoco. Que elijo lo segundo (que lo segundo me es impuesto). 

Una mujer espera –el libro impublicable al que consagré tantos días y tantas noches– no hubiera sido posible sin la estancia en Córdoba. Pese a esa escritura infinitiva que me ocupa desde no recuerdo cuándo, salí de allí consciente de que en aquella habitación había aprendido a escribir, pues me fueron concedidas las horas para amasar el lenguaje, para encauzarlo o dejarlo desbordar, para doblarlo o doblarme de él, para detestarlo a veces y otras desearlo y recogerlo entre mis manos como de la orilla el agua, para comprender, simultáneamente, mi necesidad de él y su absoluta insignificancia, su potencialidad y su incapacidad. 

Por último, como lectora, ¿a quién te gustaría que invitásemos a pasar por ‘la Prensa’?

A Dafne Benjumea. 

Poemas de ‘Otras aguas’ no de María Domínguez del Castillo

VII

i.

Sobre todo un cuerpo
                       amanece solo.

~          ~          ~

En el centro del hueco de su centro
POR SOBRE EL SUEÑO DESPUÉS DEL SUEÑO DETRÁS DEL SUEÑO
En el hueco del centro de su hueco
de una habitación vacía.

ii.

Sobre todo un cuerpo 
                      amanece solo.

~          ~          ~

   Sosa cáustica luz
                     por la ventana

BLANCO ES EL BLANCO EL BLANCO
                                                          sobre la cama
                                                                   nadie cóncavo busca.

~          ~          ~

(no hay otro cuerpo)

iii.

Sobre todo un cuerpo
                      amanece solo.
                                        Sobre todo
                                              nada.

EL SÉPTIMO SELLO 

Nuestra última canción en el desierto fue un oasis frente al mar 
Vosotros dormitabais en la hierba 
Yo esperaba la muerte por agua augurada por las cartas del Tarot
Doblé las piernas clavé en la tierra las rodillas Orilla herida Probé la sal de nuevo me llené
los bolsillos de algas y crustáceos Recordé
el regreso de la lluvia, la nieve, las islas lejanas, 
                         y lloré por la invención del puente, porque son tantos los puentes Invoqué
otras costas como quien dibuja una amapola en la memoria
sentí sed e intenté saciarla con mis manos:
he tragado la ceniza de todas las fuentes de Akra. He vaciado
la arena de las urnas

[NO EXISTE EL MAR]

A pesar de no ver nada en el espejo
pronuncio vuestros nombres Aún siento un leve ardor en la mejilla
como arde una amapola en la memoria, como muere en una rosa un ruiseñor Como tres gotas de sangre rojas sobre la nieve atando la mirada de Perceval al recuerdo del rubor sobre la fez]
pálida como las manos otilinas de Madame Sosostris que ya ha olvidado estas mis líneas en algún callejón del Cairo].

[NO EXISTE EL MAR ME DESPERTARON DE LA SIESTA]

Desde una roca oí a alguien que silbaba
una última canción en el desierto
Quién era quien silbaba forzándome a escuchar
esta última canción en el desierto: una Sombra
se largó en el ocaso por la orilla y pronunció:

NO EXISTE EL MAR TE DESPERTARON DE LA SIESTA

y entornarás los ojos y acogerás el vértigo
y este tu cansancio lo besarás con ternura
porque NO EXISTE ESTE MAR ni existe una vidente de manos otilinas
Renuncia al pasatiempo sutil artesanía de esculpir tus recuerdos con obstinado cincel: Olvidar olvidarás.
un día sucede al otro o lo que es lo mismo NO TEMAS MÁS EL CALOR DEL SOL
Los ángeles han muerto El Señor por su parte se encuentra 
indispuesto De la vista Nada nada no ve ABSOLUTAMENTE nada no hay nada que hacer
Y ahora deja que me postre frente a ti como un hermano
abramos la boca Cantemos
una última canción en el desierto AHORA QUE NO HAY MAR y que susurre 
un epitafio seco en tus oídos

La sombra me tendió su mano helada
y a pesar de la sed, 
y pese a haber tragado el cenagal de todos los espacios de S. Thala, canté
esta última canción en el desierto
(vosotros, ajenos, dormitabais en la hierba). Acepté
jugar una partida de ajedrez contra el Espectro el Espejo Esperando
a qué Algo Nadie Nada: la muerte por saudade, una amapola en la memoria: : : :::::::nada nada al fin Nada.

(porque verdaderamente NO EXISTE EL MAR)

Recordaré este día
a pesar de la sal. Recordaré
esta paz a pesar de las horas. Guardaré
su recuerdo: así mecerlo entre mis manos
amorosamente como
          como
                                       entre mis manos
                      amorosamente como
como se lleva a la boca un cuenco colmado de leche    nueva
                                                        Bastará
este recuerdo como una revelación.

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Javier Gilabert
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